MARZO
Reflexiones Varias
En un mundo ideal...
En un mundo ideal, de cuento, de pan y pimiento, de historias que nunca se acaban siempre y cuando sean de amor y lujo en Falcon Crest, no importarían las apariencias ni lo que haya pasado ni, sobre todo, cómo lo hayamos interpretado, ni nuestras reservas, miedos, orgullos ni rencores. En ese mundo ideal y maravilloso, yo sería totalmente sincera y me lanzaría a escribir un mensaje como éste:
Me encanta esta nota. Por sincera y espontánea, sin rodeos ni subterfugios. Prescindiendo de apariencias y máscaras de pasotismo, dureza y altanería. Con sentido del humor.
Estoy operativa (y receptiva). Mándame una señal. O mejor no, porque no voy a saber si es una señal eso que me lanzas (si es que me la estás lanzando) y estoy harta de intentar encontrar pistas e indicios. Y lo mismo interpreto como una señal algo que no lo es por mis ganas de que sea, o lo mismo no la capto con los nervios de vislumbrar algo, y dependiendo de cómo haya amanecido la botella ese día, si más bien llena o más bien vacía. Nunca se me dieron bien las Subliminal Sessions. Odio, de hecho, esas subliminal sessions. Seamos claros y vayamos al grano. Ya puestos, llámame. Quien dice llamar, dice contactar, vía mensaje, chat, wasapp, email, Facebook...
Estoy operativa (y receptiva). Mándame una señal. O mejor no, porque no voy a saber si es una señal eso que me lanzas (si es que me la estás lanzando) y estoy harta de intentar encontrar pistas e indicios. Y lo mismo interpreto como una señal algo que no lo es por mis ganas de que sea, o lo mismo no la capto con los nervios de vislumbrar algo, y dependiendo de cómo haya amanecido la botella ese día, si más bien llena o más bien vacía. Nunca se me dieron bien las Subliminal Sessions. Odio, de hecho, esas subliminal sessions. Seamos claros y vayamos al grano. Ya puestos, llámame. Quien dice llamar, dice contactar, vía mensaje, chat, wasapp, email, Facebook...
Es curioso cómo una llamada telefónica se ha convertido en algo muy personal e íntimo. Hay que tener mucha confianza para llamar a alguien por teléfono. El status de nuestras comunicaciones es así de cambiante y de curioso. Puedes mandar mensajitos por wasapp, incluso estar 4 horas de plena conversación y conocimiento de otro ejemplar de tu especie, pero, eso sí, llamar por teléfono ¡¡ni de coña!! ¿Qué cojones le voy a decir? ¡Qué vergüenza! De hecho, imagínate la situación a la inversa. Estás tonteando... Bueno, sí, conociendo a una persona "encantadora", a través de mensajillos varios. Si de repente un día te llama, piensas lo peor: ¿qué quiere? ¿habrá pasado algo? Y si te llama simplemente por gusto, sin nada concreto que decir, seguramente te plantees que es un freaky de cuidado y que está demasiado colgado, que da miedito. ¿Qué pretendía con la llamada? Joder, qué susto. A nadie se le ocurre llamar por teléfono, sólo en casos de extrema e inmediata necesidad (preguntar una dirección o pedir orientación). Todos los demás temas quedan fuera del ámbito de las llamadas. Y el motivo no es el económico, venga, que tenemos tarifas de 20.000 minutos mensuales que no agotamos ni con la más cotorra de nuestras amigas. "Es que prefiero tener una conversación cara a cara, el teléfono es muy frío". Porque debe ser que teclear lo que piensas y añadir que estás riéndote a través de un emoticono es de lo más cálido y cercano...
No soy yo una acérrima defensora de las conversaciones telefónicas, de hecho, las odio. Me agotan. Sólo te puedes explayar por teléfono con alguien con el que tengas la suficiente confianza como para estar un buen rato hablando mucho sin decir nada. Porque falla el contexto. En una conversación telefónica tienes que estar con los 5 sentidos puestos en la charla. En un cara a cara podéis mirar a alguien que pasa haciendo ruido, comentar qué terrible es el tráfico en esa calle, si ha visto la película anunciada en el lateral del autobús, el socorrido tema de la temperatura... Por teléfono no tenéis ese contexto común, ni probablemente el estado de ánimo (tal vez el que llamaba sí estaba en el mood de una conversación telefónica, pero el que recibe la llamada casi seguro que no. Lo mismo está discutiendo con su madre, reunido con su jefe, tomando una cerveza con colegas... Cualquier cosa menos esperando esa llamada que el otro hace con tanta ilusión). Y sobretodo, los silencios. Cuantos menos silencios haya mayor se considera el nivel de complicidad. Hablamos, comentamos, parloteamos sin descanso evitando al peripatético ángel que se pasea por las conversaciones dejando tras de sí una estela de sonoro y palpitante silencio. Los incómodos silencios que pesan como una losa a través del invisible cable telefónico. Cuando cuelgas, siempre haces una evaluación de la llamada, y si te paras a pensarlo siempre variará en función de los silencios que haya habido. (O de las gilipolleces que hayas dicho para evitarlos).
Pero voy a dejar de liarme con disquisiciones sobre las comunicaciones del Siglo XXI que me encanta irme por las ramas cuando no me quiero enfrentar o plantear un tema. Estaba poniéndome en la hipotética situación de que yo mandara un mensaje gracioso, en el que dejas claros tus sentimientos reconociendo el nivel de cuelgue y das una patada a las convenciones y supuesto orden natural con un claro: "me da igual".
Es imposible que mande éste o cualquier otro de los miles que se me ocurren, ¿qué me para? La vida real, claro, y la ligera sospecha de que no iba a ser recibida con la misma gracia con la que la mando.
