JULIO 2016
EDITO
Qué relajante la visión del cañizo entrelazado a modo de sombrilla frente a tus ojos, o las veraniegas rayas, blanco, azul, blanco, azul... Tal vez tu vista se fija en los destellos metálicos sobre la superficie del agua, en la gente que pasea, en los saltos desde el trampolín que tienes enfrente.
Imágenes pre-durante-post siesta.
Comidas al aire libre, miles de recipientes acolchados donde dejarte caer, líquidos fríos, tardes de piscina, de marcas solares, del olor a lavanda, de relajantes dibujos en la arena, salamandras con su movimiento de relámpago, limoneros, helados, fruta fresca, cenas ligeras, inmersiones acuáticas, sombreros, olores sintéticos a coco y zanahoria del protector solar, pelo mojado, moscas atontadas remoloneando sobre una herida seca, una y otra vez, la visión distorsionada, entre sueños, de una palmera, cactus, flores vibrantes, sandías chorreantes, hasta el codo, bañadores y pareos, cestas de playa, olor a jazmín, a cloro, a césped, limonada escarchada, vestidos ligeros, sandalias...
En realidad la siesta, este número de julio, es un homenaje a los días estivales. Esos en los que nos reunimos para disfrutar y alargar el tiempo, sin prisas, sin preocupaciones, con toda la tranquilidad necesaria para echar una de esas siestas inigualables de verano.
Porque no hay nada como una siesta en verano.
Una sombra, la brisa que de vez en cuando te acaricia y refresca, ir cerrando los ojos, dejarte caer en el sueño. Porque te dejas caer, como si te escurrieras, fliuuup!, y la gravedad te absorbiera en ese espacio sin tiempo lleno de aventuras dislocadas como en Alicia en el País de las maravillas.
Su aventura transcurrió durante una agradable siesta de verano, en el mullido césped.
Nos dejamos caer.
Es un hecho. ¿Cuántas veces te has despertado en los primeros instantes del sueño dando un brinco porque habías empezado a soñar que te tropezabas o caías?
Seguro que muchas. Veces que te has despertado con vértigo de ser arrastrado hacia algo profundo y oscuro.
Sí, es el pasadizo de los sueños, como el de Alicia.
Al final de ese túnel siempre esperan las caleidoscópicas y laberínticas imágenes de los sueños.
Aventuras, recuerdos, mezclas, sensaciones, personajes, temores, deseos.
Todo mezclado con un lenguaje particular.
Incomprensible.
Al menos para nosotros.
Otro tipo de lenguaje para expresar una realidad.
Y los sueños se recuerdan con más facilidad tras una siesta, tal vez incluso los interrumpimos al despertar.
Y despertarte con la calma de quien no tiene que ir corriendo a ningún sitio, que puede despejarse poco a poco, incluso volver a retomar el sueño con algo de suerte (el sueño de dormir, no de soñar, ése nunca se retoma, si acaso las pesadillas). Con la calma de seguir disfrutando de tu cuerpo y sus estados: acercarte al agua, darte un chapuzón, leer una revista, seguir en el dolce far niente balanceando la punta del pie que cuelga en la esquina de la tumbona, parapetada tras tus gafas de sol, haciéndote la dormida, mientras ves actuar a la gente a tu alrededor: el niño y sus ingeniosos juegos, la madre que vigila con los tirantes del bikini enrrollados en la copa y una visera improvisada, los saltos en la orilla de niñas que chillan salpicándose, un par de amigas conversando de algo escabroso, el señor que relee el periódico deportivo y su peculiar manera de pasar las hojas, la motivada haciendo su sprint deportivo por la orilla, elucubras en qué punto de su relación está la pareja de aquella esquina, ves pasar a alguien con un helado, buena idea, ¿qué me pongo esta noche?... y te estiras y bajas un pie y empiezas a tocar tierra (arena, césped, baldosa) masajeando la planta, activando todas sus terminaciones nerviosas.
Y, sí, puede que en un rato estés lista para estirarte, volverte a estirar, puede que incluso hasta incorporarte y ponerte en movimiento para satisfacer tus ganas de líquido: de uso tópico (chapuzón), de uso oral (bebidas).
Con toda la serenidad y perspectiva que proporciona una buena siesta.
No sin razón, Cela la llamaba el yoga ibérico.
Imágenes pre-durante-post siesta.
