MAYO 2015
Reflexiones varias
(De) Éxtasis
Leo en cada gesto de tu cara, en cada comentario, en cada mínima arruga, mirada, expresión. Es muy posible que lo lea mal pero es que la realidad se me queda corta, quiero saber más. El tono de voz, las palabras utilizadas, la rapidez de respuesta, La mirada: intensa y clavada, instantánea y altiva, indiferente y práctica. Has pasado cerca o ibas directo a la salida desde más lejos. Te has hecho el despistado para entretenerte, para contemplar la posibilidad de una improvisada conversación por mínima que sea. Bebo ansiosamente, absorbo casi desesperadamente, atraigo, capto, me fijo detalladamente, obsesionadamente cada uno de las imperceptibles rasgos de tu expresión. de tu mirada. No consigo ver. Porque mi cerebro interviene.
Hay muchas de nuestras actitudes de las que gracias a dios tenemos un censor racional llamado miedo al ridículo que hace que no caigamos en la locura o en ese acto que nos aterroriza tanto cometer. Y porque, qué cojones, no queremos que nos tomen por locos, por psicópatas, pero no podemos dejar de cometer estos escondidos actos que jamás reconoceríamos (bueno, tal vez entre risas con nuestras amigas más íntimas sí). Mirar obsesivamente el teléfono para ver cuántas veces se ha conectado puede ser una de ellas. O meternos en facebook y repasar las fotos que tiene una y mil veces hasta la saciedad. Tenemos el miedo de que de alguna manera se entere. ¿Qué pensaría si supiera que me he grabado su teléfono y me meto en wasapp para saber a qué hora se ha conectado? Tampoco lo hago todos los días. Sólo de vez en cuando y si estoy aburrida y me acuerdo, que suele ser, casualmente, todos los días.
Pero luego no soy capaz de intercalar palabra. No puedo ni moverme, de hecho ni siquiera veo bien. Es aparecer y me quedo ciega. Ahora entiendo la expresión "estar ciego con algo", que puede ser que no veas nada de lo que hay alrededor, sólo el objeto de tus deseos. Pero yo más bien no veo el objeto de mis anhelos. Se difumina, es como si se iluminara y me cegara. No soy capaz de intercalar palabra, de moverme, de mantener la mirada. Sólo sonreír como una lela, mirar hacia otro lado haciéndome la despistada y sonrojarme como una colegiala, pero sonrojarme a lo bestia con un calor en las mejillas, como fuego, casi a punto de salir ardiendo, como un sol, tal vez es ese calor que desprendo el que hace invisible al objeto de tal explosión lumínica y calórica.
Ese calor y que debo tener las pupilas dilatadas como si me hubiera comido 4 éxtasis (de hecho sí que me siento en éxtasis cuando está cerca).
En éxtasis y de éxtasis: no me puedo quedar quieta, no puedo dejar de moverme, no le veo bien, no puedo pensar con claridad. Toda emoción.
Y por supuesto, olvídate de que hable. Olvídate de que diga algo inteligente, ni siquiera coherente. Lo mío son los monosílabos y sonreír. Lo primero es que también me he quedado sorda. Mi cuerpo está demasiado ocupado en salir ardiendo por autocombustión espontánea. Y olvídate de que quede energía para los actos más elementales. Cómo hablar, oír, interactuar... Bromear ya es para superdotados,
La palabra no es más que el soplar del viento. El que habla expresa razones, más estas no son algo permanente. ¿Habla realmente? ¿O es que acaso no habla? Imagina que sus palabras son diferentes del piar de un pajarillo ¿Se distinguen? ¿O acaso no se distinguen?
Zhuanzi
¿El detonador de tal bomba energética es consciente? Espero, por Dios bendito, que no porque menuda vergüenza.
Luego, en cuanto se va, sí que se me ocurren cosas que le podría haber dicho, contestado, preguntado. Porque aunque no le veo, una vez quedo en calma, que suele ser al rato largo, me vienen fogonazos de su cara, de su expresión, como fotografías tomadas al azar en medio de la conversación. Juro que mi cabeza, mi cerebro tiene vida propia. Como yo estoy muy ocupada intentando darle órdenes inútiles al cerebro para que sea mínimamente elocuente, gracioso, inteligente, etc. no me doy cuenta de lo que él hace o dice. Sólo quiero dejar buena impresión
Como cuando tienes una herida que todos tus sentidos van a esa zona, y los equipos de rescate y la adrenalina que generas está destinada a no sentir dolor, igual ocurre en este momento. Y por mucho que respire, y por mucho que intente tranquilizarme, y volver al sitio de reposo donde he estado esta mañana mientras meditaba...pfff...no puedo estar más lejos, diametralmente opuesta, incapaz de atravesar para llegar hasta allí. Estoy inmóvil. Totalmente paralizada, ya se le puede caer una pila de libros sobre la cabeza que yo hago como si no me hubiera enterado, ni me inmuto. Sigo escribiendo como loca, haciéndome la entretenida y ocupada, la absorta, cuando el comportamiento lógico es al menos preguntar qué ha pasado, si necesita ayuda y si está bien.
Lo que haría con cualquier persona en circunstancias normales.
Lo que haría cualquier persona con un mínimo de autocontrol.
Ninguna de las dos cosas tienen que ver conmigo.
¿Cómo me habría sentido si la situación hubiera sido al revés? Pues la verdad es que habría flipado un poco. Que no se hubiera preocupado, ni molestado en ver qué pasaba.
En el milagroso y excepcional caso de que intercambiemos algunas frases (tontas, tartamudeadas, forzadas, raras) es posible que se conjuguen los astros y salga alguna que otra frase que invite a la conversación. Bueno, pues la feria mental que se me forma no es para contar. Estoy un rato casi sin respiración como si me hubiera montado en la atracción que cae al vacío, y totalmente mareada, como si acabara de bajarme de un tiovivo que se haya pasado de revoluciones. De hecho tengo toda la conversación girando, difusa, entrecortada, a destiempo. Necesito que pase un buen rato para dejar de estar histérica, alterada a niveles intolerables, agitada.
Presa de una angustia fruto de la felicidad. (Sí, creo que esto también se podría comparar con el mencionado éxtasis).
Fragmentos y fragmentos de conversaciones, gestos, qué he dicho yo, qué ha dicho él, dónde miraba, ¿estaba nervioso? ¿se me veía nerviosa?
Pero luego se va, y cuando me calmo, o al día siguiente en la tranquilidad de mi casa, se me ocurren miles de cosas que podría haberle dicho, que habrían facilitado una conversación más natural. Cómoda.
Después de que te fuiste, solía soltarte unos discursos muy largos. Solía hablarte a todas horas aunque estuviera sola. Durante meses estuve hablándote. Ahora no sé qué decir. Era muy fácil cuando sólo te imaginaba. Incluso me imaginaba que me contestabas. Teníamos largas conversaciones. Los dos. Era casi como si estuvieras allí, podía oírte, verte, olerte, podía oír tu voz. A veces tu voz me despertaba, me despertaba en medio de la noche como si estuvieras en la habitación conmigo. Después, se desvaneció. Ya no pude imaginarte nunca más. Intenté hablar en alto contigo como solía hacerlo, pero no había nada, no podía oírte. Entonces, me di por vencida, todo se paró, tú desapareciste. Ahora trabajo aquí y oigo tu voz todo el tiempo. Todos los hombres tienen tu voz.
Paris, Texas. Wim Wenders
Porque en cuanto volvía a estar solo, trataba de reconstruir el interrogatorio, pensando cuáles habrían sido las respuestas más inteligentes y qué era lo que tenía que decir la próxima vez para volver a alejar las sospechas que hubiera podido despertar con una respuesta poco meditada. Pensaba y reflexionaba, repasaba, examinaba y sopesaba cada palabra de mi declaración, cada palabra pronunciada ante el inquisidor, cada pregunta que este me había formulado y cada una de mis respuestas; trataba de adivinar cuáles eran las que se habían hecho constar en acta, pero ya sabía que nunca sería capaz de calcularlo ni averiguarlo y aquellos pensamientos no cesaban de dar vueltas, como en un remolino en el vacío del espacio, vueltas y más vueltas volviendo siempre al principio, formando siempre en mi cabeza alguna nueva combinación.
Novela de ajedrez. Stefan Zweig
¿Adónde se escapan mis efervescentes neuronas, agitadas y palpitantes? Las imagino vibrando, recibiendo miles de descargas eléctricas de las sinapsis neuronales, descargando, descargando, chispazos, auténticos calambrazos, en todas las zonas del cerebro a la vez y no sabiendo qué neurona va a tomar el protagonismo. Colapsadas. "Cayéndose" una a una. La capacidad de hablar, de comprender, de oír...
Área de Broca, out.
Área de Wernicke, out.
Área de Heschl, out.
Apagones en cada una de esas zonas de la corteza cerebral. Sucesivos. Tal voltaje que saltan los plomos. Y me quedo en stand by. Con las capacidades mínimas que denoten normalidad: Sonrisa, postura erguida, ojos abiertos. Poco más. No me pidas que te escuche, que hable o que interaccione de una manera medio lógica. No. Lo mío es cara de póker y aguantar la descarga como sea y sin parecer demasiado tonta.
Luego en mi mente reproduzco repetidamente ciertos momentos de escasos segundos, como en la escena de Carreteras Secundarias con la canción This Magic Moment de Lou Reed
This magic moment
So different and so new
Was like any other
Until I met you
And then it happened
It took me by suprise
I knew that you felt it too
I could see it by the look in your eyes...