Me quedaré en un cómodo silencio.
Fin de la conversación.
Sea especial, sea importante: Sea un maleducado.
Pensaba que se había pasado de moda pero ya veo que hay modas que siempre vuelven o que nunca se han ido. A saber. El caso es que encontré un blog que me encantó por muchos motivos: el autor escribía muy bien y había una especie de poesía en sus palabras. Su estilo enganchaba, transformaba y trasladaba.
Pero, por otro lado, de sus textos se desprendía un rollo melancólico-maldito-incomprendido que está muy visto ya. Ese tipo de chicos que son fans de la generación beat, del periodismo Gonzo, los cómics y Bukowski. Suelen imitar a sus admirados autores y van de atormentados, enganchados a diversas sustancias de las que hablan con naturalidad buscando una reacción sorpresa y poder hacer un llamamiento en contra de la hipocresía alegando que todos tenemos adicciones.
El mismo que presume de complicado y solitario, de incapaz de mantener una relación porque ya le han herido anteriormente. Siempre hay un gran amor ahí detrás, agazapado en su historia, del que no se han sobrepuesto y que nadie más podrá igualar. Amor que dejó escapar porque era incapaz de lidiar con su tristeza y estaba dañando a la otra persona, totalmente inocente, que luchó por supuesto hasta el final pero que terminó dejándole porque no era capaz de ayudarle. Mientras, él se alejaba más aunque la quería, aunque sabía que la estaba perdiendo, porque no se encontraba a sí mismo y no quería que ella sufriera. Incapaz de salir de su agujero de desolación. Sólo quería estar solo y no arrastrar a nadie en su infinita aflicción porque está condenado etc., etc. El mismo que desde entonces se jacta de no poder dormir con ninguna chica, de abandonar las camas sigilosamente de madrugada, sin despedirse, porque le ahoga el espacio, porque no "merece la pena despedirse de quien no has conocido" y se va con su soledad y su rareza a casa a pensar en la que dejó ir, en sus ojos, su mirada, sus lágrimas aquel día en el bar cuando era consciente de que no había nada que hacer y no sé qué otros rollos románticos y pretendidamente profundos, causantes de un marcado trauma personal.
Nos suena, ¿no?
Pero, por otro lado, de sus textos se desprendía un rollo melancólico-maldito-incomprendido que está muy visto ya. Ese tipo de chicos que son fans de la generación beat, del periodismo Gonzo, los cómics y Bukowski. Suelen imitar a sus admirados autores y van de atormentados, enganchados a diversas sustancias de las que hablan con naturalidad buscando una reacción sorpresa y poder hacer un llamamiento en contra de la hipocresía alegando que todos tenemos adicciones.
El mismo que presume de complicado y solitario, de incapaz de mantener una relación porque ya le han herido anteriormente. Siempre hay un gran amor ahí detrás, agazapado en su historia, del que no se han sobrepuesto y que nadie más podrá igualar. Amor que dejó escapar porque era incapaz de lidiar con su tristeza y estaba dañando a la otra persona, totalmente inocente, que luchó por supuesto hasta el final pero que terminó dejándole porque no era capaz de ayudarle. Mientras, él se alejaba más aunque la quería, aunque sabía que la estaba perdiendo, porque no se encontraba a sí mismo y no quería que ella sufriera. Incapaz de salir de su agujero de desolación. Sólo quería estar solo y no arrastrar a nadie en su infinita aflicción porque está condenado etc., etc. El mismo que desde entonces se jacta de no poder dormir con ninguna chica, de abandonar las camas sigilosamente de madrugada, sin despedirse, porque le ahoga el espacio, porque no "merece la pena despedirse de quien no has conocido" y se va con su soledad y su rareza a casa a pensar en la que dejó ir, en sus ojos, su mirada, sus lágrimas aquel día en el bar cuando era consciente de que no había nada que hacer y no sé qué otros rollos románticos y pretendidamente profundos, causantes de un marcado trauma personal.
Nos suena, ¿no?
Pues pensaba que era un rollito "soy especial, soy raro" típico de los 20 años y de buscarse una identidad y una marca que nos diferencie del grupo, pero veo que se sigue tirando de esta estrategia. A algunos me imagino que les funcionará. Lo peor es que esta gente se ha creído su historia y se regodean en la melancolía y en su pretendida excepcionalidad que subrayan siendo unos maleducados, porque, ojo, parece que en esta vida para marcar un status, hay que ser un maleducado.
¿Quieres ser visto como un excéntrico, un genio? Sé un maleducado. Si tienes a los suficientes gilipollas detrás te justificarán y te admirarán porque "dices lo que piensas y es que eres un poco raro; un misántropo, un sociópata". (Dos palabras en alza, dos sustantivos muy perseguidos a la hora de autodefinirse en los tiempos que corren).
Lo mismo ocurre para otras áreas de la vida, no sólo para la de los melancólicos incomprendidos.
¿Quieres dejar patente que eres un triunfador, que estás ocupado, que eres importante? Sé un maleducado. No tienes tiempo para una palabra amable, tienes demasiadas cosas en la cabeza.
¿¿Qué pasa aquí?? ¿Desde cuándo la amabilidad es sinónimo de looser, de pringado? En esta vida no hay que tener tiempo para sonreír o contestar educadamente a alguien que nos ha preguntado dos veces algo, (porque no se entera, no porque quiera molestarte), porque si lo haces eres débil, eres un cero a la izquierda.
