MAYO 2016
Edito
Ride or die.
Nos habíamos adentrado mucho en la jungla. Llegamos a un tramo de escalera. Unos escalones de piedra, cubiertos de enredaderas, hongos y siglos de decadencia. Los demás subieron hasta la cumbre, pero yo no pude. Fue lo mismo que me sucedió aquel día en el bosque de pinos (...). Sentí que un silencio me estaba esperando allí, en lo alto. A ellos no; sólo a mí... Era un silencio personal.
(El Arco Iris de Realidad. Thomas Pynchon).
Date la vuelta y plántale cara al miedo.
Vete derechita y directa hacia él.
Puedes incluir un desgarrador grito de guerra y una carrera tipo torpedo con la cabeza por delante.
Sí, eso es, tírate de cabeza.
Sumérgete y cabalga.
El miedo es nuestra principal arma de supervivencia, sí, pero también nos vuelve comodones, buscando siempre la inactividad, inmovilidad, ningún cambio.
Es difícil detectarlo. Reconocemos antes cualquier otra sensación, incluso le cambiamos el nombre, cuando en realidad es miedo, o enraiza en él.
Hay que identificarlo y enfrentarse a él.
Porque el miedo no se vence, se atraviesa.
Tienes que vivirlo; no sigas huyendo, postponiendo.
No lo evites.
Ve a su encuentro.
A ver, tampoco se trata de ser temeraria.
Ni se trata de ser una descerebrada. Parte difícil del proceso es identificar a qué le tienes miedo, qué es lo que te hace temblar íntimamente aunque lo disfraces con otros sentimientos que lo ocultan incluso ante ti.
Hay miedo tras esa tristeza.
Hay miedo tras la agresividad.
Así que localízalo y cabálgalo.
No vas a estar toda la vida cargando con su peso, cada vez más voluminoso y profundizando en su base.
Deja que se transforme, trabájalo, que se moldee, que te enseñe, interactúa con él.
Atraviésalo.
Disuélvete en él. Y observa qué subyace en sus más profundas raíces, qué esconden las volutas de sus molduras y giros.
Puedes traspasarlo, como en medio de un huracán de arena en el que no ves el final, como bajo la tormenta de rayos superpuestos, tras las bolas de hielo golpeando el frágil caparazón.
Más despacio, más precavido, atraviésalo.
Sin descanso, sin tregua, conquístalo.
No te rindas, ve a por ello.
Y sobretodo, lánzate sin expectativas, sin ganas de controlar, de prever el proceso ni imaginarte el camino.
Ve con tus mejores armas y no te anticipes a nada.
Y tu mejor arma a menudo puede ser una sonrisa.
Una sonrisa y toda tu impasibilidad.
No, no te aferres.
Evitar ideas preconcebidas permite que no te rindas ante la dificultad, que no te confíes si al principio resulta fácil. Las cosas cambian cada segundo. A favor o en contra. Lo que parece un golpe de suerte se puede volver contra las circunstancias, contra ti, tampoco te fíes de la mala suerte, quizá viene con un regalo.
No supongas lo duro que puede ser.
Simplemente, estás ahí y caminas.
Y no te entretienes, y mantienes el foco.
"Simplemente", sigues ahí y caminas.
Y puede que no llegues a la meta (seguro que no hay meta tal como la figuras) porque son procesos que no tienen principio ni final, simplemente se (y te) transforman. Y te encuentras que todo ha girado a un ángulo distinto desde donde se vislumbra otra realidad. Es el proceso de quitarle capas a una cebolla, cada vez estás más desnuda, cada vez estás más cerca del núcleo. ¿He cambiado yo o ha cambiado el problema?
El problema siempre está en tus ojos, puedes considerarlo una oportunidad. Los problemas nos vuelven creativos, auto-exigentes, sacan lo mejor de cada uno. (Aunque demasiados, también sacan lo peor).
Y en ocasiones ni siquiera existe o no tiene nada que ver con lo que habías supuesto.
Así que deja las especulaciones y los escondites.
Este mes de mayo: cabalga o muere.
Tal cual.
