MARZO
Fragmentos Literarios
Vida de Pi
Yann Martel
Si nosotros, los ciudadanos, no apoyamos a nuestros artistas, sacrificamos nuestra imaginación en el altar de la cruda realidad y acabamos no creyendo en nada y con sueños carentes de valor.
Todo ser vivo tiene un grado de locura que lo induce a actuar de formas extrañas, a veces inexplicables. Esta locura puede ser su salvación; forma parte de la capacidad de adaptarse. Sin ella, no sobreviviría ninguna especie.
Los caminos hacia la liberación son múltiples, pero la orilla siempre es la misma, la Orilla del Karma, en la que la cuenta de la liberación de cada uno de nosotros incrementa o disminuye según nuestras acciones.
La verdad de la vida es que Brahman no se diferencia del Atman, la fuerza espiritual que reside en nosotros, lo que podríamos llamar el alma. El alma individual toca el alma del mundo del mismo modo que un pozo trata de llegar al nivel freático. Aquello que sostiene el universo más allá del pensamiento y el lenguaje, y aquello que está en nuestro núcleo y lucha para expresarse, es lo mismo. El finito dentro del infinito y el infinito dentro del finito.
Estaba a punto de rendirme. De hecho, me habría rendido si no fuera por una voz en mi interior que me decía: "No moriré. Me niego. Superaré esta pesadilla. Sobreviviré, cueste lo que me cueste. Hasta ahora lo he conseguido, de milagro. Ahora convertiré el milagro en rutina. Lo increíble será mi pan de cada día. Haré el trabajo que haga falta, por muy duro que sea (...)".
Quisiera decir algunas palabras acerca del miedo. Es el único y auténtico adversario de la vida. Sólo el miedo puede vencer a la vida. Es un contendiente traicionero y perspicaz, y bien que lo sé. Carece de decoro, no respeta ninguna ley, ningún principio. Te ataca el punto más débil, que siempre reconoce con una facilidad infalible. Empieza con la mente, siempre. Estás tranquilo, sereno y feliz y al poco rato el miedo, ataviado con la vestimenta de duda afable, se te cuela en la mente como un espía. La duda se encara con la incredulidad y la incredulidad trata de expulsarla. Sin embargo, la incredulidad es un mero soldado de infantería, desprovisto de armas. La duda la elimina en un santiamén. Te inquietas. La razón viene a luchar por ti. Te tranquilizas. La razón está bien equipada con armas de última tecnología. No obstante, de forma asombrosa, y a pesar de contar con unas tácticas superiores y un número de victorias aplastantes, la razón se queda fuera de combate. Te sientes debilitar, flaquear. La inquietud se torna terror.
El miedo entonces acomete contra el cuerpo, que ya se ha dado cuenta de que algo va horriblemente mal. Los pulmones ya han salido volando como un pájaro y las tripas se te han escurrido como una serpiente. Ahora la lengua se te cae muerta como una zarigüeya y la mandíbula empieza a galopar sin poder avanzar. Ensordeces. Los músculos te tiritan como si padecieras malaria y las rodillas te tiemblan como si estuvieras bailando. (...) Cada parte de ti, de la forma que más le convenga a ella, se te desmonta. Lo único que sigue funcionando bien son los ojos. Ellos sí que le prestan la atención debida al miedo.
Te ves tomando decisiones precipitadas de forma atropellada. Despides a tus últimos aliados: la esperanza y la fe.
Y ya está, tú mismo te has derrotado. El miedo, que no es más que una impresión, ha triunfado sobre ti.
Es una cuestión difícil de plasmar con palabras. Pues el miedo, el miedo de verdad, el que te sacude hasta los cimientos, el que sientes cuando te encuentras cara a cara con la muerte, te corroe la memoria como la gangrena: intentará cariarlo todo, hasta las palabras que utilizarías para hablar de él. Tienes que luchar a brazo partido para alumbrarlo con la luz de las palabras. Porque si no te enfrentas a él, si tu miedo se vuelve una oscuridad muda que evitas, quizás hasta olvides, te expones a nuevos ataques de miedo porque nunca trataste de combatir al adversario que te venció.
Tenía que olvidarme de contar con la ayuda del mundo exterior. La suprevivencia tenía que comenzar conmigo mismo. Por experiencia propia, puedo afirmar que el error más grave que puede cometer un náufrago es esperar mucho y actuar poco. La supervivencia parte de reparar en lo que tienes a tu disposición, en lo que está a mano. Mirar hacia fuera equivale a soñar, dejar que se te escape la vida de las manos. Tenía muchísimas cosas que hacer.