Porque tu mirada quemaba. Aún siento su incandescente roce escociéndome la piel.
Fuego.
Crepitante.
Penetrante.
Incandescente.
Clavado.
El pecho golpeando.
La carne deshaciéndose.
I knew that you felt it too....
Hay muchas de nuestras actitudes de las que gracias a dios tenemos un censor racional llamado miedo al ridículo que hace que no caigamos en la locura o en ese acto que nos aterroriza tanto cometer. Y porque, qué cojones, no queremos que nos tomen por locos, por psicópatas, pero no podemos dejar de cometer estos escondidos actos que jamás reconoceríamos (bueno, tal vez entre risas con nuestras amigas más íntimas sí). Mirar obsesivamente el teléfono para ver cuántas veces se ha conectado puede ser una de ellas. O meternos en facebook y repasar las fotos que tiene una y mil veces hasta la saciedad. Tenemos el miedo de que de alguna manera se entere. ¿Qué pensaría si supiera que me he grabado su teléfono y me meto en wasapp para saber a qué hora se ha conectado? Tampoco lo hago todos los días. Sólo de vez en cuando y si estoy aburrida y me acuerdo, que suele ser, casualmente, todos los días.
Pero luego no soy capaz de intercalar palabra. No puedo ni moverme, de hecho ni siquiera veo bien. Es aparecer y me quedo ciega. Ahora entiendo la expresión "estar ciego con algo", que puede ser que no veas nada de lo que hay alrededor, sólo el objeto de tus deseos. Pero yo más bien no veo el objeto de mis anhelos. Se difumina, es como si se iluminara y me cegara. No soy capaz de intercalar palabra, de moverme, de mantener la mirada. Sólo sonreír como una lela, mirar hacia otro lado haciéndome la despistada y sonrojarme como una colegiala, pero sonrojarme a lo bestia con un calor en las mejillas, como fuego, casi a punto de salir ardiendo, como un sol, tal vez es ese calor que desprendo el que hace invisible al objeto de tal explosión lumínica y calórica.
Ese calor y que debo tener las pupilas dilatadas como si me hubiera comido 4 éxtasis (de hecho sí que me siento en éxtasis cuando está cerca).
En éxtasis y de éxtasis: no me puedo quedar quieta, no puedo dejar de moverme, no le veo bien, no puedo pensar con claridad. Toda emoción.
Y por supuesto, olvídate de que hable. Olvídate de que diga algo inteligente, ni siquiera coherente. Lo mío son los monosílabos y sonreír. Lo primero es que también me he quedado sorda. Mi cuerpo está demasiado ocupado en salir ardiendo por autocombustión espontánea. Y olvídate de que quede energía para los actos más elementales. Cómo hablar, oír, interactuar... Bromear ya es para superdotados,
La palabra no es más que el soplar del viento. El que habla expresa razones, más estas no son algo permanente. ¿Habla realmente? ¿O es que acaso no habla? Imagina que sus palabras son diferentes del piar de un pajarillo ¿Se distinguen? ¿O acaso no se distinguen?
Zhuanzi
¿El detonador de tal bomba energética es consciente? Espero, por Dios bendito, que no porque menuda vergüenza.
Luego, en cuanto se va, sí que se me ocurren cosas que le podría haber dicho, contestado, preguntado. Porque aunque no le veo, una vez quedo en calma, que suele ser al rato largo, me vienen fogonazos de su cara, de su expresión, como fotografías tomadas al azar en medio de la conversación. Juro que mi cabeza, mi cerebro tiene vida propia. Como yo estoy muy ocupada intentando darle órdenes inútiles al cerebro para que sea mínimamente elocuente, gracioso, inteligente, etc. no me doy cuenta de lo que él hace o dice. Sólo quiero dejar buena impresión
Como cuando tienes una herida que todos tus sentidos van a esa zona, y los equipos de rescate y la adrenalina que generas está destinada a no sentir dolor, igual ocurre en este momento. Y por mucho que respire, y por mucho que intente tranquilizarme, y volver al sitio de reposo donde he estado esta mañana mientras meditaba...pfff...no puedo estar más lejos, diametralmente opuesta, incapaz de atravesar para llegar hasta allí. Estoy inmóvil. Totalmente paralizada, ya se le puede caer una pila de libros sobre la cabeza que yo hago como si no me hubiera enterado, ni me inmuto. Sigo escribiendo como loca, haciéndome la entretenida y ocupada, la absorta, cuando el comportamiento lógico es al menos preguntar qué ha pasado, si necesita ayuda y si está bien.
Lo que haría con cualquier persona en circunstancias normales.
Lo que haría cualquier persona con un mínimo de autocontrol.
Ninguna de las dos cosas tienen que ver conmigo.
¿Cómo me habría sentido si la situación hubiera sido al revés? Pues la verdad es que habría flipado un poco. Que no se hubiera preocupado, ni molestado en ver qué pasaba.
En el milagroso y excepcional caso de que intercambiemos algunas frases (tontas, tartamudeadas, forzadas, raras) es posible que se conjuguen los astros y salga alguna que otra frase que invite a la conversación. Bueno, pues la feria mental que se me forma no es para contar. Estoy un rato casi sin respiración como si me hubiera montado en la atracción que cae al vacío, y totalmente mareada, como si acabara de bajarme de un tiovivo que se haya pasado de revoluciones. De hecho tengo toda la conversación girando, difusa, entrecortada, a destiempo. Necesito que pase un buen rato para dejar de estar histérica, alterada a niveles intolerables, agitada.
Presa de una angustia fruto de la felicidad. (Sí, creo que esto también se podría comparar con el mencionado éxtasis).
Fragmentos y fragmentos de conversaciones, gestos, qué he dicho yo, qué ha dicho él, dónde miraba, ¿estaba nervioso? ¿se me veía nerviosa?
Pero luego se va, y cuando me calmo, o al día siguiente en la tranquilidad de mi casa, se me ocurren miles de cosas que podría haberle dicho, que habrían facilitado una conversación más natural. Cómoda.
Después de que te fuiste, solía soltarte unos discursos muy largos. Solía hablarte a todas horas aunque estuviera sola. Durante meses estuve hablándote. Ahora no sé qué decir. Era muy fácil cuando sólo te imaginaba. Incluso me imaginaba que me contestabas. Teníamos largas conversaciones. Los dos. Era casi como si estuvieras allí, podía oírte, verte, olerte, podía oír tu voz. A veces tu voz me despertaba, me despertaba en medio de la noche como si estuvieras en la habitación conmigo. Después, se desvaneció. Ya no pude imaginarte nunca más. Intenté hablar en alto contigo como solía hacerlo, pero no había nada, no podía oírte. Entonces, me di por vencida, todo se paró, tú desapareciste. Ahora trabajo aquí y oigo tu voz todo el tiempo. Todos los hombres tienen tu voz.
Paris, Texas. Wim Wenders
Porque en cuanto volvía a estar solo, trataba de reconstruir el interrogatorio, pensando cuáles habrían sido las respuestas más inteligentes y qué era lo que tenía que decir la próxima vez para volver a alejar las sospechas que hubiera podido despertar con una respuesta poco meditada. Pensaba y reflexionaba, repasaba, examinaba y sopesaba cada palabra de mi declaración, cada palabra pronunciada ante el inquisidor, cada pregunta que este me había formulado y cada una de mis respuestas; trataba de adivinar cuáles eran las que se habían hecho constar en acta, pero ya sabía que nunca sería capaz de calcularlo ni averiguarlo y aquellos pensamientos no cesaban de dar vueltas, como en un remolino en el vacío del espacio, vueltas y más vueltas volviendo siempre al principio, formando siempre en mi cabeza alguna nueva combinación.
Novela de ajedrez. Stefan Zweig
¿Adónde se escapan mis efervescentes neuronas, agitadas y palpitantes? Las imagino vibrando, recibiendo miles de descargas eléctricas de las sinapsis neuronales, descargando, descargando, chispazos, auténticos calambrazos, en todas las zonas del cerebro a la vez y no sabiendo qué neurona va a tomar el protagonismo. Colapsadas. "Cayéndose" una a una. La capacidad de hablar, de comprender, de oír...
Área de Broca, out.
Área de Wernicke, out.
Área de Heschl, out.
Apagones en cada una de esas zonas de la corteza cerebral. Sucesivos. Tal voltaje que saltan los plomos. Y me quedo en stand by. Con las capacidades mínimas que denoten normalidad: Sonrisa, postura erguida, ojos abiertos. Poco más. No me pidas que te escuche, que hable o que interaccione de una manera medio lógica. No. Lo mío es cara de póker y aguantar la descarga como sea y sin parecer demasiado tonta.
Luego en mi mente reproduzco repetidamente ciertos momentos de escasos segundos, como en la escena de Carreteras Secundarias con la canción This Magic Moment de Lou Reed
This magic moment
So different and so new
Was like any other
Until I met you
And then it happened
It took me by suprise
I knew that you felt it too
I could see it by the look in your eyes...
Porque tu mirada quemaba. Aún siento su incandescente roce escociéndome la piel.
Fuego.
Crepitante.
Penetrante.
Incandescente.
Clavado.
El pecho golpeando.
La carne deshaciéndose.
I knew that you felt it too....
Miedos
Pese a todos los disfraces que le he puesto, todas las justificaciones, todas las mentiras y disimulos. Todo el maquillaje, sí, pese a las toneladas de maquillaje, de betún de judea extendido con la brocha empapada y chorreante...Sí, pese a todas esas capas de burda pintura en cascadas.
