DICIEMBRE 2015
Reflexiones
Vuelta al cumpleaños....
Llevamos meses sin vernos; tanto tiempo que casi he olvidado quién soy cuando estoy con ella.
Vuelvo a esta frase de un libro de Caitlyn Moran, porque la mencioné con un sentido en el artículo "Cumpleaños feliz", pero luego me quedó rondando.
No es verdad que casi haya olvidado quién soy cuando estoy con él. Llevamos tanto tiempo sin vernos que ya no sé quién es él y yo ya no me identifico con la persona que era.
Porque es cierto que en su presencia sé qué papel debería desempeñar para ser la que fui. Pero me siento ridícula y falsa. Ya no soy esa persona, tampoco es que haya dejado totalmente de serlo. Hasta aquí todo bien, ni siquiera hay tema:
Hemos pasado demasiado tiempo sin tener contacto (no nos hemos visto, ni mantenido conversaciones telefónicas, enviado mensajes...). No hemos establecido estos rituales normalizadores que te ponen en sintonía cada cierto tiempo con alguien. No nos hemos seguido la pista.
Ni siquiera algo tonto, una foto que te recuerde a él, algo que acabas de ver por la calle, un comentario, un sencillo "miss u". Un guiño. No tiene que ser el resumen de tu vida por capítulos y puntualmente. Es simplemente mantener algún contacto, que se sienta recordado, que estás "pendiente", que sigue en tu mente.
Pero no sólo falta esto.
Hay algo roto más allá.
Algo sutil.
No siempre pasa, de hecho es muy difícil que ocurra, pero hay personas con las que puedes pasar mucho tiempo sin ver y al encontrarte no tienes que hacer ningún esfuerzo.
Bueno, sólo unos minutos de desconcierto, torpeza y nervios mientras das giros para sintonizar la emisora común y emitir en la misma frecuencia.
Perdí la frecuencia que me comunicaba con él. Me llegan retazos de conversación, entrecortadas melodías entre ráfagas de farfulleante ruido.
Creo atisbar trazos de lo que nos gustaba, de lo que teníamos en común, de nuestra relación, pero ya no forma un contenido, ya no conecta conmigo.
Hay personas con las que no pierdes el llamado inner contact, Samantha Schwebling en su libro lo llamaba distancia de rescate, un hilo invisible y se refería a aquel que la unía invisiblemente con su hija. Pero ese hilo, esa consciencia de la otra persona, de su latido, es como una manera de saber que está ahí, que piensas en ella. Es una energía que creo que puede sentir, como una ligera corriente eléctrica que te rodea, que no te molesta pero que puedes notar.
Estás en la mente de otra persona.
Como si su cerebro emitiera ciertas frecuencias que el tuyo capta no importa lo lejos que estéis.
Vuelvo a esta frase de un libro de Caitlyn Moran, porque la mencioné con un sentido en el artículo "Cumpleaños feliz", pero luego me quedó rondando.
No es verdad que casi haya olvidado quién soy cuando estoy con él. Llevamos tanto tiempo sin vernos que ya no sé quién es él y yo ya no me identifico con la persona que era.
Porque es cierto que en su presencia sé qué papel debería desempeñar para ser la que fui. Pero me siento ridícula y falsa. Ya no soy esa persona, tampoco es que haya dejado totalmente de serlo. Hasta aquí todo bien, ni siquiera hay tema:
Hemos pasado demasiado tiempo sin tener contacto (no nos hemos visto, ni mantenido conversaciones telefónicas, enviado mensajes...). No hemos establecido estos rituales normalizadores que te ponen en sintonía cada cierto tiempo con alguien. No nos hemos seguido la pista.
Ni siquiera algo tonto, una foto que te recuerde a él, algo que acabas de ver por la calle, un comentario, un sencillo "miss u". Un guiño. No tiene que ser el resumen de tu vida por capítulos y puntualmente. Es simplemente mantener algún contacto, que se sienta recordado, que estás "pendiente", que sigue en tu mente.
Pero no sólo falta esto.
Hay algo roto más allá.
Algo sutil.
No siempre pasa, de hecho es muy difícil que ocurra, pero hay personas con las que puedes pasar mucho tiempo sin ver y al encontrarte no tienes que hacer ningún esfuerzo.
