ENERO 2016
Reflexiones
Miradas
Sonreí incómodo, paseando la vista por la habitación -la palmera en una maceta, la estatua de Buda de bronce-, mirando a todas partes menos a él.
-Oh...- Me rasqué la ceja, desvié la mirada
...él guardó silencio tanto tiempo que me sentí acorralado y empecé a devanarme los sesos buscando qué más decir.
El jilguero. Donna Tartt
Recuerdo de pequeña, o no tan pequeña, con 14-15 años, aquella vez que estaba con mi hermana en el aeropuerto matando el tiempo en una espera interminable. Decidimos entretenernos jugando a mantener la mirada a la gente, ser las últimas en apartar la vista, aguantarla hasta el final.
¡Qué aceleración del corazón! Qué nervios, qué osadía.
Pero nadie te va a decir nada ¿qué pueden decir? ¿"Deja de mirarme"? Tú mantienes la mirada del que te mira así que también puedes lanzarle la misma acusación.
Nada más molesto que una insistente, insolente mirada, que se resiste a abandonarte obedeciendo tácitos decoros. Nuestro jueguecito habría desatado iras y verguenzas en según qué países, en según qué culturas. ¡Mujeres aguantando la mirada a hombres! También algo se nos reveló en ese juego y con esa edad. Cierto poder femenino desconocido hasta entonces, tal vez intuido pero totalmente ajenas a su desmesurada magnitud, influencia: despertábamos vanidades.
Largas miradas que incomodaban a hombres, a mujeres.
Porque si alguien te mira así de insistente, según su aspecto te tomas en serio la mirada o no. Si no lo puedes clasificar de inmediato te inquietas.
Me explico: si en el metro alguien me mira obstinadamente rápidamente lo catalogo para poder seguir con la tranquilidad de mi vida:
- El viejo verde.
- La señora despistada.
- La curiosa.
- ¿Un tío bueno? Un engreído.
Hasta que topas con la mirada de alguien que te descoloca y te hace sentir insegura. Según los barrancos mentales de cada uno, suelen ser esas personas que secretamente admiramos (sí, a simple golpe de vista porque imaginamos por su aspecto una vida, unas características, que nos gustan. Y sí, insisto, a simple golpe de vista. Miles de pensamientos pasan por nuestra mente en un segundo, un parpadeo. Y tenemos una capacidad de clasificar que si nos expusieran a cámara lenta cada uno de los derrapes de nuestra mente, realmente alucinaríamos).
Y seamos sinceros, sí, encasillamos (por no usar la terrorífica palabra "juzgar"), y sí, más rápidamente de lo que tardamos en tomar una instantánea mental.
Que después recapacitamos y "borramos" esa primera imagen y damos las benévolas oportunidades de las que todos presumimos. Pues puede que también.
Pero nuestro cerebro de mamífero está diseñado para clasificar rápidamente todo lo que se le presenta para reaccionar más veloz aún, y eso es lo que hacemos.
Luego llega nuestra parte humana racional y entonces procuramos obviar, o compensar, tanto juicio (¡perdón!) apresurado.
Porque hay ocasiones que nos equivocamos. Aunque realmente esta técnica busca la supervivencia así que deberíamos hacerle más caso, pero también tenemos muchos prejuicios fruto de la educación, de nuestro ambiente, etc. y ahí ya se distorsionan esas primeras impresiones.
Vamos, una emboscada mental en la que no me quiero meter ahora mismo.
Volviendo a las miradas, si te las echa una persona que consideras "normal", te escama. ¿Llevaré la cremallera bajada?, ¿me habré ensuciado? ¿el pelo revuelto? Y tu inseguridad te lleva incluso a mirarte a ti misma, barrer tu cara con la mano en busca de una miga, un moco, un churrete, pasar los dedos entre el pelo, tantearte de arriba abajo.
Mirada lenta, pesada, intensa, aceleradora de partículas. Se puede dotar de peso, magnitud, a ciertos segundos que se vuelven más significativos y comunicativos que media hora de conversación, de vacía palabrería, de inútil cacareo.
Utilizas la mirada y tu mutismo para molestar a alguien, para darle a conocer tu opinión reprobatoria y sin palabras.