No han podido ocultar la grieta.
Pese a las piezas cogidas con pinzas, ensambladas con el máximo cuidado, con todo el mimo, esta maderita por aquí, la vela por allá, con una mínima gota de pegamento, manteniendo la pieza los segundos necesarios para que haya "calado", para que haya prendido, que no te des la vuelta y se suelte desmontándote todo el barquito y dejándote en la raspa, con todo tu interior, la verdad, a la vista.
Pese a esa obra de paciencia, de tesón, de delicadeza... Ninguna de esas horas, nada del cuidado que has puesto, ha merecido la pena.
Pese a la máscara tan bien elegida, de entre todas las que había, la que mejor podía encajar. Pese haberte obligado a llevarla, aunque no te dejaba respirar, aunque salieron rozaduras, alergias, rojeces.. No desististe, tragaste saliva, apretaste los dientes y te la seguiste poniendo todos los días, a todas horas, hasta que fue lentamente encajando, sometiendo la humillada carne, haciéndola retroceder. Pese a la dificultad en la visión, lo ridícula que te parecía a veces, aunque casi consigues que se funda con tu verdadero rostro (que ya no sabes cómo es)... Pese a haber limado tu anatomía hasta tener una máscara perfecta, No ha servido de nada.
Tanto esfuerzo, tanta herida, tanta mentira... para nada. No por mucho repetir una historia se va a volver realidad.
No por mucho desearlo se cambia el pasado o las heridas causadas.
No por mucho disimular, no por mucho mirar hacia otro lado, lo pasado desaparece, se esfuma.
Que tú cambies de sitio no hace que las cosas cambien el suyo.
No por repetir una actitud, no por transformarte en quien no eres y cumplir con el papel rigurosamente te conviertes en otra persona. Podrás haber engañado a todo el mundo.
Puede que te hayas creído más cerca (o más lejos) de cierto objetivo (o punto de partida/huida)
No has recorrido nada.
Ni siquiera está más lejano.
No duele menos. No da menos miedo.
Sigue latiendo. Sigue espléndido, incólume. Pero sí que ha cambiado. A fuerza de huir de él, a fuerza de renegar, de obviarlo, ignorarlo. A fuerza de apartar la mirada, has ido ensalzándolo. Lo has estado adorando sin darte cuenta. Has ido creando el anverso de un dios; un demonio al que temer, al que evitar, al que venerar y suplicar para que no vuelva.
Un demonio al que respetas.
Al que no quieres volver a cruzarte.
Siempre está contigo, no te engañes.
Lo has creado con tus miedos.
Tu constante miedo
Cada vez más presente.
A él no le valen tus máscaras ni castillitos.
Los arranca y derrumba sin ningún esfuerzo.
Sólo tienes que quedarte sola.
No puedes escapar de ti misma.
Y sabes, sabes perfectamente que no soportarás estar otra vez en ese punto.
Que no podrás volver donde estabas.
Y saberlo te da miedo.
¿Miedo de qué?
De ti mismo.
Me he quedado tan aislado que no he conseguido recuperarme y ahora tengo miedo. Tengo miedo de desaparecer otra vez, tengo miedo de lo que puedo descubrir, pero tengo aún más miedo de no enfrentarme a ese miedo.
(Paris, Texas. Wim Wenders)
No han podido ocultar la grieta.
Pese a las piezas cogidas con pinzas, ensambladas con el máximo cuidado, con todo el mimo, esta maderita por aquí, la vela por allá, con una mínima gota de pegamento, manteniendo la pieza los segundos necesarios para que haya "calado", para que haya prendido, que no te des la vuelta y se suelte desmontándote todo el barquito y dejándote en la raspa, con todo tu interior, la verdad, a la vista.
Pese a esa obra de paciencia, de tesón, de delicadeza... Ninguna de esas horas, nada del cuidado que has puesto, ha merecido la pena.
Pese a la máscara tan bien elegida, de entre todas las que había, la que mejor podía encajar. Pese haberte obligado a llevarla, aunque no te dejaba respirar, aunque salieron rozaduras, alergias, rojeces.. No desististe, tragaste saliva, apretaste los dientes y te la seguiste poniendo todos los días, a todas horas, hasta que fue lentamente encajando, sometiendo la humillada carne, haciéndola retroceder. Pese a la dificultad en la visión, lo ridícula que te parecía a veces, aunque casi consigues que se funda con tu verdadero rostro (que ya no sabes cómo es)... Pese a haber limado tu anatomía hasta tener una máscara perfecta, No ha servido de nada.
Tanto esfuerzo, tanta herida, tanta mentira... para nada. No por mucho repetir una historia se va a volver realidad.
No por mucho desearlo se cambia el pasado o las heridas causadas.
No por mucho disimular, no por mucho mirar hacia otro lado, lo pasado desaparece, se esfuma.
Que tú cambies de sitio no hace que las cosas cambien el suyo.
No por repetir una actitud, no por transformarte en quien no eres y cumplir con el papel rigurosamente te conviertes en otra persona. Podrás haber engañado a todo el mundo.
Puede que te hayas creído más cerca (o más lejos) de cierto objetivo (o punto de partida/huida)
No has recorrido nada.
Ni siquiera está más lejano.
No duele menos. No da menos miedo.
Sigue latiendo. Sigue espléndido, incólume. Pero sí que ha cambiado. A fuerza de huir de él, a fuerza de renegar, de obviarlo, ignorarlo. A fuerza de apartar la mirada, has ido ensalzándolo. Lo has estado adorando sin darte cuenta. Has ido creando el anverso de un dios; un demonio al que temer, al que evitar, al que venerar y suplicar para que no vuelva.
Un demonio al que respetas.
Al que no quieres volver a cruzarte.
Siempre está contigo, no te engañes.
Lo has creado con tus miedos.
Tu constante miedo
Cada vez más presente.
A él no le valen tus máscaras ni castillitos.
Los arranca y derrumba sin ningún esfuerzo.
Sólo tienes que quedarte sola.
No puedes escapar de ti misma.
Y sabes, sabes perfectamente que no soportarás estar otra vez en ese punto.
Que no podrás volver donde estabas.
Y saberlo te da miedo.
¿Miedo de qué?
De ti mismo.
Me he quedado tan aislado que no he conseguido recuperarme y ahora tengo miedo. Tengo miedo de desaparecer otra vez, tengo miedo de lo que puedo descubrir, pero tengo aún más miedo de no enfrentarme a ese miedo.
(Paris, Texas. Wim Wenders)
Conclusiones
¿Por qué todo tiene que tener una conclusión? ¿Por qué todo tiene que tener un resumen final, unas deducciones. Yo no las tengo nunca. Observo las cosas y antes de concluir nada prefiero dejarlas sueltas. Sin opinar. Expongo lo que veo, no me parece ni bien ni mal, ni quiero que tenga un remate que lo resuma todo y que nos diga que tenemos que pensar, cuál es mi opinión. mi veredicto.
Yo no tengo veredictos. En la vida no hay veredictos. Simplemente cosas que pasan por ciertas acciones que muy bien podrían no haber sucedido así. Ni todo lo contrario.
Todavía se me ocultaba mi verdadera opinión acerca de todo aquello. Ignoraba yo si estaba en contra o a favor. No obstante, ¿cómo se forma en uno la decisión de estar en contra y seguir estándolo con pertinacia? ¿Cuándo elige y cuándo es elegido uno por los brutos hechos?
(Las aventuras de Augie March. Saul Bellow).
Por eso cuando escribo de algo, esa obligación de poner una conclusión redonda que resuma tu punto de vista, que aúne las posibles soluciones o conclusiones, futuras maneras de actuar etc.
En la vida tampoco hay conclusiones. Las sacamos nosotros llenos de rabia o de orgullo por cómo han pasado las cosas cuando todo es casual. No se volverán a repetir así, ni aunque se dieran las mismas causas. Cosa improbable. Porque todo ocurre tras un cúmulo de tantas y tan pequeñas casualidades tan enrevesadas entre sí (porque nos parecen casualidades pero en realidad todo está tejido y conectado y nada ocurre al azar). Por eso, este instante es único. Y hay tantas pequeñas cosas que pueden hacer que al final no suceda.
Vas a decir, te vas a lanzar a decir esa frase y de repente alguien interrumpe, o algo se cae, o algo te distrae.
Vas a bajar ahora, cuando te llaman por teléfono, o decides dejar una carta antes en el despacho de fulanita que te entretiene con un poco de charla y en esos tres minutos la persona que venía a comentarte algo ha visto que no bajabas y se ha ido. O te has parado a dejar la basura y al próximo minuto se te cruza alguien que te cambia la vida. Sí, todas esas pequeñas casualidades que vemos en las películas. Pero no son casualidades, no te atormentes pensando que lo podrías haber evitado porque no es así.
Entonces ¿por qué tengo yo que tener una conclusión para todo? Para todo lo que digo, lo que escribo, lo que hago. Un motivo y una conclusión, como si la vida fuera una novela. Cosas que pasan, consecuencias, detalles que llevan la situación por ciertos derroteros. Sobre el papel perfecto. En la vida real no es así. Hay miles de pequeñas cosas que notamos inconscientemente, que nos hacen actuar de una manera o decir alguna cosa, ponernos a la defensiva, sonreir, que alguien te caiga bien o mal y entonces actuar en función. Y da igual lo que diga, estarás más proclive a facilitarle la vida o hacérsela imposible por cómo te ha mirado, por su tono de voz, por si te recuerda a alguien, por si notas que le has caído en gracia... Pequeños detalles como que tarde en contestar, que diga una frase que es la cuarta vez que ya oyes en esta semana y te saca de quicio, entonces se gana tu rechazo.
