ABRIL
Reflexiones varias
Ese pequeño tropiezo o despiste o apagón en el proceso de percepción.
No te interesaba lo más mínimo.
Era una conversación de locura, seguramente te asusté.
O cómo me presenté.
Te impuso mi presencia, las pintas que llevaba.
No tenía sentido que te quedaras y cagarla una vez más.
Habías tenido bronca con tu hermano y tenías que acompañarle.
Eres la oveja negra y ahora estás demostrando que se puede contar contigo.
Realmente querías volver pero fuiste tan torpe que no lo demostraste ni fuiste capaz de decirlo claramente.
Pura timidez. Puro desinterés. Pura indecisión.
Todas las cosas que se me ocurren, que por supuesto ninguna será acertada, porque las hago desde mi punto de vista y tirando de todos mis sesgos cognitivos que chillan intentando superponerse. Y son estos mismos sesgos los que hacen que de un simple vistazo tú sí y el chico sentado a nuestro lado en la playa, no. Pura heurística.
Y son estos mismos sesgos los que tal vez me impidieron pedir un favor o decir las cosas claramente a esta persona en su momento. Y son los mismos los que dieron por hecho una situación que el tiempo vino a confirmarme (o más bien confirmé yo una vez que todo pasó con mi prejuicio de retrospectiva). Y ya das por hecho lo que al principio era una simple suposición o sospecha.
Sesgos y prejuicios. Prejuicios y sesgos. Y así nos luce el pelo.
¿Es eso lo que nos impide ver más allá? Tenemos tanta información, queremos y debemos reaccionar tan solícitos a los estímulos del exterior (más rápido: más inteligente) desde pequeños, para reaccionar con celeridad, nos esforzamos en catalogar y en clasificar todo lo que ocurre y se nos presenta delante de los ojos para poder dar respuesta cuanto antes. Y años de entrenamiento, de inconsciente clasificación, nos han apartado de la verdad que late por ahí. O no... ¿Qué habrá en nuestra caja negra? Sí, y tan oscuro y tan lejano, inalcanzable, incontrolable e inaprensible.
Somos marionetas de nuestra mente. Porque luego piensas bien, analizas la situación, lo dicho, lo insinuado... Y empiezas con el rebobinado; esto no debería haberlo hecho así, tenía que haberle contestado esto, ¡cómo no me he dado cuenta de aquello!, podría haber aprovechado lo que me ha puesto en bandeja.
¿Es esa situación que "recordamos" real?
Hay tantas realidades como personas, como momentos del día, como perspectivas temporales.
Tenemos que ceñirnos a una, aceptarla como verdad absoluta y seguir viviendo. Defenderla, actuar en función a ella y no mirar atrás.
Qué seguridad, Dios mío.
Qué temeridad, Dios mío.
Ojalá yo pudiera pero continuamente asaltan mi mente otras posibilidades. Las dudas, dudas, dudas...
Y la impresión constante de vivir en una realidad paralela formada por miles de planos, hechos soterrados y opciones.
Era una conversación de locura, seguramente te asusté.
O cómo me presenté.
Te impuso mi presencia, las pintas que llevaba.
No tenía sentido que te quedaras y cagarla una vez más.
Habías tenido bronca con tu hermano y tenías que acompañarle.
Eres la oveja negra y ahora estás demostrando que se puede contar contigo.
Realmente querías volver pero fuiste tan torpe que no lo demostraste ni fuiste capaz de decirlo claramente.
Pura timidez. Puro desinterés. Pura indecisión.
Todas las cosas que se me ocurren, que por supuesto ninguna será acertada, porque las hago desde mi punto de vista y tirando de todos mis sesgos cognitivos que chillan intentando superponerse. Y son estos mismos sesgos los que hacen que de un simple vistazo tú sí y el chico sentado a nuestro lado en la playa, no. Pura heurística.
Y son estos mismos sesgos los que tal vez me impidieron pedir un favor o decir las cosas claramente a esta persona en su momento. Y son los mismos los que dieron por hecho una situación que el tiempo vino a confirmarme (o más bien confirmé yo una vez que todo pasó con mi prejuicio de retrospectiva). Y ya das por hecho lo que al principio era una simple suposición o sospecha.
Sesgos y prejuicios. Prejuicios y sesgos. Y así nos luce el pelo.
¿Es eso lo que nos impide ver más allá? Tenemos tanta información, queremos y debemos reaccionar tan solícitos a los estímulos del exterior (más rápido: más inteligente) desde pequeños, para reaccionar con celeridad, nos esforzamos en catalogar y en clasificar todo lo que ocurre y se nos presenta delante de los ojos para poder dar respuesta cuanto antes. Y años de entrenamiento, de inconsciente clasificación, nos han apartado de la verdad que late por ahí. O no... ¿Qué habrá en nuestra caja negra? Sí, y tan oscuro y tan lejano, inalcanzable, incontrolable e inaprensible.
Somos marionetas de nuestra mente. Porque luego piensas bien, analizas la situación, lo dicho, lo insinuado... Y empiezas con el rebobinado; esto no debería haberlo hecho así, tenía que haberle contestado esto, ¡cómo no me he dado cuenta de aquello!, podría haber aprovechado lo que me ha puesto en bandeja.
¿Es esa situación que "recordamos" real?
Hay tantas realidades como personas, como momentos del día, como perspectivas temporales.
Tenemos que ceñirnos a una, aceptarla como verdad absoluta y seguir viviendo. Defenderla, actuar en función a ella y no mirar atrás.
Qué seguridad, Dios mío.
Qué temeridad, Dios mío.
Ojalá yo pudiera pero continuamente asaltan mi mente otras posibilidades. Las dudas, dudas, dudas...
Y la impresión constante de vivir en una realidad paralela formada por miles de planos, hechos soterrados y opciones.
Duración media estimada
Conversaciones telefónicas:
Minutos con un familiar cercano: 7.
Minutos por un cumpleaños: 14.
Minutos para hablar con un amigo al que no le has devuelto las dos últimas llamadas: 10 mínimo.
Minutos con un amigo que vive en el extranjero y al que no ves hace un año: 15.
Minutos cuando vas a pedir un favor: 10 (de los que 9 son para preguntar por su familia y cuatro trivialidades más que te traen al fresco pero no debe "parecer" que llamas sólo por lo que te interesa). Pero es que además la gente lo ve así: "ya que me quería pedir eso, al menos podía haberme preguntado qué tal estaba". Pffff....qué pereza, si es que somos nosotros mismos. Yo oigo ese previo interrogatorio hecho con tono alegre y despreocupado y me pongo enferma. Dime lo que me tengas que decir ya hablaremos de banalidades cuando nos veamos.
Visitas personales:
A un familiar cercano: 1 hora y media mínimo.
A un familiar lejano: 1 hora
A un amigo: tres o cuatro horas.
Tiempo que debe durar una cena de Navidad: cuatro horas aprox.
Tiempo que debe durar una comida de cumpleaños: tres horas mínimo.
Tiempo que deben durar unas cervezas con tus amigos: dos horas.
Tiempo que debe durar una entrevista de trabajo: 45 minutos.
Tiempo que debes permanecer en un examen: 10 segundos antes del tiempo tope para entregarlo.
Tiempo que debes estar en el trabajo: mínimo media hora más tarde que tu horario establecido.
Tiempo de retraso en una primera cita: 15 minutos.
Tiempo medio que hacer esperar a tu pareja mientras te arreglas: 20 minutos.