Como en el pasaje de El Jilguero, entras en una habitación y algo en la decoración te llama la atención por estrambótico, discordante, reconocidamente hortera o vulgar. Un buda, un cuadro, un simple souvenir... Pero es que la propietaria lo ha dejado a la vista aún a sabiendas de sus connotaciones y cualidades.
No se te escapa.
Pero le debe gustar por alguna razón: le recuerda a alguien, es un regalo de un ser querido (y con poco gusto), algo que se encontró, con un significado más allá del obvio y de sus cualidades estéticas, oculto para los demás.
Decide reafirmarse, ir contracorriente, defender sus afectos y provocar manteniéndolo en su despacho o salón... a la vista de todos.
Pero llegas tú y detienes tu mirada intencionadamente unos segundos de más en ese objeto y, acto seguido, le miras de manera furtiva apartando la mirada con clara expresión de desconcierto y de "espero que no te hayas dado cuenta de que este objeto me ha llamado la atención y ha añadido información sobre ti".
Mirada deliberada que lanzas para ridiculizar, incomodar y molestar.
Puedes añadir un matiz risueño y burlón a tu próxima mirada directa a sus ojos y detenerla unas milésimas de segundo como si estuvieras procesando la información, terminando de asimilar este nuevo y desconcertante dato.
El siguiente segundo es para hacerte la despistada, atolondrada y no volverle a mirar a los ojos ¿descolocada, decepcionada? y que deambule tu mirada por el cuarto haciéndole sentir incómodo, con necesidad de explicar qué diablos significa ese objeto ahí y qué tiene que ver con él.
-Oh...- Me rasqué la ceja, desvié la mirada
...él guardó silencio tanto tiempo que me sentí acorralado y empecé a devanarme los sesos buscando qué más decir.
El jilguero. Donna Tartt
Recuerdo de pequeña, o no tan pequeña, con 14-15 años, aquella vez que estaba con mi hermana en el aeropuerto matando el tiempo en una espera interminable. Decidimos entretenernos jugando a mantener la mirada a la gente, ser las últimas en apartar la vista, aguantarla hasta el final.
¡Qué aceleración del corazón! Qué nervios, qué osadía.
Pero nadie te va a decir nada ¿qué pueden decir? ¿"Deja de mirarme"? Tú mantienes la mirada del que te mira así que también puedes lanzarle la misma acusación.
Nada más molesto que una insistente, insolente mirada, que se resiste a abandonarte obedeciendo tácitos decoros. Nuestro jueguecito habría desatado iras y verguenzas en según qué países, en según qué culturas. ¡Mujeres aguantando la mirada a hombres! También algo se nos reveló en ese juego y con esa edad. Cierto poder femenino desconocido hasta entonces, tal vez intuido pero totalmente ajenas a su desmesurada magnitud, influencia: despertábamos vanidades.
Largas miradas que incomodaban a hombres, a mujeres.
Porque si alguien te mira así de insistente, según su aspecto te tomas en serio la mirada o no. Si no lo puedes clasificar de inmediato te inquietas.
Me explico: si en el metro alguien me mira obstinadamente rápidamente lo catalogo para poder seguir con la tranquilidad de mi vida:
- El viejo verde.
- La señora despistada.
- La curiosa.
- ¿Un tío bueno? Un engreído.
Hasta que topas con la mirada de alguien que te descoloca y te hace sentir insegura. Según los barrancos mentales de cada uno, suelen ser esas personas que secretamente admiramos (sí, a simple golpe de vista porque imaginamos por su aspecto una vida, unas características, que nos gustan. Y sí, insisto, a simple golpe de vista. Miles de pensamientos pasan por nuestra mente en un segundo, un parpadeo. Y tenemos una capacidad de clasificar que si nos expusieran a cámara lenta cada uno de los derrapes de nuestra mente, realmente alucinaríamos).
Y seamos sinceros, sí, encasillamos (por no usar la terrorífica palabra "juzgar"), y sí, más rápidamente de lo que tardamos en tomar una instantánea mental.
Que después recapacitamos y "borramos" esa primera imagen y damos las benévolas oportunidades de las que todos presumimos. Pues puede que también.
Pero nuestro cerebro de mamífero está diseñado para clasificar rápidamente todo lo que se le presenta para reaccionar más veloz aún, y eso es lo que hacemos.
Luego llega nuestra parte humana racional y entonces procuramos obviar, o compensar, tanto juicio (¡perdón!) apresurado.