Comidas al aire libre, miles de recipientes acolchados donde dejarte caer, líquidos fríos, tardes de piscina, de marcas solares, del olor a lavanda, de relajantes dibujos en la arena, salamandras con su movimiento de relámpago, limoneros, helados, fruta fresca, cenas ligeras, inmersiones acuáticas, sombreros, olores sintéticos a coco y zanahoria del protector solar, pelo mojado, moscas atontadas remoloneando sobre una herida seca, una y otra vez, la visión distorsionada, entre sueños, de una palmera, cactus, flores vibrantes, sandías chorreantes, hasta el codo, bañadores y pareos, cestas de playa, olor a jazmín, a cloro, a césped, limonada escarchada, vestidos ligeros, sandalias...
En realidad la siesta, este número de julio, es un homenaje a los días estivales. Esos en los que nos reunimos para disfrutar y alargar el tiempo, sin prisas, sin preocupaciones, con toda la tranquilidad necesaria para echar una de esas siestas inigualables de verano.
Porque no hay nada como una siesta en verano.
Una sombra, la brisa que de vez en cuando te acaricia y refresca, ir cerrando los ojos, dejarte caer en el sueño. Porque te dejas caer, como si te escurrieras, fliuuup!, y la gravedad te absorbiera en ese espacio sin tiempo lleno de aventuras dislocadas como en Alicia en el País de las maravillas.
Su aventura transcurrió durante una agradable siesta de verano, en el mullido césped.
Nos dejamos caer.
Es un hecho. ¿Cuántas veces te has despertado en los primeros instantes del sueño dando un brinco porque habías empezado a soñar que te tropezabas o caías?
Seguro que muchas. Veces que te has despertado con vértigo de ser arrastrado hacia algo profundo y oscuro.
Sí, es el pasadizo de los sueños, como el de Alicia.
Al final de ese túnel siempre esperan las caleidoscópicas y laberínticas imágenes de los sueños.
Aventuras, recuerdos, mezclas, sensaciones, personajes, temores, deseos.
Todo mezclado con un lenguaje particular.
Incomprensible.
Al menos para nosotros.
Otro tipo de lenguaje para expresar una realidad.
Y los sueños se recuerdan con más facilidad tras una siesta, tal vez incluso los interrumpimos al despertar.
Y despertarte con la calma de quien no tiene que ir corriendo a ningún sitio, que puede despejarse poco a poco, incluso volver a retomar el sueño con algo de suerte (el sueño de dormir, no de soñar, ése nunca se retoma, si acaso las pesadillas). Con la calma de seguir disfrutando de tu cuerpo y sus estados: acercarte al agua, darte un chapuzón, leer una revista, seguir en el dolce far niente balanceando la punta del pie que cuelga en la esquina de la tumbona, parapetada tras tus gafas de sol, haciéndote la dormida, mientras ves actuar a la gente a tu alrededor: el niño y sus ingeniosos juegos, la madre que vigila con los tirantes del bikini enrrollados en la copa y una visera improvisada, los saltos en la orilla de niñas que chillan salpicándose, un par de amigas conversando de algo escabroso, el señor que relee el periódico deportivo y su peculiar manera de pasar las hojas, la motivada haciendo su sprint deportivo por la orilla, elucubras en qué punto de su relación está la pareja de aquella esquina, ves pasar a alguien con un helado, buena idea, ¿qué me pongo esta noche?... y te estiras y bajas un pie y empiezas a tocar tierra (arena, césped, baldosa) masajeando la planta, activando todas sus terminaciones nerviosas.
Y, sí, puede que en un rato estés lista para estirarte, volverte a estirar, puede que incluso hasta incorporarte y ponerte en movimiento para satisfacer tus ganas de líquido: de uso tópico (chapuzón), de uso oral (bebidas).
Con toda la serenidad y perspectiva que proporciona una buena siesta.
No sin razón, Cela la llamaba el yoga ibérico.
Julio está dedicado a la siesta (y a la falta de ella, porque ¡cuánto se echa de menos cuando estamos lejos de fundirnos en su límbico abrazo!).
En la oficina, con el aire acondicionado, las piernas hinchadas, un cansancio demoledor que nos mantiene hipnotizados en la claridad de la pantalla sin que seamos capaces de leer ni media frase, obsesionados con la imagen de unas sábanas frescas, la horizontalidad, el acto de desconectar de la realidad unos minutos.
