SEPTIEMBRE 2015
Reflexiones varias
Impresiones
Qué desdén.
Por favor, es tan obvia. Qué vergüenza. Imagino que soy yo la que tiene que hacer ese papel y de sólo pensarlo me sonrojo. Qué pena me dan todas esas chcas desesperadas, descaradas, tontorronas que juegan con los egos masculinos, que flirtean con sus jefes, que hacen bromitas con el profesor, "vestidas para la ocasión". Madre mía.
Qué miedo.
Con la voz nasal y aguda, sin proyectarla, una voz hacia dentro, como si al sonido le diera reparo salir de la cavidad bucal. Todo concentrado, emitiéndose desde el caballete de la nariz. Con sus gafitas de pasta sobre la nariz respingona. Con su traje y envaramiento, todo corrección. Tan reterminado, Chiquitín, cuadraete. No mira a los ojos, se mueve con gestos cortos, rápidos. Pequeños pasos para girar sobre sí mismo. Sin estar hundido, se le ve sumergido entre los hombros.
Y la persistente sensación de que es raro. Un algo desagradable que inspira desconfianza.
Su voz, esa voz de sabioncillo crecido que ahora regaña desagradable, autoritario, lejano.
No hay nada cómico. No hay nada humano. No hay ternura. Sólo desafío y obsesión por controlar todo lo pequeño, lo cercano, siempre a punto de perder el frágil autocontrol.
Qué angustia.
Porque no le veo feliz, porque no sé como ayudarle, porque cada cosa que le sale mal a mí me duele profundamente, porque no puedo decir nada o parecerá una crítica, pero me desespera y me frustra. Es un callejón sin salida. Es un ovillo liado tan grande como mi persona lleno de nudos apretados, es una aguja en un pajar de 1km2, no sé por donde empezar, me parece imposible, batalla perdida. Tiro la toalla antes incluso de intentarlo.
Qué sorpresa.
No es que haya subido de puesto y se le haya subido a la cabeza, se le hayan subido los humos y todo tipo de ascensiones con giros bruscos de carácter. Qué va. No es que se haya vuelto una engreída, se le haya ido la pinza con el ascenso. No, no.
Esa persona siempre fue así, pero estaba reprimiéndose mientras escalaba posiciones.
Se controlaba, disimulaba, para agradar, crear confianza y cuando ha conseguido llegar adonde quería, cuando se siente segura, cuando nadie le puede arrebatar, cuando lo tiene atado y bien pillado, es cuando deja salir la realidad que lleva dentro. El auténtico personaje.
Pero que nadie se llame a error, siempre estuvo ahí, esperando agazapado. Rabiosamente callado.
Qué extraño
Te levantas varios días seguidos a la misma hora, mismo minuto Y te llama más la atención que sea un número impar. Si te despiertas a las 8.11, te acuerdas y te impacta más que si siempre abres el ojo a las 8.
Pero tres días seguidos decides mirar el reloj cuando acabas de volver de los sueños. Y siempre son las 8.11
¿Hola? ¿Hay algún mensaje ahí?
Por favor, es tan obvia. Qué vergüenza. Imagino que soy yo la que tiene que hacer ese papel y de sólo pensarlo me sonrojo. Qué pena me dan todas esas chcas desesperadas, descaradas, tontorronas que juegan con los egos masculinos, que flirtean con sus jefes, que hacen bromitas con el profesor, "vestidas para la ocasión". Madre mía.
Qué miedo.
Con la voz nasal y aguda, sin proyectarla, una voz hacia dentro, como si al sonido le diera reparo salir de la cavidad bucal. Todo concentrado, emitiéndose desde el caballete de la nariz. Con sus gafitas de pasta sobre la nariz respingona. Con su traje y envaramiento, todo corrección. Tan reterminado, Chiquitín, cuadraete. No mira a los ojos, se mueve con gestos cortos, rápidos. Pequeños pasos para girar sobre sí mismo. Sin estar hundido, se le ve sumergido entre los hombros.
Y la persistente sensación de que es raro. Un algo desagradable que inspira desconfianza.
Su voz, esa voz de sabioncillo crecido que ahora regaña desagradable, autoritario, lejano.
No hay nada cómico. No hay nada humano. No hay ternura. Sólo desafío y obsesión por controlar todo lo pequeño, lo cercano, siempre a punto de perder el frágil autocontrol.
Qué angustia.