Porque hay ocasiones que nos equivocamos. Aunque realmente esta técnica busca la supervivencia así que deberíamos hacerle más caso, pero también tenemos muchos prejuicios fruto de la educación, de nuestro ambiente, etc. y ahí ya se distorsionan esas primeras impresiones.
Vamos, una emboscada mental en la que no me quiero meter ahora mismo.
Volviendo a las miradas, si te las echa una persona que consideras "normal", te escama. ¿Llevaré la cremallera bajada?, ¿me habré ensuciado? ¿el pelo revuelto? Y tu inseguridad te lleva incluso a mirarte a ti misma, barrer tu cara con la mano en busca de una miga, un moco, un churrete, pasar los dedos entre el pelo, tantearte de arriba abajo.
Mirada lenta, pesada, intensa, aceleradora de partículas. Se puede dotar de peso, magnitud, a ciertos segundos que se vuelven más significativos y comunicativos que media hora de conversación, de vacía palabrería, de inútil cacareo.
Utilizas la mirada y tu mutismo para molestar a alguien, para darle a conocer tu opinión reprobatoria y sin palabras.
Como en el pasaje de El Jilguero, entras en una habitación y algo en la decoración te llama la atención por estrambótico, discordante, reconocidamente hortera o vulgar. Un buda, un cuadro, un simple souvenir... Pero es que la propietaria lo ha dejado a la vista aún a sabiendas de sus connotaciones y cualidades.
No se te escapa.
Pero le debe gustar por alguna razón: le recuerda a alguien, es un regalo de un ser querido (y con poco gusto), algo que se encontró, con un significado más allá del obvio y de sus cualidades estéticas, oculto para los demás.
Decide reafirmarse, ir contracorriente, defender sus afectos y provocar manteniéndolo en su despacho o salón... a la vista de todos.
Pero llegas tú y detienes tu mirada intencionadamente unos segundos de más en ese objeto y, acto seguido, le miras de manera furtiva apartando la mirada con clara expresión de desconcierto y de "espero que no te hayas dado cuenta de que este objeto me ha llamado la atención y ha añadido información sobre ti".
Mirada deliberada que lanzas para ridiculizar, incomodar y molestar.
Puedes añadir un matiz risueño y burlón a tu próxima mirada directa a sus ojos y detenerla unas milésimas de segundo como si estuvieras procesando la información, terminando de asimilar este nuevo y desconcertante dato.
El siguiente segundo es para hacerte la despistada, atolondrada y no volverle a mirar a los ojos ¿descolocada, decepcionada? y que deambule tu mirada por el cuarto haciéndole sentir incómodo, con necesidad de explicar qué diablos significa ese objeto ahí y qué tiene que ver con él.
Situations
...cuando alguien lleva la bragueta bajada, o el escote descolocado que casi se le ve un pezón o la falda dentro de la media dejando a la vista una masa informe tras la retorcida malla; Como el moco colgando de un pelo enhiesto de la nariz, la hebra de espinaca acomodada espléndida entre los incisivos o el pantalón bajo de tiro que revela un generoso escote trasero o la costura de las medias retorcidas y color carne o el borde de una colorida y floreada ropa interior.
Con la misma cara impasible de "espero que no se dé cuenta", es decir: sonriente y atenta, procurando fijar la mirada en un punto neutro que te permita centrarte en la conversación o, al menos (no vamos a pedir tanto), seguir el hilo lo suficiente para contestar una pregunta si es necesario, tu cabeza lucha con una serie de sensaciones:
- Sorpresa
- Ridículo.
- Vergüenza ajena.
- Agobio
- Compasión.
- Empatía.
Y tu cerebro luchando por poner orden a las siguientes preguntas que se solapan. Desde las obvias: "¿eso qué es?" , a las irrelevantes: "¿desde cuándo lleva eso ahí?"
¿Importa eso ahora?, lo importante es:
¿Se lo digo o no se lo digo? ¿Cómo se lo digo? ¿Se molestará?, ¿qué embarazoso, no? ¿tengo tanta confianza como para decírselo?
Al final decides armarte de valor, actuar como un adulto, quitarle importancia al tema y te lanzas a quedarte calladito y esperar que él mismo se dé cuenta o alguna otra alma cándida se lo diga.
