MARZO 2016
Edito
Canta Richard Ashcroft en su nuevo tema:
I'll be waiting for
the sun to come again...
En marzo, que nadie lo niegue, tenemos un ojo puesto ya en el tiempo, aunque llueva y truene ni nos importa y hasta lo disfrutamos porque sabemos que serán de los últimos coletazos, estertores de un invierno que se va.
Vemos color amarillo por todos lados, rayos de sol, luces, flúor.
Este marzo viene con vacaciones y nos empezamos a plantear las de verano, los puentes, incluso yo voy más allá, ¡¡ciertos días de diciembre!!
A mí marzo se me presenta viajero, ¡bien!
Y al final, la misma sensación, la de ir quemando etapas, ir fundiendo los días sin sentido deseando que lleguen las vacaciones, el fin de semana, ese cumpleaños, el viaje... ¿Y el resto de días? Puro tedio y rutina. Me llena de ansiedad. Porque el tiempo se va escapando, corriendo, ¡corriendo! Y siento que no lo estoy disfrutando tan a fondo como debería.
Me entristece, hago planes y me deprime porque ya estoy queriendo saltarme meses de mi vida, ciega con la fecha-objetivo.
Y eso que procuro disfrutar el día a día.
Pues ahora con más motivo. Llega el sol y vamos a saborearlo, a esperarlo, a atisbarlo en cada ventana, con su brillo cegador que pone al descubierto las ventanas llenas de churretes, las capas acumuladas de invernal polvo.
La luz del sol lo revela todo: de ahí que con el cambio de estación nos pongamos manos a la obra con limpiezas, guardando cosas de abrigo: mantas, jerseys, colchas, alfombras...
Pero espera, espera, aún puede hacer frío, aún es invierno y ya estoy yendo otra vez por delante, deseando lo que aún no toca.
¿Algún truco para saborear despacio el día a día? ¿Para no adelantarme a lo que estoy viviendo?
Cuando hay que ir a trabajar resulta difícil.
Cuando no te puedes dedicar a lo que más te apetece.
Recuerdo una frase que copiábamos en las carpetas del cole cuando éramos pequeñas: te pasas la vida esperando que pase algo y ¡lo único que pasa es la vida!
¡Pues no quiero que me pase eso!
I'll be waiting for
the sun to come again...
En marzo, que nadie lo niegue, tenemos un ojo puesto ya en el tiempo, aunque llueva y truene ni nos importa y hasta lo disfrutamos porque sabemos que serán de los últimos coletazos, estertores de un invierno que se va.
Vemos color amarillo por todos lados, rayos de sol, luces, flúor.
Este marzo viene con vacaciones y nos empezamos a plantear las de verano, los puentes, incluso yo voy más allá, ¡¡ciertos días de diciembre!!
A mí marzo se me presenta viajero, ¡bien!
Y al final, la misma sensación, la de ir quemando etapas, ir fundiendo los días sin sentido deseando que lleguen las vacaciones, el fin de semana, ese cumpleaños, el viaje... ¿Y el resto de días? Puro tedio y rutina. Me llena de ansiedad. Porque el tiempo se va escapando, corriendo, ¡corriendo! Y siento que no lo estoy disfrutando tan a fondo como debería.
Me entristece, hago planes y me deprime porque ya estoy queriendo saltarme meses de mi vida, ciega con la fecha-objetivo.
Y eso que procuro disfrutar el día a día.
Pues ahora con más motivo. Llega el sol y vamos a saborearlo, a esperarlo, a atisbarlo en cada ventana, con su brillo cegador que pone al descubierto las ventanas llenas de churretes, las capas acumuladas de invernal polvo.
La luz del sol lo revela todo: de ahí que con el cambio de estación nos pongamos manos a la obra con limpiezas, guardando cosas de abrigo: mantas, jerseys, colchas, alfombras...
Pero espera, espera, aún puede hacer frío, aún es invierno y ya estoy yendo otra vez por delante, deseando lo que aún no toca.
¿Algún truco para saborear despacio el día a día? ¿Para no adelantarme a lo que estoy viviendo?
Cuando hay que ir a trabajar resulta difícil.
Cuando no te puedes dedicar a lo que más te apetece.
Recuerdo una frase que copiábamos en las carpetas del cole cuando éramos pequeñas: te pasas la vida esperando que pase algo y ¡lo único que pasa es la vida!
¡Pues no quiero que me pase eso!
Entonces intento disfrutar cada instante, hacer cada día distinto y esto nos lanza a dos cosas principales: las compras absurdas y el picoteo absurdo.