Porque no le veo feliz, porque no sé como ayudarle, porque cada cosa que le sale mal a mí me duele profundamente, porque no puedo decir nada o parecerá una crítica, pero me desespera y me frustra. Es un callejón sin salida. Es un ovillo liado tan grande como mi persona lleno de nudos apretados, es una aguja en un pajar de 1km2, no sé por donde empezar, me parece imposible, batalla perdida. Tiro la toalla antes incluso de intentarlo.
Qué sorpresa.
No es que haya subido de puesto y se le haya subido a la cabeza, se le hayan subido los humos y todo tipo de ascensiones con giros bruscos de carácter. Qué va. No es que se haya vuelto una engreída, se le haya ido la pinza con el ascenso. No, no.
Esa persona siempre fue así, pero estaba reprimiéndose mientras escalaba posiciones.
Se controlaba, disimulaba, para agradar, crear confianza y cuando ha conseguido llegar adonde quería, cuando se siente segura, cuando nadie le puede arrebatar, cuando lo tiene atado y bien pillado, es cuando deja salir la realidad que lleva dentro. El auténtico personaje.
Pero que nadie se llame a error, siempre estuvo ahí, esperando agazapado. Rabiosamente callado.
Qué extraño
Te levantas varios días seguidos a la misma hora, mismo minuto Y te llama más la atención que sea un número impar. Si te despiertas a las 8.11, te acuerdas y te impacta más que si siempre abres el ojo a las 8.
Pero tres días seguidos decides mirar el reloj cuando acabas de volver de los sueños. Y siempre son las 8.11
¿Hola? ¿Hay algún mensaje ahí?
A por otro, a por otro.... A por otro sobre Facebook (y los que queden...)
Sigo con mis estudios en profundidad sobre nuestras relaciones y las redes sociales.
Otra observación más, a sumarse a las muchas que ya tengo.
Hay personas que no elimnas de tus contactos porque, porque... ¿Por qué?
Algunos porque no quieres hacerles el feo. Otros porque aunque te mueres por hacerles el feo, a una parte de ti le da pena eliminarlos como si fueran a desaparecer de tu vida.
Aunque eso es inevitable, hace tiempo que lo están: fuera de tu vida.
Es como un temor a que se borren de tus recuerdos.
O a que tú te borres del de ellos.
Piensas que si los mantienes entre tus contactos, el día que lo necesites, puedes publicar algo que les llame la atención, que les haga acordarse de ti.
Qué intenso el pellizco al pensar en ellos, la simple idea de que te puedan saltar sus noticias en cualquier momento tranquilo en el que estés besugamente marujeando entre un vídeo en alemán que ha colgado el amigo de un amigo que no sabes ni quién es ni en qué momento te agregó, tras una breve noticia de sugerencia de una página porque a dos amigos (con los que no hablas desde hace años) les ha gustado, y las fotos paradisiacas de los vacacioneros de turno, llega inesperado y como un puto vendaval la foto de esta persona en concreto y de repente algo muy violento te agarra las entrañas y empieza a desgarrarlas.
No las suelta durante un rato largo.
Un puño que te revuelve las vísceras lentamente, profundamente, con saña.
Una especie de fistfucking atravesando el ombligo.
Mareo, ganas de vomitar, ansiedad.
Y es verdad que te da mucho por culo.
Así que tras dos pelotazos de estos, con una sensación de hostiazo mental como si te hubieras metido una raya y dejando un regusto bastante más amargo durante un tiempo largo que va mucho más allá de cuando has dejado de mirar. Al que hace cuarto pelotazo cogida inocentemente de imprevisto y haciéndote recordar, desear, imaginar y morderte las uñas de rabia, pues decides que vas a controlar tus emociones, vas a controlar tu vida y.... y... vas a bloquear las noticias de estas personas.
Nada de cogerte de improviso, nada de sorpresitas. Tú decides cuándo te armas de valor y te aburres lo suficiente como para meterte en sus perfiles y ver qué novedades hay en sus vidas últimamente.
Procura que ese día no estés de bajón, melancólica ni cabreada.
El contraste puede ser fatal.
Mejor meterte en sus noticias cuando te sientas poderosa, invencible, interesante. En pleno subidón. Porque miras sus perfiles para comparar tu vida con la de ellos. No nos engañemos. Y, sinceramente, procura que en la balanza puedas salir airosa, más que airosa, huracanosa, torbellinosa... Dejando el perfil del otro mordiendo el polvo.
