ABRIL 2016
Edito
Learn one thing: one who does not recognize his weakness can never be strong. There is no way to progress and grow other than first find out the depth, the lowest point of you. Then you can start going towards the highest.
Yogui Bhajan.
Casi todos los editoriales son una especie de arengas, de manifiestos "aquí estoy yo", puedo con todo, ánimo, venga, palante, etc etc.
Y en abril me quedo con unas imágenes que giran en torno al papel cuya primera cualidad que me viene a la cabeza es fragilidad.
En abril propongo frenar y reflexionar sobre nuestra fragilidad, tan resistente, ese aspecto del que sale la más imbatible fuerza.
Porque todo es equilibrio, como un balancín, necesitas poner más peso hacia delante para que pueda elevarse el lado opuesto.
Sabiendo que el equilibrio no es una meta, sino un constante proceso.
El equilibrio es una delgada línea en la que intentas mantenerte durante toda tu vida, es un espacio por el que luchar. Constantemente. Como un funambulista, el equilibrio no es estático, mantenerlo implica una serie de micromovimientos, de contínuo balancear, estabilizarte constantemente, buscando eternamente la divina proporción. La divina proporción que te mantiene cuerdo en cierta cuerda.
No hay fuerza sin fragilidad.
Y dentro de la fragilidad se esconde una obstinada resistencia, o rebeldía, que se torna dureza.
Porque reconocer tu fragilidad te permite entender la de los demás.
No hay que avergonzarse por ser frágil. Claro que sí, la vida también a mí me vapulea, me desconcierta, me asusta y debilita.
Dar para recibir, cuando das le dices al exterior que estás preparado para recibir. Hasta ahora me he dedicado a recibir: débil y frágil.
Pero ahora que he recuperado mi fuerza, que he encontrado mi centro, ha llegado el momento de dar, de responder.
Porque es muy fácil acomodarse en el patrón de fragilidad, de incapacidad.
Se van creando vicios y ya no es algo temporal sino un rasgo de tu carácter.
Pero es que de esa antigua "debilidad" debes sacar renovada fuerza. No puedes ser esclava de tu debilidad. La debilidad se supera, no te domina.
La debilidad es puntual, debes utilizarla como un maestro.
Y las lecciones se aprenden.
Hay exámenes sorpresa, claro que sí, pero se dejan atrás, dejan de ser uno de los ejes de tu vida, y vienen otras nuevas más sofisticadas, o más sencillas, pero al mismo tiempo más difíciles de enfrentar.
Pero esa es la regla: que cambian.
Aunque también están las básicas, las que siempre te han acompañado. Pero debes distinguirlas y no acomodarte en ellas, no aprender a tolerarlas sino a buscar el equilibrio compensando con otras futuras (¡insospechadas!) cualidades.
Al principio creas un hábito y luego el hábito te crea a ti. (Yogui Bhajan).
Cantan Depeche Mode:
https://www.youtube.com/watch?v=vQfwJCzKLwQ
Precious and fragile things
Need special handling
My God what have we done to You?
We always try to share
The tenderest of care
Now look what we have put You through
Things get damaged
Things get broken
I thought we'd manage
But words left unspoken
Left us so brittle
There was so little left to give
Angels with silver wings
Shouldn't know suffering
I wish I could take the pain for you
If God has a master plan
That only He understands
I hope it's your eyes He's seeing through
Things get damaged
Things get broken
I thought we'd manage
But words left unspoken
Left us so brittle
There was so little left to give
I pray you learn to trust
Have faith in both of us
And keep room in your hearts for two
Things get damaged
Things get broken
I thought we'd manage
But words left unspoken
Left us so brittle
There was so little left to give
Yogui Bhajan.
Casi todos los editoriales son una especie de arengas, de manifiestos "aquí estoy yo", puedo con todo, ánimo, venga, palante, etc etc.
Y en abril me quedo con unas imágenes que giran en torno al papel cuya primera cualidad que me viene a la cabeza es fragilidad.
En abril propongo frenar y reflexionar sobre nuestra fragilidad, tan resistente, ese aspecto del que sale la más imbatible fuerza.
Porque todo es equilibrio, como un balancín, necesitas poner más peso hacia delante para que pueda elevarse el lado opuesto.
Sabiendo que el equilibrio no es una meta, sino un constante proceso.