Tiempo de espera para responder a un mensaje de la persona que te gusta: en función del tiempo que lleváis sin hablar y de la urgencia del mensaje, desde una hora a un día, una semana... Por supuesto nunca inmediatamente. Depende de lo cabreada que estés, de lo mucho o poco que te guste, del momento de la relación en el que te halles, de si ha habido una toma de contacto previa por tu parte que no haya sido contestada, de la emoción que percibas del otro lado.
Tiempo establecido para una cena con amigos: dos horas.
Duración de una primera cita: 3 horas. Menos querría decir que no ha ido muy bien, y más tiempo, por lo visto, está mal visto. ¡¡Una tiene que hacerse de valer!!, como decían nuestras abuelas. Poquito a poco, no todo se lo vas a mostrar en la primera cita, es mejor dejarle con las ganas, no saturar, así que a las 3 horas tienes muchas cosas que hacer y te largas.
Bueno, pues perdón, pero me quedaré en la cita el rato que me dé la gana, y si estoy a gusto lo alargaré el tiempo que crea conveniente (que siempre resultará altamente inconveniente, pero es que hacer coincidir lo lógico y lo apetecible siempre es imposible).
Por lo demás, más bien suelo pecar de rápida y me revientan los paripés y lo políticamente correcto.
Cómo es de absurdo el momento inevitable en las entrevistas de trabajo, cuando llega la estúpida cuestión (de obligada respuesta): "¿tienes alguna duda?". Si preguntas cosas concretas sobre el puesto parece que ya te ves ahí y no resulta muy oportuno, ¿no? Un poco precipitado. Y las preguntas que realmente tienes, obviamente no puedes hacerlas (cuál es el sueldo, cómo organizáis las vacaciones, el nivel de trabajo, las exigencias reales del puesto, si tu jefa es la típica cabrona...). Las dudas reales aparecerán cuando me ponga a la tarea, pero ¿ahora mismo? Tengo mil dudas y ninguna.
Y sinceramente tampoco he entendido nunca a esas alumnas que se quedaban hasta el final en un examen, apurando hasta el último segundo para entregarlo cuando ya se iba el profesor. A un examen vas, vomitas los contenidos y te largas. No te va a salir mejor porque estés las 3 horas pegada a la silla con cara de concentración. No es una carrera de resistencia, no es un trabajo de funcionario. Es un examen. A día de hoy hay pocos casos documentados de apariciones de la Virgen o de repentinos accesos de ciencia infusa. Y siempre esas miraditas de que eres una perdida por acabar de las primeras, y la cara de tremenda sorpresa cuando después comprueban que has sacado mejor nota que ellas.
Y no necesito estar media hora más en el trabajo por el qué dirán. Ni eres más responsable, ni más trabajador ni estás más comprometido por estar media hora extra perdiendo el tiempo delante del ordenador. En esto tengo una mentalidad bastante europea: si no te ha dado tiempo en 8 horas es porque eres un inútil o has estado haciendo otra cosa.
Y en el tema de las citas me niego a llegar tarde porque me parece de mala educación. Sinceramente está muy pasado de moda el "sustito" de que no vas a aparecer. Eso, en otra época en la que no existía el móvil y las relaciones funcionaban de otra manera, pues tal vez tenía algún sentido, pero ¿hoy? Es tan manido y tan previsible, además de totalmente ridículo. Yo además si voy a llegar tarde, llamo. Y no tardo más rato en arreglarme que mi pareja, me organizo para estar lista en el horario establecido. Y si tengo una respuesta a un mensaje, la doy. No establezco una ridícula espera (que sobretodo se da cuando la respuesta va a ser positiva) para crear expectación o para hacerme la interesante. ¡Se ve a la legua! ¡Es patético!
Y no quiere decir que la gente me importe poco por no preguntarle por su canario, es que estoy centrada en lo que voy a contar, en el motivo de mi llamada.
Y no quiere decir que no quiera pasar el rato con alguien o que haya ido obligada por ser mi visita breve, es que igual tengo prisa o ha surgido algo y sobretodo que no quiero la absurda obligación de un horario mínimo porque si no nunca encontraré el momento para ir.
Y no tengo esa necesidad de llamar cada X porque si no parece que voy a lo mío, que no me importan los demás...
Y no soporto en las conversaciones con conocidos (vecino, colega, el portero) esos preliminares antes de entrar en materia. Ni me acuerdo de que tu hijo tuvo gripe, ni cómo fue la mudanza ni qué tal se solucionó lo del trabajo, voy al tema por el que he contactado contigo. Y no considero que la otra persona sea más educada o sensible, lo que me alucina es su capacidad para las relaciones sociales, su memoria que acude presta para cubrir esos momentos pre-conversación.
Más absurdo resulta todo esto en una conversación de trabajo:
-Buenos días, ¿podría hablar con Maruja, por favor?
- Sí, soy yo.
- Hola, Maruja, soy Antonio, ¿qué tal estás?
- Pues bien Antonio, ¿y tú?
¿A que vienen estas frases (si es que son así)? Ni le vas a comentar que te has levantado con migraña ni al otro le interesa lo más mínimo ni va a cambiar el objetivo de la conversación ¿Podemos, simplemente, saltárnoslo? Me resulta hipócrita y ridículo.
Planteamiento, nudo y desenlace. Sí, ya sabemos cómo funciona el teatro este. Yo simplemente me paso por el arco del triunfo el planteamiento y paso al nudo y al desenlace (que es por lo que me he puesto en contacto con alguien), y si acaso antes de colgar me acuerdo y digo: "por cierto, tú cómo estás ¿bien?".
No quiere decir que no me intereses, es que no era una llamada por gusto y no voy a disfrazar que lo era.
Esquemas, programas, sistemas, planes, diplomacias, apariencias, sutilezas, corrección, cortesía, civismo.
Hagamos las cosas cuando y cuanto nos apetezca.
Pero no es tan fácil saltarse esa superestructura subyacente a todos los actos que debemos llevar diariamente a cabo. Primero porque ya estamos contaminados e intrínsecamente impregnados de esta manera de hacer las cosas. Segundo, porque cuando intentas saltarte la superestructura, nadie te entiende, quedas con cara de idiota y no consigues lo que quieres.
Como esperar una llamada desde Marte...
En un mundo ideal...
Ojalá poder soltar las cosas así tal cual vienen a mi mente y las siento. En realidad, ¿qué decir? No sé cómo eres, sólo el lado que muestras cuando coincidimos, que intuyo revela más bien poco y sólo una parte de un gran todo. (O lo mismo ya estoy con las batallas y los mitos, pura Grecia clásica en mi mente). ¿Cómo dar el paso para conseguir quedar? Me siento perversa, maquinando sibilinamente para acercarme a ti, para encender la chispa, llamar tu atención... Cuando lo ideal (ay, en un mundo ideal...) sería claramente preguntarle que si quiere venir conmigo, yo que sé, por ejemplo, al cine (ya en otra ocasión hablé de lo excitante y desasosegante de estas primeras citas a oscuras). No por ver la película, me la suda cualquier película, qué coñazo cualquier película comparada con la que se está proyectando en mi interior y exterior, en el patio de butacas. Imposible igualar el nivel de emoción. Se libera una cantidad de adrenalina que ni haciendo puenting porque además esta experiencia cinéfila se alarga durante dos horas. Imagínate dos horas tirándote por un puente sin parar. Pues algo parecido.