De estos personajes yo tengo sobre todo un par. Sé perfectamente (o más o menos) qué es lo que me hace evitarles (de manera virtual, porque personalmente hace tiempo que perdimos el contacto, por supuesto).
Me jode ver sus noticias. Prefiero que no me asalten.
Una es por envidia pura y dura mezclado con vergüenza ajena.
Extraña mezcla.
Es una mezcla de celos, rabia y desdén.
La misma mezcla de siempre.
Hay algo de mutua fascinación entre nosotras, y en contraste, breves lapsos de repulsión, puedo sentirlos en situaciones muy precisas.
(Distancia de rescate. Samanta Schweblin).
La otra.... la otra sigo sin saber muy bien qué es aunque lo intuyo, y no me gusta, así que ni profundizo ni lo reconozco. Así de (r)evolucionada psicológicamente estoy.
No me importa reconocerlo. Mucho peor es siquiera atisbar lo que de verdad me mueve por dentro.
Es extraño que esté tan tranquila. Porque aunque no me lo digas, yo ya lo sé, y sin embargo es algo imposible de decirse a uno mismo.
(Distancia de rescate. Samanta Schweblin).
Ambos han pasado de mí, no me han perseguido todo lo que yo considero que me deberían haber perseguido con lo maravillosa e indispensable que soy y... dejo esta puerta abierta para que en el futuro tengan la oportunidad de demostrármelo.
Magnánima y generosa que soy.
Son de esas personas de las que te alegras que no les vaya bien, de sus batacazos.
Porque sólo les podía ir bien estando contigo.
Te llenaría de un regio orgullo y satisfacción que volvieran a llamar a tu puerta.
Es decir, a mandarte un mensaje.
Poder colgar algún triunfo que darles en las narices. Antes se colgaban las medallas, los trofeos, en la pared o la estantería, ahora se cuelgan en facebook en formato foto y frase explicativa.
Una imagen en la que vean lo que se están perdiendo.
Luego, cuando lo consigas, te darás cuenta que ya no te importa nada.
La vida es así de contradictoria, jodida y difícil.
¿He sido demasiado sincera? El otro día alguien leyó un artículo mío crítico e irónico y su opinión fue que al principio le pareció demasiado criticón pero que luego le vio la gracia.
Bueno, a mí también me pasa cuando empiezo a leer cosas de alguien, me cuesta hacerme al estilo. Pero lo que le pasó a este chico es que no leyó la ironía entre líneas. La crítica va para todo el mundo y la primera es a mí misma. ¿Cómo si no iba a poder hacer esas observaciones? Pues porque soy la primera que las comete y me encanta criticarme.
Y sí, sí, tengo envidia inexplicable, y rabia contenida, y la gente me cae mal, y soy falsa, y soy egoísta y avariciosa. En resumen, soy una mala persona, una mala persona además del montón, nada sofisticado. Una persona corriente y moliente, pero que analiza sus fallos, taaaan comunes, y soy capaz de verlos objetivamente, analizarlos, y reírme de ellos y de mí misma por cometerlos. No critico desde una posición espectadora sino partícipe total.
Soy yo misma el objeto de tanta censura y vituperio. Pero la gente (¡y yo misma!) siempre sintiéndose atacada, en vez de reconocerse y reírse. Porque si le picó es porque se reconocía, que lo sé de muy buen tinta.
Otra observación más, a sumarse a las muchas que ya tengo.
Hay personas que no elimnas de tus contactos porque, porque... ¿Por qué?
Algunos porque no quieres hacerles el feo. Otros porque aunque te mueres por hacerles el feo, a una parte de ti le da pena eliminarlos como si fueran a desaparecer de tu vida.
Aunque eso es inevitable, hace tiempo que lo están: fuera de tu vida.
Es como un temor a que se borren de tus recuerdos.
O a que tú te borres del de ellos.
Piensas que si los mantienes entre tus contactos, el día que lo necesites, puedes publicar algo que les llame la atención, que les haga acordarse de ti.
Qué intenso el pellizco al pensar en ellos, la simple idea de que te puedan saltar sus noticias en cualquier momento tranquilo en el que estés besugamente marujeando entre un vídeo en alemán que ha colgado el amigo de un amigo que no sabes ni quién es ni en qué momento te agregó, tras una breve noticia de sugerencia de una página porque a dos amigos (con los que no hablas desde hace años) les ha gustado, y las fotos paradisiacas de los vacacioneros de turno, llega inesperado y como un puto vendaval la foto de esta persona en concreto y de repente algo muy violento te agarra las entrañas y empieza a desgarrarlas.