A mí me ocurre, ocasiones en las que el cerebro me pide "tiempo muerto", en las que me muevo como una autómata, en las que me podría acurrucar en cualquier rincón de una calle abarrotada, y dormirme sin que me importe nada. Diez minutos desconectada del mundo, para volver a ser persona.
Pero no hay necesidad de tumbarse en un banco, ya que precisamente el verano presta muchos escenarios para estas escapadas: tumbona, césped, piscina, hamaca, desnucada en el coche, en sofá de casa ajena, colchonetas, etc. etc.
Cada uno tenemos nuestra manera de echar la siesta: a pierna suelta y sin control, 20 minutitos dando cabezazos en el sofá, los del ligero cuscurrito y aquellos que reniegan fingiendo no haber caído en sus brazos:
- ¿Qué? ¡Pero si no me he dormido!, tragando saliva e incorporándose con los ojos muy abiertos.
- Anda...si hasta has roncado...
Muchos se lo ponen complicado: incorporados, con la tele de fondo, el teléfono encendido y todo lo inimaginable para creerse la falsa determinación de permanecer despiertos .... No asumen esta debilidad.
Pero... la siesta tiene el poder, la siesta tiene el poder, la siesta es poderosa, la siesta tiene el poder....
Se va acercando así sinuosa, agitando las caderas y meneando unas maracas, se aproxima, embaucándote hasta que entras en su baile.
Y ya sea poco a poco o bien de sopetón, caes atrapado entre sus garras.
Eppa, ¡estás vendido!
Las hay ligeras, las hay intensas, interminables, con sueños, en duermevela, inquietas o relajantes y totalmente reparadoras.
Está la siesta perfecta.
Que son casi todas.
A la siesta hay que entregarse (esta es mi teoría), no resistirse a ella.
Cada vez que tengo la maravillosa oportunidad de dormir una siesta, me preparo con todo un ritual antes de entregarme a ella, como quien va a una cita.
Cuido la vestimenta, el entorno, el lugar de encuentro, la temperatura, no comer ni beber en exceso...
Todo dirigido a echar una siesta "de padre y muy señor mío".
Como decía Cela: de padrenuestro, pijama y orinal.
Es decir: en la cama, sin ropa y persiana a media asta.
Y algunos extras como la barriga pelada de cierto ser con cuatro patas que me gusta acariciar mientras me dejo llevar plácidamente al mundo de los sueños.
Algo cambia en el proceso de introducción al estado de sueño según sea por la noche o a mediodía.
Al no tener la obligación de dormirte (como ocurre por la noche que tienes que dormir y a toda leche porque las horas cuentan -o descuentan), te relajas y te dejas llevar al mundo de los sueños...
El tiempo que haga falta.
Sin despertador, por supuesto.
Así, bien a gustito.
En la oficina, con el aire acondicionado, las piernas hinchadas, un cansancio demoledor que nos mantiene hipnotizados en la claridad de la pantalla sin que seamos capaces de leer ni media frase, obsesionados con la imagen de unas sábanas frescas, la horizontalidad, el acto de desconectar de la realidad unos minutos.
A mí me ocurre, ocasiones en las que el cerebro me pide "tiempo muerto", en las que me muevo como una autómata, en las que me podría acurrucar en cualquier rincón de una calle abarrotada, y dormirme sin que me importe nada. Diez minutos desconectada del mundo, para volver a ser persona.
Pero no hay necesidad de tumbarse en un banco, ya que precisamente el verano presta muchos escenarios para estas escapadas: tumbona, césped, piscina, hamaca, desnucada en el coche, en sofá de casa ajena, colchonetas, etc. etc.
Cada uno tenemos nuestra manera de echar la siesta: a pierna suelta y sin control, 20 minutitos dando cabezazos en el sofá, los del ligero cuscurrito y aquellos que reniegan fingiendo no haber caído en sus brazos:
- ¿Qué? ¡Pero si no me he dormido!, tragando saliva e incorporándose con los ojos muy abiertos.
- Anda...si hasta has roncado...
Muchos se lo ponen complicado: incorporados, con la tele de fondo, el teléfono encendido y todo lo inimaginable para creerse la falsa determinación de permanecer despiertos .... No asumen esta debilidad.
Pero... la siesta tiene el poder, la siesta tiene el poder, la siesta es poderosa, la siesta tiene el poder....