Y bueno, tomar algo después y poder hablar y conocerle (que de esto en una primera cita, pues nada de nada, porque cada uno ha tomado el relevo a los de la película y está interpretando su mejor papel, pero te puedes hacer una idea y sobretodo si hay chispa o no. Bueno, y si es un gilipollas integral también) y desplegar patosamente unos supuestos encantos, y que se me vaya el santo al cielo porque estaba más pendiente de alguna parte de tu anatomía (ver sus manos e imaginarme inmediatamente cómo acariciarán) o de la mía (¿tendré bien puesta la camiseta o se me verá el sujetador?, joder, ¡me tienen que entrar ganas de mear justo ahora!, ¿me he colado de rímmel?) que de lo que decías.
Y temiendo el momento de la despedida en el que me sentiré vacía, desilusionada, ansiosa.
Para después empezar a recordar a trompicones, sin orden ni concierto, cada una de las cosas que han pasado, que has dicho (¿y qué habrás querido decir?), que he dicho (Dios, menuda gilipollez, y lo peor es que además no lo pienso así como ha sonado, recurriendo a lugares comunes para que haya una continuación en la conversación, evitar los silencios, para contestar algo, ¿y aquello se habrá malinterpretado?, y mi pavazo y la risita constante...). Volver a casa dando más y más vueltas a la cabeza, incapaz de pensar en otra cosa, ruborizándome al recordar algo embarazoso, una metedura de pata, riéndome con algo gracioso, una metedura de pata, hablando sola, contándome con las palabras correctas, muy tranquila y segura de mí misma mi opinión con respecto a algo que seguramente habré explicado por encima, a saltos y con 4 frases inconexas y pueriles.
Pero bueno, para eso primero habría que quedar. Siempre me cuelo de rápida (aunque es mejor, así sabes si conectáis cuanto antes y dejas de imaginar historias), me cuesta relajarme y disfrutar del "ritmo natural" de las cosas. Muy relativo ese ritmo "natural" que suele ser un ritmo muy "artificial" de llevar los acontecimientos sentimentales (3 citas antes de un acercamiento, 4 antes de un beso, no sé cuantas antes de acostarte, otras tantas antes de presentarle a tus amigos, antes de irte de viaje con él, de que conozca a alguien de tu familia...). Y por supuesto, estar muy ocupada, poco disponible y distante.
Joder, odio esos timmings, esos plazos. Me desesperan. Me parecen ridículos. Lo que quiero, lo quiero ya. Sin subterfugios. Lo que tenga que ser además, será, no va a cambiar porque al principio quedes una vez por semana en vez de todos los días como te gustaría. No, no cambia. Si consigues un "inner contact" con alguien no depende de que seas poco accesible al principio, eso sólo sirve para hacer picar al otro el anzuelo, despertar su interés, provocarle.
No, y coincido en que estos jueguecitos pueden tener su gracia, pero dejan de tenerla cuando te obligas a seguirlos, deben salir espontáneamente, no puede ser algo obligado y calculado. Hay gente con la que conectas en seguida y luego te decepciona; o no, y se convierte en alguien muy especial. Hay otra gente que cuesta más conocer y luego admites que no deberías haber insistido, o al contrario.
Pues hay tíos que no me han interesado al principio, pero que se han empeñado y he terminado bastante pillada. Y tíos en los que he insistido yo y luego ha sido una decepción. Normalmente esta es una regla que se cumple. Hasta que se deje de cumplir. No desisto.
Y aquí estoy, detrás de alguien al que veo una vez por semana durante una hora. Pero no tengo primera cita ni sé cómo conseguirla.
¿Cómo me las maravillaría yo, Lola?
Porque en un mundo ideal, me acercaría con toda la naturalidad del mundo a preguntarle por ejemplo que si viene a cenar a casa y ver una película. Lo de la película es que es superútil, puedes compartir un espacio y un momento con él estando callada, sin tener que pensar todo el rato en una conversación, en enterarte, en ser ingeniosa, en evitar silencios, en que no sea aburrido, etc. Y es perfecta porque propone temas para que cada cual intercale frases en las que demuestre un poco su forma de pensar sin tener que argumentar demasiado porque la película sigue. Y además te permite disfrutar de su cercanía y tal vez hasta contacto (he acercado la pierna y no retira la suya... ¿y su mano puesta ahí es de repente casual?, ¿no le quema la cercanía de mi piel, que está incandescente?).
Y bueno, tomar algo después y poder hablar y conocerle (que de esto en una primera cita, pues nada de nada, porque cada uno ha tomado el relevo a los de la película y está interpretando su mejor papel, pero te puedes hacer una idea y sobretodo si hay chispa o no. Bueno, y si es un gilipollas integral también) y desplegar patosamente unos supuestos encantos, y que se me vaya el santo al cielo porque estaba más pendiente de alguna parte de tu anatomía (ver sus manos e imaginarme inmediatamente cómo acariciarán) o de la mía (¿tendré bien puesta la camiseta o se me verá el sujetador?, joder, ¡me tienen que entrar ganas de mear justo ahora!, ¿me he colado de rímmel?) que de lo que decías.
Y temiendo el momento de la despedida en el que me sentiré vacía, desilusionada, ansiosa.
Para después empezar a recordar a trompicones, sin orden ni concierto, cada una de las cosas que han pasado, que has dicho (¿y qué habrás querido decir?), que he dicho (Dios, menuda gilipollez, y lo peor es que además no lo pienso así como ha sonado, recurriendo a lugares comunes para que haya una continuación en la conversación, evitar los silencios, para contestar algo, ¿y aquello se habrá malinterpretado?, y mi pavazo y la risita constante...). Volver a casa dando más y más vueltas a la cabeza, incapaz de pensar en otra cosa, ruborizándome al recordar algo embarazoso, una metedura de pata, riéndome con algo gracioso, una metedura de pata, hablando sola, contándome con las palabras correctas, muy tranquila y segura de mí misma mi opinión con respecto a algo que seguramente habré explicado por encima, a saltos y con 4 frases inconexas y pueriles.
Pero bueno, para eso primero habría que quedar. Siempre me cuelo de rápida (aunque es mejor, así sabes si conectáis cuanto antes y dejas de imaginar historias), me cuesta relajarme y disfrutar del "ritmo natural" de las cosas. Muy relativo ese ritmo "natural" que suele ser un ritmo muy "artificial" de llevar los acontecimientos sentimentales (3 citas antes de un acercamiento, 4 antes de un beso, no sé cuantas antes de acostarte, otras tantas antes de presentarle a tus amigos, antes de irte de viaje con él, de que conozca a alguien de tu familia...). Y por supuesto, estar muy ocupada, poco disponible y distante.
Joder, odio esos timmings, esos plazos. Me desesperan. Me parecen ridículos. Lo que quiero, lo quiero ya. Sin subterfugios. Lo que tenga que ser además, será, no va a cambiar porque al principio quedes una vez por semana en vez de todos los días como te gustaría. No, no cambia. Si consigues un "inner contact" con alguien no depende de que seas poco accesible al principio, eso sólo sirve para hacer picar al otro el anzuelo, despertar su interés, provocarle.
No, y coincido en que estos jueguecitos pueden tener su gracia, pero dejan de tenerla cuando te obligas a seguirlos, deben salir espontáneamente, no puede ser algo obligado y calculado. Hay gente con la que conectas en seguida y luego te decepciona; o no, y se convierte en alguien muy especial. Hay otra gente que cuesta más conocer y luego admites que no deberías haber insistido, o al contrario.
Pues hay tíos que no me han interesado al principio, pero que se han empeñado y he terminado bastante pillada. Y tíos en los que he insistido yo y luego ha sido una decepción. Normalmente esta es una regla que se cumple. Hasta que se deje de cumplir. No desisto.