Llegué a la balsa, solté toda la cuerda y me senté abrazándome las piernas y con la cabeza gacha, intentando apagar las llamas de terror que me estaban abrasando por dentro. Tardé mucho en dejar de temblar. No me moví de la balsa durante todo el día y toda la noche. No comí ni bébí nada.
Llevé un diario (...) No tiene mucho secreto, sólo palabras garabateadas encima de hojas que pretenden captar una realidad que me abrumaba.
¿Resolución? No hay nada como una situación extrema para llenarte de resolución.
Pero a veces me resultaba difícil amar. A veces el alma se me caía en picado de la rabia, la desolación y el agotamiento. Temía que se me hundiera al fondo del Pacífico y que jamás alcanzaría a recuperarla (...).
Sentí el desespero como una oscuridad espesa que no dejaba pasar la luz. Fue un infierno indecible. Doy gracias a Dios de que siempre se me pasara. Aparecía un cardumen de peces o me distraía uno de los nudos que estaba a punto de deshacerse. O pensaba en mi familia, en que ellos se habían librado de aquel suplicio atroz. La oscuridad se disipaba y finalmente volvía la claridad y Dios permanecía, un punto de luz que brillaba en mi corazón. Y seguía amando.
- (...) Nosotros no queremos una invención. Queremos "datos concretos" como dirían ustedes.
- Quiero decir que el hecho de contar una historia, de emplear palabras, sean de mi idioma o del suyo, ¿no es en sí una invención? ¿El mero hecho de observar el mundo no es en sí una invención?
- Esto...
- A ver, el mundo no es sólo como lo vemos sino también como lo entendemos, ¿no? Y al entender una cosa, le añadimos algo, ¿no? ¿Eso no convierte a la vida en un cuento?
Cada uno teníamos nuestra punta en el bote salvavidas. Es increíble cómo la voluntad puede construir muros. Pasamos días enteros haciendo como si no estuviera allí.
El libro Ramayana transmite entereza, equilibrio, imparcialidad, fortaleza y paz interna. Además, inculca el desapego sabio, válido y valioso y la necesidad de volverse consciente de la divinidad en cada ser. Su lectura transmite el mensaje de cómo ser el mejor hijo, el mejor hermano, el mejor esposo, el mejor amigo y también el mejor enemigo.
"¡La aventura nos reclama!", dijo Davi. Por eso lo aguantamos, por nuestro sentido de la aventura.
"Palabras de conciencia divina: exaltación moral; sensaciones duraderas de elevación, euforia, dicha; una aceleración del sentido moral, que uno estima más importante que la comprensión intelectual de las cosas; la alineación del universo en líneas morales, no intelectuales; el darse cuenta de que el principio fundamental de la existencia es lo que llamamos amor, que a veces no se manifiesta de forma clara, ni limpia, ni inmediata, pero siempre de forma ineluctable".
Me detengo ¿Y el silencio de Dios? Reflexiono. Añado: "Un intelecto desconcertado, no obstante una sensación confiada de presencia y de ánimo supremo".
La muerte inminente ya es bastante terrible de por sí, pero es mucho peor si te sobra tiempo, tiempo en el que se hace patente toda la felicidad que ha sido tuya y toda la felicidad que podría haber sido tuya. Ves todo lo que te estás perdiendo con una nitidez abrumadora. Semejante visión te llena de una tristeza opresiva que no se puede aquiparar con un coche que está a punto de atropellarte o el saber que el agua que te rodea va a ahogarte. Es una sensación realmente insufrible.
...me di cuenta de la grandiosidad del escenario de mi sufrimiento. Aprecié mi sufrimiento por lo que realmente era, algo finito e insignificante, y me calmé. Mi sufrimiento no tenía cabida en ninguna parte, comprendí. Y era capaz de aceptarlo. No pasaba nada. (La luz del día solía incitar mis protestas: "¡No! ¡No! ¡No! Mi sufrimiento sí importa. ¡Quiero vivir! Es inevitable que confunda mi vida con la del universo. La vida es una mirilla, un mero agujerito que da a una inmensidad. ¿Cómo no voy a pensar en esta perspectiva tan breve y apretujada que tengo de las cosas? ¡Si esta mirilla es lo único que tengo!").