Sin embargo, así es y se puede comprobar rápidamente. Si eres agradable con un subordinado, enseguida te desprecia por haber tenido esa deferencia con él. A la gente le gusta que le persigan con un látigo, a la gente le gusta que le griten, que le hablen mal, que le miren con desprecio, que sus preguntas queden sin contestar. Que le dejen claro a qué grupo pertenecen y que están "por debajo". Necesitan el líder, un jefe, alguien a quien respetar, a quien obedecer mansamente, ante quien elevar la mirada humildemente.
Yo lo comprobé en la escuela. En cada curso estaba la típica rarita oficial de la que todo el mundo se burlaba. Yo no soy santa Teresa de Calcuta precisamente pero el tema de la injusticia y de meterse con el débil siempre lo he llevado muy mal, no he tenido nunca esa crueldad, ni de niña. Supongo que no tenía necesidad de mostrarme superior a nadie, de marcar distancias y reafirmarme a través de una supuesta posición social (en la microsociedad, primera a la que nos enfrentamos, (olvídate de la familia), que forma una clase de EGB) porque siempre los supuestos niveles y posiciones me los he pasado por el arco del triunfo. También me rijo por una escala de valores propia basada en lo que considero virtudes (que no sé si se corresponden demasiado con las comúnmente establecidas, pero bueno...).
.En fin, que agobiada por el aislamiento y el acoso de la típica NERD, alguna vez me he lanzado a defenderla o a hablar con ella, a tratarla como nadie más lo hacía: como a otra alumna más.
Bueno, pues resultaba que en vez de valorarlo y agarrarse a este clavo ardiendo, te menospreciaban y te contestaban como lo hacían los demás con ella. Supongo que tenía la teoría de que "si ésta me habla es porque debe ser más pringada que yo". Así va la autoestima de la gente. Y en vez de ser agradable te soltaba alguna grosería. Intentaba hacerse la listilla a costa tuya para mostrar a los demás que podía pertenecer a su grupo o tal vez buscaba resarcirse de tanto acoso sufrido. Ni idea, no insistía en mi comportamiento. Ya he dicho que no soy ninguna abnegada e insistente santa.
Así están las cosas: sólo se es educado para hacer la pelota. Para el resto de personas ni un segundo ni una palabra amable, "a ver si me va a poner a su altura, a ver si se va a confundir" (él o los demás). Es muy fácil mostrar autoridad con malos modos y a gritos, humillando. Lo difícil, lo elegante, es ejercerla con una sonrisa y con educación, con miramientos. Esa facultad requiere de un carácter especial, es todo un arte.
También se tira de la mala educación para hacer exclusivo un grupo. Esto es muy común entre las mujeres. Ser desconfiadas, desagradables y frías con la nueva chica que llega al trabajo o al grupo (por ser la nueva novia de un colega, etc.) para así darle importancia, lustre y categoría a su panda de amigas.
"Nosotras tenemos una relación especial y yo no me doy tan fácilmente a una persona. Conseguir mi amistad cuesta. Introducirse en nuestro grupo, ser una de nosotras, cuesta. No va a venirse de compras con nosotras ni a tomar café este miércoles, así, sin trbajárselo".
Es patético. Como si pertenecieran a una logia masónica o hablaran de algo trascendental e importante, algo que vaya más allá de un marujeo o de las rebajas.
¿Quieres ser visto como un excéntrico, un genio? Sé un maleducado. Si tienes a los suficientes gilipollas detrás te justificarán y te admirarán porque "dices lo que piensas y es que eres un poco raro; un misántropo, un sociópata". (Dos palabras en alza, dos sustantivos muy perseguidos a la hora de autodefinirse en los tiempos que corren).
Lo mismo ocurre para otras áreas de la vida, no sólo para la de los melancólicos incomprendidos.
¿Quieres dejar patente que eres un triunfador, que estás ocupado, que eres importante? Sé un maleducado. No tienes tiempo para una palabra amable, tienes demasiadas cosas en la cabeza.
¿¿Qué pasa aquí?? ¿Desde cuándo la amabilidad es sinónimo de looser, de pringado? En esta vida no hay que tener tiempo para sonreír o contestar educadamente a alguien que nos ha preguntado dos veces algo, (porque no se entera, no porque quiera molestarte), porque si lo haces eres débil, eres un cero a la izquierda.
Sin embargo, así es y se puede comprobar rápidamente. Si eres agradable con un subordinado, enseguida te desprecia por haber tenido esa deferencia con él. A la gente le gusta que le persigan con un látigo, a la gente le gusta que le griten, que le hablen mal, que le miren con desprecio, que sus preguntas queden sin contestar. Que le dejen claro a qué grupo pertenecen y que están "por debajo". Necesitan el líder, un jefe, alguien a quien respetar, a quien obedecer mansamente, ante quien elevar la mirada humildemente.
Yo lo comprobé en la escuela. En cada curso estaba la típica rarita oficial de la que todo el mundo se burlaba. Yo no soy santa Teresa de Calcuta precisamente pero el tema de la injusticia y de meterse con el débil siempre lo he llevado muy mal, no he tenido nunca esa crueldad, ni de niña. Supongo que no tenía necesidad de mostrarme superior a nadie, de marcar distancias y reafirmarme a través de una supuesta posición social (en la microsociedad, primera a la que nos enfrentamos, (olvídate de la familia), que forma una clase de EGB) porque siempre los supuestos niveles y posiciones me los he pasado por el arco del triunfo. También me rijo por una escala de valores propia basada en lo que considero virtudes (que no sé si se corresponden demasiado con las comúnmente establecidas, pero bueno...).
.En fin, que agobiada por el aislamiento y el acoso de la típica NERD, alguna vez me he lanzado a defenderla o a hablar con ella, a tratarla como nadie más lo hacía: como a otra alumna más.