Y aquí estoy, detrás de alguien al que veo una vez por semana durante una hora. Pero no tengo primera cita ni sé cómo conseguirla.
¿Cómo me las maravillaría yo, Lola?
Porque en un mundo ideal, me acercaría con toda la naturalidad del mundo a preguntarle por ejemplo que si viene a cenar a casa y ver una película. Lo de la película es que es superútil, puedes compartir un espacio y un momento con él estando callada, sin tener que pensar todo el rato en una conversación, en enterarte, en ser ingeniosa, en evitar silencios, en que no sea aburrido, etc. Y es perfecta porque propone temas para que cada cual intercale frases en las que demuestre un poco su forma de pensar sin tener que argumentar demasiado porque la película sigue. Y además te permite disfrutar de su cercanía y tal vez hasta contacto (he acercado la pierna y no retira la suya... ¿y su mano puesta ahí es de repente casual?, ¿no le quema la cercanía de mi piel, que está incandescente?).
Pero, claro, con esta frase tan a saco, no puedo entrarle porque puede que salga disparado pensando que estoy como una cabra o que soy más fácil que la tabla del uno.
Y ya me gustaría alguna vez soltarla, pero descartado también hacer una pregunta a lo John Nash:
No sé que se supone que debo decir para que aceptes tener relaciones sexuales conmigo, así que mejor será que nos saltemos las formalidades y pasemos directamente al acto, ¿no te parece? Al fin y al cabo sólo es un intercambio de fluidos.
Sólo me queda seguir sacando tema de conversación absurdo confiando en que me lleve a buen puerto. Esperar a que salga de él, me recuerda a la frase: "así se quedó una en mi pueblo". Soltar una hebra esperando que sea lo suficientemente listo (partiendo de que estuviera interesado, que eso es mucho partir) como para cogerla al vuelo e intentar hacer de ella una madeja es la única opción.
Bah, esta será otra historia llena de miradas, sonrisas cómplices, nervios, frases tontas intercambiadas con la mayor tensión, con la mayor paranoia después, momentos de subidón y de bajón provocados por un gesto, por un simple roce, por una sospecha de complicidad (una fantasía)... Para que al final no ocurra nada, como siempre. Otra historia a la basura. Más noches, más imaginación, más "mundos ideales", más anhelos desperdiciados. Bueno, seguramente no eras para tanto. Lete.
Yuichi presentía que, como en tantísimas ocasiones perdidas hasta entonces, también el deseo despertado en aquellos momentos, se perdería sin dejar rastro.
(El color prohibido. Mishima).
Pero mientras llegan esas fases del proceso, sigo pensando una frase. Hace poco he visto la película Margaret (y no la de la Thatcher, que no digo yo que no sea un personaje inspirador, pero sinceramente a mí en estos momentos, lo más evocador de su trayectoria es su apelativo: la Dama de Hierro, por lo poco que tiene que ver conmigo) y recuerdo esta frase ante una propuesta de ir, precisamente, al cine:
- ¿Me estás pidiendo que salga contigo?
Pues no, o bueno, sí. Lo único que te estoy diciendo es que vengas conmigo al cine. No sé qué va a pasar después, no quiero saberlo, no quiero anticiparme, hacer planes, comprometerme más allá de ver una película, de tomar algo después. ¿Por qué tenemos que confirmar, clasificar, denominar con palabras ciertas cosas/actos que aún no han sucedido?, poner nombre a lo que ocurre para sentirnos seguros. Para que el otro esté también en la misma onda. Estamos condicionando el futuro, a nosotros mismos, el fluir natural de lo que pueda pasar, de las cosas. ¡Yo qué sé! Sólo sé que por alguna razón desconocida (para mí) has hecho saltar un resorte, me has hecho gracia y me has empezado a interesar y ahora quiero saber qué hay más allá, qué hay dentro, si hay algo dentro.
Esto es lo que ha pasado hasta ahora. No sé lo que va a pasar, no quiero planearlo ni saberlo ni anticiparme, quiero que las cosas ocurran "a su ritmo". No quiero poner nombres. Que tenga tan claro que ahora mismo quiero conocerte no significa nada. Si lo siento claramente, me gusta actuar ¿a qué esperar? Putos tempos. A veces la intuición me falla y lo que me ha parecido una personalidad fascinante y arrolladora al final no ha sido para tanto, y he desaparecido con la misma rapidez con la que he aparecido. Cadáveres emocionales. O no.
Pero no puedo saber si merece la pena hasta que no comparta algo de tiempo y le vaya descubriendo, y se vaya desplegando ese juego de fuerzas: control, dominio, superioridad, admiración, interés, autonomía, voluntad, admiración, naturalidad, sorpresa, aceptación, comprensión...
Pero no puedo saber si merece la pena hasta que no comparta algo de tiempo y le vaya descubriendo, y se vaya desplegando ese juego de fuerzas: control, dominio, superioridad, admiración, interés, autonomía, voluntad, admiración, naturalidad, sorpresa, aceptación, comprensión...
Es una ecuación, una fórmula de medidas muy exactas, al milímetro, pero que surge de manera natural, imposible fingir pues termina descubriéndose el engaño con gran desilusión, seguida de gran portazo.
Sí, lo que hace que conectes con una persona. Y si "está de Dios" que conectéis, no importa cómo de hábil haya sido la propuesta de cita, ni si han pasado muchos días o no, ni lo que hagáis o dónde vayáis. Tampoco vas a tardar mucho tiempo en averiguarlo.
Pero las cosas no siempre son así de claras. Muchas veces nos empeñamos en historias que no nos interesan. Y aunque lo sabemos, nos metemos de lleno y engañamos, (a ellos, a nosotras, porque nunca es un engaño deliberado y consciente) por muchos motivos, por muchas razones, y luego reconstruimos la historia según nos vaya pasando:
- Sí, es que no estaba enamorada de él, seguía enamorada de X... (sonriendo encantada del brazo de X). (Utilizaste al otro como mancha de mora, para dar celos y recuperar a X, para no pensar, para subirte el ánimo, por aburrimiento...).
- Sí, estamos encantados juntos, qué bien que apareció en mi vida. (Felicidades, ojalá sea verdad y no resentimiento y resarcimiento porque X no volvió a tu vida y te has empeñado en rehacerla con otra persona, con la primera que se te puso a tiro).
Sí, lo que hace que conectes con una persona. Y si "está de Dios" que conectéis, no importa cómo de hábil haya sido la propuesta de cita, ni si han pasado muchos días o no, ni lo que hagáis o dónde vayáis. Tampoco vas a tardar mucho tiempo en averiguarlo.
Pero las cosas no siempre son así de claras. Muchas veces nos empeñamos en historias que no nos interesan. Y aunque lo sabemos, nos metemos de lleno y engañamos, (a ellos, a nosotras, porque nunca es un engaño deliberado y consciente) por muchos motivos, por muchas razones, y luego reconstruimos la historia según nos vaya pasando:
- Sí, es que no estaba enamorada de él, seguía enamorada de X... (sonriendo encantada del brazo de X). (Utilizaste al otro como mancha de mora, para dar celos y recuperar a X, para no pensar, para subirte el ánimo, por aburrimiento...).
- Sí, estamos encantados juntos, qué bien que apareció en mi vida. (Felicidades, ojalá sea verdad y no resentimiento y resarcimiento porque X no volvió a tu vida y te has empeñado en rehacerla con otra persona, con la primera que se te puso a tiro).
Por muchos motivos, por muchas razones...