No las suelta durante un rato largo.
Un puño que te revuelve las vísceras lentamente, profundamente, con saña.
Una especie de fistfucking atravesando el ombligo.
Mareo, ganas de vomitar, ansiedad.
Y es verdad que te da mucho por culo.
Así que tras dos pelotazos de estos, con una sensación de hostiazo mental como si te hubieras metido una raya y dejando un regusto bastante más amargo durante un tiempo largo que va mucho más allá de cuando has dejado de mirar. Al que hace cuarto pelotazo cogida inocentemente de imprevisto y haciéndote recordar, desear, imaginar y morderte las uñas de rabia, pues decides que vas a controlar tus emociones, vas a controlar tu vida y.... y... vas a bloquear las noticias de estas personas.
Nada de cogerte de improviso, nada de sorpresitas. Tú decides cuándo te armas de valor y te aburres lo suficiente como para meterte en sus perfiles y ver qué novedades hay en sus vidas últimamente.
Procura que ese día no estés de bajón, melancólica ni cabreada.
El contraste puede ser fatal.
Mejor meterte en sus noticias cuando te sientas poderosa, invencible, interesante. En pleno subidón. Porque miras sus perfiles para comparar tu vida con la de ellos. No nos engañemos. Y, sinceramente, procura que en la balanza puedas salir airosa, más que airosa, huracanosa, torbellinosa... Dejando el perfil del otro mordiendo el polvo.
De estos personajes yo tengo sobre todo un par. Sé perfectamente (o más o menos) qué es lo que me hace evitarles (de manera virtual, porque personalmente hace tiempo que perdimos el contacto, por supuesto).
Me jode ver sus noticias. Prefiero que no me asalten.
Una es por envidia pura y dura mezclado con vergüenza ajena.
Extraña mezcla.
Es una mezcla de celos, rabia y desdén.
La misma mezcla de siempre.
Hay algo de mutua fascinación entre nosotras, y en contraste, breves lapsos de repulsión, puedo sentirlos en situaciones muy precisas.
(Distancia de rescate. Samanta Schweblin).
La otra.... la otra sigo sin saber muy bien qué es aunque lo intuyo, y no me gusta, así que ni profundizo ni lo reconozco. Así de (r)evolucionada psicológicamente estoy.
No me importa reconocerlo. Mucho peor es siquiera atisbar lo que de verdad me mueve por dentro.
Es extraño que esté tan tranquila. Porque aunque no me lo digas, yo ya lo sé, y sin embargo es algo imposible de decirse a uno mismo.
(Distancia de rescate. Samanta Schweblin).
Ambos han pasado de mí, no me han perseguido todo lo que yo considero que me deberían haber perseguido con lo maravillosa e indispensable que soy y... dejo esta puerta abierta para que en el futuro tengan la oportunidad de demostrármelo.
Magnánima y generosa que soy.
Son de esas personas de las que te alegras que no les vaya bien, de sus batacazos.
Porque sólo les podía ir bien estando contigo.
Te llenaría de un regio orgullo y satisfacción que volvieran a llamar a tu puerta.
Es decir, a mandarte un mensaje.
Poder colgar algún triunfo que darles en las narices. Antes se colgaban las medallas, los trofeos, en la pared o la estantería, ahora se cuelgan en facebook en formato foto y frase explicativa.
Una imagen en la que vean lo que se están perdiendo.
Luego, cuando lo consigas, te darás cuenta que ya no te importa nada.
La vida es así de contradictoria, jodida y difícil.
¿He sido demasiado sincera? El otro día alguien leyó un artículo mío crítico e irónico y su opinión fue que al principio le pareció demasiado criticón pero que luego le vio la gracia.
Bueno, a mí también me pasa cuando empiezo a leer cosas de alguien, me cuesta hacerme al estilo. Pero lo que le pasó a este chico es que no leyó la ironía entre líneas. La crítica va para todo el mundo y la primera es a mí misma. ¿Cómo si no iba a poder hacer esas observaciones? Pues porque soy la primera que las comete y me encanta criticarme.
Y sí, sí, tengo envidia inexplicable, y rabia contenida, y la gente me cae mal, y soy falsa, y soy egoísta y avariciosa. En resumen, soy una mala persona, una mala persona además del montón, nada sofisticado. Una persona corriente y moliente, pero que analiza sus fallos, taaaan comunes, y soy capaz de verlos objetivamente, analizarlos, y reírme de ellos y de mí misma por cometerlos. No critico desde una posición espectadora sino partícipe total.