Bueno, pues resultaba que en vez de valorarlo y agarrarse a este clavo ardiendo, te menospreciaban y te contestaban como lo hacían los demás con ella. Supongo que tenía la teoría de que "si ésta me habla es porque debe ser más pringada que yo". Así va la autoestima de la gente. Y en vez de ser agradable te soltaba alguna grosería. Intentaba hacerse la listilla a costa tuya para mostrar a los demás que podía pertenecer a su grupo o tal vez buscaba resarcirse de tanto acoso sufrido. Ni idea, no insistía en mi comportamiento. Ya he dicho que no soy ninguna abnegada e insistente santa.
Así están las cosas: sólo se es educado para hacer la pelota. Para el resto de personas ni un segundo ni una palabra amable, "a ver si me va a poner a su altura, a ver si se va a confundir" (él o los demás). Es muy fácil mostrar autoridad con malos modos y a gritos, humillando. Lo difícil, lo elegante, es ejercerla con una sonrisa y con educación, con miramientos. Esa facultad requiere de un carácter especial, es todo un arte.
También se tira de la mala educación para hacer exclusivo un grupo. Esto es muy común entre las mujeres. Ser desconfiadas, desagradables y frías con la nueva chica que llega al trabajo o al grupo (por ser la nueva novia de un colega, etc.) para así darle importancia, lustre y categoría a su panda de amigas.
"Nosotras tenemos una relación especial y yo no me doy tan fácilmente a una persona. Conseguir mi amistad cuesta. Introducirse en nuestro grupo, ser una de nosotras, cuesta. No va a venirse de compras con nosotras ni a tomar café este miércoles, así, sin trbajárselo".
Es patético. Como si pertenecieran a una logia masónica o hablaran de algo trascendental e importante, algo que vaya más allá de un marujeo o de las rebajas.
Qué cantidad de poses, qué aburrimiento todo. La gente deseando ser distinta y especial, y dejándolo patente a la primera de cambio y sin venir a cuento. Te disparan una cantidad de información nada más conocerte... Sus banales detalles catalogados como raros por ellas mismas ("yo es que no soporto tal cosa, es que creo en esta otra, nunca salgo sin esto, sólo escucho aquello y odio lo de más allá..."). Todo dividido rápidamente en filias y odios categóricos y excepcionales. Sabiendo de todo, sin lugar para la duda. Qué aburrido.
La mala educación como base para construir una personalidad. Toda esa gente procurando demostrar que está muy por encima de los demás como para interesarse por ellos, como para percatarse siquiera de que existen, pero necesitando desesperada e íntimamente ser advertidos, llamar la atención, ser admirado, gustar.
Toda esa gente loca por ser aceptada, por ser querida, utilizando la mala educación para disfrazar esa acuciante necesidad ante los demás, ante ellos mismos.
La mala educación como base de todo. Para fingir poder, superioridad, importancia. Para marcar tu carácter excepcional, atormentado, diferente.
No despedirte, no saludar, decir "lo que piensas" cuando nadie te ha preguntado ni es necesario y siempre con comentarios críticos y desagradables, no sonreír, responder brevemente, o mejor, ¡no responder!, no mirar a quien te habla, ser grosero, no dar las gracias, no preocuparte por los demás, mantener un constante silencio sólo roto con alguna frase descreída y mordaz, que no te guste nada, que todo te moleste...
¡¡Tenga la suficiente personalidad, diga lo que piense!! Confundiendo esto con hacer comentarios inadecuados en momentos inoportunos con cara de insolente merluzo. ¡Todo un carácter!
...y los acompañó hasta el ascensor, pensando por primera vez en la descortesía como medida del ascenso en sociedad y en los sitemas de almacenamiento de injurias.
(Las aventuras de Augie March. Saul Bellow).
La mala educación como base para construir una personalidad. Toda esa gente procurando demostrar que está muy por encima de los demás como para interesarse por ellos, como para percatarse siquiera de que existen, pero necesitando desesperada e íntimamente ser advertidos, llamar la atención, ser admirado, gustar.
Toda esa gente loca por ser aceptada, por ser querida, utilizando la mala educación para disfrazar esa acuciante necesidad ante los demás, ante ellos mismos.
La mala educación como base de todo. Para fingir poder, superioridad, importancia. Para marcar tu carácter excepcional, atormentado, diferente.
No despedirte, no saludar, decir "lo que piensas" cuando nadie te ha preguntado ni es necesario y siempre con comentarios críticos y desagradables, no sonreír, responder brevemente, o mejor, ¡no responder!, no mirar a quien te habla, ser grosero, no dar las gracias, no preocuparte por los demás, mantener un constante silencio sólo roto con alguna frase descreída y mordaz, que no te guste nada, que todo te moleste...
¡¡Tenga la suficiente personalidad, diga lo que piense!! Confundiendo esto con hacer comentarios inadecuados en momentos inoportunos con cara de insolente merluzo. ¡Todo un carácter!
...y los acompañó hasta el ascensor, pensando por primera vez en la descortesía como medida del ascenso en sociedad y en los sitemas de almacenamiento de injurias.
(Las aventuras de Augie March. Saul Bellow).
Patafísica
Encantada al saber que hay una ciencia que se dedica a estudiar las soluciones imaginarias y aquellas leyes que regulan un universo complementario constituído de excepciones. Que hubo un tal Alfred Jarry en cuyo universo todo es anormalidad y la regla es lo extraordinario, la excepción de la excepción.
Esto es la ´patafísica, aquello que se encuentra "alrededor" de lo que está "después" de la Física. Es la ciencia de las excepciones, de las "soluciones imaginarias".