Y sí sí sí, todos somos muy imparciales y no nos dejamos afectar por ese tipo de cosas. Muy imparciales y muy profesionales. Ya.
No me voy a poner con datos y estudios que atestiguen que esas pequeñas señales: ojos muy abiertos, ceño fruncido, sonrisas, pupilas dilatadas etc etc nos afectan. Hacen que nuestro corazón lata más deprisa o activan ciertas partes del cerebro que nos ponen alerta o dan sensación de placer. Quien quiera saber más sobre esto que se lea Pensar rápido, pensar despacio de Kanheman. Así como la manera de decir las cosas. Una perífrasis puede hacer que los datos a los que te expones no se vean tan peligrosos, y aceptas inmediatamente, o rechazas la propuesta de tu interlocutor.
Todo este rollo que he soltado, viene a apoyar que no somos tan conscientes ni tan responsables de lo que hacemos y decimos pero por eso también damos muchas oportunidades, por si acaso no nos hemos enterado bien o se ha dado algún tipo de malentendido.
Alguien espera que le sonrías porque se ha lanzado a ser amable contigo y tú acabas de recibir una noticia desagradable y estabas en tu mundo y no has correspondido.
Y si encima encajas en un estereotipo que se ajuste a tu reciente actuación, mucho mejor. Así no tenemos que pensar y podemos descartarte y pasar a una nueva cosa cuanto antes.
... I can´t find no order, no order...
http://www.youtube.com/watch?v=CkS-im2g1W0 ("No Order", 20 20 Soundsystem)
La sospecha de que todo era relativo. De que lo "real" y lo "auténtico" no sólo estuvieran sencillamente condenados, sino que también fueran ficticios, para empezar. De que su sentimiento de justicia, de paladín único de lo real, no pasara de eso: sentimiento. Ésas eran las sospechas que le tendían emboscadas en los cuartos de motel. Ésos eran los profundos terrores que se ocultaban debajo de las ligeras camas. Y si el mundo se negaba a encajar con su versión de la realidad, entonces era necesariamente un mundo indiferente, un mundo amargo y asqueroso, una colonia penitenciaria, y Alfred estaba condenado a vivir en la más absoluta soledad.
Agachó la cabeza ante la idea de la mucha fuerza que necesitaba un hombre para vivir toda una vida de tamaña soledad.
(Las correcciones, Jonathan Franzen).
La soledad me ha perseguido durante toda mi vida, por todas partes, en los bares, en los coches, en las aceras, en las tiendas, por todas partes. No tengo escapatoria, soy un hombre solitario.
(Travis Brickle en Taxi Driver).
Me da vértigo el punto muerto…
y la marcha atrás,
vivir en los atascos, los frenos automáticos y el olor a gas-oil.
Me angustia el cruce de miradas,
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.
Me arruinan las prisas y las faltas de estilo
el paso obligatorio,
las tardes de domingo y hasta la linea recta.
Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran a sus ideales
sobre los de cualquiera
Me cansa tanto tráfico
y tanto sin sentido
varado frente al mar mientras el mundo gira.
No hay orden, ¿qué orden va a ver? Ya lo he comentado tantas veces... Me repito y me repito, cuando me da por algo, no paro de dar vueltas como una mosca atlrededor de él hasta que otra cosa empieza a llamar mi atención.
Pero es que no hay ningún orden, qué empeño en aclarar el caos. En darle explicación y sentido. Por qué voy a tener yo que tener una conclusión para todo lo que quiero expresar. Me encantan las frases inacabadas. Soy una especialista en frases inacabadas, en puntos suspensivos, en dejar la frase abierta y seguir con un gesto o dejar que el otro piense lo que quiera, termine la frase en su cabeza, (que la acabará con connotaciones sutiles pero poderosas que serán distintas a las que yo he querido darle). Todo es incomunicaión, desorden, caos, malentendidos, follón, lío, jaleo, ruido, desorden, desparrame, aunque no nos damos cuenta de eso porque estamos muy ocupados en explicarlo todo.
Yo no tengo veredictos. En la vida no hay veredictos. Simplemente cosas que pasan por ciertas acciones que muy bien podrían no haber sucedido así. Ni todo lo contrario.
Todavía se me ocultaba mi verdadera opinión acerca de todo aquello. Ignoraba yo si estaba en contra o a favor. No obstante, ¿cómo se forma en uno la decisión de estar en contra y seguir estándolo con pertinacia? ¿Cuándo elige y cuándo es elegido uno por los brutos hechos?
(Las aventuras de Augie March. Saul Bellow).
Por eso cuando escribo de algo, esa obligación de poner una conclusión redonda que resuma tu punto de vista, que aúne las posibles soluciones o conclusiones, futuras maneras de actuar etc.
En la vida tampoco hay conclusiones. Las sacamos nosotros llenos de rabia o de orgullo por cómo han pasado las cosas cuando todo es casual. No se volverán a repetir así, ni aunque se dieran las mismas causas. Cosa improbable. Porque todo ocurre tras un cúmulo de tantas y tan pequeñas casualidades tan enrevesadas entre sí (porque nos parecen casualidades pero en realidad todo está tejido y conectado y nada ocurre al azar). Por eso, este instante es único. Y hay tantas pequeñas cosas que pueden hacer que al final no suceda.
Vas a decir, te vas a lanzar a decir esa frase y de repente alguien interrumpe, o algo se cae, o algo te distrae.
Vas a bajar ahora, cuando te llaman por teléfono, o decides dejar una carta antes en el despacho de fulanita que te entretiene con un poco de charla y en esos tres minutos la persona que venía a comentarte algo ha visto que no bajabas y se ha ido. O te has parado a dejar la basura y al próximo minuto se te cruza alguien que te cambia la vida. Sí, todas esas pequeñas casualidades que vemos en las películas. Pero no son casualidades, no te atormentes pensando que lo podrías haber evitado porque no es así.
Entonces ¿por qué tengo yo que tener una conclusión para todo? Para todo lo que digo, lo que escribo, lo que hago. Un motivo y una conclusión, como si la vida fuera una novela. Cosas que pasan, consecuencias, detalles que llevan la situación por ciertos derroteros. Sobre el papel perfecto. En la vida real no es así. Hay miles de pequeñas cosas que notamos inconscientemente, que nos hacen actuar de una manera o decir alguna cosa, ponernos a la defensiva, sonreir, que alguien te caiga bien o mal y entonces actuar en función. Y da igual lo que diga, estarás más proclive a facilitarle la vida o hacérsela imposible por cómo te ha mirado, por su tono de voz, por si te recuerda a alguien, por si notas que le has caído en gracia... Pequeños detalles como que tarde en contestar, que diga una frase que es la cuarta vez que ya oyes en esta semana y te saca de quicio, entonces se gana tu rechazo.
Y sí sí sí, todos somos muy imparciales y no nos dejamos afectar por ese tipo de cosas. Muy imparciales y muy profesionales. Ya.
No me voy a poner con datos y estudios que atestiguen que esas pequeñas señales: ojos muy abiertos, ceño fruncido, sonrisas, pupilas dilatadas etc etc nos afectan. Hacen que nuestro corazón lata más deprisa o activan ciertas partes del cerebro que nos ponen alerta o dan sensación de placer. Quien quiera saber más sobre esto que se lea Pensar rápido, pensar despacio de Kanheman. Así como la manera de decir las cosas. Una perífrasis puede hacer que los datos a los que te expones no se vean tan peligrosos, y aceptas inmediatamente, o rechazas la propuesta de tu interlocutor.
Todo este rollo que he soltado, viene a apoyar que no somos tan conscientes ni tan responsables de lo que hacemos y decimos pero por eso también damos muchas oportunidades, por si acaso no nos hemos enterado bien o se ha dado algún tipo de malentendido.
Alguien espera que le sonrías porque se ha lanzado a ser amable contigo y tú acabas de recibir una noticia desagradable y estabas en tu mundo y no has correspondido.
Y si encima encajas en un estereotipo que se ajuste a tu reciente actuación, mucho mejor. Así no tenemos que pensar y podemos descartarte y pasar a una nueva cosa cuanto antes.
... I can´t find no order, no order...
http://www.youtube.com/watch?v=CkS-im2g1W0 ("No Order", 20 20 Soundsystem)
La sospecha de que todo era relativo. De que lo "real" y lo "auténtico" no sólo estuvieran sencillamente condenados, sino que también fueran ficticios, para empezar. De que su sentimiento de justicia, de paladín único de lo real, no pasara de eso: sentimiento. Ésas eran las sospechas que le tendían emboscadas en los cuartos de motel. Ésos eran los profundos terrores que se ocultaban debajo de las ligeras camas. Y si el mundo se negaba a encajar con su versión de la realidad, entonces era necesariamente un mundo indiferente, un mundo amargo y asqueroso, una colonia penitenciaria, y Alfred estaba condenado a vivir en la más absoluta soledad.
Agachó la cabeza ante la idea de la mucha fuerza que necesitaba un hombre para vivir toda una vida de tamaña soledad.
(Las correcciones, Jonathan Franzen).
La soledad me ha perseguido durante toda mi vida, por todas partes, en los bares, en los coches, en las aceras, en las tiendas, por todas partes. No tengo escapatoria, soy un hombre solitario.
