JULIO
Edito
Arena en los pies, sal que pica en los hombros, el sol en la cara, agua escurriéndose por la espalda, amarrada a un cóctel, bajo la palmera, disfrutando de la brisa marina, del relax, de los planes nocturnos, del "no hacer nada", sandías, calor, gotas, húmedo, cocos, palmeras, agua... Todas esas cosas que nos meten de cabeza en el verano, en el concepto "vacaciones".
Noches donde se oyen voces lejanas, tintineo de copas, fiestas en jardines vecinos, risas, el rumor de una música suave, olor de flores nocturnas...
Me acomodo en la tumbona y me dispongo a disfrutar de la lectura bien cobijada y protegida bajo una sombrilla. Me sorprende que la gente pueda concentrarse en un libro bajo un sol de justicia. O la lectura es muy simple o releen el párrafo una y otra vez, o tal vez yo tengo ciertas limitaciones. Y aunque necesito unas condiciones de silencio, luz y comodidad muy específicas para sumergirme en un libro, algo de Carol Oates siempre engancha, sorprende por su sensibilidad a la hora de describir los pliegues y recovecos de un carácter (de cientos de caracteres) y es una lectura divertida y apasionante. Perfecta para verano. Y su pluma es eterna candidata al Nobel. No está reñida la playa con buenos libros.
Empieza otro verano, con más pereza que nunca, lo que más me apetece es protegerme del calor y que pasen los días. No sé muy bien qué quiero, no quiero que el exterior me influya ni precipitarme, pero al final será mi cuerpo el que por sí solo decida.
Los minutos pasa tan lento, y es demasiado tiempo... ¿Cómo estaré, en qué punto? ¿Ha sido para nada? Hay veces que estoy convencida de que todo irá bien, otras me atrapa el desánimo, las dudas, el hastío. También miedo, de hacer daño, de haberme equivocado onemoretime, de mí misma, en qué me estoy convirtiendo.
De ahí que nos dejemos de elucubraciones y tenga muy presente el mantra del mes, panta rei; no pienses y deja que todo fluya....
Empieza otro verano, con más pereza que nunca, lo que más me apetece es protegerme del calor y que pasen los días. No sé muy bien qué quiero, no quiero que el exterior me influya ni precipitarme, pero al final será mi cuerpo el que por sí solo decida.
Los minutos pasa tan lento, y es demasiado tiempo... ¿Cómo estaré, en qué punto? ¿Ha sido para nada? Hay veces que estoy convencida de que todo irá bien, otras me atrapa el desánimo, las dudas, el hastío. También miedo, de hacer daño, de haberme equivocado onemoretime, de mí misma, en qué me estoy convirtiendo.
De ahí que nos dejemos de elucubraciones y tenga muy presente el mantra del mes, panta rei; no pienses y deja que todo fluya....
¿Pero eso no es una manera de esconder la cabeza cual avestruz? De no encarar las cosas, lo que intuyes que está ocurriendo... O no es intuición sino miedo a equivocarte de nuevo, pavor a que esta sea la misma piedra, a tropezar de nuevo con ella... Pero bueno, ¿cuántas veces vas a tropezar en la misma piedra? No aprendes, jajaja... Sí, sí, y sonríes y te encoges de hombros con cara de qué desastre soy. Pero también piensas: qué fácil ver ahora que era la misma piedra, pero no estaba tan claro cuando me estaba acercando. Eso si has llegado a verla en medio del camino, que no siempre está visible y con un luminoso anunciador, hay veces que está oculta tras unas hierbas o un agujero, o en terreno arenoso y te escurres con ella. Y también en ocasiones estás tan despistada que no la ves, eso vale. Pero también puede pasar que la piedra venga disfrazada con musgo por encima, o que pase un camión por tu lado que te despiste, y en el afán de quitarte de en medio para que no perecer atropellada... joder, ya te has tropezado con la misma piedra, pero ¡¡¡para evitar un mal mayor!!!