Estas ciencias imaginarias eran explicadas a través de unas revistas confidenciales en las que se manifestaban enigmas, incongruencias, misterios y palabras altamente eruditas. Más o menos como viene a ser la vida y su funcionamiento, llena de enigmas en forma de casualidades, incongruencias en forma de desencuentros, misterios en forma de hechos ilógicos y palabras altamente eruditas, y si no eruditas, indescifrables en su significado por ser demasiado simples por ser insuficientes.
Esto es la ´patafísica, aquello que se encuentra "alrededor" de lo que está "después" de la Física. Es la ciencia de las excepciones, de las "soluciones imaginarias".
Estas ciencias imaginarias eran explicadas a través de unas revistas confidenciales en las que se manifestaban enigmas, incongruencias, misterios y palabras altamente eruditas. Más o menos como viene a ser la vida y su funcionamiento, llena de enigmas en forma de casualidades, incongruencias en forma de desencuentros, misterios en forma de hechos ilógicos y palabras altamente eruditas, y si no eruditas, indescifrables en su significado por ser demasiado simples por ser insuficientes.
Y si la vida se presenta constantemente así, pues será la manera en la que hay que desenvolverse en ella olvidándonos de tanta justificación, tanto esquema, tanta norma de conducta y tanta pretendida coherencia.
Leí hace poco en El color prohibido de Mishima:
Eso que denominamos pensamiento no precede a los hechos, sino que es posterior a ellos. Primero aparece como un abogado defensor de un acto que hemos cometido por azar, obedeciendo a un impulso. El abogado reviste ese acto de sentido y teoría, sustituye el azar por la necesidad, el impulso por la voluntad. El pensamiento no cura la herida de un ciego que ha chocado con un poste del tendido eléctrico, pero por lo menos es capaz de atribuir la causa del accidente no al ciego, sino al poste. Cuando a cada una de nuestras acciones se le asigna, una vez cometida, una teoría, las teorías se convierten en el sistema y el agente no es más que la probabilidad de todas las acciones. Él tenía un pensamiento. Tiró un papel a la calle. Lo tiró por medio de su pensamiento. Así pues, quien posee un pensamiento se convierte en prisionero del pensamiento que creía posible extender eternamente gracias a sus propias fuerzas.
Así que me niego a ser esclava de lo que alguna vez hice por casualidad y que se ha convertido en mi manera de actuar, en mi código ético-estético, de conducta. Hay que desenmascarar esas actuaciones "por defecto". Cuestinarse cada situación y no actuar a la ligera, o más a la ligera que nunca, según se mire, pero desconectar el Modo Automático, muy cómodo por otro lado para ir actuando a diestro y siniestro sin evaluar el instante y las circunstancias tal vez especiales.
En palabras del patafísico Jodorowski: Cesa de definirte: concédete todas las posibilidades de ser, cambia de caminos cuantas veces te sea necesario.
Ser un poco oulipiano: una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía, y todo eso.
Leí hace poco en El color prohibido de Mishima:
Eso que denominamos pensamiento no precede a los hechos, sino que es posterior a ellos. Primero aparece como un abogado defensor de un acto que hemos cometido por azar, obedeciendo a un impulso. El abogado reviste ese acto de sentido y teoría, sustituye el azar por la necesidad, el impulso por la voluntad. El pensamiento no cura la herida de un ciego que ha chocado con un poste del tendido eléctrico, pero por lo menos es capaz de atribuir la causa del accidente no al ciego, sino al poste. Cuando a cada una de nuestras acciones se le asigna, una vez cometida, una teoría, las teorías se convierten en el sistema y el agente no es más que la probabilidad de todas las acciones. Él tenía un pensamiento. Tiró un papel a la calle. Lo tiró por medio de su pensamiento. Así pues, quien posee un pensamiento se convierte en prisionero del pensamiento que creía posible extender eternamente gracias a sus propias fuerzas.
Así que me niego a ser esclava de lo que alguna vez hice por casualidad y que se ha convertido en mi manera de actuar, en mi código ético-estético, de conducta. Hay que desenmascarar esas actuaciones "por defecto". Cuestinarse cada situación y no actuar a la ligera, o más a la ligera que nunca, según se mire, pero desconectar el Modo Automático, muy cómodo por otro lado para ir actuando a diestro y siniestro sin evaluar el instante y las circunstancias tal vez especiales.
En palabras del patafísico Jodorowski: Cesa de definirte: concédete todas las posibilidades de ser, cambia de caminos cuantas veces te sea necesario.
Ser un poco oulipiano: una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía, y todo eso.
Por supuesto esto no va a ser una nueva manera de actuar, siempre he hecho más o menos lo que me da la gana. Lo que sí pretendo es no sentirme culpable por ello, no ser fiel a cierto comentario que tal vez una vez dije y con el que ya no me siento identificada, por muy alto y virtuoso que fuera el propósito que lo movió. Porque alguien dijo que rectificar es de sabios, ¿no? Tal vez antes no hubiera ninguna posibilidad para que hiciera esto pero ahora resulta que sí. O tal vez hacía esto otro muy a menudo pero ahora va a empezar a ser que no, o al menos esta vez. Porque las circunstancias así lo dictan.
"Eadem mutata resurgo" (Siendo) La misma, vuelvo a surgir cambiada, lema de los patafísicos con su espiral logarítmica como emblema.
Y volviendo a Jodorowski:
Escucha más a tu intuición que a tu razón. Las palabras forjan la realidad pero no la son.
Cuando dudes de actuar, siempre entre "hacer" y "no hacer" escoge hacer. Si te equivocas tendrás al menos la experiencia.
Mientras el pájaro del secreto nos canta en el corazón, buscamos palpando como ciegos el perfil de las palabras.