El equilibrio es una delgada línea en la que intentas mantenerte durante toda tu vida, es un espacio por el que luchar. Constantemente. Como un funambulista, el equilibrio no es estático, mantenerlo implica una serie de micromovimientos, de contínuo balancear, estabilizarte constantemente, buscando eternamente la divina proporción. La divina proporción que te mantiene cuerdo en cierta cuerda.
No hay fuerza sin fragilidad.
Y dentro de la fragilidad se esconde una obstinada resistencia, o rebeldía, que se torna dureza.
Porque reconocer tu fragilidad te permite entender la de los demás.
No hay que avergonzarse por ser frágil. Claro que sí, la vida también a mí me vapulea, me desconcierta, me asusta y debilita.
Dar para recibir, cuando das le dices al exterior que estás preparado para recibir. Hasta ahora me he dedicado a recibir: débil y frágil.
Pero ahora que he recuperado mi fuerza, que he encontrado mi centro, ha llegado el momento de dar, de responder.
Porque es muy fácil acomodarse en el patrón de fragilidad, de incapacidad.
Se van creando vicios y ya no es algo temporal sino un rasgo de tu carácter.
Pero es que de esa antigua "debilidad" debes sacar renovada fuerza. No puedes ser esclava de tu debilidad. La debilidad se supera, no te domina.
La debilidad es puntual, debes utilizarla como un maestro.
Y las lecciones se aprenden.
Hay exámenes sorpresa, claro que sí, pero se dejan atrás, dejan de ser uno de los ejes de tu vida, y vienen otras nuevas más sofisticadas, o más sencillas, pero al mismo tiempo más difíciles de enfrentar.
Pero esa es la regla: que cambian.
Aunque también están las básicas, las que siempre te han acompañado. Pero debes distinguirlas y no acomodarte en ellas, no aprender a tolerarlas sino a buscar el equilibrio compensando con otras futuras (¡insospechadas!) cualidades.
Al principio creas un hábito y luego el hábito te crea a ti. (Yogui Bhajan).
Cantan Depeche Mode:
https://www.youtube.com/watch?v=vQfwJCzKLwQ
Precious and fragile things
Need special handling
My God what have we done to You?
We always try to share
The tenderest of care
Now look what we have put You through
Things get damaged
Things get broken
I thought we'd manage
But words left unspoken
Left us so brittle
There was so little left to give
Angels with silver wings
Shouldn't know suffering
I wish I could take the pain for you
If God has a master plan
That only He understands
I hope it's your eyes He's seeing through
Things get damaged
Things get broken
I thought we'd manage
But words left unspoken
Left us so brittle
There was so little left to give
I pray you learn to trust
Have faith in both of us
And keep room in your hearts for two
Things get damaged
Things get broken
I thought we'd manage
But words left unspoken
Left us so brittle
There was so little left to give
Este mes además encontrarás el resultado de mi último viaje a Tokyo. Hacía tiempo que no quedaba tan impresionada por una ciudad. Visualmente es un deleite contínuo: en diseño, arquitectura, el estilo de la gente, las tiendas, los pequeños pero frondosos jardines escondidos en cada esquina.
El orden, la limpieza y el equilibrio en todos sus espacios conseguido con pocos objetos y una visión apurada y estética.
Japón te alucina porque es realmente otro planeta. Y no por sus edificios futuristas, sus trenes veloces, las comunicaciones, luces, puentes, sacados de una película de ciencia ficción. No.
Tampoco por su mezcla de tradición y modernidad. No
Tokyo impacta porque todo es tranquilo, incluso en medio del barrio de Shinjuku, doblas una esquina y estás en medio de la calma. El país rezuma calma. Los barrios llenos de tiendas con sus intrusivos neones y músicas de altavoces, atravesados por riadas de adolescentes vestidos de colorines, estos barrios tienen a la vuelta de la esquina una calle tranquila, que te sorprende como una bofetada, con sus rincones llenos de frondosas macetas que suponen un descanso para la mente. Que literalmente te teletransporta, de un estado de la mente a otro.
Que pese a ser una de las ciudades más pobladas del planeta, todo está impoluto, apenas hay tráfico y sorprende un constante silencio. Un silencio que todo el tiempo permanece espiándote, como una invisible presencia sobre ti, impregnándolo todo. En la amabilidad distante de sus habitantes, en su infinita paciencia, el respeto, cierta reverencia.