Sí, hacemos que nuestros días cuenten yendo a fundir la tarjeta en una camiseta o comiendo algo "especial".
Comprando cosas que no necesitamos: una crema, unas medias, algo en la farmacia, una revista, un jersey... Pequeños gastos tontos con los que llenar nuestros días.
O preparando algo especial de comida: bien grasiento y regado con alcohol, para que ya sea memorable.
Seguramente hay otra manera más sencilla de sentir que nuestros días rutinarios y tediosos son especiales, una manera de sentir que estás "viviendo", no dejando que pase un tiempo irrecuperable.
Sospecho que una duda tan complicada y abstracta debe tener una solución sencilla.
Tal vez observar simplemente lo que ocurre, todo lo que está pasando en cada microsegundo.
Este marzo en el que se completa el primer trimestre del año, en el que me ha dado por reflexionar sobre el vértigo de la vida, lo dedico a los rayos de sol. Porque quizá el remedio a esta angustia vital esté en pararse un instante en lo que estás haciendo, dejar que el momento te atraviese, el sonido de los pájaros, el moverse del aire, los ruidos lejanos, le sensación de la silla en tus piernas, el apoyo de la espalda, y respirar este momento, dejándole latir en tu interior, vibrando a través de todas tus células como en una corriente y darte cuenta de que es perfecto así: con esa canción tan trillada que llega desde la casa del vecino, con la hora que es, cada vez más tarde, y, sin embargo, el tedio que emerge ante la perspectiva del día por delante, y darte cuenta de que nada, absolutamente nada de esto, es casual.
Recuerdo tres historias que escuché en mis clases de yoga.
Matsyendra, el pez, que habla de aceptarnos tal como somos, incluso lo que no nos gusta. Porque hay veces que es difícil ver el regalo y dentro de toda y cada circunstancia, hay un regalo. Que en lo profundo, en la cueva del corazón, están Shiva y Shakti. Y un mantra: "Gurus Loka" que honra a los profesores, a todos esos que van apareciendo.
La historia de Ganesha, de los nuevos comienzos, cómo notamos este profundo viaje rompiendo en nuestro interior. Con su mudra de dos puños juntos, nos abrimos a lo nuevo, dejando atrás lo antiguo.
Estamos en el umbral.
Y Shiva, el bailarín cósmico. Justo antes de su baile fue al bosque donde se le aparecieron serpientes con las que se adornó el cuerpo, una bola de fuego, un tigre en cuya piel se envolvió, y un demonio ante el que se expandió convirtiéndose en un demonio más grande todavía. Cuando nos sentimos amenazados por algo que nos asuste, una circunstancia que nos devora, nos envenena, tenemos que bailar con ello, encontrar la manera de navegar, de bailar con cualquier cosa que venga.
Y centrarnos en las dos enseñanzas del yoga: conciencia y rasha: la dinámica y fluida esencia de nuestro ser y aprender a encontrar el punto de quietud y nuestra habilidad para fluir con lo que venga.
Y últimamente lo que viene son momentos de cruda realidad, de pura sensación tempus fugit, de hormigueo en las piernas al punto de derrumbarte, de no asustarte ni salir huyendo sino simplemente de vivirlo y dejar que te traspase, te recorra. Que salga toda la emoción, toda esa energía en movimiento (e-motion) del rincón donde estaba bien tapada y oscura, donde la tenías tan oculta que hasta la habías olvidado.
Y ¿esto ahora de dónde viene?
Pues de ti misma, ¿de dónde va a venir?
Es una mochilita que has ido llenando, desde hace tanto tiempo que parecía una joroba ya integrada en tu cuerpo. Un peso sobre los hombros presionando el corazón.
Ahora ha encontrado un punto de escape.
No, no tengo tiempo ahora para lidiar con esto, prefiero dejarlo para más adelante, no es el momento.
¿No? Cuando ya ha empezado a sacar su cabeza de serpiente, cuando ya te ha mordido, de nada sirve intentar ignorarlo.
Has rascado la superficie.
Y algo en nuestro interior, nuestra indómita voluntad de guerrero, terminará conduciéndonos al punto de convergencia, de estallido, donde te encontrarás cara a cara con esto que tratas de evitar para darte cuenta de que realmente no fue casualidad, que hace mucho tiempo que estabas buscándolo, mucho tiempo que secretamente lo necesitabas.
Mientras, el día sigue brillando ahí afuera, aquí más cerca, en tu círculo. Te acarician los primeros cálidos rayos del año que comienza, porque sí, comienza ahora.
https://www.youtube.com/watch?v=hemIjEd9CYk
Sí, hacemos que nuestros días cuenten yendo a fundir la tarjeta en una camiseta o comiendo algo "especial".