Sí, porque decirle a tu jefe que tiene un moco, por mucho tacto que tengas, como que da mal rollo.
Es una información que nunca se agradece, sólo provoca momentos de confusión, desconcierto y estupor.
Encima viene el mosqueo, se sienten incómodos contigo, te dicen varias palabras vacías y se van ofendidos, ¡como si el moco se lo hubieras pegado tú!
No te extrañe que te eviten el resto de la velada.
O te acusan: ¿cómo no me has avisado antes?
Y es cierto que posiblemente, hasta que has puesto orden a las distintas preguntas (útiles o no) de tu alterado cerebro, hayan pasado más de 15 minutos.
¿Has estado todo este rato sin decirme nada?
Y créeme que no, estaba luchando para deshacerme rápidamente de nuestra conversación y pasarle la patata caliente a otro antes de que fuera demasiado tarde y ese otro (sin duda con más confianza contigo) nos interrumpa y te mire bizco y horrorizado deteniéndose en seco y diciendo, pañuelo en mano: "toma, date en la nariz", dejándome a mí en el desagradable papel de graciosa hija de puta (porque enseguida decidirás que me he estado riendo de ti) y me harás culpable del ridículo cuando, perdona, la causa hay que buscarla en tu hurgar acelerado mientras salías del coche (sin cerciorarte en el retrovisor), tu fluidez nasal o la poca precisión con el pañuelo encargado de recoger al fugitivo.
Además, esas veces en las que te decides a hablar muy metida en tu papel de adulta y buena persona y con el equitativo y poco respetado "hacer lo que me gustaría que me hicieran a mí", no dan siempre como resultado un rápido y certero restregón con el índice e inalterable conversación.
No.
Normalmente, tiras de discreción y dices:
"Date aquí", y señalas en tu cara la zona en crisis.
Con suerte capta a la primera lo que quieres decir.
Pero seamos realistas, esto nunca ocurre.
Normalmente te contestará: "¿Qué?".
¿Qué?, es una pregunta que sólo requiere que repitas palabra por palabra lo que acabas de decir. No hace falta que añadas nada más, no requiere aclaraciones adicionales, pero tú, entre los nervios y las ganas de acabar cuanto antes con el asunto, en vez de limitarte a repetir como un robot: "Date aquí", pues lo adornas: "date aquí que tienes "algo"".
Y añades tu más convincente cara de extrañada. Sí, ¿tal vez un velocirraptor?
El otro ya sabiendo perfectamente (tu cara de haber visto un velocirraptor está clarísima) de qué se trata, quiere no darse por enterado e insiste: "¿Algo?, ¿el qué?". (Pobrecillo, reconocer que tiene un moco, imaginar cómo será de grande, color y textura, desde cuándo y tener que repasar las personas que le han visto con él pegado a la nariz, provoca estos cortocircuitos. Nuestros cerebros tienen un límite).
Mientras una mano insistentemente veloz aletea barriendo ampliamente el radio alrededor del punto concreto que tan delicadamente habías señalado, en clara muestra de que sospecha acertadamente de qué se puede tratar.
No te digo nada si encima está pegado a conciencia y no consigue quitarlo mientras pregunta desquiciadamente: "¿ya?, ¿ya?".
Y tú: "No, date un poco más, más a la derecha...".
Deseando que el suelo se abra bajo tus pies.
Con la misma cara impasible de "espero que no se dé cuenta", es decir: sonriente y atenta, procurando fijar la mirada en un punto neutro que te permita centrarte en la conversación o, al menos (no vamos a pedir tanto), seguir el hilo lo suficiente para contestar una pregunta si es necesario, tu cabeza lucha con una serie de sensaciones:
- Sorpresa
- Ridículo.
- Vergüenza ajena.
- Agobio
- Compasión.
- Empatía.
Y tu cerebro luchando por poner orden a las siguientes preguntas que se solapan. Desde las obvias: "¿eso qué es?" , a las irrelevantes: "¿desde cuándo lleva eso ahí?"
¿Importa eso ahora?, lo importante es:
¿Se lo digo o no se lo digo? ¿Cómo se lo digo? ¿Se molestará?, ¿qué embarazoso, no? ¿tengo tanta confianza como para decírselo?
Al final decides armarte de valor, actuar como un adulto, quitarle importancia al tema y te lanzas a quedarte calladito y esperar que él mismo se dé cuenta o alguna otra alma cándida se lo diga.