Y una arquitectura pensada al cuadrado, cubos y más cubos, todos diferentes, todos geométricamente angulosos como si la ciudad guardara una secreta simetría.
Y que cada espacio, desde el más lujoso al más humilde, rezume pulcritud y ese secreto orden.
Pero al mismo tiempo, el olor constante a comida en las calles, la humedad sofocante del ambiente y sobre todo el tipo de vegetación invadiendo cada rincón te remite constantemente a Asia, las maderas oscuras, el bambú, las casas bajas, el gris de las aceras. Sin duda estás en Oriente.
Y pasear como un zombi presa del jet lag por las calles, flotando entre representaciones en plástico de comida, futuristas fachadas de material reflectante, pequeños restaurantes en edificios tan laberínticos como los kanjis que los señalizan despistándote cada vez más, mega (y digo mega) tiendas de lujo, cruzándote con personas de pelo cuidado, maquilladas con precisión, vestidas al detalle, risas entrevistas tras una mano, bailes sincronizados en parques llenos de cuervos, gotas de lluvia rebotando en el mar de paraguas transparentes, salones de juego llenos de colores, sonidos, caras ensimismadas, hilo musical de canciones inolvidables, largas colas delante de diminutos restaurantes, el mejor sushi de tu vida, también el peor, platos de ramen, grandes calles ordenadas, juegos de volúmenes dondequiera que mires, la pureza de lo mínimo, enormes pero minimalistas adornos de flor de cerezo, cafés con espumas diseñadas, el concepto "artesanía"llevado a sus últimas consecuencias, té verde a todas horas y en todos los formatos pero siempre, siempre sin azúcar, fruta escasa, dulces de juguete, quisás, quisás, quisás como himno nacional, sueños de melatonina, míticas canciones rock en un melódico y empalagoso japonés, calles llenas de cuestas, americana, humedad penetrante, kosaimassss, el jet lag persistente impregnando todos tus pensamientos, tus visiones, movimientos, como una bruma, oxidando tus articulaciones, tus músculos flotan llevándote hacia ningún lado, telas plisadas, perros paseados en cochecitos de bebé, amabilidad exquisita, niños silenciosos, mujeres en kimono, pinshitos, lágrimas tras la enorme ventana del hotel, desesperación y profunda pena, planteamientos, y despertarte al día siguiente con la mente clara como el cristal que refleja la ciudad aún dormida, y una determinación, templos de pasillos de madera infinitos, papel de arroz...
Y de repente...magia... un estado que he descubierto en Tokio: disfrutas ciertos instantes sólo con estar. No me hacía falta "tomar algo", ni una compañía determinada. No me faltaba NADA para que fuera perfecto. Ni siquiera me lo planteaba. No necesitaba ni me preguntaba qué hora era, más bien de repente me daba cuenta de que debía haber pasado algo de tiempo y no saber si mucho o poco y que realmente te dé igual.
Momentos en los que no tienes en cuenta el tiempo y no porque estés en medio de una actividad frenética sino sumido en la más atrapadora calma, quietud, en instante suspendido en medio de tu vida en el que nada te preocupa, en el que no estás pensando qué tienes que hacer a continuación, dentro de unas horas, mañana. Un momento sin presente ni pasado. Y no estás colocada. Estás luminosamente presente. Y consciente. Y es como si disfrutaras de cada segundo, como si el tiempo tuviera una cualidad y textura distinta en la que no eres atosigántemente consciente de él.
Son esos pequeños detalles los que hacen que Tokyo parezca de otro planeta. Porque tú vives como en otra dimensión, y todo te llama la atención pero al mismo tiempo fluyes con la ciudad.
Todo esto y el papel salpicando abril en sus múltiples cualidades.
Sayonara, baby.
El orden, la limpieza y el equilibrio en todos sus espacios conseguido con pocos objetos y una visión apurada y estética.
Japón te alucina porque es realmente otro planeta. Y no por sus edificios futuristas, sus trenes veloces, las comunicaciones, luces, puentes, sacados de una película de ciencia ficción. No.
Tampoco por su mezcla de tradición y modernidad. No
Tokyo impacta porque todo es tranquilo, incluso en medio del barrio de Shinjuku, doblas una esquina y estás en medio de la calma. El país rezuma calma. Los barrios llenos de tiendas con sus intrusivos neones y músicas de altavoces, atravesados por riadas de adolescentes vestidos de colorines, estos barrios tienen a la vuelta de la esquina una calle tranquila, que te sorprende como una bofetada, con sus rincones llenos de frondosas macetas que suponen un descanso para la mente. Que literalmente te teletransporta, de un estado de la mente a otro.