Soy yo misma el objeto de tanta censura y vituperio. Pero la gente (¡y yo misma!) siempre sintiéndose atacada, en vez de reconocerse y reírse. Porque si le picó es porque se reconocía, que lo sé de muy buen tinta.
Cumpleaños feliz
Llevamos meses sin vernos; tanto tiempo que casi he olvidado quién soy cuando estoy con ella.
(Cómo ser una mujer. Caitlyn Moran)
¿Para qué seguir con la farsa? Yo también es que soy tremenda, si la relación no es exactamente igual de intensa como considero que era antes, prefiero no tenerla y rompo con todo lazo y a tomar por culo, compae.
Y pienso que ha cambiado la otra parte cuando es posible que yo haya cambiado mucho, muchísimo también, si no la que más.
Pero siento un ligero desprecio allí al fondo, o es simplemente que percibes el mío.
Por eso ya apenas hablamos.
Como decía aquel portugués: la parte animal que hay en mí, reconoce algo sospechoso en ti, en tu parte animal y te rechaza.
Dejémolo en instintos. Intuiciones.
Y no, no, no, no te mereces un ataque de sinceridad. ¡Tenlo tú! (La historia de siempre).
Pero bueno, que algún día me sinceraré, porque sinceramente, siempre nos jactamos de ser directos y sinceros y estamos haciendo lo que tanto nos repugnaba: cumplir con las apariencias y las cordialidades absurdas y ridículas, empalagosas y muy por debajo de nuestras originales personalidades.
Aunque primero tendría que aclarar qué siento yo, ¿no?
¿Me acuedo de ti?
¿Me pellizca algo cuando te pienso?
No y no. Y desde luego no te recuerdo con nostalgia, pena, rabia, cariño...
No, y supongo que mi cabeza vuelve a ti por costumbre. Porque "we used to be...".
Y al final una es un animal de costumbres. Y al final una es leal a sus rutinas.
Se había convertido en una obligación. Si vienes tenemos que quedar, tenemos que hablar, exponer nuestras zozobras, dar soluciones brillantes, agudos puntos de vista. Contar nuestros miedos o inquietudes más profundas e íntimas con la calma de saber que el otro te comprenderá o al menos no te juzgará, te dará su opinión sincera. Exponer los rasgos más característicos de nuestros caracteres, nuestras peculiaridades, algunos guiños de humor, terminar con la sensación de que me conoces tanto, me aceptas tal cual soy. Una auténtica sintonía.
Todo eso que pasaba antes.
Todo eso que pasaba antes y ahora no.
Ahora todo es forzado, ha habido decepciones, ha habido expectativas no cumplidas, ¿puede nuestra amistad con todo? De momento, no. Por mi parte, no.
Dentro de un tiempo, ¿qui lo sa?
Pero las relaciones cambian, se transforman. ¿Evolucionan?
El listón estaba muy alto, tan alto como lo puede poner una rebelde adolescencia.
Puede que no sobreviva a nuestros cambios, a nuestras vidas. El tiempo lo dirá.
De momento, ¿te felicitaré en tu cumpleaños?
Y ¿qué me cuesta? Si no lo hago es porque tanta indiferencia aquí expuesta es mentira. Cosa que ya demuestra el que me encuentre escribiendo esto.
Queriendo engañar al diablo...
(Cómo ser una mujer. Caitlyn Moran)
¿Para qué seguir con la farsa? Yo también es que soy tremenda, si la relación no es exactamente igual de intensa como considero que era antes, prefiero no tenerla y rompo con todo lazo y a tomar por culo, compae.
Y pienso que ha cambiado la otra parte cuando es posible que yo haya cambiado mucho, muchísimo también, si no la que más.
Pero siento un ligero desprecio allí al fondo, o es simplemente que percibes el mío.
Por eso ya apenas hablamos.
Como decía aquel portugués: la parte animal que hay en mí, reconoce algo sospechoso en ti, en tu parte animal y te rechaza.
Dejémolo en instintos. Intuiciones.
Y no, no, no, no te mereces un ataque de sinceridad. ¡Tenlo tú! (La historia de siempre).
Pero bueno, que algún día me sinceraré, porque sinceramente, siempre nos jactamos de ser directos y sinceros y estamos haciendo lo que tanto nos repugnaba: cumplir con las apariencias y las cordialidades absurdas y ridículas, empalagosas y muy por debajo de nuestras originales personalidades.