...caía en un profundo sopor. No me resultaba difícil teniendo en cuenta el estado de letargo avanzado que ya llevaba encima. Pero el trapo de los sueños daba una calidad especial al sopor. Supongo que se debía a que me limitaba el paso de aire. Me venían unos sueños, trances, visiones, pensamientos, sensaciones y recuerdos extraordinarios. Y el tiempo pasaba mucho más deprisa. Cuando me sorprendía un tic o un grito ahogado y el trapo se caía, recobraba el sentido por completo, encantado de que hubiesen transcurrido tantas horas. La prueba era que el trapo ya estaba seco. Pero más que eso, notaba que el momento actual era diferente al momento actual anterior.
En los momentos de asombro, es fácil evitar los pensamientos nimios y ponderar los pensamientos que abarcan el universo entero, que captan tanto los truenos como los tintineos, lo grueso y lo delgado, lo cercano y lo lejano.
Todo ser vivo tiene un grado de locura que lo induce a actuar de formas extrañas, a veces inexplicables. Esta locura puede ser su salvación; forma parte de la capacidad de adaptarse. Sin ella, no sobreviviría ninguna especie.
Los caminos hacia la liberación son múltiples, pero la orilla siempre es la misma, la Orilla del Karma, en la que la cuenta de la liberación de cada uno de nosotros incrementa o disminuye según nuestras acciones.
La verdad de la vida es que Brahman no se diferencia del Atman, la fuerza espiritual que reside en nosotros, lo que podríamos llamar el alma. El alma individual toca el alma del mundo del mismo modo que un pozo trata de llegar al nivel freático. Aquello que sostiene el universo más allá del pensamiento y el lenguaje, y aquello que está en nuestro núcleo y lucha para expresarse, es lo mismo. El finito dentro del infinito y el infinito dentro del finito.
Estaba a punto de rendirme. De hecho, me habría rendido si no fuera por una voz en mi interior que me decía: "No moriré. Me niego. Superaré esta pesadilla. Sobreviviré, cueste lo que me cueste. Hasta ahora lo he conseguido, de milagro. Ahora convertiré el milagro en rutina. Lo increíble será mi pan de cada día. Haré el trabajo que haga falta, por muy duro que sea (...)".
Quisiera decir algunas palabras acerca del miedo. Es el único y auténtico adversario de la vida. Sólo el miedo puede vencer a la vida. Es un contendiente traicionero y perspicaz, y bien que lo sé. Carece de decoro, no respeta ninguna ley, ningún principio. Te ataca el punto más débil, que siempre reconoce con una facilidad infalible. Empieza con la mente, siempre. Estás tranquilo, sereno y feliz y al poco rato el miedo, ataviado con la vestimenta de duda afable, se te cuela en la mente como un espía. La duda se encara con la incredulidad y la incredulidad trata de expulsarla. Sin embargo, la incredulidad es un mero soldado de infantería, desprovisto de armas. La duda la elimina en un santiamén. Te inquietas. La razón viene a luchar por ti. Te tranquilizas. La razón está bien equipada con armas de última tecnología. No obstante, de forma asombrosa, y a pesar de contar con unas tácticas superiores y un número de victorias aplastantes, la razón se queda fuera de combate. Te sientes debilitar, flaquear. La inquietud se torna terror.
El miedo entonces acomete contra el cuerpo, que ya se ha dado cuenta de que algo va horriblemente mal. Los pulmones ya han salido volando como un pájaro y las tripas se te han escurrido como una serpiente. Ahora la lengua se te cae muerta como una zarigüeya y la mandíbula empieza a galopar sin poder avanzar. Ensordeces. Los músculos te tiritan como si padecieras malaria y las rodillas te tiemblan como si estuvieras bailando. (...) Cada parte de ti, de la forma que más le convenga a ella, se te desmonta. Lo único que sigue funcionando bien son los ojos. Ellos sí que le prestan la atención debida al miedo.
Te ves tomando decisiones precipitadas de forma atropellada. Despides a tus últimos aliados: la esperanza y la fe.
Y ya está, tú mismo te has derrotado. El miedo, que no es más que una impresión, ha triunfado sobre ti.
Es una cuestión difícil de plasmar con palabras. Pues el miedo, el miedo de verdad, el que te sacude hasta los cimientos, el que sientes cuando te encuentras cara a cara con la muerte, te corroe la memoria como la gangrena: intentará cariarlo todo, hasta las palabras que utilizarías para hablar de él. Tienes que luchar a brazo partido para alumbrarlo con la luz de las palabras. Porque si no te enfrentas a él, si tu miedo se vuelve una oscuridad muda que evitas, quizás hasta olvides, te expones a nuevos ataques de miedo porque nunca trataste de combatir al adversario que te venció.