Comprando cosas que no necesitamos: una crema, unas medias, algo en la farmacia, una revista, un jersey... Pequeños gastos tontos con los que llenar nuestros días.
O preparando algo especial de comida: bien grasiento y regado con alcohol, para que ya sea memorable.
Seguramente hay otra manera más sencilla de sentir que nuestros días rutinarios y tediosos son especiales, una manera de sentir que estás "viviendo", no dejando que pase un tiempo irrecuperable.
Sospecho que una duda tan complicada y abstracta debe tener una solución sencilla.
Tal vez observar simplemente lo que ocurre, todo lo que está pasando en cada microsegundo.
Este marzo en el que se completa el primer trimestre del año, en el que me ha dado por reflexionar sobre el vértigo de la vida, lo dedico a los rayos de sol. Porque quizá el remedio a esta angustia vital esté en pararse un instante en lo que estás haciendo, dejar que el momento te atraviese, el sonido de los pájaros, el moverse del aire, los ruidos lejanos, le sensación de la silla en tus piernas, el apoyo de la espalda, y respirar este momento, dejándole latir en tu interior, vibrando a través de todas tus células como en una corriente y darte cuenta de que es perfecto así: con esa canción tan trillada que llega desde la casa del vecino, con la hora que es, cada vez más tarde, y, sin embargo, el tedio que emerge ante la perspectiva del día por delante, y darte cuenta de que nada, absolutamente nada de esto, es casual.
Recuerdo tres historias que escuché en mis clases de yoga.
Matsyendra, el pez, que habla de aceptarnos tal como somos, incluso lo que no nos gusta. Porque hay veces que es difícil ver el regalo y dentro de toda y cada circunstancia, hay un regalo. Que en lo profundo, en la cueva del corazón, están Shiva y Shakti. Y un mantra: "Gurus Loka" que honra a los profesores, a todos esos que van apareciendo.
La historia de Ganesha, de los nuevos comienzos, cómo notamos este profundo viaje rompiendo en nuestro interior. Con su mudra de dos puños juntos, nos abrimos a lo nuevo, dejando atrás lo antiguo.
Estamos en el umbral.
Y Shiva, el bailarín cósmico. Justo antes de su baile fue al bosque donde se le aparecieron serpientes con las que se adornó el cuerpo, una bola de fuego, un tigre en cuya piel se envolvió, y un demonio ante el que se expandió convirtiéndose en un demonio más grande todavía. Cuando nos sentimos amenazados por algo que nos asuste, una circunstancia que nos devora, nos envenena, tenemos que bailar con ello, encontrar la manera de navegar, de bailar con cualquier cosa que venga.
Y centrarnos en las dos enseñanzas del yoga: conciencia y rasha: la dinámica y fluida esencia de nuestro ser y aprender a encontrar el punto de quietud y nuestra habilidad para fluir con lo que venga.
Y últimamente lo que viene son momentos de cruda realidad, de pura sensación tempus fugit, de hormigueo en las piernas al punto de derrumbarte, de no asustarte ni salir huyendo sino simplemente de vivirlo y dejar que te traspase, te recorra. Que salga toda la emoción, toda esa energía en movimiento (e-motion) del rincón donde estaba bien tapada y oscura, donde la tenías tan oculta que hasta la habías olvidado.
Y ¿esto ahora de dónde viene?
Pues de ti misma, ¿de dónde va a venir?
Es una mochilita que has ido llenando, desde hace tanto tiempo que parecía una joroba ya integrada en tu cuerpo. Un peso sobre los hombros presionando el corazón.
Ahora ha encontrado un punto de escape.
No, no tengo tiempo ahora para lidiar con esto, prefiero dejarlo para más adelante, no es el momento.
¿No? Cuando ya ha empezado a sacar su cabeza de serpiente, cuando ya te ha mordido, de nada sirve intentar ignorarlo.
Has rascado la superficie.
Y algo en nuestro interior, nuestra indómita voluntad de guerrero, terminará conduciéndonos al punto de convergencia, de estallido, donde te encontrarás cara a cara con esto que tratas de evitar para darte cuenta de que realmente no fue casualidad, que hace mucho tiempo que estabas buscándolo, mucho tiempo que secretamente lo necesitabas.
Mientras, el día sigue brillando ahí afuera, aquí más cerca, en tu círculo. Te acarician los primeros cálidos rayos del año que comienza, porque sí, comienza ahora.
https://www.youtube.com/watch?v=hemIjEd9CYk