(Travis Brickle en Taxi Driver).
Me da vértigo el punto muerto…
y la marcha atrás,
vivir en los atascos, los frenos automáticos y el olor a gas-oil.
Me angustia el cruce de miradas,
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.
Me arruinan las prisas y las faltas de estilo
el paso obligatorio,
las tardes de domingo y hasta la linea recta.
Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran a sus ideales
sobre los de cualquiera
Me cansa tanto tráfico
y tanto sin sentido
varado frente al mar mientras el mundo gira.
No hay orden, ¿qué orden va a ver? Ya lo he comentado tantas veces... Me repito y me repito, cuando me da por algo, no paro de dar vueltas como una mosca atlrededor de él hasta que otra cosa empieza a llamar mi atención.
Pero es que no hay ningún orden, qué empeño en aclarar el caos. En darle explicación y sentido. Por qué voy a tener yo que tener una conclusión para todo lo que quiero expresar. Me encantan las frases inacabadas. Soy una especialista en frases inacabadas, en puntos suspensivos, en dejar la frase abierta y seguir con un gesto o dejar que el otro piense lo que quiera, termine la frase en su cabeza, (que la acabará con connotaciones sutiles pero poderosas que serán distintas a las que yo he querido darle). Todo es incomunicaión, desorden, caos, malentendidos, follón, lío, jaleo, ruido, desorden, desparrame, aunque no nos damos cuenta de eso porque estamos muy ocupados en explicarlo todo.
Conforme lo escribí lo borré... (Palabras que no valen nada)
Conforme lo escribí, lo borré. Escribí dando rienda suelta a cada uno de los detalles que habían pasado, cómo los había sentido. Qué podía que pasara, que podían ser imaginaciones, No quise explayarme en el sentimiento y cuando pensé que ya lo había soltado todo, lo borré.
No quería dejar rastro, no quería que perdurara. Porque me podía pillar los dedos. Porque no quería que eso, al tenerlo escrito, al poderlo releer, formara parte de mi vida, se hiciera real. Era una manera de olvidarlo, de dejarlo ir.
Si lo tengo escrito, si lo puedo releer, me voy a sentir en la obligación de seguir escribiendo, de continuar el sentimiento. Y si lo releo y si lo vuelvo a sentir, será más parte de mí que cualquier otra cosa que sienta por pequeña que sea.
No es una manera de memorizar, es una manera de dejar escapar, de liberar, que no se quede dentro de mi mente atrapado, alterándome, creando confusión. Lo que ha pasado es esto, esto y esto. Ha podido ser por esto, pero también por esto otro. O incluso por aquello. Y cómo he estado yo y que no tengo remedio. Y qué puede que piense el de la otra parte. Para al final estar harta de tanto análisis, ser consciente de que no puedo analizar más detalles objetivos, que ya seguiré escribiendo porque soy incapaz de quedarme quieta, de pensar en otra cosa, de calmarme.
Pero seguir escribiendo sólo da lugar a distorsiones y exageraciones que empiezan a alejarse de la realidad. Sería ensalzar detalles que no han sido tan relevantes. Sacar de quicio idioteces.
Pero no puedo, me cuesta abandonar el papel.
Igualmente, hay sentimientos que no me pongo a analizar. Los doy por hecho y no quiero cuestionarlos. No quiero influir en estados de ánimo, incentivarlos, Hay asuntos que se deben dejar como están, que no hay que alentarlos ni plantearlos demasiado. No hay que volverse loca con el primer atisbo de... probablemente nada. Las aguas vuelven a su cauce.
No hacer nada es también una manera de actuar.
Hacer como si no pasara nada, también.
Porque esos pequeños terremotos, temblores, auténticos maremotos que se desencadenan en tu torrente sanguíneo. Que se disparan, primero retirándose sin dejarte oxígeno en el cerebro, ni prácticamente en las venas, palideces, no puedes hablar, casi ni respirar, ni pensar, tampoco ves nada más que borroso. Para luego que venga toda la sangre en oleadas, desbocada, inundándote, atorándote el cerebro otra vez, sonrojándote, acelerándote el corazón, hiperventilando.
Esta descarga luego te deja tensa, nerviosa, sin saber muy bien qué ha pasado, se suceden imágenes en tu cabeza, no sabes ponerlas en orden, no sabes trenzarlas. Qué ha sido antes o después. Sólo te queda un sentimiento de zozobra, de felicidad, vergüenza, rabia, despecho... Y uno de ellos prevalece triunfante según la sensación general que el momento te ha dejado. Algo que te ha impactado más, que te ha llamado más la atención.
No quería dejar rastro, no quería que perdurara. Porque me podía pillar los dedos. Porque no quería que eso, al tenerlo escrito, al poderlo releer, formara parte de mi vida, se hiciera real. Era una manera de olvidarlo, de dejarlo ir.
Si lo tengo escrito, si lo puedo releer, me voy a sentir en la obligación de seguir escribiendo, de continuar el sentimiento. Y si lo releo y si lo vuelvo a sentir, será más parte de mí que cualquier otra cosa que sienta por pequeña que sea.
No es una manera de memorizar, es una manera de dejar escapar, de liberar, que no se quede dentro de mi mente atrapado, alterándome, creando confusión. Lo que ha pasado es esto, esto y esto. Ha podido ser por esto, pero también por esto otro. O incluso por aquello. Y cómo he estado yo y que no tengo remedio. Y qué puede que piense el de la otra parte. Para al final estar harta de tanto análisis, ser consciente de que no puedo analizar más detalles objetivos, que ya seguiré escribiendo porque soy incapaz de quedarme quieta, de pensar en otra cosa, de calmarme.
Pero seguir escribiendo sólo da lugar a distorsiones y exageraciones que empiezan a alejarse de la realidad. Sería ensalzar detalles que no han sido tan relevantes. Sacar de quicio idioteces.
Pero no puedo, me cuesta abandonar el papel.
Igualmente, hay sentimientos que no me pongo a analizar. Los doy por hecho y no quiero cuestionarlos. No quiero influir en estados de ánimo, incentivarlos, Hay asuntos que se deben dejar como están, que no hay que alentarlos ni plantearlos demasiado. No hay que volverse loca con el primer atisbo de... probablemente nada. Las aguas vuelven a su cauce.
No hacer nada es también una manera de actuar.
Hacer como si no pasara nada, también.
Porque esos pequeños terremotos, temblores, auténticos maremotos que se desencadenan en tu torrente sanguíneo. Que se disparan, primero retirándose sin dejarte oxígeno en el cerebro, ni prácticamente en las venas, palideces, no puedes hablar, casi ni respirar, ni pensar, tampoco ves nada más que borroso. Para luego que venga toda la sangre en oleadas, desbocada, inundándote, atorándote el cerebro otra vez, sonrojándote, acelerándote el corazón, hiperventilando.
Esta descarga luego te deja tensa, nerviosa, sin saber muy bien qué ha pasado, se suceden imágenes en tu cabeza, no sabes ponerlas en orden, no sabes trenzarlas. Qué ha sido antes o después. Sólo te queda un sentimiento de zozobra, de felicidad, vergüenza, rabia, despecho... Y uno de ellos prevalece triunfante según la sensación general que el momento te ha dejado. Algo que te ha impactado más, que te ha llamado más la atención.
El palo de los selfies
El palo de los selfies no es ni más ni menos que el bastón indicador, aglutinante, punta del iceberg que marca donde se esconde algo mucho más profundo, enorme, que te dejará helado.
El veredicto es el siguiente:
La gente no sabe cómo divertirse. ¿Qué es divertirse, además?
Pongamos por ejemplo unas vacaciones cualquiera, un puente. No uno de obra que pasa sobre los ríos. No, todavía no hay que enumerar maneras de suicidarse. De momento vamos a ver maneras de divertirnos. Y el nivel de realidad y solazamiento que hay en cada una de ellas.
Empecemos por obviedades:
Uno se divierte normalmente cuando tiene tiempo libre.
Por lo tanto, trabajo y diversión no pueden coincidir. (Si coinciden por cualquier extraña razón, eres un freaky o tienes mucha suerte. Establecido esto por tácito consenso popular).
Por lo tanto hay que esforzarse en que los días vacacionales estén llenos de diversión.
Para eso programamos los minutos, ahorramos hasta el último céntimo sin salir fines de semana, discutimos con nuestros amigos o parejas, investigamos, se hacen planes, se organizan rutas turísticas, agenda de restaurantes, se hacen reservas con meses de antelación, se planifica al segundo cada uno de nuestros movimientos.
Porque no eres una persona normal a la par que triunfadora si no aprovechas, como hacen los demás, todo minutito del día libre que tengas saliendo disparado como toro recién sacado del redil a cualquier sitio, (y cualquiera es cualquiera), fuera de tu residencia habitual. Qué estrés.
¿Dónde os vais la próxima semana santa? Porque me imagino que aprovechareis para hacer una escapadita, ¿no?
Caras casi ofendidas de "¡¡faltaría más!!" y relato del destino elegido, el porqué, las ganas que se tienen y motivo de las mismas.
Aderezo del oyente que participa dando consejos, sitios a visitar y la impresión que le produjo cuando estuvo allí.
Porque si no te vas... Uy, si no te vas parece que, como poco, te han condenado a muerte, diagnosticado una enfermedad terminal o alguna otra tragedia de carácter irreversible.