Comprenderse a uno mismo significa sentirse mas allá de las palabras dejándose caer en el abismo de lo impensable.
El silencio no tiene límites para mí; los límites los pone la palabra.
Eres esclavo de aquello que bautizas con tu nombre.
Me llamo Alejandro Jodorowsky. Mejor dicho: me llaman Alejandro Jodorowsky. Yo no me llamo nada...
Oigo lo que dices en lo que no dices.
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"Eadem mutata resurgo" (Siendo) La misma, vuelvo a surgir cambiada, lema de los patafísicos con su espiral logarítmica como emblema.
Y volviendo a Jodorowski:
Escucha más a tu intuición que a tu razón. Las palabras forjan la realidad pero no la son.
Cuando dudes de actuar, siempre entre "hacer" y "no hacer" escoge hacer. Si te equivocas tendrás al menos la experiencia.
Mientras el pájaro del secreto nos canta en el corazón, buscamos palpando como ciegos el perfil de las palabras.
Comprenderse a uno mismo significa sentirse mas allá de las palabras dejándose caer en el abismo de lo impensable.
El silencio no tiene límites para mí; los límites los pone la palabra.
Eres esclavo de aquello que bautizas con tu nombre.
Me llamo Alejandro Jodorowsky. Mejor dicho: me llaman Alejandro Jodorowsky. Yo no me llamo nada...
Oigo lo que dices en lo que no dices.
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Cuando me dices «yo te amo», ¿de cuál de tus múltiples «yo» me hablas? ¿El yo mental, el yo emocional, el yo sensual, el yo moral, el yo cultural? ¿Cuál es el
«yo» profundo que no depende de la edad, ni del sexo, ni de la nacionalidad, ni de las creencias? Cuando te defines, ¿qué parte tuya es la que te define?
(...) Busco en vano tu mirada: si no me ves, no puedo verme, obligado a ser como tú me imaginas. Si no me dices quién soy en realidad, no soy.
(...) Por miedo a que me abandones, antes de que lo hagas, soy yo el que te echará de mi lado.
El Maestro y las magas, Alejandro Jodorowski.
Rayuela de Cortázar:
Con la Maga hablábamos de patafisica hasta cansarnos, porque a ella también le ocurría (y nuestro encuentro era eso, y tantas cosas oscuras como el fósforo)
caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidación
ni Melmoths privilegiadamente errantes. No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más
fenomenales de este circo, y sin embargo baste suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe
sentir como una cosquilla de privilegio. De la misma manera a la Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por causa del
fracaso de las leyes en su vida. Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos, o se acuerdan llorando a gritos de haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. Por mi parte ya me había acostumbrado a que me pasaran cosas modestamente excepcionales, y no encontraba
demasiado horrible que al entrar en un cuarto a oscuras pare recoger un álbum de discos, sintiera bullir en la palma de la mano el cuerpo vivo de un ciempiés
gigante que había elegido dormir en el lomo del álbum. Eso, y encontrar grandes pelusas grises o verdes dentro de un paquete de cigarrillos, u oír el silbato de
una locomotora exactamente en el momento y el tono necesarios para incorporarse ex oficio a un pasaje de una sinfonía de Ludwig van
Basta de justificaciones y de coherencias cuando la vida para nada lo es. Intentamos que todo tenga un orden y un concierto, tener unas reglas, perseguir virtudes, luchar contra vicios. Luego ni la virtud es tan virtuosa ni el vicio tan vicioso porque hay que buscar un terminito medio... Todas las verdades admitidas tienen otra verdad que las contradice. Y te das cuenta de que has sido dura contigo misma, poniendo unas metas inalcanzables y sintiéndote muy culpable por ello. Déjate de censuras. Los esquemas para la clase de historia, tú como las amapolas, a ver por dónde sales, cómo respiras, a qué tiendes. Sin poner nombres que encasillen a todo aquello que haces. Como decía el personaje de Cristina en la película de Woody Allen:
¿Por qué tengo que etiquetar nada? Simplemente soy yo.
«yo» profundo que no depende de la edad, ni del sexo, ni de la nacionalidad, ni de las creencias? Cuando te defines, ¿qué parte tuya es la que te define?
(...) Busco en vano tu mirada: si no me ves, no puedo verme, obligado a ser como tú me imaginas. Si no me dices quién soy en realidad, no soy.
(...) Por miedo a que me abandones, antes de que lo hagas, soy yo el que te echará de mi lado.
El Maestro y las magas, Alejandro Jodorowski.
Rayuela de Cortázar:
Con la Maga hablábamos de patafisica hasta cansarnos, porque a ella también le ocurría (y nuestro encuentro era eso, y tantas cosas oscuras como el fósforo)
caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidación
ni Melmoths privilegiadamente errantes. No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más
fenomenales de este circo, y sin embargo baste suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe
sentir como una cosquilla de privilegio. De la misma manera a la Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por causa del
fracaso de las leyes en su vida. Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos, o se acuerdan llorando a gritos de haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. Por mi parte ya me había acostumbrado a que me pasaran cosas modestamente excepcionales, y no encontraba
demasiado horrible que al entrar en un cuarto a oscuras pare recoger un álbum de discos, sintiera bullir en la palma de la mano el cuerpo vivo de un ciempiés
gigante que había elegido dormir en el lomo del álbum. Eso, y encontrar grandes pelusas grises o verdes dentro de un paquete de cigarrillos, u oír el silbato de
una locomotora exactamente en el momento y el tono necesarios para incorporarse ex oficio a un pasaje de una sinfonía de Ludwig van
Basta de justificaciones y de coherencias cuando la vida para nada lo es. Intentamos que todo tenga un orden y un concierto, tener unas reglas, perseguir virtudes, luchar contra vicios. Luego ni la virtud es tan virtuosa ni el vicio tan vicioso porque hay que buscar un terminito medio... Todas las verdades admitidas tienen otra verdad que las contradice. Y te das cuenta de que has sido dura contigo misma, poniendo unas metas inalcanzables y sintiéndote muy culpable por ello. Déjate de censuras. Los esquemas para la clase de historia, tú como las amapolas, a ver por dónde sales, cómo respiras, a qué tiendes. Sin poner nombres que encasillen a todo aquello que haces. Como decía el personaje de Cristina en la película de Woody Allen:
¿Por qué tengo que etiquetar nada? Simplemente soy yo.