No queda otra. Así que cabalga y cabalga.
Mantén el equilibrio.
Ya sabes: Go big or go home!!
And I ain't going home
Nos habíamos adentrado mucho en la jungla. Llegamos a un tramo de escalera. Unos escalones de piedra, cubiertos de enredaderas, hongos y siglos de decadencia. Los demás subieron hasta la cumbre, pero yo no pude. Fue lo mismo que me sucedió aquel día en el bosque de pinos (...). Sentí que un silencio me estaba esperando allí, en lo alto. A ellos no; sólo a mí... Era un silencio personal.
(El Arco Iris de Realidad. Thomas Pynchon).
Date la vuelta y plántale cara al miedo.
Vete derechita y directa hacia él.
Puedes incluir un desgarrador grito de guerra y una carrera tipo torpedo con la cabeza por delante.
Sí, eso es, tírate de cabeza.
Sumérgete y cabalga.
El miedo es nuestra principal arma de supervivencia, sí, pero también nos vuelve comodones, buscando siempre la inactividad, inmovilidad, ningún cambio.
Es difícil detectarlo. Reconocemos antes cualquier otra sensación, incluso le cambiamos el nombre, cuando en realidad es miedo, o enraiza en él.
Hay que identificarlo y enfrentarse a él.
Porque el miedo no se vence, se atraviesa.
Tienes que vivirlo; no sigas huyendo, postponiendo.
No lo evites.
Ve a su encuentro.
A ver, tampoco se trata de ser temeraria.
Ni se trata de ser una descerebrada. Parte difícil del proceso es identificar a qué le tienes miedo, qué es lo que te hace temblar íntimamente aunque lo disfraces con otros sentimientos que lo ocultan incluso ante ti.
Hay miedo tras esa tristeza.
Hay miedo tras la agresividad.
Así que localízalo y cabálgalo.
No vas a estar toda la vida cargando con su peso, cada vez más voluminoso y profundizando en su base.
Deja que se transforme, trabájalo, que se moldee, que te enseñe, interactúa con él.
Atraviésalo.
Disuélvete en él. Y observa qué subyace en sus más profundas raíces, qué esconden las volutas de sus molduras y giros.
Puedes traspasarlo, como en medio de un huracán de arena en el que no ves el final, como bajo la tormenta de rayos superpuestos, tras las bolas de hielo golpeando el frágil caparazón.
Más despacio, más precavido, atraviésalo.
Sin descanso, sin tregua, conquístalo.
No te rindas, ve a por ello.
Y sobretodo, lánzate sin expectativas, sin ganas de controlar, de prever el proceso ni imaginarte el camino.
Ve con tus mejores armas y no te anticipes a nada.
Y tu mejor arma a menudo puede ser una sonrisa.
Una sonrisa y toda tu impasibilidad.
No, no te aferres.
Evitar ideas preconcebidas permite que no te rindas ante la dificultad, que no te confíes si al principio resulta fácil. Las cosas cambian cada segundo. A favor o en contra. Lo que parece un golpe de suerte se puede volver contra las circunstancias, contra ti, tampoco te fíes de la mala suerte, quizá viene con un regalo.
No supongas lo duro que puede ser.
Simplemente, estás ahí y caminas.
Y no te entretienes, y mantienes el foco.
"Simplemente", sigues ahí y caminas.
Y puede que no llegues a la meta (seguro que no hay meta tal como la figuras) porque son procesos que no tienen principio ni final, simplemente se (y te) transforman. Y te encuentras que todo ha girado a un ángulo distinto desde donde se vislumbra otra realidad. Es el proceso de quitarle capas a una cebolla, cada vez estás más desnuda, cada vez estás más cerca del núcleo. ¿He cambiado yo o ha cambiado el problema?
El problema siempre está en tus ojos, puedes considerarlo una oportunidad. Los problemas nos vuelven creativos, auto-exigentes, sacan lo mejor de cada uno. (Aunque demasiados, también sacan lo peor).
Y en ocasiones ni siquiera existe o no tiene nada que ver con lo que habías supuesto.
Así que deja las especulaciones y los escondites.