¡Ah!, ¿no os vais? ¿y eso? (cara de extrañeza y drama: ojos muy abiertos, tic de absoluto pasmo, boca abierta, leve frunce de las cejas hacia el tercer ojo, estrujándolo para ver si de esta manera consiguen iluminarse y comprender por qué alguien en sus cabales no sale escopeteado en cuanto hay un día marcado en rojo en el calendario).
Pasan de inmediato de la alarma a la lástima y compasión. Si no te vas es porque desde luego pasa algo grave. Ya te irás en la próxima ocasión sin falta.
Así que tienes que tener una excusa y contar lo que a nadie en realidad le importa nada más que para comparar, lo "divertido" (tema de disertación) y exitoso de vuestras vidas. Porque ahora parece que la vida se mide (y su nivel de éxito social y personal) por lo bien y lejos que disfrutas de tus vacaciones. Por los planes apasionantes que haces.
Y en este texto debo remitir a "Viaje por y para la red". Y enlazado a esto tengo que añadir una imagen: un palo de selfie, con 4 tipos de estúpida sonrisa puestos frente a él con su expresión más divertida.
El caso es que tienes que justificar por qué no te vas y ya puedes preparar una buena excusa: puedes ir de dar lástima y reconocer que este año "viene un poco ajustadillo"; puedes ir de pragmático y defender que te quedas por aquí porque quieres arreglar el jardín; también puedes, alegar al universal y onmipresente cansancio...
Porque claro, no vas a decir la verdad y soltar que no te vas de vacaciones porque te parece una pérdida de tiempo que te llena de zozobra y ansiedad, además de la sensación de estar siendo un hipócrita manteniendo una postura de impostado divertimento todo el tiempo.
Por aclararlo en una expresión: te sientes como esos americanos que viste en tus últimas vacaciones a los States que parecen tan cómplices y románticos en una cena de pareja con toda la parafernalia de rojos y velas necesaria, que parecen tan genuinamente divertidos cuando se bajan de la montaña rusa con unos sonoros alaridos: "yohha" "wooooao" con sacudir de cabeza y sonrisa amplia destapando esos dientes tan luminosos que casi te producen un desprendimiento de retina, tan eufóricos y hambrientos con sus hijos comiendo gigantescas patas de pavo del carrito de la esquina, o viendo el espectáculo de vaqueros, o en conciertos, etc. La simple observación te produce un escalofrío de vergüenza ajena y risilla alucinada hacia el fondo de tu estómago. (ojos muy abiertos y mirada hacia la izquierda se da por válida)
Pero la duda real que te asalta en tu fuero interno es: ¿realmente se divierten tanto como intentan demostrar? ¿O sólo están imitando expresiones (faciales y verbales) recopiladas de las películas que ven?
¿Qué fue antes? ¿La expresión de frenesí humana o la expresión de frenesí interpretada? (Hablo de películas y seres estadounidense. Importante acotar, pues no se ven ese tipo de expresiones en el cine allende esas fronteras).
Todos hemos tenido nuestro momento "emocionado de la vida" en el que de pequeños, jugando con los amigos, alguno ha soltado una de estas expresiones de "flipado". Sin embargo, rápidamente ataca la austera educación española encarnada en alguno de los mayores que corta el rollo diciéndote: no seas flipado, tronco, que no estamos en una película.
Y cuando intentas demostrar tu euforia con cuatro sobreactuaciones más, recibes los mismos comentarios y miradas. (¿pero el humano comienza por imitación, no?
¡¡es así como aprende!!) Por lo que finalmente los destierras de tu repertorio, cosa muy de agradecer o de lo contrario pasarías el resto de tu vida siendo un auténtico hortera
Así que como no puedes ser sincero o el del palo de selfie lo sacará y te dará con él en la cabeza. Y te apuntará con el mismo palo acusándote de raro, antisocial, deprimido... (o cualquier otra lindeza peyorativa), te subes al tren de los viajeros sin sentido y:
Empiezas a planificar meses antes de esos cuatro días libres, ajustas horarios, decides destino, te visualizas. Vas contando los minutos que faltan para esa esperada escapada. Prácticamente los días previos no vives. En primer lugar porque no tienes pasta (ya sea por el desfalco de la última escapadita o porque eres un previsor y estás ahorrando para la siguiente). Es un impass de tiempo en blanco. Sólo cuentas los días. Cuando toca trabajo, enfurruñado; cuando no toca, reprimido en las cuatro paredes de tu casa.
Al final, dos días antes saldrás alentado por las ganas y el olor que ya se aprecia a vacaciones. Irás a darlo todo, a dejarte buena parte de tus cuartos y a maltratar el cuerpo con unas copitas de más, de manera que comienzas el viaje cansado, con el bolsillo menos abultado. Pero da igual. Nada va a estropearte las tan preparadas vacaciones.
***
No sorprendemos a nadie afirmando que la mejor parte de los viajes es el previo y el post (de posterior y del que cuelgas en las redes). El viaje en sí es una mierda, un coñazo en el que te sientes ansioso y agotado. Deseoso de poder acumular todas las experiencias posibles para luego tener algo interesante que contar a los demás.
Y del durante, lo único que te interesa es la cantidad de likes que ha tenido el susodicho post con tu foto sonriéndole a un palo, al gadgetobrazo. Eso y la felicidad ante el espejismo de lo mucho que estás dándole en las narices a tu ex, a tus amigos, a todos aquellos que te provocan con sus aclamadas fotos.
El viaje en sí es un planificar o no planificar nada para ir de espontáneo.
A mí por ejemplo me gusta irme a 300 km para beber en los bares más pintorescos que haya en la ciudad. Ver a sus gentes, sus costumbres, comida, por supuesto bebida, qué se puede hacer luego. No digo yo que no esté lleno de absurdo pero me divierte, o me divertía porque ahora tengo unas resacas y sentimientos de culpa tan terribles que me corto muy mucho de hacerlo. Y porque también tengo a mi pepito grillo particular que me pregunta pesado y cabezón que para qué me gasto dinero en un viaje si voy a hacer lo mismo que podía estar haciendo en mi ciudad.
Y por supuesto que no es lo mismo porque ves ambientes nuevos, pero por no discutir coges y te vas a ver esa fuente que se supone que es preciosa. Madrugas y te pones en marcha, con la mente ya puesta en la recompensa, es decir, la hora de la comida. Pero primero te lo tienes que ganar, porque no disfrutarás de ese festín regado con un buen vino y precedido por la refrescante cerveza si no te lo has ganado.
Somos como niños esperando su premio. Currándonoslo.
Entonces te pones un objetivo turístico a conquistar. Ya sea subir una montaña, ver un monumento (o varios), un museo, una zona de la ciudad, etc. Las pasas putas para llegar (o no, y si es que no y terminas demasiado pronto, te pones otro objetivo porque de lo que se trata es de pasarlo lo suficientemente mal como para que puedas disfrutar realmente del descanso).
Finalmente, llegas ante el alabado objetivo turístico y.... te embarga una sensación de vacío. ¿Esto es todo? ¿Y ahora qué? Lo ves, lo vuelves a mirar, aja...qué maravilla, muy bonito, sí.
Entonces es cuando crees que ya que has llegado hasta ahí, el esfuerzo adquiere más significado, más trascendencia, si lo puedes compartir. Si puedes llenar el vacío que sientes. O más que llenar, sustituir por unos sentimientos distintos. Tampoco de plenitud pero más agradables. Si puedes por ejemplo hacer partícipes a todos tus contactos en las redes de lo maravillosamente bien que lo estás pasando.
Así parece tener algo más de sentido la experiencia.
Y es ahí cuando aparece nuestro querido palo de selfie. Y su uso indiscriminado
Porque sin él, muchas cosas te habrías evitado. Ese madrugón, ese pateo, ese perderse con hambre, ese discutir, ese cansancio, esas ganas de hacer una paradita antes de media mañana para tomar una cerveza, ese reprimirse porque aún no te lo has ganado.
Y al final para llegar hasta allí y ver....que sí que está muy bien pero... Te lo podrías haber evitado, vamos, que te hubieras muerto muy feliz y no habrías sentido que te faltara nada.
Entonces, ¿te quedas en casa las próximas vacaciones? Pues puede ser que sí, pero las siguientes saldrás escupido al primer destino que se te cruce porque el humano, ah, ese ser tan contradictorio, complicado e infantil...
Pues resulta que el humano, cuando se queda en casa en vacaciones, los dos primeros días muy bien y al que hace tres... estás que te tiras por un balcón (o por el puente del que antes hablábamos, ese que a priori parecía tener poco que ver con nuestro tema y al final va a resultar ser el gran protagonista, saltar o no saltar, ése es el dilema, y con él siempre a la vista)
Aburrida, desesperada, diciéndote que estás haciendo lo que haces todos los días, nada especial, ni aprovechando que tienes unos días libres para hacer una escapada, estás que te tiras de los pelos, desesperada, terminas saliendo a los sitios de siempre, haciendo grandes gastos para compensar el aburrimiento (otro día hablaré de la relación directamente proporcional entre el espíritu de celebración/fiesta/alegría y el gasto económico. Yo no creo que la gente salga a comprar cuando está deprimida. En realidad va cuando está feliz. Expresamos nuestra alegría gastando. Da igual: ropa, comida, electrodomésticos... cualquier cosa que se nos ponga a tiro). Total, gastando más de lo que hubieras gastado de viaje y al menos ¡¡habrías hecho algo distinto!! Y empiezas a ver sólo los aspectos positivos de tus viajes anteriores, las instantáneas de todos los selfies de la red, con sus sentimientos agregados, extrapolados. Porque la imaginación va más rápida y pone más aderezo que lo que luego ocurre en realidad.