Me ha venido esta canción de la Mala Rodríguez, y ya termino con versos muy esclarecedores (mientras sigo pensando una frase -políticamente correcta- que me acerque a él):
Hagan su juego
Jugadoras Jugadores,
esclavas y patrones..
Enciende la luz si quieres ver algo,
te ensucias fácil jugando en el barro.
(...)
Por una cerveza, por un cigarro,
por un paseo en carro, por recibir atenciones,
por salir en la tele, por miles de millones,
por gusto, por que no quedan más cojones,
por ningún motivo, por muchas razones.
Se vende y se paga en muchas ocasiones...
(...)
Así lo quieren, así lo tienen,
así lo quieren así lo tienen,
así la vida va a vaivenes y vaivene,
unos revientan otros se contienen...
Tu propón, pon...
www.youtube.com/watch?v=b07ipRJYg34
Para al final, siempre, todos, lo mismo.
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden y se entregan.
(Espantapájaros 11).
Oliverio Girondo
Todo ese ruido
Si, de repente, ninguno pudiera hablar, todo estaría más claro. Si pudiera ver a cámara lenta y no oír... porque las palabras en definitiva sólo sirven para enmascarar o distorsionar lo que sentimos y las vamos reescribiendo constantemente para que se adapten a nuestro guión existencial) cómo era tu mirada, cuántas miradas, tu expresión, la postura de tu cuerpo, si sonreías, si sonreían tus ojos, si había fuego en ellos, porque en ocasiones queman y tengo que apartarme retirando la mirada, cambiando de postura, y cuando no me hacen caso, cuando impasibles no me miran, me muevo llamando tu atención, no puedo estarme quieta, buscando la calma excitante de su calor.
Si pudiera repasar tranquilamente cómo era todo tu lenguaje, tu discurso, prescindiendo de las palabras, seguramente podría deducir qué sientes.
Pero imposible con las palabras sonando a chorro, aturdiendo, atronando, desviando la atención de lo que realmente pasa. Con las dichosas palabras disimulando sensaciones, ocultando estados de ánimo, disfrazando. Ese ruido utilizado para enmascarar, para desviar la atención (la del que habla, que pretende engañarse diciendo que no le pasa nada, que no le importa, que todo el mundo le ve normal porque habla de algo normal), y desviar la atención de a quien íntimamente se dirige mostrándole que él no está alterado, de hecho, está hablando de algo trivial).
Y al obligarme a hablar , a expresarme, más ruido en mi cabeza. No puedo ver cómo me miras, tu expresión. Y estoy tan nerviosa que o no digo nada pareciendo antipática, o no digo más que tonterías, nada más que lo que no pienso en realidad, cuatro lugares comunes, cuatro respuestas rápidas y al uso, cuatro patochadas comodín que salen por mi boca antes de que pueda detenerlas, conociéndolas muy bien y pareciéndome patéticas, y precisamente por eso creo que salen las primeras, por haberlas criticado interiormente tanto.
Y luego, sola, en la calma del silencio, recomponer la situación, o intentarlo. No sé cómo ha sido la conversación, directamente olvido algunas partes (seguramente las más importantes, seguro que tú recuerdas otras muy diferentes) no recuerdo qué se dijo antes y por supuesto no sé cómo. Como tras haber sufrido un shock, como en estado de estrés post-traumático, como sin duda me resulta intercambiar contigo tres frases delante de toda esa gente.
Putas palabras y putas conversaciones. Y sin embargo no hay otra manera para acercarnos.
Las conversaciones no son mi fuerte.
Quiero contigo rayos de sol.
Estoy jodida, entonces.
Qué miedo al rechazo , al ridículo, a que muevan la cabeza alucinados( y orgullosos y divertidos), supongo que como los peces de Rayuela, no quiero chocar de nuevo contra un cristal. He asumido que hay tabiques, que no desaparecen, y me freno a varios metros de donde sé que hay uno.
O donde crees que va a haber uno. La esperanza, lo último que...
Esperanza y dudas, dudas y esperanza.
Quién sabe - dijo la Maga - a mi me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio con la nariz.
Gregorovius pensó que en alguna parte Cheston había hablado de peceras con un tabique móvil que en un momento dado podía sacarse sin que el pez habituado al compartimiento se decidiera jamás a pasar al otro lado. Llegar hasta un punto del agua, girar, volverse, sin saber que ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando...
Pero el amor también podría ser eso -dijo Gregorovius-. Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas.
(Rayuela. Julio Cortázar).
Si pudiera repasar tranquilamente cómo era todo tu lenguaje, tu discurso, prescindiendo de las palabras, seguramente podría deducir qué sientes.
Pero imposible con las palabras sonando a chorro, aturdiendo, atronando, desviando la atención de lo que realmente pasa. Con las dichosas palabras disimulando sensaciones, ocultando estados de ánimo, disfrazando. Ese ruido utilizado para enmascarar, para desviar la atención (la del que habla, que pretende engañarse diciendo que no le pasa nada, que no le importa, que todo el mundo le ve normal porque habla de algo normal), y desviar la atención de a quien íntimamente se dirige mostrándole que él no está alterado, de hecho, está hablando de algo trivial).
Y al obligarme a hablar , a expresarme, más ruido en mi cabeza. No puedo ver cómo me miras, tu expresión. Y estoy tan nerviosa que o no digo nada pareciendo antipática, o no digo más que tonterías, nada más que lo que no pienso en realidad, cuatro lugares comunes, cuatro respuestas rápidas y al uso, cuatro patochadas comodín que salen por mi boca antes de que pueda detenerlas, conociéndolas muy bien y pareciéndome patéticas, y precisamente por eso creo que salen las primeras, por haberlas criticado interiormente tanto.
Y luego, sola, en la calma del silencio, recomponer la situación, o intentarlo. No sé cómo ha sido la conversación, directamente olvido algunas partes (seguramente las más importantes, seguro que tú recuerdas otras muy diferentes) no recuerdo qué se dijo antes y por supuesto no sé cómo. Como tras haber sufrido un shock, como en estado de estrés post-traumático, como sin duda me resulta intercambiar contigo tres frases delante de toda esa gente.
Putas palabras y putas conversaciones. Y sin embargo no hay otra manera para acercarnos.
Las conversaciones no son mi fuerte.
Quiero contigo rayos de sol.
Estoy jodida, entonces.
Qué miedo al rechazo , al ridículo, a que muevan la cabeza alucinados( y orgullosos y divertidos), supongo que como los peces de Rayuela, no quiero chocar de nuevo contra un cristal. He asumido que hay tabiques, que no desaparecen, y me freno a varios metros de donde sé que hay uno.
O donde crees que va a haber uno. La esperanza, lo último que...
Esperanza y dudas, dudas y esperanza.
Quién sabe - dijo la Maga - a mi me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio con la nariz.
Gregorovius pensó que en alguna parte Cheston había hablado de peceras con un tabique móvil que en un momento dado podía sacarse sin que el pez habituado al compartimiento se decidiera jamás a pasar al otro lado. Llegar hasta un punto del agua, girar, volverse, sin saber que ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando...
Pero el amor también podría ser eso -dijo Gregorovius-. Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas.
(Rayuela. Julio Cortázar).
Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes
El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.
(Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal vez una forma literaria de este coitus reservatus: es el galanteo)
La pulsión del comentario se desplaza, sigue la vía de las sustituciones. En principio, discurro sobre la relación para el otro; pero también puede ser ante el confidente: de tú paso a él. Y después, de él, paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre el amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, más que una palabrería generalizada. Retomando desde allí el camino inverso, se podrá decir que todo propósito que tiene por objeto al amor (sea cual fuere el sesgo destacado) implica fatalmente una alocución secreta (me dirijo a alguien que ustedes no conocen pero que está ahí al final de mis máximas). En El banquete, esta alocución tal vez exista: sería a Agatón a quien Alcibíades interpelaría y desearía, ante los oídos de un analista, Sócrates.