Bueno, sólo unos minutos de desconcierto, torpeza y nervios mientras das giros para sintonizar la emisora común y emitir en la misma frecuencia.
Perdí la frecuencia que me comunicaba con él. Me llegan retazos de conversación, entrecortadas melodías entre ráfagas de farfulleante ruido.
Creo atisbar trazos de lo que nos gustaba, de lo que teníamos en común, de nuestra relación, pero ya no forma un contenido, ya no conecta conmigo.
Hay personas con las que no pierdes el llamado inner contact, Samantha Schwebling en su libro lo llamaba distancia de rescate, un hilo invisible y se refería a aquel que la unía invisiblemente con su hija. Pero ese hilo, esa consciencia de la otra persona, de su latido, es como una manera de saber que está ahí, que piensas en ella. Es una energía que creo que puede sentir, como una ligera corriente eléctrica que te rodea, que no te molesta pero que puedes notar.
Estás en la mente de otra persona.
Como si su cerebro emitiera ciertas frecuencias que el tuyo capta no importa lo lejos que estéis.
Objetcs
iObjetos, prendas de ropa y adornos que conservan el aura de un momento concreto, cada vez más perdido en el tiempo. Guardan en sus volúmenes, entre sus pliegues, instantes congelados. Sólo verlos te trasladan a un cierto segundo, a una sensación muy específica llena de matices. Todos los que se entremezclaban y combinaban como en una malla de hilos: anhelos, expectativas, dudas, temores, rebeldía, felicidad, tristeza, ira.
Tengo un abrigo que supone un corte de mangas, una insolencia, una chulería.
Y no tiene tachuelas, ni es de cuero, ni cuenta con una frase provocadora. No es de color rojo ni especialmente transgresor en su estructura ni corte.
Pero cada vez que lo veo, por el contexto en el que fue adquirido, cuando me lo pongo (y eso que no es mío y que yo no lo compré) siento todo ese poder, me embarga una sensación irreverente, soberbia y altanera.
El abrigo es de mi madre y lo he heredado, que nadie piense mal.
Un abrigo clásico, gris perla, envolvente, precioso. Con mucha caída, marca una figura imponente. O eso me parece a mí porque cada vez que me lo pongo me siento así.
Aunque lo combine con prendas informales, aunque le reste quilates, te hace sentir muy vestida, importante y con pedigrí. Es de esos tipos de abrigos. Es cierto que tampoco fue barato. Se nota.
¿Las circunstancias? Qué más da después de tantos años. Fue una provocación de mi madre, que adquiere fuerza al pensar a quién se la hizo , en qué momento y la cara que se le tuvo que quedar. Todas esas imágenes están impresas, resucitan, con un simple vistazo.
Un vestido de lana.
Colgado en la percha desde entonces.
Me recuerda la época en la que sólo quería impresionar, ser la mejor, no tener rival, en ningún aspecto.
Una época de mentiras también para alcanzar ese nivel, una época de inseguridad, de amor inmaduro, lleno de celos, y de una pasión profunda y devastadora. Dolorosa, con una sensibilidad altamente receptiva, una susceptibilidad que esconde una fragilidad, unas inseguridades insondables.
Me recuerdan a la discusión. ¿Fue el mismo día? Ahora dudo incluso que me haya llegado a poner ese vestido y sin embargo recuerdo claramente esta etapa, esos días, con meridiana claridad.
Algo a punto de quebrarse. Clarividencias, Mentiras.
Todo bajo la fina capa de una superficie amable, de felicidad, calma, amor.
Pero algo se estaba desatando bajo el hielo. Algo empieza a descongelarse, a querer fluir. El estado sólido, estático, no es para siempre. Cuando menos te lo esperas, muy poco a poco, las cosas empiezan a derretirse, a perder forma, a deshacer sus aristas, pierdes la objetividad, ¡ni siquiera es lo que fue! de tan desgastado con las palabras, con el uso, con las distorsiones diarias...
Y de repente un día, te levantas y pones un pie en esa realidad que cruje y se desmorona bajo tu peso, el de tu conciencia. Y te zambulles en un lago de agua gélida que te corta la respiración.
¿Ya sabes lo que hay que hacer no?
Moverte, moverte y encontrar una salida. Algo donde agarrarte y escapar de la fuerte corriente.