Total que consigues terminar los días de asueto con más o menos los nervios bajo control y los niveles de aburrimiento disparados para llegar el lunes a tus "obligaciones" y que todos cuenten sus maravillosas vacaciones (siempre serán maravillosas a no ser que hayas pasado ese incierto límite en el que la balanza definitivamente cae hacia el lado negativo y puedes entonces no sólo reconocer que las vacaciones han sido un desastre, sino hasta bromear y exagerar sobre el tema (cosa que lo hará menos penoso)). Pero salvo esos casos extremos (que se dan cada mucho tiempo y en la misma persona no más de una vez seguida o será de inmediato tachada de gafe), por lo general la gente se lo ha pasado estupendamente, qué maravilla, genial - genial, hemos desconectado muchísimo y otras frases manidas.
Pero sí es verdad que se desconecta. Cuando estás en Egipto con 40 grados a la sombra, intentando que un taxista que habéis contratado (saltándote las recomendaciones del conserje del hotel para poder así tener un viaje más espontáneo y auténtico, redactando mentalmente la crónica que le harás a tus amigos cuando vuelvas) entienda en tu plano escrito en latino el sitio al que queréis ir, mientras dais vueltas por sitios sospechosos dudando de si no se entera u os está secuestrando, te digo yo que estás muy desconectado de tu fresquita oficina y el email cojonero del día que hará que tengas que ausentarte de tus deberes con las redes sociales e importantes asuntos personales durante una media hora para trabajar.
Seguro que ni te acuerdas. Por lo tanto, desconectar, sí, se desconecta.
Y todos estos factores: aburrimiento, cálculos mentales, hastío, spleen (llamaré así a esa intrínseca necesidad que tenemos de estar haciendo siempre algo "interesante" (¿para nosotros o de contar?), estar ocupados y divertidos) y comentarios de los demás a la vuelta, más la sensación de que no has cortado con la rutina, harán que desde el minuto uno de vuelta de tus vacaciones estés pensando y planificando las siguientes porque ¡¡ni de coña!! te piensas quedar otra vez en casa.
Hay que elegir: o aburrimiento o cansancio y la próxima vez tocará cansancio.
Y esto también produce mucha zozobra porque estás en el momento álgido de tu viaje y te planteas (sí, llega ese momento en el que te planteas) si todo está saliendo tan perfecto y maravilloso como debería. En realidad estás enfurruñada, has discutido, algo ha salido mal por no planificarlo (esa eterna duda: si planificas el viaje mal porque pareces una agencia y te pones objetivos que luego jode si no los puedes cumplir, pero si vas de espontánea, rara es la vez que terminas dando con el lugar con encanto que seguro que a la vuelta algún conocido te hace cojoneramente saber).
¿Y cómo no has comido ese plato típico? ¡¡Pero bueno...!!!
(Tampoco te amargues mucho, es una ley de Murphy que vivirás sí o sí a la vuelta).
Ese palo de los selfies condensa, es el símbolo de unos vacacioneros, vacíos, perdidos, deseosos de dar sentido y trascendencia a cada cosa que hacen, en la que invierten tiempo, ilusión y dinero. Qué como, dónde lo como, con quién lo como, cómo me lo como y mi cara de imbécil delante de cada una de esas cosas.
No lo entiendo.
Son fotos que nunca vuelves a ver.
No las haces para eso, ése es otro de los cambios que nos traen las tecnologías.
Las fotos ahora se hacen para alardear. Para que el desembolso de dinero, para que el esfuerzo valga la pena. Para poder presumir. Para pavonearte y demostrar tu poderío.
Pero eso será tema para otro artículo que bastante espesito ha quedado ya éste.
El veredicto es el siguiente:
La gente no sabe cómo divertirse. ¿Qué es divertirse, además?
Pongamos por ejemplo unas vacaciones cualquiera, un puente. No uno de obra que pasa sobre los ríos. No, todavía no hay que enumerar maneras de suicidarse. De momento vamos a ver maneras de divertirnos. Y el nivel de realidad y solazamiento que hay en cada una de ellas.
Empecemos por obviedades:
Uno se divierte normalmente cuando tiene tiempo libre.
Por lo tanto, trabajo y diversión no pueden coincidir. (Si coinciden por cualquier extraña razón, eres un freaky o tienes mucha suerte. Establecido esto por tácito consenso popular).
Por lo tanto hay que esforzarse en que los días vacacionales estén llenos de diversión.
Para eso programamos los minutos, ahorramos hasta el último céntimo sin salir fines de semana, discutimos con nuestros amigos o parejas, investigamos, se hacen planes, se organizan rutas turísticas, agenda de restaurantes, se hacen reservas con meses de antelación, se planifica al segundo cada uno de nuestros movimientos.
Porque no eres una persona normal a la par que triunfadora si no aprovechas, como hacen los demás, todo minutito del día libre que tengas saliendo disparado como toro recién sacado del redil a cualquier sitio, (y cualquiera es cualquiera), fuera de tu residencia habitual. Qué estrés.
¿Dónde os vais la próxima semana santa? Porque me imagino que aprovechareis para hacer una escapadita, ¿no?
Caras casi ofendidas de "¡¡faltaría más!!" y relato del destino elegido, el porqué, las ganas que se tienen y motivo de las mismas.
Aderezo del oyente que participa dando consejos, sitios a visitar y la impresión que le produjo cuando estuvo allí.
Porque si no te vas... Uy, si no te vas parece que, como poco, te han condenado a muerte, diagnosticado una enfermedad terminal o alguna otra tragedia de carácter irreversible.
¡Ah!, ¿no os vais? ¿y eso? (cara de extrañeza y drama: ojos muy abiertos, tic de absoluto pasmo, boca abierta, leve frunce de las cejas hacia el tercer ojo, estrujándolo para ver si de esta manera consiguen iluminarse y comprender por qué alguien en sus cabales no sale escopeteado en cuanto hay un día marcado en rojo en el calendario).
Pasan de inmediato de la alarma a la lástima y compasión. Si no te vas es porque desde luego pasa algo grave. Ya te irás en la próxima ocasión sin falta.
Así que tienes que tener una excusa y contar lo que a nadie en realidad le importa nada más que para comparar, lo "divertido" (tema de disertación) y exitoso de vuestras vidas. Porque ahora parece que la vida se mide (y su nivel de éxito social y personal) por lo bien y lejos que disfrutas de tus vacaciones. Por los planes apasionantes que haces.
Y en este texto debo remitir a "Viaje por y para la red". Y enlazado a esto tengo que añadir una imagen: un palo de selfie, con 4 tipos de estúpida sonrisa puestos frente a él con su expresión más divertida.
El caso es que tienes que justificar por qué no te vas y ya puedes preparar una buena excusa: puedes ir de dar lástima y reconocer que este año "viene un poco ajustadillo"; puedes ir de pragmático y defender que te quedas por aquí porque quieres arreglar el jardín; también puedes, alegar al universal y onmipresente cansancio...
Porque claro, no vas a decir la verdad y soltar que no te vas de vacaciones porque te parece una pérdida de tiempo que te llena de zozobra y ansiedad, además de la sensación de estar siendo un hipócrita manteniendo una postura de impostado divertimento todo el tiempo.
Por aclararlo en una expresión: te sientes como esos americanos que viste en tus últimas vacaciones a los States que parecen tan cómplices y románticos en una cena de pareja con toda la parafernalia de rojos y velas necesaria, que parecen tan genuinamente divertidos cuando se bajan de la montaña rusa con unos sonoros alaridos: "yohha" "wooooao" con sacudir de cabeza y sonrisa amplia destapando esos dientes tan luminosos que casi te producen un desprendimiento de retina, tan eufóricos y hambrientos con sus hijos comiendo gigantescas patas de pavo del carrito de la esquina, o viendo el espectáculo de vaqueros, o en conciertos, etc. La simple observación te produce un escalofrío de vergüenza ajena y risilla alucinada hacia el fondo de tu estómago. (ojos muy abiertos y mirada hacia la izquierda se da por válida)
Pero la duda real que te asalta en tu fuero interno es: ¿realmente se divierten tanto como intentan demostrar? ¿O sólo están imitando expresiones (faciales y verbales) recopiladas de las películas que ven?
¿Qué fue antes? ¿La expresión de frenesí humana o la expresión de frenesí interpretada? (Hablo de películas y seres estadounidense. Importante acotar, pues no se ven ese tipo de expresiones en el cine allende esas fronteras).
Todos hemos tenido nuestro momento "emocionado de la vida" en el que de pequeños, jugando con los amigos, alguno ha soltado una de estas expresiones de "flipado". Sin embargo, rápidamente ataca la austera educación española encarnada en alguno de los mayores que corta el rollo diciéndote: no seas flipado, tronco, que no estamos en una película.
Y cuando intentas demostrar tu euforia con cuatro sobreactuaciones más, recibes los mismos comentarios y miradas. (¿pero el humano comienza por imitación, no?