Sí, porque decirle a tu jefe que tiene un moco, por mucho tacto que tengas, como que da mal rollo.
Es una información que nunca se agradece, sólo provoca momentos de confusión, desconcierto y estupor.
Encima viene el mosqueo, se sienten incómodos contigo, te dicen varias palabras vacías y se van ofendidos, ¡como si el moco se lo hubieras pegado tú!
No te extrañe que te eviten el resto de la velada.
O te acusan: ¿cómo no me has avisado antes?
Y es cierto que posiblemente, hasta que has puesto orden a las distintas preguntas (útiles o no) de tu alterado cerebro, hayan pasado más de 15 minutos.
¿Has estado todo este rato sin decirme nada?
Y créeme que no, estaba luchando para deshacerme rápidamente de nuestra conversación y pasarle la patata caliente a otro antes de que fuera demasiado tarde y ese otro (sin duda con más confianza contigo) nos interrumpa y te mire bizco y horrorizado deteniéndose en seco y diciendo, pañuelo en mano: "toma, date en la nariz", dejándome a mí en el desagradable papel de graciosa hija de puta (porque enseguida decidirás que me he estado riendo de ti) y me harás culpable del ridículo cuando, perdona, la causa hay que buscarla en tu hurgar acelerado mientras salías del coche (sin cerciorarte en el retrovisor), tu fluidez nasal o la poca precisión con el pañuelo encargado de recoger al fugitivo.
Además, esas veces en las que te decides a hablar muy metida en tu papel de adulta y buena persona y con el equitativo y poco respetado "hacer lo que me gustaría que me hicieran a mí", no dan siempre como resultado un rápido y certero restregón con el índice e inalterable conversación.
No.
Normalmente, tiras de discreción y dices:
"Date aquí", y señalas en tu cara la zona en crisis.
Con suerte capta a la primera lo que quieres decir.
Pero seamos realistas, esto nunca ocurre.
Normalmente te contestará: "¿Qué?".
¿Qué?, es una pregunta que sólo requiere que repitas palabra por palabra lo que acabas de decir. No hace falta que añadas nada más, no requiere aclaraciones adicionales, pero tú, entre los nervios y las ganas de acabar cuanto antes con el asunto, en vez de limitarte a repetir como un robot: "Date aquí", pues lo adornas: "date aquí que tienes "algo"".
Y añades tu más convincente cara de extrañada. Sí, ¿tal vez un velocirraptor?
El otro ya sabiendo perfectamente (tu cara de haber visto un velocirraptor está clarísima) de qué se trata, quiere no darse por enterado e insiste: "¿Algo?, ¿el qué?". (Pobrecillo, reconocer que tiene un moco, imaginar cómo será de grande, color y textura, desde cuándo y tener que repasar las personas que le han visto con él pegado a la nariz, provoca estos cortocircuitos. Nuestros cerebros tienen un límite).
Mientras una mano insistentemente veloz aletea barriendo ampliamente el radio alrededor del punto concreto que tan delicadamente habías señalado, en clara muestra de que sospecha acertadamente de qué se puede tratar.
No te digo nada si encima está pegado a conciencia y no consigue quitarlo mientras pregunta desquiciadamente: "¿ya?, ¿ya?".
Y tú: "No, date un poco más, más a la derecha...".
Deseando que el suelo se abra bajo tus pies.
En medio de la tormenta
De repente, una incongruencia en el campo.
Una mala noticia, respondes con el cabreo correspondiente y sigues como si nada.
Pero hay otra cosita que sale peor de lo esperado, y otra que se ha decantado por la parte negativa también, y eso que había opciones.
Y los electrodomésticos empiezan a fallar, todo lo que puede estropearse se estropea. Todo sale mal. Y notas que hay algo en el ambiente, en el aire, como una carga eléctrica distinta, como un conjunto de fuerzas tensándose, reubicándose y te ha pillado en medio de su influencia.
Miras al cielo con cara inocente, deseando que pase el "chaparrón" cuanto antes. Esperando que corran las horas y cambie el ciclo, ese huracán de acontecimientos y todo vuelva a ser como antes.
Porque sientes que hay algo revuelto a tu alrededor. Llámalo energía, karma, mala racha o como quieras. No suele durar más de un día, notas como descargas eléctricas agitándose sobre ti.