O te puede pillar abstraída con un pensamiento gracioso o trascendental, y tanto que dicen que no vayas mirando el suelo que se mira hacia el cielo, al paisaje, a la belleza que te rodea, pues toma, hostión con la piedrecita. Hay que caminar, me imagino, como decía el personaje de Murakami, Johnnie Walken, en Kafka en la orilla:
En todo, Nakata, hay que seguir un orden - explicó Johnnie Walken -. No se puede mirar demasiado lejos. Porque si miras demasiado lejos pierdes de vista el suelo y corres el riesgo de tropezar. Pero tampoco debes distraerte con los pequeños detalles que están a tus pies. Porque si no miras al frente, acabarás topando con algo. Total, que hay que mirar un poco hacia adelante, seguir un orden determinado e ir despachando las cosas. Eso es fundamental. En cualquier cosa que hagas.
O si vas con chanclas o tacones, porque hay veces que no vamos con el calzado adecuado por el contexto, las circunstancias... Porque estamos obnubiladas con una ocasión en la que queremos destacar, que nos miren, actuar bien y nos tropezamos por ir elevadas, por encima del suelo, o en plan tranquilo relajado, confiado, veraniego y tropieza la chancla y te destrozas el dedo gordo de paso. Y sí, puede que sea cierto, no somos de esas que van con la mirada pegada al suelo procurando no exceder la velocidad, atentas a las señales, a las advertencias, a los demás...
Pero este número no va de polvorientos caminos ni de piedras, sino de agua, refrescante, constante y en movimiento. Capaz de destruir con su insistencia y constancia hasta la piedra más dura, suavizar sus aristas, adaptarse a ella de manera suave pero desgastándola casi imperceptiblemente.
O te puede pillar abstraída con un pensamiento gracioso o trascendental, y tanto que dicen que no vayas mirando el suelo que se mira hacia el cielo, al paisaje, a la belleza que te rodea, pues toma, hostión con la piedrecita. Hay que caminar, me imagino, como decía el personaje de Murakami, Johnnie Walken, en Kafka en la orilla:
En todo, Nakata, hay que seguir un orden - explicó Johnnie Walken -. No se puede mirar demasiado lejos. Porque si miras demasiado lejos pierdes de vista el suelo y corres el riesgo de tropezar. Pero tampoco debes distraerte con los pequeños detalles que están a tus pies. Porque si no miras al frente, acabarás topando con algo. Total, que hay que mirar un poco hacia adelante, seguir un orden determinado e ir despachando las cosas. Eso es fundamental. En cualquier cosa que hagas.
O si vas con chanclas o tacones, porque hay veces que no vamos con el calzado adecuado por el contexto, las circunstancias... Porque estamos obnubiladas con una ocasión en la que queremos destacar, que nos miren, actuar bien y nos tropezamos por ir elevadas, por encima del suelo, o en plan tranquilo relajado, confiado, veraniego y tropieza la chancla y te destrozas el dedo gordo de paso. Y sí, puede que sea cierto, no somos de esas que van con la mirada pegada al suelo procurando no exceder la velocidad, atentas a las señales, a las advertencias, a los demás...
Pero este número no va de polvorientos caminos ni de piedras, sino de agua, refrescante, constante y en movimiento. Capaz de destruir con su insistencia y constancia hasta la piedra más dura, suavizar sus aristas, adaptarse a ella de manera suave pero desgastándola casi imperceptiblemente.
No dejamos de estudiarnos en el pasado para prever nuestras acciones. Sí, las de los demás, pero las nuestras también, porque incluso nosotras mismas nos sorprendemos y decimos, pero ¿cómo pude estar tan convencida?, pero ¿cómo me dio por ahí?, pero ¿estaba loca? Y hay veces que conseguimos justificar y revestir de razón nuestros actos y hay veces que....pues que no. Sentimos como si hubiéramos sido poseídas por otra persona, no nos reconocemos. Entonces ¿qué pasó? Y buscamos pistas e indicios que nos hagan ver que este caso no es como aquel, que no vuelvo a estar abducida, que ahora sí soy yo misma. ¿O tal vez no?