¡¡es así como aprende!!) Por lo que finalmente los destierras de tu repertorio, cosa muy de agradecer o de lo contrario pasarías el resto de tu vida siendo un auténtico hortera
Así que como no puedes ser sincero o el del palo de selfie lo sacará y te dará con él en la cabeza. Y te apuntará con el mismo palo acusándote de raro, antisocial, deprimido... (o cualquier otra lindeza peyorativa), te subes al tren de los viajeros sin sentido y:
Empiezas a planificar meses antes de esos cuatro días libres, ajustas horarios, decides destino, te visualizas. Vas contando los minutos que faltan para esa esperada escapada. Prácticamente los días previos no vives. En primer lugar porque no tienes pasta (ya sea por el desfalco de la última escapadita o porque eres un previsor y estás ahorrando para la siguiente). Es un impass de tiempo en blanco. Sólo cuentas los días. Cuando toca trabajo, enfurruñado; cuando no toca, reprimido en las cuatro paredes de tu casa.
Al final, dos días antes saldrás alentado por las ganas y el olor que ya se aprecia a vacaciones. Irás a darlo todo, a dejarte buena parte de tus cuartos y a maltratar el cuerpo con unas copitas de más, de manera que comienzas el viaje cansado, con el bolsillo menos abultado. Pero da igual. Nada va a estropearte las tan preparadas vacaciones.
***
No sorprendemos a nadie afirmando que la mejor parte de los viajes es el previo y el post (de posterior y del que cuelgas en las redes). El viaje en sí es una mierda, un coñazo en el que te sientes ansioso y agotado. Deseoso de poder acumular todas las experiencias posibles para luego tener algo interesante que contar a los demás.
Y del durante, lo único que te interesa es la cantidad de likes que ha tenido el susodicho post con tu foto sonriéndole a un palo, al gadgetobrazo. Eso y la felicidad ante el espejismo de lo mucho que estás dándole en las narices a tu ex, a tus amigos, a todos aquellos que te provocan con sus aclamadas fotos.
El viaje en sí es un planificar o no planificar nada para ir de espontáneo.
A mí por ejemplo me gusta irme a 300 km para beber en los bares más pintorescos que haya en la ciudad. Ver a sus gentes, sus costumbres, comida, por supuesto bebida, qué se puede hacer luego. No digo yo que no esté lleno de absurdo pero me divierte, o me divertía porque ahora tengo unas resacas y sentimientos de culpa tan terribles que me corto muy mucho de hacerlo. Y porque también tengo a mi pepito grillo particular que me pregunta pesado y cabezón que para qué me gasto dinero en un viaje si voy a hacer lo mismo que podía estar haciendo en mi ciudad.
Y por supuesto que no es lo mismo porque ves ambientes nuevos, pero por no discutir coges y te vas a ver esa fuente que se supone que es preciosa. Madrugas y te pones en marcha, con la mente ya puesta en la recompensa, es decir, la hora de la comida. Pero primero te lo tienes que ganar, porque no disfrutarás de ese festín regado con un buen vino y precedido por la refrescante cerveza si no te lo has ganado.
Somos como niños esperando su premio. Currándonoslo.
Entonces te pones un objetivo turístico a conquistar. Ya sea subir una montaña, ver un monumento (o varios), un museo, una zona de la ciudad, etc. Las pasas putas para llegar (o no, y si es que no y terminas demasiado pronto, te pones otro objetivo porque de lo que se trata es de pasarlo lo suficientemente mal como para que puedas disfrutar realmente del descanso).
Finalmente, llegas ante el alabado objetivo turístico y.... te embarga una sensación de vacío. ¿Esto es todo? ¿Y ahora qué? Lo ves, lo vuelves a mirar, aja...qué maravilla, muy bonito, sí.
Entonces es cuando crees que ya que has llegado hasta ahí, el esfuerzo adquiere más significado, más trascendencia, si lo puedes compartir. Si puedes llenar el vacío que sientes. O más que llenar, sustituir por unos sentimientos distintos. Tampoco de plenitud pero más agradables. Si puedes por ejemplo hacer partícipes a todos tus contactos en las redes de lo maravillosamente bien que lo estás pasando.
Así parece tener algo más de sentido la experiencia.
Y es ahí cuando aparece nuestro querido palo de selfie. Y su uso indiscriminado
Porque sin él, muchas cosas te habrías evitado. Ese madrugón, ese pateo, ese perderse con hambre, ese discutir, ese cansancio, esas ganas de hacer una paradita antes de media mañana para tomar una cerveza, ese reprimirse porque aún no te lo has ganado.
Y al final para llegar hasta allí y ver....que sí que está muy bien pero... Te lo podrías haber evitado, vamos, que te hubieras muerto muy feliz y no habrías sentido que te faltara nada.
Entonces, ¿te quedas en casa las próximas vacaciones? Pues puede ser que sí, pero las siguientes saldrás escupido al primer destino que se te cruce porque el humano, ah, ese ser tan contradictorio, complicado e infantil...
Pues resulta que el humano, cuando se queda en casa en vacaciones, los dos primeros días muy bien y al que hace tres... estás que te tiras por un balcón (o por el puente del que antes hablábamos, ese que a priori parecía tener poco que ver con nuestro tema y al final va a resultar ser el gran protagonista, saltar o no saltar, ése es el dilema, y con él siempre a la vista)
Aburrida, desesperada, diciéndote que estás haciendo lo que haces todos los días, nada especial, ni aprovechando que tienes unos días libres para hacer una escapada, estás que te tiras de los pelos, desesperada, terminas saliendo a los sitios de siempre, haciendo grandes gastos para compensar el aburrimiento (otro día hablaré de la relación directamente proporcional entre el espíritu de celebración/fiesta/alegría y el gasto económico. Yo no creo que la gente salga a comprar cuando está deprimida. En realidad va cuando está feliz. Expresamos nuestra alegría gastando. Da igual: ropa, comida, electrodomésticos... cualquier cosa que se nos ponga a tiro). Total, gastando más de lo que hubieras gastado de viaje y al menos ¡¡habrías hecho algo distinto!! Y empiezas a ver sólo los aspectos positivos de tus viajes anteriores, las instantáneas de todos los selfies de la red, con sus sentimientos agregados, extrapolados. Porque la imaginación va más rápida y pone más aderezo que lo que luego ocurre en realidad.
Total que consigues terminar los días de asueto con más o menos los nervios bajo control y los niveles de aburrimiento disparados para llegar el lunes a tus "obligaciones" y que todos cuenten sus maravillosas vacaciones (siempre serán maravillosas a no ser que hayas pasado ese incierto límite en el que la balanza definitivamente cae hacia el lado negativo y puedes entonces no sólo reconocer que las vacaciones han sido un desastre, sino hasta bromear y exagerar sobre el tema (cosa que lo hará menos penoso)). Pero salvo esos casos extremos (que se dan cada mucho tiempo y en la misma persona no más de una vez seguida o será de inmediato tachada de gafe), por lo general la gente se lo ha pasado estupendamente, qué maravilla, genial - genial, hemos desconectado muchísimo y otras frases manidas.
Pero sí es verdad que se desconecta. Cuando estás en Egipto con 40 grados a la sombra, intentando que un taxista que habéis contratado (saltándote las recomendaciones del conserje del hotel para poder así tener un viaje más espontáneo y auténtico, redactando mentalmente la crónica que le harás a tus amigos cuando vuelvas) entienda en tu plano escrito en latino el sitio al que queréis ir, mientras dais vueltas por sitios sospechosos dudando de si no se entera u os está secuestrando, te digo yo que estás muy desconectado de tu fresquita oficina y el email cojonero del día que hará que tengas que ausentarte de tus deberes con las redes sociales e importantes asuntos personales durante una media hora para trabajar.
Seguro que ni te acuerdas. Por lo tanto, desconectar, sí, se desconecta.
Y todos estos factores: aburrimiento, cálculos mentales, hastío, spleen (llamaré así a esa intrínseca necesidad que tenemos de estar haciendo siempre algo "interesante" (¿para nosotros o de contar?), estar ocupados y divertidos) y comentarios de los demás a la vuelta, más la sensación de que no has cortado con la rutina, harán que desde el minuto uno de vuelta de tus vacaciones estés pensando y planificando las siguientes porque ¡¡ni de coña!! te piensas quedar otra vez en casa.
Hay que elegir: o aburrimiento o cansancio y la próxima vez tocará cansancio.
Y esto también produce mucha zozobra porque estás en el momento álgido de tu viaje y te planteas (sí, llega ese momento en el que te planteas) si todo está saliendo tan perfecto y maravilloso como debería. En realidad estás enfurruñada, has discutido, algo ha salido mal por no planificarlo (esa eterna duda: si planificas el viaje mal porque pareces una agencia y te pones objetivos que luego jode si no los puedes cumplir, pero si vas de espontánea, rara es la vez que terminas dando con el lugar con encanto que seguro que a la vuelta algún conocido te hace cojoneramente saber).
¿Y cómo no has comido ese plato típico? ¡¡Pero bueno...!!!
(Tampoco te amargues mucho, es una ley de Murphy que vivirás sí o sí a la vuelta).
Ese palo de los selfies condensa, es el símbolo de unos vacacioneros, vacíos, perdidos, deseosos de dar sentido y trascendencia a cada cosa que hacen, en la que invierten tiempo, ilusión y dinero. Qué como, dónde lo como, con quién lo como, cómo me lo como y mi cara de imbécil delante de cada una de esas cosas.
No lo entiendo.
Son fotos que nunca vuelves a ver.
No las haces para eso, ése es otro de los cambios que nos traen las tecnologías.
Las fotos ahora se hacen para alardear. Para que el desembolso de dinero, para que el esfuerzo valga la pena. Para poder presumir. Para pavonearte y demostrar tu poderío.
Pero eso será tema para otro artículo que bastante espesito ha quedado ya éste.