Y estás tensa, cansada, nerviosa.
Algo sucede, algo que tus ojos no pueden ver.
En estos momentos suele haber buenas noticias relacionadas con aspectos orgánicos y brutales de la vida. Tipo nacimientos, pero también muertes, no de gente cercana sino alguien conocido, alguien famoso al que tenías asociado ciertas cualidades muy concretas.
Hechos arrolladores que te asustan acompañan a estos momentos de temblor.
Como un terremoto, se sacude toda tu existencia, todas tus células. Algo te remueve.
Churning...
Y es aquí, reunido en la playa con extraños, donde las voces empiezan a tener un deje a metal, donde cada palabra es una palmada brusca, y la luz, aunque tan clara como antes, ya no puede iluminar tanto, donde Slothrop experimenta un reflejo puritano que lo incita a buscar otro orden de cosas más allá de lo visible, eso que también se conoce como paranoia, algo que está filtrándosele. Pálidas líneas de fuerza zumban en el aire marino..., pactos jurados que han permanecido ocultos desde que se establecieron, en virtud de los cuales ciertos planes recaen ahora sobre él, se muestran como una insinuación, y no totalmente por un accidente atribuíble a la guerra. Qué va... A ese cangrejo no se lo "encontraron"... ni el pulpo ni la muchacha fueron casuales. La estructura y el detalle aparecerán después, pero siente al instante, en su corazón, la connivencia que lo rodea.
El arco iris de realidad.
Thomas Pynchon
Una mala noticia, respondes con el cabreo correspondiente y sigues como si nada.
Pero hay otra cosita que sale peor de lo esperado, y otra que se ha decantado por la parte negativa también, y eso que había opciones.
Y los electrodomésticos empiezan a fallar, todo lo que puede estropearse se estropea. Todo sale mal. Y notas que hay algo en el ambiente, en el aire, como una carga eléctrica distinta, como un conjunto de fuerzas tensándose, reubicándose y te ha pillado en medio de su influencia.
Miras al cielo con cara inocente, deseando que pase el "chaparrón" cuanto antes. Esperando que corran las horas y cambie el ciclo, ese huracán de acontecimientos y todo vuelva a ser como antes.
Porque sientes que hay algo revuelto a tu alrededor. Llámalo energía, karma, mala racha o como quieras. No suele durar más de un día, notas como descargas eléctricas agitándose sobre ti.
Y estás tensa, cansada, nerviosa.
Algo sucede, algo que tus ojos no pueden ver.
En estos momentos suele haber buenas noticias relacionadas con aspectos orgánicos y brutales de la vida. Tipo nacimientos, pero también muertes, no de gente cercana sino alguien conocido, alguien famoso al que tenías asociado ciertas cualidades muy concretas.
Hechos arrolladores que te asustan acompañan a estos momentos de temblor.
Como un terremoto, se sacude toda tu existencia, todas tus células. Algo te remueve.
Churning...
Y es aquí, reunido en la playa con extraños, donde las voces empiezan a tener un deje a metal, donde cada palabra es una palmada brusca, y la luz, aunque tan clara como antes, ya no puede iluminar tanto, donde Slothrop experimenta un reflejo puritano que lo incita a buscar otro orden de cosas más allá de lo visible, eso que también se conoce como paranoia, algo que está filtrándosele. Pálidas líneas de fuerza zumban en el aire marino..., pactos jurados que han permanecido ocultos desde que se establecieron, en virtud de los cuales ciertos planes recaen ahora sobre él, se muestran como una insinuación, y no totalmente por un accidente atribuíble a la guerra. Qué va... A ese cangrejo no se lo "encontraron"... ni el pulpo ni la muchacha fueron casuales. La estructura y el detalle aparecerán después, pero siente al instante, en su corazón, la connivencia que lo rodea.
El arco iris de realidad.
Thomas Pynchon
En bragas
Ves en un minuto, en una rapidísima sucesión de horas, como lo construido durante años de insomnios, penalidades y dolores de cabeza, minuto a minuto, sudándolo, respirándolo, pensándolo, cambiando detalles, analizando, sopesando, investigando, comparando, decidiendo, eligiendo, pagando, pasando el tiempo, luchando, defendiendo. Te ha costado lágrimas, has arrasado personas, lugares, has decepcionado y has suplicado. Te has engañado. Has insistido, obcecado, destruido.