(La atopía del amor, la aptitud que lo hace escapar de todas las disertaciones, sería que en última instancia no es posible hablar de amor más que según una estricta determinación alocutoria; sea filosófico, gnómico, lírico o novelesco, hay siempre en el discurso sobre el amor, alguien a quien nos dirigimos. Este alguien pasó al estado de fantasma o de criatura venidera. Nadie tiene deseos de hablar de amor si no es por alguien).
El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.
(Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal vez una forma literaria de este coitus reservatus: es el galanteo)
La pulsión del comentario se desplaza, sigue la vía de las sustituciones. En principio, discurro sobre la relación para el otro; pero también puede ser ante el confidente: de tú paso a él. Y después, de él, paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre el amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, más que una palabrería generalizada. Retomando desde allí el camino inverso, se podrá decir que todo propósito que tiene por objeto al amor (sea cual fuere el sesgo destacado) implica fatalmente una alocución secreta (me dirijo a alguien que ustedes no conocen pero que está ahí al final de mis máximas). En El banquete, esta alocución tal vez exista: sería a Agatón a quien Alcibíades interpelaría y desearía, ante los oídos de un analista, Sócrates.
(La atopía del amor, la aptitud que lo hace escapar de todas las disertaciones, sería que en última instancia no es posible hablar de amor más que según una estricta determinación alocutoria; sea filosófico, gnómico, lírico o novelesco, hay siempre en el discurso sobre el amor, alguien a quien nos dirigimos. Este alguien pasó al estado de fantasma o de criatura venidera. Nadie tiene deseos de hablar de amor si no es por alguien).
El horrible vacío de Thomas Bernhard (y de quien no es Thomas Bernhard)
Busca un amor y deja que te mate II.
Porque el origen de nuestros problemas, melancolía y descreimiento es no tener un objetivo, una pasión en la vida.
Vale, pues vamos a buscar uno.
Este era el tema que empezaba el mes pasado y pensando sobre él, he llegado a la conclusión de que la pasión a buscar se desdobla en dos objetivos a cubrir. Uno, el tuyo. Otro, el de terceras personas (del plural).
La búsqueda no tiene porqué ser difícil, todo depende de la capacidad de automatismo que tengas, de lo mucho que cuestiones las cosas, de la capacidad que tengas para ponerte una venda y mantener la pose. (Pase-pose; pase-pose...)
El fin, claramente, es ser feliz. El vehículo para conseguirlo es eso que he denominado objetivo o pasión y te puede salir de forma natural o después de una complicada búsqueda (y posterior persuasión, disciplina e indiferencia (o pura lucha) ante el mínimo atisbo de vacilación. Mirar hacia otro lado, silbar incluso).
El problema es que nuestro continuo establecimiento de pequeñas metas y objetivos en la vida cotidiana nos impide ser conscientes de que somos felices. (Yes we are, con más o menos convencimiento a lo largo del día). Es una sensación o estado que sólo se reconoce a toro pasado.
No paramos de oír continuamente: "esto le ha dado sentido a mi vida", "búscale un sentido a tu vida", "su vida es un sinsentido, por eso no es feliz", etc.
¿Y qué cojones de sentido tenemos que encontrar? El sentido se encuentra afiliándote a una pasión y dejando que te mate (ya entendamos esto físicamente con el "hasta la muerte", o como reprimir aquellas tendencias que no casen demasiado bien con la pasión que te has negociado, dejándote morir así poco a poco).
Ya mencioné a Thomas Bernhard y su manera de escapar al terrible vacío por medio de la corrección: vamos retrasando el momento de corregir tanto absurdo buscando pequeños incentivos, ilusiones, planes, mentirijillas... Cobardía en estado puro. Y esperanza, porque esperas y confías y deseas encontrar un sentido a tu vida a la vuelta de la esquina.
Pero en esto del sentido de la vida hay que distinguir dos parcelas fundamentales: el verdadero sentido de tu vida (que no lo hay, sinceramente, así que busca un amor (trabajo, afición, persona)) y deja que te mate. Y la otra parte es que tu vida tenga un sentido para los demás. Porque no puede ser que estés ahí sin hacer nada, que no tengas pareja, que no formes una familia, que estés encerrada en ti misma. La gente lo ve como un impás, que estás pasando una mala racha, que hay que dejarte tiempo para que encuentres la vereda de la normalidad y te subas al carro... Y hay que ser muy fuerte, tener las cosas muy claras y tener la decisión de mandar esa gente que presionan con sus opiniones al carajo. O tal vez no presionan y te montas tú la película de que presionan en silencio con sus convencionales opiniones sobre cómo hay que vivir. Al carajo. El problema es que al final te aislas para evitar (sus) juicios, pero bueno, ¿y?
Aquí dejo varias sugerencias de salidas/pasiones/calmantes para que cada uno coja el que más le apetezca.
1. Thomas Bernhard apuesta por el amor o el trabajo. Agarrarse al primer entretenimiento/novedad que se nos presente (alguna persona de la que enamorarnos o, en su defecto, cualquier tara mental, aunque sea desesperación pura) y obsesionarnos con ello todo el tiempo que podamos. O buscar unas alfombras que sacudir diariamente para poder volver tranquilos y satisfechos a casa (y cansados y alienados) a freír nuestras tortillas.
No puedo explicarle ahora mi vida, ni lo que soy. No, eso no se puede hacer. Necesitaría tres mil páginas y posiblemente se me olvidarían aún las cosas importantes, que se me ocurrirían luego. Para eso haría falta otro volumen complementario. Lo esencial se me olvidaría en esas tres mil páginas, y en mi lecho de muerte diría: ¡Santo Cielo!, ahora veo lo más importante de todo, ahora, al mirar desde un lecho de muerte, eso lo explicaría todo de otra manera, no tiene ningún sentido.
Hay que llegar a todo por sí mismo. Uno no tiene ninguna tarea ni nada parecido. Tareas sólo tienen los colegiales y los que obedecen a sus maestros.
Y entonces pierdo de algún modo las ganas, porque no tengo ya nada que hacer, eso es lo idiota. Por eso he tenido que tener siempre una compensación y hacer algo, aunque fuera absurdo. Pero da igual. Como las mujeres, que tienen que sacudir incansablemente alfombras para tranquilizarse y poder freír sus tortillas. Todo ser humano se busca algo parecido. De algún modo siento un —¿cómo se llama ese famoso vacío?—, un horrible vacío, desde hace un año. ¿Qué puedo hacer ahora? No me interesa ya nada. Pero bueno, siempre ocurre algo, aunque sea una desesperación pura, algo llega siempre. Y entonces lo explotaré otra vez. Porque la vida es una explotación. Y uno se precipita sobre lo que sea, otra persona o uno mismo, no sé. Todo eso no conduce a nada.
(Fragmento del discurso Un horrible vacío).
Thomas Bernhard
Amor o trabajo u ocio compartido, propone también Cortázar en Rayuela para huir de la "soledad", del vacío:
¿Y qué quiere decir vivir de otra manera? Quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una tal violencia que el salto acabara en los brazos de otro. Sí, quizá el amor, pero la otherness no dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer. En el fondo no hay otherness, apenas la agradable togetherness. Cierto que ya es algo”... Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurría ahora lo que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quién se poseía de veras? ¿Quién estaba de vuelta en sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de soledad conducía al colmo de gregarismo, a la gran ilusión de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos.