Aunque primero tendría que aclarar qué siento yo, ¿no?
¿Me acuedo de ti?
¿Me pellizca algo cuando te pienso?
No y no. Y desde luego no te recuerdo con nostalgia, pena, rabia, cariño...
No, y supongo que mi cabeza vuelve a ti por costumbre. Porque "we used to be...".
Y al final una es un animal de costumbres. Y al final una es leal a sus rutinas.
Se había convertido en una obligación. Si vienes tenemos que quedar, tenemos que hablar, exponer nuestras zozobras, dar soluciones brillantes, agudos puntos de vista. Contar nuestros miedos o inquietudes más profundas e íntimas con la calma de saber que el otro te comprenderá o al menos no te juzgará, te dará su opinión sincera. Exponer los rasgos más característicos de nuestros caracteres, nuestras peculiaridades, algunos guiños de humor, terminar con la sensación de que me conoces tanto, me aceptas tal cual soy. Una auténtica sintonía.
Todo eso que pasaba antes.
Todo eso que pasaba antes y ahora no.
Ahora todo es forzado, ha habido decepciones, ha habido expectativas no cumplidas, ¿puede nuestra amistad con todo? De momento, no. Por mi parte, no.
Dentro de un tiempo, ¿qui lo sa?
Pero las relaciones cambian, se transforman. ¿Evolucionan?
El listón estaba muy alto, tan alto como lo puede poner una rebelde adolescencia.
Puede que no sobreviva a nuestros cambios, a nuestras vidas. El tiempo lo dirá.
De momento, ¿te felicitaré en tu cumpleaños?
Y ¿qué me cuesta? Si no lo hago es porque tanta indiferencia aquí expuesta es mentira. Cosa que ya demuestra el que me encuentre escribiendo esto.
Queriendo engañar al diablo...
Píldoras
¿Cuándo ha pasado suficiente tiempo como para poder reconocer un error, comentarlo en voz alta ante los demás, y bromear sobre él como si lo hubiera hecho otra persona? Tranquilamente y sonriendo de oreja a oreja, riéndote incluso, indulgente, "qué época aquella, ¿estaba loca?", "Ay dios qué cosas se hacen, me dio por ahí".
Para poder justificarlo y explicarlo, como si no fueras tú misma. O con menos risas y más seriedad, ante tu familia que de repente descubre uno de tus secretos de juventud (¿o no tan juventud?) pero quieres encadenarlo rápidamente al pasado, a épocas superadas, olvidadas. Ahora eres otra persona.
¿Cuánto tiempo? Depende del pecado.
Depende de ante quien lo tengas que reconocer.
No es lo mismo a un amigo que a tu pareja que a tu familia.
No es lo mismo.
Me encanta ponerme a comer y dejar todo lleno de migas al lado de tu chaqueta cuidadosamente doblada.
Le pego una patada y coloco luego con el pie la cajita que contiene todas tus preciadas cosas.
Arrojo en el montón, sin mirar siquiera, los papeles que tan cuidadosamente y con primor me has entregado.
Si me dices que es valioso, lo dejo ahí en medio y es lo último que guardo.
Si te corre prisa, hablaré desesperadamente despacio, lo dejaré para el final, no tendrás ninguna prioridad.
De una pequeña preocupación hago una montaña, le doy vueltas y más vueltas, pienso en lo peor, en lo más extremo.
Debe ser que estoy aburrida.
Pero es cierto que ridículas nimiedades han desencadenado lamentables catástrofes.
Me olvidé de cerrar la puerta, lo siento, cualquiera se puede olvidar (iba corriendo para llegar pronto, estaba harta de esperar).
Lo normal es que no pase nada.
Normal.
Bonita palabra, totalmente anormal.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Aunque me porté como una auténtica hija de puta, no me siento culpable. ¡No puedo! Y eso que en ningún momento demostraste ningún signo de maldad hacia mí, de egoísmo.
Yo era tu noche y tu día y hasta el aire que respirabas. (La niña de tus ojos)
Eso fue sin duda el fallo.
Y recuerdo todas mis mentiras, mis engaños, mis dobles juegos, mi desprecio, mis malas contestaciones, mi agresividad, mi aprovechamiento, mi egoísmo.
Y no, no me arrepiento.
Eso fue sin duda el anzuelo.
Qué barbaridad cuánto menos lo buscas, cuanto menos te esfuerzas, mejores resultados.
Pero no hablamos de ti, no, hablamos de mí.