Desprendimientos de tierra, aludes, trozos de hielo desmembrados que afloran a la superficie. Miles de ellos, los restos que se habían formado bajo el pulido, bien brillante y luminoso, hielo.
¿Todo falso?
No. El hielo fue deslizante y grueso mientras duró la estación.
Pero todas las cosas desean fluir. Igual que fluías tú patinando sobre su superficie.
Lo que no te deja ver el deslumbrante hielo son los monstruos, los enormes trozos de hielo que te espían desde el fondo
Múévete, muévete, mantén tus músculos calientes, y no pienses en nada más sino en agarrarte a algo y salir del agua fría, poder salvarte.
No te quieres convertir en un fósil helado, paralizado en este momento para siempre.
O hasta que algo de calor te descongele dentro de ¿quién sabe cuánto tiempo? ¿Y cómo resurgirás? El hielo no fluye.
Así que te mueves, te agitas, nadas y sólo piensas en salir.
Luego te arrepentirás de muchas decisiones tomadas en este estado.
Pero ¿quién puede pararse a decidir a escoger la mejor decisión cuando sus miembros se van amoratando de frío?
Tengo un abrigo que supone un corte de mangas, una insolencia, una chulería.
Y no tiene tachuelas, ni es de cuero, ni cuenta con una frase provocadora. No es de color rojo ni especialmente transgresor en su estructura ni corte.
Pero cada vez que lo veo, por el contexto en el que fue adquirido, cuando me lo pongo (y eso que no es mío y que yo no lo compré) siento todo ese poder, me embarga una sensación irreverente, soberbia y altanera.
El abrigo es de mi madre y lo he heredado, que nadie piense mal.
Un abrigo clásico, gris perla, envolvente, precioso. Con mucha caída, marca una figura imponente. O eso me parece a mí porque cada vez que me lo pongo me siento así.
Aunque lo combine con prendas informales, aunque le reste quilates, te hace sentir muy vestida, importante y con pedigrí. Es de esos tipos de abrigos. Es cierto que tampoco fue barato. Se nota.
¿Las circunstancias? Qué más da después de tantos años. Fue una provocación de mi madre, que adquiere fuerza al pensar a quién se la hizo , en qué momento y la cara que se le tuvo que quedar. Todas esas imágenes están impresas, resucitan, con un simple vistazo.
Un vestido de lana.
Colgado en la percha desde entonces.
Me recuerda la época en la que sólo quería impresionar, ser la mejor, no tener rival, en ningún aspecto.
Una época de mentiras también para alcanzar ese nivel, una época de inseguridad, de amor inmaduro, lleno de celos, y de una pasión profunda y devastadora. Dolorosa, con una sensibilidad altamente receptiva, una susceptibilidad que esconde una fragilidad, unas inseguridades insondables.
Me recuerdan a la discusión. ¿Fue el mismo día? Ahora dudo incluso que me haya llegado a poner ese vestido y sin embargo recuerdo claramente esta etapa, esos días, con meridiana claridad.
Algo a punto de quebrarse. Clarividencias, Mentiras.
Todo bajo la fina capa de una superficie amable, de felicidad, calma, amor.
Pero algo se estaba desatando bajo el hielo. Algo empieza a descongelarse, a querer fluir. El estado sólido, estático, no es para siempre. Cuando menos te lo esperas, muy poco a poco, las cosas empiezan a derretirse, a perder forma, a deshacer sus aristas, pierdes la objetividad, ¡ni siquiera es lo que fue! de tan desgastado con las palabras, con el uso, con las distorsiones diarias...
Y de repente un día, te levantas y pones un pie en esa realidad que cruje y se desmorona bajo tu peso, el de tu conciencia. Y te zambulles en un lago de agua gélida que te corta la respiración.
¿Ya sabes lo que hay que hacer no?
Moverte, moverte y encontrar una salida. Algo donde agarrarte y escapar de la fuerte corriente.
Desprendimientos de tierra, aludes, trozos de hielo desmembrados que afloran a la superficie. Miles de ellos, los restos que se habían formado bajo el pulido, bien brillante y luminoso, hielo.
¿Todo falso?
No. El hielo fue deslizante y grueso mientras duró la estación.