2. Si hemos elegido trabajo, que sea con toda la convicción, como vemos en otro fragmento de Rayuela:
Acabaremos por ir a la Bibliothèque Mazarine a hacer fichas sobre las mandrágoras, los collares de los bantúes o la historia comparada de las tijeras para uñas." Imaginar un repertorio de insignificancias, el enorme trabajo de investigarlas y conocerlas a fondo. Historia de las tijeras para uñas, dos mil libros para adquirir la certidumbre de que hasta 1675 no se menciona este adminículo. De golpe en Maguncia alguien estampa la imagen de una señora cortándose una uña. No es exactamente un par de tijeras, pero se le parece. En el siglo XVIII un tal Philip McKinney patenta en Baltimore las primeras tijeras con resorte: problema resuelto, los dedos pueden presionar de lleno para cortar las uñas de los pies, increíblemente córneas, y la tijera vuelve a abrirse automáticamente. Quinientas fichas, un año de trabajo. Si pasáramos ahora a la invención del tornillo o al uso del verbo "gond" en la literatura pali del siglo VIII.
3. Muriel Barbery proponía religión, familia o televisión en La elegancia del erizo:
Siempre está la vía de la facilidad, aunque me repugne seguirla. No tengo hijos, no veo la televisión y no creo en Dios, todas estas sendas que recorren los hombres para que la vida les sea más fácil. Los hijos ayudan a diferir la dolorosa tarea de hacerse frente a uno mismo, y los nietos toman después el relevo. La televisión distrae de la extenuante necesidad de construir proyectos a partir de la nada de nuestras existencias frívolas; al embaucar a los ojos, libera al espíritu de la gran obra del sentido. Dios, por último, aplaca nuestros temores de mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se terminan.
Por ello, sin porvenir ni descendencia, sin píxeles para embrutecer la cósmica conciencia del absurdo, en la certeza del final y la anticipación del vacío, creo poder decir que no he elegido la vía de la facilidad.
4. Si no te convencen ninguna de las anteriores opciones, entra la pesadilla de los juicios ajenos (y propios, seamos sinceros). Entonces, antes de reconocer que eres un vago o un raro, Julio Cortázar propone en Rayuela la excusa de presentarte como un intelectual.
Creer que la acción podía colmar, o que la suma de las acciones podía realmente equivaler a una vida digna de este nombre, era una ilusión de moralista. Valía más renunciar, porque la renuncia a la acción era la protesta misma y no su máscara. (...) Lo único cierto era el peso en la boca del estómago, la sospecha física de que algo no andaba bien, de que casi nunca había andado cien.. No era ni siquiera un problema, sino haberse negado desde temprano a las mentiras colectivas o a la soledad rencorosa del que se pone a estudiar los isótopos radiactivos o la presidencia de Bartolomé Mitre. Si algo había elegido desde joven era no defenderse mediante la rápida y ansiosa acumulación de una "cultura", truco por excelencia de la clase media argentina para hurtar el cuerpo a la realidad nacional y a cualquier otra, y creerse a salvo del vacío que la rodeaba. Tal vez gracias a esa especie de fiaca sistemática, como la defendía su camarada Traveler, se había librado de ingresar en ese orden fariseo (...), que esquivaba el fondo de los problemas mediante una especialización de cualquier orden.
Así que elige tu preferida y a por ello, ¡¡que cada palo aguante su vela!!
Hay muchas maneras de morir, es muy fácil. Lo difícil es encontrar la manera de vivir.
(La extraña que hay en mí).
Y no saber si estás viviendo o dejándote morir, y no saber si te estás contando una mentira de que otras vidas son posibles porque eres incapaz de perseguir y conseguir la que quieres, y entonces te resignas. Y poniéndote en situaciones hipotéticas que no puedes evaluar con imparcialidad porque depende del esfuerzo que conllevaría ir a por ellas, de las ganas y de las posibilidades. Y ante la certeza de la imposibilidad, despreciarla y perseguir otra más fácil, más a tu alcance, más sencilla. Y autoconvencerte, y pensar que si tuvieras la mínima posibilidad de saltar al otro plano irías lanzada. Y sentir que estás perdiendo el tiempo. Que no va a volver. Que puede que te arrepientas, como siempre. Puta consciencia.
Para al final...
En las calles del infierno, bajo el diluvio, sin aliento y con el corazón en los labios, una tenue luz: son camelias.
(...)
Quizás estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren.
(La elegancia del erizo).
...pienso que tanto sentido tiene hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré o defender con la vida las ideas que redimen a los pueblos. El péndulo cumple su vaivén instantáneo y otra vez me inserto en las categorías tranquilizadoras: muñequito insignificante, novela trascendente, muerte heroica.
(Rayuela).
Vale, pues vamos a buscar uno.
Este era el tema que empezaba el mes pasado y pensando sobre él, he llegado a la conclusión de que la pasión a buscar se desdobla en dos objetivos a cubrir. Uno, el tuyo. Otro, el de terceras personas (del plural).
La búsqueda no tiene porqué ser difícil, todo depende de la capacidad de automatismo que tengas, de lo mucho que cuestiones las cosas, de la capacidad que tengas para ponerte una venda y mantener la pose. (Pase-pose; pase-pose...)
El fin, claramente, es ser feliz. El vehículo para conseguirlo es eso que he denominado objetivo o pasión y te puede salir de forma natural o después de una complicada búsqueda (y posterior persuasión, disciplina e indiferencia (o pura lucha) ante el mínimo atisbo de vacilación. Mirar hacia otro lado, silbar incluso).
El problema es que nuestro continuo establecimiento de pequeñas metas y objetivos en la vida cotidiana nos impide ser conscientes de que somos felices. (Yes we are, con más o menos convencimiento a lo largo del día). Es una sensación o estado que sólo se reconoce a toro pasado.
No paramos de oír continuamente: "esto le ha dado sentido a mi vida", "búscale un sentido a tu vida", "su vida es un sinsentido, por eso no es feliz", etc.
¿Y qué cojones de sentido tenemos que encontrar? El sentido se encuentra afiliándote a una pasión y dejando que te mate (ya entendamos esto físicamente con el "hasta la muerte", o como reprimir aquellas tendencias que no casen demasiado bien con la pasión que te has negociado, dejándote morir así poco a poco).
Ya mencioné a Thomas Bernhard y su manera de escapar al terrible vacío por medio de la corrección: vamos retrasando el momento de corregir tanto absurdo buscando pequeños incentivos, ilusiones, planes, mentirijillas... Cobardía en estado puro. Y esperanza, porque esperas y confías y deseas encontrar un sentido a tu vida a la vuelta de la esquina.
Pero en esto del sentido de la vida hay que distinguir dos parcelas fundamentales: el verdadero sentido de tu vida (que no lo hay, sinceramente, así que busca un amor (trabajo, afición, persona)) y deja que te mate. Y la otra parte es que tu vida tenga un sentido para los demás. Porque no puede ser que estés ahí sin hacer nada, que no tengas pareja, que no formes una familia, que estés encerrada en ti misma. La gente lo ve como un impás, que estás pasando una mala racha, que hay que dejarte tiempo para que encuentres la vereda de la normalidad y te subas al carro... Y hay que ser muy fuerte, tener las cosas muy claras y tener la decisión de mandar esa gente que presionan con sus opiniones al carajo. O tal vez no presionan y te montas tú la película de que presionan en silencio con sus convencionales opiniones sobre cómo hay que vivir. Al carajo. El problema es que al final te aislas para evitar (sus) juicios, pero bueno, ¿y?