Trastorno
He tenido la mala suerte de asistir a uno de los espectáculos más denigrantes y desagradables que recuerdo. No hay visión que me produzca más aversión que el sexo mezclado con la decrepitud, el vicio, las adicciones, las minusvalías o el dinero. La sordidez de la disposición de un cuerpo como intercambio comercial, ya sea a cambio de dinero o de cualquier otro aspecto material.
Sabemos que esos círculos existen pero ahora parece que gustar de esos espectáculos es algo que te hace estar a la moda, cosa que pude apreciar hace unos días en Londres.
El yuppie londinense (sea o no de esta ciudad, con vivir allí vale) es uno de los especímenes más ridículo, estúpido y aburrido (en el sentido estar y por tanto e inmediatamente en el sentido ser, y viceversa) que me he podido cruzar en la vida. Con una tontería que raya la maldad e ignora el sentido común. Es decir, tontería máxima. Pero llegué al máximo estupor (seguido prácticamente de temblores) en el garito de moda de la capital británica. Es una discoteca con espectáculo de cabaret a la que van los modernos y adinerados porque el sitio además es de lo más exclusivo y de difícil acceso.
El numerito comenzó con un chico que sale con unos brazos ortopédicos y en tanga. Vale. Piensas que lo de los brazos es sencillamente una broma de mal gusto, cuando de repente ves que no, que sujetándosela a duras penas se quita una de las prótesis y la lanza hacia un lado cual guante de Gilda, seguido de la otra, dejando ver dos minúsculas manos adosadas al cuerpo fruto de alguna malformación genética. La extrema delgadez e infinita tristeza en los ojos del muchacho, que terminó quedando desnudo, eran un espectáculo desolador. No recuerdo cómo fue el resto de la actuación, sé que estaba contoneándose, y si no lo recuerdo es porque estaba demasiado pasmada mirando al público a mi alrededor. Jóvenes entre 25 y 35 años mirando descaradamente, jaleándole, con caras entusiasmadas, gritando, aplaudiendo y con aspecto de estar en el colmo de la diversión.
Sabemos que esos círculos existen pero ahora parece que gustar de esos espectáculos es algo que te hace estar a la moda, cosa que pude apreciar hace unos días en Londres.
El yuppie londinense (sea o no de esta ciudad, con vivir allí vale) es uno de los especímenes más ridículo, estúpido y aburrido (en el sentido estar y por tanto e inmediatamente en el sentido ser, y viceversa) que me he podido cruzar en la vida. Con una tontería que raya la maldad e ignora el sentido común. Es decir, tontería máxima. Pero llegué al máximo estupor (seguido prácticamente de temblores) en el garito de moda de la capital británica. Es una discoteca con espectáculo de cabaret a la que van los modernos y adinerados porque el sitio además es de lo más exclusivo y de difícil acceso.
El numerito comenzó con un chico que sale con unos brazos ortopédicos y en tanga. Vale. Piensas que lo de los brazos es sencillamente una broma de mal gusto, cuando de repente ves que no, que sujetándosela a duras penas se quita una de las prótesis y la lanza hacia un lado cual guante de Gilda, seguido de la otra, dejando ver dos minúsculas manos adosadas al cuerpo fruto de alguna malformación genética. La extrema delgadez e infinita tristeza en los ojos del muchacho, que terminó quedando desnudo, eran un espectáculo desolador. No recuerdo cómo fue el resto de la actuación, sé que estaba contoneándose, y si no lo recuerdo es porque estaba demasiado pasmada mirando al público a mi alrededor. Jóvenes entre 25 y 35 años mirando descaradamente, jaleándole, con caras entusiasmadas, gritando, aplaudiendo y con aspecto de estar en el colmo de la diversión.
¿A este punto hemos llegado? No me considero ninguna mojigata ni mosquita muerta pero sinceramente me dejó estupefacta. Me dio pena por el muchacho y me dio asco la estupidez de mi alrededor. Dudo que en solitario hubieran disfrutado, pero para ser moderno y para ser divertido hay que asistir a espectáculos de este tipo, si no eres una puritana, tontorrona y aburrida.
Y hay que ser la que no aparta la mirada, la que sonríe y disfruta profundamente con lo que ve, que no se asombra, porque es experimentada, ha visto mucho.
También puedes adoptar el papel de tontina que esconde la cabeza riéndose escandalizada en el hombro de su novio. Demasiado inocente e ingenua como para mirar.
A mí desde luego me han visto por ese sitio. No me largué de inmediato por respeto a la persona sobre el escenario, al fin y al cabo se gana la vida así, si le va bien y le gusta, es muy respetable. El resto del show, previsible, un par de obesos dándose el lote, tías que se desnudan y se besan, látigos, escenas de sumisión... Típicos numeritos con ánimo de provocar sin ninguna belleza ni coherencia. Un popurrí de lugares comunes.