Pero todas las cosas desean fluir. Igual que fluías tú patinando sobre su superficie.
Lo que no te deja ver el deslumbrante hielo son los monstruos, los enormes trozos de hielo que te espían desde el fondo
Múévete, muévete, mantén tus músculos calientes, y no pienses en nada más sino en agarrarte a algo y salir del agua fría, poder salvarte.
No te quieres convertir en un fósil helado, paralizado en este momento para siempre.
O hasta que algo de calor te descongele dentro de ¿quién sabe cuánto tiempo? ¿Y cómo resurgirás? El hielo no fluye.
Así que te mueves, te agitas, nadas y sólo piensas en salir.
Luego te arrepentirás de muchas decisiones tomadas en este estado.
Pero ¿quién puede pararse a decidir a escoger la mejor decisión cuando sus miembros se van amoratando de frío?
Calladita estoy más mona
Monísima. Porque aunque intento no rellenar silencios que a mí me parecen incómodos o significativos con frases que terminan siendo un micro dolor de cabeza, pues a veces sí caigo en el ruido fácil. Y entonces, llamo la atención sobre algo que no quería.
O hago una aportación, o decido aclarar o incluso halagar con una frase sin trascendencia y... La otra persona se agarra a esta frase para aclarar algo que termina siendo un ataque o dándome innecesarias jaquecas.
Y la frase me vuelve a la cabeza: calladita estás más mona.
Y sí, cuando sienta que la otra persona se ha quedado con ganas de preguntar, aclarar, marujear algo más, pues las ganas son suyas y a mí no me afectan. Si tiene dudas, si le pica, que pregunte.
Pero yo siempre me adelanto y le proporciono la aclaración antes de que la pregunte. Una aclaración que deja al descubierto cosas que no tenían por qué salir.
¿Y a mí? ¿Acaso alguien resuelve mis dudas antes de formularlas? Ni de coña, incluso habiendo preguntado, muchas veces la respuesta viene tras un proceso digno del más concienzudo sacacorchos. Y ni con esas queda claro...
Pues ahí voy yo siempre con una frase que "normalice" ciertas tensiones, vacíos que percibo en el ambiente, en el contexto.
O una frase final de cierre, que me termina metiendo en una conversación no deseada.
Que le den por culo a la carga eléctrica en el ambiente, que le den por culo a las supuestas tensiones. Si yo las percibo supongo que la otra persona también. ¡Que rellene el silencio ella!
Yo, con mi lema: calladita estoy más mona.
O hago una aportación, o decido aclarar o incluso halagar con una frase sin trascendencia y... La otra persona se agarra a esta frase para aclarar algo que termina siendo un ataque o dándome innecesarias jaquecas.
Y la frase me vuelve a la cabeza: calladita estás más mona.
Y sí, cuando sienta que la otra persona se ha quedado con ganas de preguntar, aclarar, marujear algo más, pues las ganas son suyas y a mí no me afectan. Si tiene dudas, si le pica, que pregunte.
Pero yo siempre me adelanto y le proporciono la aclaración antes de que la pregunte. Una aclaración que deja al descubierto cosas que no tenían por qué salir.
¿Y a mí? ¿Acaso alguien resuelve mis dudas antes de formularlas? Ni de coña, incluso habiendo preguntado, muchas veces la respuesta viene tras un proceso digno del más concienzudo sacacorchos. Y ni con esas queda claro...
Pues ahí voy yo siempre con una frase que "normalice" ciertas tensiones, vacíos que percibo en el ambiente, en el contexto.
O una frase final de cierre, que me termina metiendo en una conversación no deseada.
Que le den por culo a la carga eléctrica en el ambiente, que le den por culo a las supuestas tensiones. Si yo las percibo supongo que la otra persona también. ¡Que rellene el silencio ella!
Yo, con mi lema: calladita estoy más mona.
Heridas abiertas
Sí, tengo asumido que algo se quedó abierto, algo se rompió bruscamente, algo no se cerró apropiadamente.
Properly que dirían los ingleses.
Hay algo más. Unas fuerzas que nos mantienen mentalmente unidos. ¿Durante cuánto tiempo?
Tal vez para siempre.
Siento que le llevamos la contraria a un plan preestablecido, a una tendencia clara de la naturaleza.
¡¡Ese destino estaba escrito!!