De mi incapacidad para arrepentirme, para sentir culpa, o al menos cierta empatía.
Lo máximo que puedo es articular "pobrecillo", y con la boca pequeña además.
¿Por qué?
¿Qué hizo que tú no y él sí?
Tan parecidos en todo, al menos externamente.
Pero, claro, la diferencia está en que me daba caña. En que para él no era su día ni su noche ni mucho menos el aire que respiraba.
Luego resultó que sí, pero disimulaba nivel experto.
Y aquí lo importante es lo que uno perciba.
Quise repetir la historia, el sentimiento con esta persona.
¡Qué fantasía!
¡Y vale que te empeñes para que no salga!
Lo del amor es muy curioso, vendrá cuando le dé la gana.
Y en la persona que menos te lo esperes.
Fui una auténtica hija de puta y no me arrepiento.
No consigo sentir lástima ni nada aproximado.
¿Regocijo?
Me da miedo contemplar la posibilidad.
Es un: como me han hecho sentir esto, no pasa nada si yo también lo hago.
Justos por pecadores, la historia de siempre.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Y lo que está muy claro para el amado para el amante es profundo caos.
Qué feliz está el amante totalmente encantado, desbordado por la fascinación, por el descubrimiento de una persona merecedora de su amor.
Qué manía con fingir que todo sigue como siempre, que nada ha cambiado. Cuando en realidad te estás volviendo loco, y cada pobre explicación que te da para justificar su desinterés, su mala contestación y su reciente pasotismo, te la crees, la entiendes, la acoges como verdad absoluta y tranquilizadora, le justificas. Y sigues empeñado en vivir en el limbo, en un estado de nervios y tensión permanente (te darás cuenta cuando todo haya terminado), loco por agradar, porque todo sea armonía, sin saber o sin querer darte cuenta de que eso lo único que consigue es desquiciar más a la otra persona que en el fondo lo que busca es el enfrentamiento, una catarsis en la que se vislumbre el ansiado final. Y también te labra su desprecio por tu no querer darte cuenta, tu hacer como si nada, por permitirle esos desplantes y encima ser más empalagoso, más comprensivo.
Por no ponérselo fácil.
Que en el fondo es lo que está deseando, aunque no se atreve a pedirlo por si se cumple y resulta que luego no le gusta lo que obtiene.
Y sí, las cosas muy necesarias, llegarán cuando menos las necesites. Cuando hasta las hayas conseguido borrar de tu mente e incluso aborrecer.
Para poder justificarlo y explicarlo, como si no fueras tú misma. O con menos risas y más seriedad, ante tu familia que de repente descubre uno de tus secretos de juventud (¿o no tan juventud?) pero quieres encadenarlo rápidamente al pasado, a épocas superadas, olvidadas. Ahora eres otra persona.
¿Cuánto tiempo? Depende del pecado.
Depende de ante quien lo tengas que reconocer.
No es lo mismo a un amigo que a tu pareja que a tu familia.
No es lo mismo.
Me encanta ponerme a comer y dejar todo lleno de migas al lado de tu chaqueta cuidadosamente doblada.
Le pego una patada y coloco luego con el pie la cajita que contiene todas tus preciadas cosas.
Arrojo en el montón, sin mirar siquiera, los papeles que tan cuidadosamente y con primor me has entregado.
Si me dices que es valioso, lo dejo ahí en medio y es lo último que guardo.
Si te corre prisa, hablaré desesperadamente despacio, lo dejaré para el final, no tendrás ninguna prioridad.
De una pequeña preocupación hago una montaña, le doy vueltas y más vueltas, pienso en lo peor, en lo más extremo.
Debe ser que estoy aburrida.
Pero es cierto que ridículas nimiedades han desencadenado lamentables catástrofes.
Me olvidé de cerrar la puerta, lo siento, cualquiera se puede olvidar (iba corriendo para llegar pronto, estaba harta de esperar).
Lo normal es que no pase nada.
Normal.
Bonita palabra, totalmente anormal.
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Aunque me porté como una auténtica hija de puta, no me siento culpable. ¡No puedo! Y eso que en ningún momento demostraste ningún signo de maldad hacia mí, de egoísmo.
Yo era tu noche y tu día y hasta el aire que respirabas. (La niña de tus ojos)
Eso fue sin duda el fallo.
Y recuerdo todas mis mentiras, mis engaños, mis dobles juegos, mi desprecio, mis malas contestaciones, mi agresividad, mi aprovechamiento, mi egoísmo.
