Pureza
Jonathan Franzen
...el comportamiento autodestructivo era por sí mismo una manera de darse importancia...
....envidiaban su buena mano con las jovencitas, y en consecuencia, la criticaban...
Al verla de nuevo, tras haberse limitado a imaginarla tras una semana entera, el contraste entre el amor y la lujuria lo abrumó. Resultó que el amor era extrañamente claustrofóbico, capaz de mutilarle el alma y revolverle el estómago: una sensación de infinitud embotellada en su interior, un peso infinito, un potencial infinito que sólo podía salir por la única y pequeña válvula de escape que era aquella temblorosa chica pálida cubierta con un impermeable de mala calidad.
...en cierto sentido, la culpa que debería haber sentido después de la infidelidad no sólo existía ya desde antes
Su culpa era tan grande que era gravitatoria, distorsionaba el espacio y el tiempo para conectarse, por medio de una geometría no euclidiana, con la culpa que no había sentido mientras destrozaba el anterior matrimonio de Charles. Aquella culpa no podía considerarse inexistente, sino prerredirigida, gracias a una distorsión espaciotemporal, hacia Manhattan en 2004.
Cuando colgó el teléfono, le temblaban las manos, los brazos enteros en realidad, desde los hombros. De nuevo aquella sensación de no tener ni idea de dónde estaba. (…) La velocidad con que había llegado Pip a ese momento, la línea recta que iba del cuestionario de Annagret a una habitación en el hotel Cortez, le producía una sensación absoluta de control(…)
Pero en vez de bajar al vestíbulo, se sentó en la cama y dejó pasar un rato. Le parecía que provocar la impaciencia de Andreas era la única forma de resistir que le quedaba (…). Aunque… ¿de verdad quería resistirse? Cuanto más esperaba, más erótico le parecía el suspense. El mero hecho de esperar en una habitación de hotel invitaba a pensar en el sexo: ¿para qué estaban, si no, las habitaciones de hotel?
Su vida con Tom era extraña, confusa y estaba sometida a una provisionalidad permanente, pero eso era lo que hacía de ella una vida de amor verdadero, algo que escogía libremente cada día, cada hora.
Cuando llegaba el momento de vomitar, lo que la mareaba no era sólo pensar en comida; era la idea de querer cualquier cosa. La náusea era la negación de todo deseo. Y las peleas, también. Recordaba aquella antigua desolación y volvía a sentirla de nuevo, la convicción de que el amor era imposible, de que por muy hondo que enterrasen el conflicto ya nunca se librarían de él. El problema con la vida que se escogía a diario en plena libertad (…) era que se podía terminar en cualquier momento.
Empiezo a creer que el paraíso no es la felicidad eterna. Es más como si la sensación de felicidad implicara algo eterno. No existe la vida eterna porque nunca le ganaremos la carrera al tiempo, pero sí puedes huir del tiempo cuando estás feliz, porque entonces el tiempo no importa.
Está el imperativo de guardar secretos y el imperativo de divulgarlos. ¿Cómo sabes que eres una persona distinta de las otras personas? Guardándote algunas cosas para ti. Te las quedas dentro porque, en caso contrario, no habría ninguna diferencia entre el interior y el exterior. Los secretos son nuestra manera de saber que tenemos un interior. Un exhibicionista radical es alguien que ha falsificado su identidad. Pero la identidad en el vacío también carece de sentido. Antes o después, nuestro interior necesita un testigo. Si no, nadie es más que una vaca, un gato, una piedra, un objeto en el mundo, atrapado en su condición de objeto. Para tener una identidad, necesitamos creer que existen otras identidades por igual. Necesitamos cercanía con otras personas. ¿Y cómo se construye la cercanía? Compartiendo secretos. Colleen sabe lo que tú piensas en secreto de Willow. Tú conoces los pensamientos secretos de Colleen sobre Flor. Tu identidad existe en la intersección de esas líneas de confianza.
…su complejo de superioridad , que tan a menudo constituye el verdadero corazón de la timidez.
Ninguna otra combinación de palabras podía detener mi corazón como “HA LLAMADO ANABEL”.
Toda mi personalidad se recompuso para proteger la tranquilidad de Anabel, y para defenderme yo mismo de sus reproches. Se podría describir como una castración de mi identidad, pero en realidad se parecía más a una disolución de las fronteras entre nuestras respectivas identidades. Aprendí a sentir lo que sentía Anabel, ella aprendió a anticipar lo que yo pensaba…
Todas las drogas representan una huida de nuestra propia identidad, y deshacerme de la mía por Anabel, tomar una decisión obviamente errónea para que ella se sintiera mejor y luego poder cosechar los frutos del éxtasis de su entusiasmo renovado por mí, era una droga.
Como había pasado los diez meses anteriores dando forma a mi personalidad para adaptarla a la suya, limando los puntos de fricción más prominentes, ese otoño fui bastante feliz a su lado. Íbamos desarrollando nuestras rutinas, nuestras opiniones compartidas, nuestro vocabulario privado, nuestro patrimonio de frases que nos parecían divertidas cuando las pronunciábamos por primera vez y casi nos lo seguían pareciendo cuando ya las habíamos repetido cien veces.