Con cojones, por cabezonería, por un exaltado sentido del ridículo: que no se cumple con este plan y punto.
Si tú no, yo menos.
Ya saldrá otra callejuela del destino para que tracemos una nueva órbita.
Pero el destino no tiene tantos recursos como parece tener en otras situaciones.
La de colorida variedad que tiene para unos asuntos y lo obcecado y pesadito que se pone con otros.
¡¡Los protagonistas decidimos terminar con esa historia!!
Y vale, vale, no se puede hacer nada ante eso, nosotros llevamos la acción, resulta que hemos salido con libre albedrío y nos hemos enfrentado a lo que estaba establecido.
Bueno, como queráis, pero el lazo sigue estrecho, sigue apretando a veces, nunca dejas de sentir que está ahí.
Tal vez no todos los días. Incluso hay temporadas que pareces haberte liberado.
Y de repente, sin aviso ni motivo aparente, un tirón seco de la correa.
Sigo aquí.
Es como un camino que estaba surcado pero que nadie ha recorrido. Está aquí, cincelado en la palma de la mano.
"¡¡Deberías cumplirlo!!"
Estábais prdestinados.
Y mis cojones predestinados, le he salido rebelde al destino, y aprietas los dientes, y aprietas los puños con saña, hasta que se vaya formando otra línea sudorosa y débil.
Pero el plan roto bruscamente, en el momento inadecuado...
Y no sólo con personas, también se quedan abiertas, rotas de mala manera, las relaciones con las ciudades. ¿Cuántas veces al día, haciendo lo que más me gusta, viene esta ciudad a mi mente, y me llena de alegría, de ansia por volver? Es un sentimiento totalmente irracional, en cuanto soy consciente, me digo que en qué se basa este interés. No sé qué tengo asociado, ni en qué momento hice esa asociación, pero me muero por volver allí. De otra manera, en otro estilo, pero algo me dejó marcado de esa isla, de esa etapa y lo recuerdo con ansias, con apego,
Craving.
Properly que dirían los ingleses.
Hay algo más. Unas fuerzas que nos mantienen mentalmente unidos. ¿Durante cuánto tiempo?
Tal vez para siempre.
Siento que le llevamos la contraria a un plan preestablecido, a una tendencia clara de la naturaleza.
¡¡Ese destino estaba escrito!!
Con cojones, por cabezonería, por un exaltado sentido del ridículo: que no se cumple con este plan y punto.
Si tú no, yo menos.
Ya saldrá otra callejuela del destino para que tracemos una nueva órbita.
Pero el destino no tiene tantos recursos como parece tener en otras situaciones.
La de colorida variedad que tiene para unos asuntos y lo obcecado y pesadito que se pone con otros.
¡¡Los protagonistas decidimos terminar con esa historia!!
Y vale, vale, no se puede hacer nada ante eso, nosotros llevamos la acción, resulta que hemos salido con libre albedrío y nos hemos enfrentado a lo que estaba establecido.
Bueno, como queráis, pero el lazo sigue estrecho, sigue apretando a veces, nunca dejas de sentir que está ahí.
Tal vez no todos los días. Incluso hay temporadas que pareces haberte liberado.
Y de repente, sin aviso ni motivo aparente, un tirón seco de la correa.
Sigo aquí.
Es como un camino que estaba surcado pero que nadie ha recorrido. Está aquí, cincelado en la palma de la mano.
"¡¡Deberías cumplirlo!!"
Estábais prdestinados.
Y mis cojones predestinados, le he salido rebelde al destino, y aprietas los dientes, y aprietas los puños con saña, hasta que se vaya formando otra línea sudorosa y débil.
Pero el plan roto bruscamente, en el momento inadecuado...
Y no sólo con personas, también se quedan abiertas, rotas de mala manera, las relaciones con las ciudades. ¿Cuántas veces al día, haciendo lo que más me gusta, viene esta ciudad a mi mente, y me llena de alegría, de ansia por volver? Es un sentimiento totalmente irracional, en cuanto soy consciente, me digo que en qué se basa este interés. No sé qué tengo asociado, ni en qué momento hice esa asociación, pero me muero por volver allí. De otra manera, en otro estilo, pero algo me dejó marcado de esa isla, de esa etapa y lo recuerdo con ansias, con apego,
Craving.