Se va acercando así sinuosa, agitando las caderas y meneando unas maracas, se aproxima, embaucándote hasta que entras en su baile.
Y ya sea poco a poco o bien de sopetón, caes atrapado entre sus garras.
Eppa, ¡estás vendido!
Las hay ligeras, las hay intensas, interminables, con sueños, en duermevela, inquietas o relajantes y totalmente reparadoras.
Está la siesta perfecta.
Que son casi todas.
A la siesta hay que entregarse (esta es mi teoría), no resistirse a ella.
Cada vez que tengo la maravillosa oportunidad de dormir una siesta, me preparo con todo un ritual antes de entregarme a ella, como quien va a una cita.
Cuido la vestimenta, el entorno, el lugar de encuentro, la temperatura, no comer ni beber en exceso...
Todo dirigido a echar una siesta "de padre y muy señor mío".
Como decía Cela: de padrenuestro, pijama y orinal.
Es decir: en la cama, sin ropa y persiana a media asta.
Y algunos extras como la barriga pelada de cierto ser con cuatro patas que me gusta acariciar mientras me dejo llevar plácidamente al mundo de los sueños.
Algo cambia en el proceso de introducción al estado de sueño según sea por la noche o a mediodía.
Al no tener la obligación de dormirte (como ocurre por la noche que tienes que dormir y a toda leche porque las horas cuentan -o descuentan), te relajas y te dejas llevar al mundo de los sueños...
El tiempo que haga falta.
Sin despertador, por supuesto.
Así, bien a gustito.
Hasta que llega el momento de abrir poco a poco el ojo...
Algunas siestas de verano vienen con resaca. Como todo lo bueno en esta vida.
Empiezas a mover un dedo, parpadear, aterrizar...
El cuello mojado, hebras de pelo pegado en la nuca, la boca pastosa, y una costra de saliva atravesando desde la comisura del labio perdiéndose débilmente a media mejilla, llena de surcos de la sábana.
Necesitada de una bebida isotónica, ¡una limonada está bien!, helada, a la que aferrarte mientras arrastras los pies por el pasillo hacia la zona más fresca de la casa esperando que pase el tiempo prudencial que tu mente tarda en asumir que está despierta, que debe actuar. Totalmente estupefacta tras haberla arrebatado de su profundo sopor.
Vaso escarchado en mano, mirada perdida, postura derrengada sobre una silla y en proceso de recuperar capacidad neuronal.
Casi sientes a las neuronas dándose codazos entre las mullidas y rosadas curvas de tu cerebro , espabilándose, reactivándose.
Un proceso que lleva su tiempo.
Una ducha fresca.
Una bebida fría (que no sea agua, esto es importante para bocaseca (wo)man)
Un chapuzón.
Un buen helado.
Salto al chiringuito para que nos inyecten en vena.
Merendolas.
Horchatas.
Música reactivadora.
Y todas esas cosas que nos devuelven a la vida tras las deliciosas siestas de verano.
Todas están aquí en julio.
Hasta que llega el momento de abrir poco a poco el ojo...
Algunas siestas de verano vienen con resaca. Como todo lo bueno en esta vida.
Empiezas a mover un dedo, parpadear, aterrizar...
El cuello mojado, hebras de pelo pegado en la nuca, la boca pastosa, y una costra de saliva atravesando desde la comisura del labio perdiéndose débilmente a media mejilla, llena de surcos de la sábana.
Necesitada de una bebida isotónica, ¡una limonada está bien!, helada, a la que aferrarte mientras arrastras los pies por el pasillo hacia la zona más fresca de la casa esperando que pase el tiempo prudencial que tu mente tarda en asumir que está despierta, que debe actuar. Totalmente estupefacta tras haberla arrebatado de su profundo sopor.
Vaso escarchado en mano, mirada perdida, postura derrengada sobre una silla y en proceso de recuperar capacidad neuronal.
Casi sientes a las neuronas dándose codazos entre las mullidas y rosadas curvas de tu cerebro , espabilándose, reactivándose.
Un proceso que lleva su tiempo.
Una ducha fresca.
Una bebida fría (que no sea agua, esto es importante para bocaseca (wo)man)
Un chapuzón.
Un buen helado.
Salto al chiringuito para que nos inyecten en vena.
Merendolas.
Horchatas.
Música reactivadora.
Y todas esas cosas que nos devuelven a la vida tras las deliciosas siestas de verano.
Todas están aquí en julio.