....envidiaban su buena mano con las jovencitas, y en consecuencia, la criticaban...
Al verla de nuevo, tras haberse limitado a imaginarla tras una semana entera, el contraste entre el amor y la lujuria lo abrumó. Resultó que el amor era extrañamente claustrofóbico, capaz de mutilarle el alma y revolverle el estómago: una sensación de infinitud embotellada en su interior, un peso infinito, un potencial infinito que sólo podía salir por la única y pequeña válvula de escape que era aquella temblorosa chica pálida cubierta con un impermeable de mala calidad.
...en cierto sentido, la culpa que debería haber sentido después de la infidelidad no sólo existía ya desde antes
Su culpa era tan grande que era gravitatoria, distorsionaba el espacio y el tiempo para conectarse, por medio de una geometría no euclidiana, con la culpa que no había sentido mientras destrozaba el anterior matrimonio de Charles. Aquella culpa no podía considerarse inexistente, sino prerredirigida, gracias a una distorsión espaciotemporal, hacia Manhattan en 2004.
Cuando colgó el teléfono, le temblaban las manos, los brazos enteros en realidad, desde los hombros. De nuevo aquella sensación de no tener ni idea de dónde estaba. (…) La velocidad con que había llegado Pip a ese momento, la línea recta que iba del cuestionario de Annagret a una habitación en el hotel Cortez, le producía una sensación absoluta de control(…)
Pero en vez de bajar al vestíbulo, se sentó en la cama y dejó pasar un rato. Le parecía que provocar la impaciencia de Andreas era la única forma de resistir que le quedaba (…). Aunque… ¿de verdad quería resistirse? Cuanto más esperaba, más erótico le parecía el suspense. El mero hecho de esperar en una habitación de hotel invitaba a pensar en el sexo: ¿para qué estaban, si no, las habitaciones de hotel?
Su vida con Tom era extraña, confusa y estaba sometida a una provisionalidad permanente, pero eso era lo que hacía de ella una vida de amor verdadero, algo que escogía libremente cada día, cada hora.
Cuando llegaba el momento de vomitar, lo que la mareaba no era sólo pensar en comida; era la idea de querer cualquier cosa. La náusea era la negación de todo deseo. Y las peleas, también. Recordaba aquella antigua desolación y volvía a sentirla de nuevo, la convicción de que el amor era imposible, de que por muy hondo que enterrasen el conflicto ya nunca se librarían de él. El problema con la vida que se escogía a diario en plena libertad (…) era que se podía terminar en cualquier momento.
Empiezo a creer que el paraíso no es la felicidad eterna. Es más como si la sensación de felicidad implicara algo eterno. No existe la vida eterna porque nunca le ganaremos la carrera al tiempo, pero sí puedes huir del tiempo cuando estás feliz, porque entonces el tiempo no importa.
Está el imperativo de guardar secretos y el imperativo de divulgarlos. ¿Cómo sabes que eres una persona distinta de las otras personas? Guardándote algunas cosas para ti. Te las quedas dentro porque, en caso contrario, no habría ninguna diferencia entre el interior y el exterior. Los secretos son nuestra manera de saber que tenemos un interior. Un exhibicionista radical es alguien que ha falsificado su identidad. Pero la identidad en el vacío también carece de sentido. Antes o después, nuestro interior necesita un testigo. Si no, nadie es más que una vaca, un gato, una piedra, un objeto en el mundo, atrapado en su condición de objeto. Para tener una identidad, necesitamos creer que existen otras identidades por igual. Necesitamos cercanía con otras personas. ¿Y cómo se construye la cercanía? Compartiendo secretos. Colleen sabe lo que tú piensas en secreto de Willow. Tú conoces los pensamientos secretos de Colleen sobre Flor. Tu identidad existe en la intersección de esas líneas de confianza.
…su complejo de superioridad , que tan a menudo constituye el verdadero corazón de la timidez.
Ninguna otra combinación de palabras podía detener mi corazón como “HA LLAMADO ANABEL”.
Toda mi personalidad se recompuso para proteger la tranquilidad de Anabel, y para defenderme yo mismo de sus reproches. Se podría describir como una castración de mi identidad, pero en realidad se parecía más a una disolución de las fronteras entre nuestras respectivas identidades. Aprendí a sentir lo que sentía Anabel, ella aprendió a anticipar lo que yo pensaba…
Todas las drogas representan una huida de nuestra propia identidad, y deshacerme de la mía por Anabel, tomar una decisión obviamente errónea para que ella se sintiera mejor y luego poder cosechar los frutos del éxtasis de su entusiasmo renovado por mí, era una droga.
Como había pasado los diez meses anteriores dando forma a mi personalidad para adaptarla a la suya, limando los puntos de fricción más prominentes, ese otoño fui bastante feliz a su lado. Íbamos desarrollando nuestras rutinas, nuestras opiniones compartidas, nuestro vocabulario privado, nuestro patrimonio de frases que nos parecían divertidas cuando las pronunciábamos por primera vez y casi nos lo seguían pareciendo cuando ya las habíamos repetido cien veces.