Aquí dejo varias sugerencias de salidas/pasiones/calmantes para que cada uno coja el que más le apetezca.
1. Thomas Bernhard apuesta por el amor o el trabajo. Agarrarse al primer entretenimiento/novedad que se nos presente (alguna persona de la que enamorarnos o, en su defecto, cualquier tara mental, aunque sea desesperación pura) y obsesionarnos con ello todo el tiempo que podamos. O buscar unas alfombras que sacudir diariamente para poder volver tranquilos y satisfechos a casa (y cansados y alienados) a freír nuestras tortillas.
No puedo explicarle ahora mi vida, ni lo que soy. No, eso no se puede hacer. Necesitaría tres mil páginas y posiblemente se me olvidarían aún las cosas importantes, que se me ocurrirían luego. Para eso haría falta otro volumen complementario. Lo esencial se me olvidaría en esas tres mil páginas, y en mi lecho de muerte diría: ¡Santo Cielo!, ahora veo lo más importante de todo, ahora, al mirar desde un lecho de muerte, eso lo explicaría todo de otra manera, no tiene ningún sentido.
Hay que llegar a todo por sí mismo. Uno no tiene ninguna tarea ni nada parecido. Tareas sólo tienen los colegiales y los que obedecen a sus maestros.
Y entonces pierdo de algún modo las ganas, porque no tengo ya nada que hacer, eso es lo idiota. Por eso he tenido que tener siempre una compensación y hacer algo, aunque fuera absurdo. Pero da igual. Como las mujeres, que tienen que sacudir incansablemente alfombras para tranquilizarse y poder freír sus tortillas. Todo ser humano se busca algo parecido. De algún modo siento un —¿cómo se llama ese famoso vacío?—, un horrible vacío, desde hace un año. ¿Qué puedo hacer ahora? No me interesa ya nada. Pero bueno, siempre ocurre algo, aunque sea una desesperación pura, algo llega siempre. Y entonces lo explotaré otra vez. Porque la vida es una explotación. Y uno se precipita sobre lo que sea, otra persona o uno mismo, no sé. Todo eso no conduce a nada.
(Fragmento del discurso Un horrible vacío).
Thomas Bernhard
Amor o trabajo u ocio compartido, propone también Cortázar en Rayuela para huir de la "soledad", del vacío:
¿Y qué quiere decir vivir de otra manera? Quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una tal violencia que el salto acabara en los brazos de otro. Sí, quizá el amor, pero la otherness no dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer. En el fondo no hay otherness, apenas la agradable togetherness. Cierto que ya es algo”... Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurría ahora lo que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quién se poseía de veras? ¿Quién estaba de vuelta en sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de soledad conducía al colmo de gregarismo, a la gran ilusión de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos.
2. Si hemos elegido trabajo, que sea con toda la convicción, como vemos en otro fragmento de Rayuela:
Acabaremos por ir a la Bibliothèque Mazarine a hacer fichas sobre las mandrágoras, los collares de los bantúes o la historia comparada de las tijeras para uñas." Imaginar un repertorio de insignificancias, el enorme trabajo de investigarlas y conocerlas a fondo. Historia de las tijeras para uñas, dos mil libros para adquirir la certidumbre de que hasta 1675 no se menciona este adminículo. De golpe en Maguncia alguien estampa la imagen de una señora cortándose una uña. No es exactamente un par de tijeras, pero se le parece. En el siglo XVIII un tal Philip McKinney patenta en Baltimore las primeras tijeras con resorte: problema resuelto, los dedos pueden presionar de lleno para cortar las uñas de los pies, increíblemente córneas, y la tijera vuelve a abrirse automáticamente. Quinientas fichas, un año de trabajo. Si pasáramos ahora a la invención del tornillo o al uso del verbo "gond" en la literatura pali del siglo VIII.
3. Muriel Barbery proponía religión, familia o televisión en La elegancia del erizo:
Siempre está la vía de la facilidad, aunque me repugne seguirla. No tengo hijos, no veo la televisión y no creo en Dios, todas estas sendas que recorren los hombres para que la vida les sea más fácil. Los hijos ayudan a diferir la dolorosa tarea de hacerse frente a uno mismo, y los nietos toman después el relevo. La televisión distrae de la extenuante necesidad de construir proyectos a partir de la nada de nuestras existencias frívolas; al embaucar a los ojos, libera al espíritu de la gran obra del sentido. Dios, por último, aplaca nuestros temores de mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se terminan.
Por ello, sin porvenir ni descendencia, sin píxeles para embrutecer la cósmica conciencia del absurdo, en la certeza del final y la anticipación del vacío, creo poder decir que no he elegido la vía de la facilidad.
4. Si no te convencen ninguna de las anteriores opciones, entra la pesadilla de los juicios ajenos (y propios, seamos sinceros). Entonces, antes de reconocer que eres un vago o un raro, Julio Cortázar propone en Rayuela la excusa de presentarte como un intelectual.
Creer que la acción podía colmar, o que la suma de las acciones podía realmente equivaler a una vida digna de este nombre, era una ilusión de moralista. Valía más renunciar, porque la renuncia a la acción era la protesta misma y no su máscara. (...) Lo único cierto era el peso en la boca del estómago, la sospecha física de que algo no andaba bien, de que casi nunca había andado cien.. No era ni siquiera un problema, sino haberse negado desde temprano a las mentiras colectivas o a la soledad rencorosa del que se pone a estudiar los isótopos radiactivos o la presidencia de Bartolomé Mitre. Si algo había elegido desde joven era no defenderse mediante la rápida y ansiosa acumulación de una "cultura", truco por excelencia de la clase media argentina para hurtar el cuerpo a la realidad nacional y a cualquier otra, y creerse a salvo del vacío que la rodeaba. Tal vez gracias a esa especie de fiaca sistemática, como la defendía su camarada Traveler, se había librado de ingresar en ese orden fariseo (...), que esquivaba el fondo de los problemas mediante una especialización de cualquier orden.
Así que elige tu preferida y a por ello, ¡¡que cada palo aguante su vela!!
Hay muchas maneras de morir, es muy fácil. Lo difícil es encontrar la manera de vivir.
(La extraña que hay en mí).
Y no saber si estás viviendo o dejándote morir, y no saber si te estás contando una mentira de que otras vidas son posibles porque eres incapaz de perseguir y conseguir la que quieres, y entonces te resignas. Y poniéndote en situaciones hipotéticas que no puedes evaluar con imparcialidad porque depende del esfuerzo que conllevaría ir a por ellas, de las ganas y de las posibilidades. Y ante la certeza de la imposibilidad, despreciarla y perseguir otra más fácil, más a tu alcance, más sencilla. Y autoconvencerte, y pensar que si tuvieras la mínima posibilidad de saltar al otro plano irías lanzada. Y sentir que estás perdiendo el tiempo. Que no va a volver. Que puede que te arrepientas, como siempre. Puta consciencia.
Para al final...
En las calles del infierno, bajo el diluvio, sin aliento y con el corazón en los labios, una tenue luz: son camelias.
(...)
Quizás estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren.
(La elegancia del erizo).
...pienso que tanto sentido tiene hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré o defender con la vida las ideas que redimen a los pueblos. El péndulo cumple su vaivén instantáneo y otra vez me inserto en las categorías tranquilizadoras: muñequito insignificante, novela trascendente, muerte heroica.
(Rayuela).