Que pese a ser una de las ciudades más pobladas del planeta, todo está impoluto, apenas hay tráfico y sorprende un constante silencio. Un silencio que todo el tiempo permanece espiándote, como una invisible presencia sobre ti, impregnándolo todo. En la amabilidad distante de sus habitantes, en su infinita paciencia, el respeto, cierta reverencia.
Y una arquitectura pensada al cuadrado, cubos y más cubos, todos diferentes, todos geométricamente angulosos como si la ciudad guardara una secreta simetría.
Y que cada espacio, desde el más lujoso al más humilde, rezume pulcritud y ese secreto orden.
Pero al mismo tiempo, el olor constante a comida en las calles, la humedad sofocante del ambiente y sobre todo el tipo de vegetación invadiendo cada rincón te remite constantemente a Asia, las maderas oscuras, el bambú, las casas bajas, el gris de las aceras. Sin duda estás en Oriente.
Y pasear como un zombi presa del jet lag por las calles, flotando entre representaciones en plástico de comida, futuristas fachadas de material reflectante, pequeños restaurantes en edificios tan laberínticos como los kanjis que los señalizan despistándote cada vez más, mega (y digo mega) tiendas de lujo, cruzándote con personas de pelo cuidado, maquilladas con precisión, vestidas al detalle, risas entrevistas tras una mano, bailes sincronizados en parques llenos de cuervos, gotas de lluvia rebotando en el mar de paraguas transparentes, salones de juego llenos de colores, sonidos, caras ensimismadas, hilo musical de canciones inolvidables, largas colas delante de diminutos restaurantes, el mejor sushi de tu vida, también el peor, platos de ramen, grandes calles ordenadas, juegos de volúmenes dondequiera que mires, la pureza de lo mínimo, enormes pero minimalistas adornos de flor de cerezo, cafés con espumas diseñadas, el concepto "artesanía"llevado a sus últimas consecuencias, té verde a todas horas y en todos los formatos pero siempre, siempre sin azúcar, fruta escasa, dulces de juguete, quisás, quisás, quisás como himno nacional, sueños de melatonina, míticas canciones rock en un melódico y empalagoso japonés, calles llenas de cuestas, americana, humedad penetrante, kosaimassss, el jet lag persistente impregnando todos tus pensamientos, tus visiones, movimientos, como una bruma, oxidando tus articulaciones, tus músculos flotan llevándote hacia ningún lado, telas plisadas, perros paseados en cochecitos de bebé, amabilidad exquisita, niños silenciosos, mujeres en kimono, pinshitos, lágrimas tras la enorme ventana del hotel, desesperación y profunda pena, planteamientos, y despertarte al día siguiente con la mente clara como el cristal que refleja la ciudad aún dormida, y una determinación, templos de pasillos de madera infinitos, papel de arroz...
Y de repente...magia... un estado que he descubierto en Tokio: disfrutas ciertos instantes sólo con estar. No me hacía falta "tomar algo", ni una compañía determinada. No me faltaba NADA para que fuera perfecto. Ni siquiera me lo planteaba. No necesitaba ni me preguntaba qué hora era, más bien de repente me daba cuenta de que debía haber pasado algo de tiempo y no saber si mucho o poco y que realmente te dé igual.
Momentos en los que no tienes en cuenta el tiempo y no porque estés en medio de una actividad frenética sino sumido en la más atrapadora calma, quietud, en instante suspendido en medio de tu vida en el que nada te preocupa, en el que no estás pensando qué tienes que hacer a continuación, dentro de unas horas, mañana. Un momento sin presente ni pasado. Y no estás colocada. Estás luminosamente presente. Y consciente. Y es como si disfrutaras de cada segundo, como si el tiempo tuviera una cualidad y textura distinta en la que no eres atosigántemente consciente de él.
Son esos pequeños detalles los que hacen que Tokyo parezca de otro planeta. Porque tú vives como en otra dimensión, y todo te llama la atención pero al mismo tiempo fluyes con la ciudad.
Todo esto y el papel salpicando abril en sus múltiples cualidades.
Sayonara, baby.