Andando sobre cristales muy finos.
Y estar en el punto de mira.
Andares suaves, mullidos, casi sin apoyarte. Sonrisas falsas, miradas sorprendidas, cándidas.
No me creo nada. Está deseando verme caer.
Y si puede ser de cara y con expresión de incredulidad, de sorpresa. Sin verlo venir.
De la manera más vergonzosa posible.
De repente veo enemigos. De la noche a la mañana. Así surgen estas cosas.
No son tantos pero sí hablan mucho.
Pasar desapercibida, estar quieta, sin respirar apenas. Sonreír mientras tanto.
Y exageradamente atenta.
Y estar en el punto de mira.
Andares suaves, mullidos, casi sin apoyarte. Sonrisas falsas, miradas sorprendidas, cándidas.
No me creo nada. Está deseando verme caer.
Y si puede ser de cara y con expresión de incredulidad, de sorpresa. Sin verlo venir.
De la manera más vergonzosa posible.
De repente veo enemigos. De la noche a la mañana. Así surgen estas cosas.
No son tantos pero sí hablan mucho.
Pasar desapercibida, estar quieta, sin respirar apenas. Sonreír mientras tanto.
Y exageradamente atenta.
Excusas
,Excusas y excusas.
También las utilizamos para sabotearnos, para hundirnos, recriminarnos y regañarnos.
Para no dejar de estar enfadadas con nosotras mismas, de culparnos.
Para encontrar una respuesta "lógica" al desconcierto, a la mala suerte, a la negación.
Siempre te has dicho que no conseguías ciertas cosas porque lo intentabas en unos sitios, con una gente, en ciertos estados, ambientes, contextos, con un comportamiento y unas formas que obviamente hacían imposible que nadie lo tomara en serio.
Y te convencías tan segura de ti misma, llenándote de inseguridad.
Ésta era la razón. Y te culpabas y te odiabas por seguir haciendo el tonto, intentando un resultado repitiendo las premisas nefastas.
Pasa el tiempo, corren las hojas, las estaciones, llueve, sale el sol y con estos cambios y ciclos también tú das ciertos giros y mutaciones No es que seas una persona nueva pero en cierta manera sí.
Y se presentan otros contextos y otras situaciones y estás en otra perspectiva y vuelves a insistir en tu "petición".
Y la negativa es la misma.
Años de excusas y ahora que has interpretado el papel ideal en el escenario ideal... Volvemos al no por respuesta.
¿Ahora qué?
Era una manera de justificar que lo merecías pero te fallaban las formas.
¿No lo mereces pues?
Al final es la misma lección de siempre. La que deberíamos llevar grabada a fuego en la cabeza: si está para ti, lo tendrás. Si no, ni aunque te pongas en cruz.
También las utilizamos para sabotearnos, para hundirnos, recriminarnos y regañarnos.
Para no dejar de estar enfadadas con nosotras mismas, de culparnos.
Para encontrar una respuesta "lógica" al desconcierto, a la mala suerte, a la negación.
Siempre te has dicho que no conseguías ciertas cosas porque lo intentabas en unos sitios, con una gente, en ciertos estados, ambientes, contextos, con un comportamiento y unas formas que obviamente hacían imposible que nadie lo tomara en serio.
Y te convencías tan segura de ti misma, llenándote de inseguridad.
Ésta era la razón. Y te culpabas y te odiabas por seguir haciendo el tonto, intentando un resultado repitiendo las premisas nefastas.
Pasa el tiempo, corren las hojas, las estaciones, llueve, sale el sol y con estos cambios y ciclos también tú das ciertos giros y mutaciones No es que seas una persona nueva pero en cierta manera sí.
Y se presentan otros contextos y otras situaciones y estás en otra perspectiva y vuelves a insistir en tu "petición".
Y la negativa es la misma.
Años de excusas y ahora que has interpretado el papel ideal en el escenario ideal... Volvemos al no por respuesta.
¿Ahora qué?
Era una manera de justificar que lo merecías pero te fallaban las formas.
¿No lo mereces pues?
Al final es la misma lección de siempre. La que deberíamos llevar grabada a fuego en la cabeza: si está para ti, lo tendrás. Si no, ni aunque te pongas en cruz.