Y no, no me arrepiento.
Eso fue sin duda el anzuelo.
Qué barbaridad cuánto menos lo buscas, cuanto menos te esfuerzas, mejores resultados.
Pero no hablamos de ti, no, hablamos de mí.
De mi incapacidad para arrepentirme, para sentir culpa, o al menos cierta empatía.
Lo máximo que puedo es articular "pobrecillo", y con la boca pequeña además.
¿Por qué?
¿Qué hizo que tú no y él sí?
Tan parecidos en todo, al menos externamente.
Pero, claro, la diferencia está en que me daba caña. En que para él no era su día ni su noche ni mucho menos el aire que respiraba.
Luego resultó que sí, pero disimulaba nivel experto.
Y aquí lo importante es lo que uno perciba.
Quise repetir la historia, el sentimiento con esta persona.
¡Qué fantasía!
¡Y vale que te empeñes para que no salga!
Lo del amor es muy curioso, vendrá cuando le dé la gana.
Y en la persona que menos te lo esperes.
Fui una auténtica hija de puta y no me arrepiento.
No consigo sentir lástima ni nada aproximado.
¿Regocijo?
Me da miedo contemplar la posibilidad.
Es un: como me han hecho sentir esto, no pasa nada si yo también lo hago.
Justos por pecadores, la historia de siempre.
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Y lo que está muy claro para el amado para el amante es profundo caos.
Qué feliz está el amante totalmente encantado, desbordado por la fascinación, por el descubrimiento de una persona merecedora de su amor.
Qué manía con fingir que todo sigue como siempre, que nada ha cambiado. Cuando en realidad te estás volviendo loco, y cada pobre explicación que te da para justificar su desinterés, su mala contestación y su reciente pasotismo, te la crees, la entiendes, la acoges como verdad absoluta y tranquilizadora, le justificas. Y sigues empeñado en vivir en el limbo, en un estado de nervios y tensión permanente (te darás cuenta cuando todo haya terminado), loco por agradar, porque todo sea armonía, sin saber o sin querer darte cuenta de que eso lo único que consigue es desquiciar más a la otra persona que en el fondo lo que busca es el enfrentamiento, una catarsis en la que se vislumbre el ansiado final. Y también te labra su desprecio por tu no querer darte cuenta, tu hacer como si nada, por permitirle esos desplantes y encima ser más empalagoso, más comprensivo.
Por no ponérselo fácil.
Que en el fondo es lo que está deseando, aunque no se atreve a pedirlo por si se cumple y resulta que luego no le gusta lo que obtiene.
Y sí, las cosas muy necesarias, llegarán cuando menos las necesites. Cuando hasta las hayas conseguido borrar de tu mente e incluso aborrecer.
La culpa
La culpa no es ni más ni menos que una perversión del funcionamiento del lóbulo prefrontal. Los humanos somos el único animal con esta zona del cerebro encima de los ojos.
Encargada de la expresión de la personalidad, la toma de decisiones, la elección del comportamiento social adecuado en cada momento, coordinación de pensamientos y acciones de acuerdo con metas internas,distinguir entre pensamientos conflictivos, realizar juicios acerca del bien y del mal, predecir las consecuencias futuras de actividades actuales, creación de expectativas, y control social (la capacidad para inhibir comportamientos impulsivos que, de no ser suprimidos, podrían desembocar en resultados socialmente inaceptables).
La culpa es una confusión entre peligro y maldad. El problema de la culpa es el conflicto moral de denominar mal a algo que no lo es.
En la culpa siempre hay otra persona. Ese personaje es una parte de tu mente dividida. Tienes que echarle y buscar un lugar donde tú seas tú, sin nadie más.
Encargada de la expresión de la personalidad, la toma de decisiones, la elección del comportamiento social adecuado en cada momento, coordinación de pensamientos y acciones de acuerdo con metas internas,distinguir entre pensamientos conflictivos, realizar juicios acerca del bien y del mal, predecir las consecuencias futuras de actividades actuales, creación de expectativas, y control social (la capacidad para inhibir comportamientos impulsivos que, de no ser suprimidos, podrían desembocar en resultados socialmente inaceptables).
La culpa es una confusión entre peligro y maldad. El problema de la culpa es el conflicto moral de denominar mal a algo que no lo es.
En la culpa siempre hay otra persona. Ese personaje es una parte de tu mente dividida. Tienes que echarle y buscar un lugar donde tú seas tú, sin nadie más.