Me ha hecho recordar el teatro del Grand Guignol que fundó Oscar Metenier en 1897 en París. Allí tenían lugar cortas actuaciones llenas de sadismo y violencia, que buscaban agitar e impactar a sus espectadores hasta el extremo. La finalidad de su fundador era "sacudir los corazones" y los asistentes se sentían realizados y que había merecido la pena cuando llegaban al vómito. Esta ansia de emociones, de morbo insaciable tiene el peligro de que nuestro ojo (y nuestro estómago) rápidamente adquiere tolerancia, se acostumbra y necesita más para conseguir impresionarse. Tambien hemos desarrollado una ceguera voluntaria ante la visión de ciertas escenas de violencia, que dejamos no de ver sino de sentir, establecemos una barrera, una separación, una objetividad ante lo que se nos muestra. Será por esto por lo que podemos estar comiendo tranquilamente un filete con patatas mientras pasan ante nuestros ojos escenas de niños famélicos, tullidos de guerra, ajusticiamientos, torturas... Lo vemos sin inmutarnos. La costumbre ha hecho que desarrollemos un distanciamiento psicológico pasmoso.
El teatro del Guignol llegó al culmen de la virulencia cuando pasó a manos de Max Maurey que dió otra vuelta de tuerca elevando los niveles de efectismo. Porque ya se había quedado corto lo expuesto hasta entonces, el insaciable ojo humano buscando más y más. Cerró sus puertas en 1962 cuando tal vez el horror ya vivido en la vida real de los escenarios europeos superaba con creces lo representado en sus tablas.
No es que quiera vivir en una burbuja de cristal o bueno, cada vez más sí, tal vez me estoy haciendo mayor, te das cuenta de esto cuando no entiendes cómo se divierte la generación posterior, cuando la criticas y piensas que todo se encamina hacia un apocalipsis inminente, que era mucho mejor cuando tú eras el protagonista de la escena.
Debo de ser muy impresionable, muy asustadiza, pero no estoy dispuesta a sumarme a nuevas modas, y menos si son de este tipo. Me imagino que, como dijo acertadamente un amigo de mi hermana, en una frase lapidaria donde las haya, nos hacemos mayores. Pues sí, y cada vez más.
Tampoco lucho ni me indigno, ni trato de comprenderlo, sigo construyendo la madriguera, laberinto de palabras, algodones, sonidos, enigmas, creencias... donde poder aislarme de esto y tantas otras cosas con las que no me identifico porque vivo en un mundo paralelo. Cada vez estoy más convencida de esto.
Y hay que ser la que no aparta la mirada, la que sonríe y disfruta profundamente con lo que ve, que no se asombra, porque es experimentada, ha visto mucho.
También puedes adoptar el papel de tontina que esconde la cabeza riéndose escandalizada en el hombro de su novio. Demasiado inocente e ingenua como para mirar.
A mí desde luego me han visto por ese sitio. No me largué de inmediato por respeto a la persona sobre el escenario, al fin y al cabo se gana la vida así, si le va bien y le gusta, es muy respetable. El resto del show, previsible, un par de obesos dándose el lote, tías que se desnudan y se besan, látigos, escenas de sumisión... Típicos numeritos con ánimo de provocar sin ninguna belleza ni coherencia. Un popurrí de lugares comunes.
Me ha hecho recordar el teatro del Grand Guignol que fundó Oscar Metenier en 1897 en París. Allí tenían lugar cortas actuaciones llenas de sadismo y violencia, que buscaban agitar e impactar a sus espectadores hasta el extremo. La finalidad de su fundador era "sacudir los corazones" y los asistentes se sentían realizados y que había merecido la pena cuando llegaban al vómito. Esta ansia de emociones, de morbo insaciable tiene el peligro de que nuestro ojo (y nuestro estómago) rápidamente adquiere tolerancia, se acostumbra y necesita más para conseguir impresionarse. Tambien hemos desarrollado una ceguera voluntaria ante la visión de ciertas escenas de violencia, que dejamos no de ver sino de sentir, establecemos una barrera, una separación, una objetividad ante lo que se nos muestra. Será por esto por lo que podemos estar comiendo tranquilamente un filete con patatas mientras pasan ante nuestros ojos escenas de niños famélicos, tullidos de guerra, ajusticiamientos, torturas... Lo vemos sin inmutarnos. La costumbre ha hecho que desarrollemos un distanciamiento psicológico pasmoso.
El teatro del Guignol llegó al culmen de la virulencia cuando pasó a manos de Max Maurey que dió otra vuelta de tuerca elevando los niveles de efectismo. Porque ya se había quedado corto lo expuesto hasta entonces, el insaciable ojo humano buscando más y más. Cerró sus puertas en 1962 cuando tal vez el horror ya vivido en la vida real de los escenarios europeos superaba con creces lo representado en sus tablas.
No es que quiera vivir en una burbuja de cristal o bueno, cada vez más sí, tal vez me estoy haciendo mayor, te das cuenta de esto cuando no entiendes cómo se divierte la generación posterior, cuando la criticas y piensas que todo se encamina hacia un apocalipsis inminente, que era mucho mejor cuando tú eras el protagonista de la escena.
Debo de ser muy impresionable, muy asustadiza, pero no estoy dispuesta a sumarme a nuevas modas, y menos si son de este tipo. Me imagino que, como dijo acertadamente un amigo de mi hermana, en una frase lapidaria donde las haya, nos hacemos mayores. Pues sí, y cada vez más.
Tampoco lucho ni me indigno, ni trato de comprenderlo, sigo construyendo la madriguera, laberinto de palabras, algodones, sonidos, enigmas, creencias... donde poder aislarme de esto y tantas otras cosas con las que no me identifico porque vivo en un mundo paralelo. Cada vez estoy más convencida de esto.