Este mes de mayo: cabalga o muere.
Tal cual.
No queda otra. Así que cabalga y cabalga.
Mantén el equilibrio.
Ya sabes: Go big or go home!!
And I ain't going home
En mayo celebramos la vida y los desafíos que ésta nos pone, las vueltas de tuerca y sus laberintos que la hacen tan interesante mientras intentamos buscar la gloria de cada momento y el estado de calma en medio del caos.
Además ya viene el buen tiempo, ya está aquí.
Se enfrentan con más ganas las dudas y los temores si hay rayos de sol de por medio.
Como dice Caroline de Maigret:
Go to the theatre, museums and concerts as much as possible, it gives you a healthy glow!
Mayo trae la inspiración de fotos impregnadas de viajes, México, misticismo, canciones, mantras de yoga, cambios de piel, tips saludables, todo lo que nos dé ese healthy glow de una vida activa y movida, llena de energía.
Y animales salvajes, los que nos toque domar.
Mientras disfrutamos de la vida, de los momentos que nos conectan, de nuestras profundas reflexiones y de la eterna y mutante lucha interna.
Ésa que cambiará nuestra piel, que la curtirá llenándola de sabias grietas como la de un cocodrilo, como superficie de desierto cuarteado.
He estado en el infierno y he vuelto.
El infierno tiene mucho de infinito paraíso.
Me decido a hacer ese viaje, aunque me dé miedo, aunque esté sola.
Voy a buscar esa situación de pánico y voy a observarla y dejar que me suceda.
Voy a cabalgarla.
Somos el sueño de una sombra
Somos el instante eterno de las cosas
Y la mar, con su eterno azul
Se abre como una flor
Entre tu y yo
Somos un espacio en el tiempo, una puerta
Somos una hoja en el viento, una roca en el río
Y las olas me traen tu luz
Y poco a poco voy atravesando
Lo que me separa de ti
Sin pensar, solo estando aquí
Somos el sueño de una sombra
Mirabai Ceiba
Ya vuelven.
Ya llegan los luminosos días, noches, tacones, risas, charlas... Infinitas.
Dormir con la ventana abierta, desnuda, con un pie (ese termostato) fuera de las sábanas. Los brazos por encima de la cabeza, rodar por la cama sin temor, estirar las piernas todo lo ancho que podamos.
Y así, estiradas todo lo largas que somos, respirar profundo.
Abrir los balcones de un tirón nada más salir de la cama para oler el día, pasearte con la brisa efervescente y luminosa del amanecer, sentir el roce del verano, oír el bien orquestado canto de los pájaros, ducharte con todas las puertas abiertas, cantar a pleno pulmón.
La época de desnudarte hasta la médula y al tiempo que te sientes intimidado por tanta exposición (se pasa practicando un par de días), también te sientes libre.
Tiene un efecto endorfínico librarnos de las capas, de los tejidos, de la minuciosidad y meticulosidad de vestirnos, secarnos, abrigarnos bien.
El frío te tiene encogido y atrapado tras puertas que se cierran celosamente tras de ti para que no se escape el calor.
El frío te vuelve introvertido el sábado por la noche, acurrucado en el salón.
El frío te tiene apiñado en una esquina de la cama, sepultado bajo una montaña de mantas, con el jersey puesto y los brazos a cubierto.
Respiraciones cortas y medidas, calentando el aire que traspasa tu cuerpo.
El sol nos trae extremidades desmadejadas, laxas, extendidas, brazos estirados, largos suspiros bien profundos con la boca abierta.
El sol nos vuelve despreocupados, llenos de descuidos: el de no secarte bien las manos después de lavar un vaso, el descuido de mojarte los pies mientras riegas, de salir con el pelo chorreando de la ducha, de conducir con la ventanilla abierta.
Trae el descuido y la libertad de no estar pendiente de todos los pequeños detalles, de secar cada esquina de tu cuerpo, la paranoia obsesiva de que todo esté cerrado. Polvoriento y cerrado.
En verano lo mismo nos da, ¡¡que nos da lo mismo!!
Como canta José James: I don´t mind, I don´t mind, I dont mind...