Todos esos pequeños procesos mentales, todos esos actos manifiestos, decisiones para construir tu vida actual, para vivir en lo que tienes, con esa imagen cuyas piezas te has currado a base de objetos, a base de ideas, a base de mentiras también. Bien construidas y defendidas, aderezadas y justificadas.
Ves en varios segundos cómo todo se va directamente a la mierda.
Como te quedas en bragas.
Así, literalmente.
Prácticamente desnuda.
Porque no es sólo que lo que creías que era tu vida inamovible, incuestionable, inmutable, dentro de unos márgenes lógicos, se haya derrumbado totalmente.
Además de esa desesperación hay que sumarle la vergüenza.
El latigazo personal por haber creído en lo que ahora no son más que cenizas. Y como con unas gafas distintas, ves la realidad totalmente diferente.
Todo lo que era tu vida hasta hace un día, te parece una farsa. De todo lo que parecía tan asentado ahora se ven los débiles cimientos, ¡eran palillos! ¡jirones de sueño!, ¿cómo podía estar tan engañada?
Toda tu vida un absurdo, como una tejida y frágil red de autoengaños.
Todo una mentira.
¡¡En un instante!!
¿Cómo pude llegar a creer que esto duraría? ¿cómo tuve la ilusión de que podría? ¿cómo no veía que nada tenía sentido? Que eran pegotes ensamblados sin ton ni son, sin una coherencia.
Pero todo es coherente mientras funciona.
Cuando se rompe y hay que destripar para encontrar la avería es cuando compruebas lo frágil que era todo.
¿Cómo pude engañarme?
Pues para no tener que enfrentarte a lo que ves ahora.
Normalmente "e la machina va"... y nos dejamos llevar por su inercia.
Un día se para, y será un mal día, pero su anterior movimiento nos seguirá trasladando en olas que nos arrastran. Y encantadas con ese balancear.
Y la macchina sigue... ¿Hasta cuándo?
Y la macchina pega sustos que hacen que te aferres más a tus cuatro pilares pillados de dios sabe dónde y cuándo, con pinzas.
Esperando la hostia
Estoy esperando la hostia. Sí, soy consciente de que ni siquiera sé por dónde me va a venir.
Toda esta euforia, ilusión y ganas.
Estoy esperando que venga el varapalo en cualquier momento.
Ir desinflándome, decepcionándome poco a poco. Perdiendo las fuerzas, la autoestima, hundiéndome en el pantano de mi recriminación.
Cada vez más profundo.
Esperando que los hechos me bajen de la nube de un hostiazo tremendo. Y empezar con mis susurros sarcásticos a cualquier hora del día, ridiculizando todas mis ilusiones, mis planes, mis expectativas.
Sí, sé que ese momento va a llegar.
Lo estoy esperando con toda mi amalgama filosofica-autoayuda-coach de moda.
Aprenderé más de esa experiencia que si funciona esto que estoy luchando, si me sale bien.
He aprendido con muchos palos. De hecho, sólo a base de palos.
Cuando estoy feliz me relajo. Como todos, ¿no?
Y lo que más temo cuando venga la decepción es a mí misma, a mi reacción, a mis críticas despiadadas.
Incansable y agotadora.
Toda esta euforia, ilusión y ganas.
Estoy esperando que venga el varapalo en cualquier momento.
Ir desinflándome, decepcionándome poco a poco. Perdiendo las fuerzas, la autoestima, hundiéndome en el pantano de mi recriminación.
Cada vez más profundo.
Esperando que los hechos me bajen de la nube de un hostiazo tremendo. Y empezar con mis susurros sarcásticos a cualquier hora del día, ridiculizando todas mis ilusiones, mis planes, mis expectativas.
Sí, sé que ese momento va a llegar.
Lo estoy esperando con toda mi amalgama filosofica-autoayuda-coach de moda.
Aprenderé más de esa experiencia que si funciona esto que estoy luchando, si me sale bien.
He aprendido con muchos palos. De hecho, sólo a base de palos.
Cuando estoy feliz me relajo. Como todos, ¿no?
Y lo que más temo cuando venga la decepción es a mí misma, a mi reacción, a mis críticas despiadadas.
Incansable y agotadora.