Tenía que olvidarme de contar con la ayuda del mundo exterior. La suprevivencia tenía que comenzar conmigo mismo. Por experiencia propia, puedo afirmar que el error más grave que puede cometer un náufrago es esperar mucho y actuar poco. La supervivencia parte de reparar en lo que tienes a tu disposición, en lo que está a mano. Mirar hacia fuera equivale a soñar, dejar que se te escape la vida de las manos. Tenía muchísimas cosas que hacer.
Llegué a la balsa, solté toda la cuerda y me senté abrazándome las piernas y con la cabeza gacha, intentando apagar las llamas de terror que me estaban abrasando por dentro. Tardé mucho en dejar de temblar. No me moví de la balsa durante todo el día y toda la noche. No comí ni bébí nada.
Llevé un diario (...) No tiene mucho secreto, sólo palabras garabateadas encima de hojas que pretenden captar una realidad que me abrumaba.
¿Resolución? No hay nada como una situación extrema para llenarte de resolución.
Pero a veces me resultaba difícil amar. A veces el alma se me caía en picado de la rabia, la desolación y el agotamiento. Temía que se me hundiera al fondo del Pacífico y que jamás alcanzaría a recuperarla (...).
Sentí el desespero como una oscuridad espesa que no dejaba pasar la luz. Fue un infierno indecible. Doy gracias a Dios de que siempre se me pasara. Aparecía un cardumen de peces o me distraía uno de los nudos que estaba a punto de deshacerse. O pensaba en mi familia, en que ellos se habían librado de aquel suplicio atroz. La oscuridad se disipaba y finalmente volvía la claridad y Dios permanecía, un punto de luz que brillaba en mi corazón. Y seguía amando.
- (...) Nosotros no queremos una invención. Queremos "datos concretos" como dirían ustedes.
- Quiero decir que el hecho de contar una historia, de emplear palabras, sean de mi idioma o del suyo, ¿no es en sí una invención? ¿El mero hecho de observar el mundo no es en sí una invención?
- Esto...
- A ver, el mundo no es sólo como lo vemos sino también como lo entendemos, ¿no? Y al entender una cosa, le añadimos algo, ¿no? ¿Eso no convierte a la vida en un cuento?
Cada uno teníamos nuestra punta en el bote salvavidas. Es increíble cómo la voluntad puede construir muros. Pasamos días enteros haciendo como si no estuviera allí.
El libro Ramayana transmite entereza, equilibrio, imparcialidad, fortaleza y paz interna. Además, inculca el desapego sabio, válido y valioso y la necesidad de volverse consciente de la divinidad en cada ser. Su lectura transmite el mensaje de cómo ser el mejor hijo, el mejor hermano, el mejor esposo, el mejor amigo y también el mejor enemigo.
"¡La aventura nos reclama!", dijo Davi. Por eso lo aguantamos, por nuestro sentido de la aventura.
"Palabras de conciencia divina: exaltación moral; sensaciones duraderas de elevación, euforia, dicha; una aceleración del sentido moral, que uno estima más importante que la comprensión intelectual de las cosas; la alineación del universo en líneas morales, no intelectuales; el darse cuenta de que el principio fundamental de la existencia es lo que llamamos amor, que a veces no se manifiesta de forma clara, ni limpia, ni inmediata, pero siempre de forma ineluctable".
Me detengo ¿Y el silencio de Dios? Reflexiono. Añado: "Un intelecto desconcertado, no obstante una sensación confiada de presencia y de ánimo supremo".
La muerte inminente ya es bastante terrible de por sí, pero es mucho peor si te sobra tiempo, tiempo en el que se hace patente toda la felicidad que ha sido tuya y toda la felicidad que podría haber sido tuya. Ves todo lo que te estás perdiendo con una nitidez abrumadora. Semejante visión te llena de una tristeza opresiva que no se puede aquiparar con un coche que está a punto de atropellarte o el saber que el agua que te rodea va a ahogarte. Es una sensación realmente insufrible.
...me di cuenta de la grandiosidad del escenario de mi sufrimiento. Aprecié mi sufrimiento por lo que realmente era, algo finito e insignificante, y me calmé. Mi sufrimiento no tenía cabida en ninguna parte, comprendí. Y era capaz de aceptarlo. No pasaba nada. (La luz del día solía incitar mis protestas: "¡No! ¡No! ¡No! Mi sufrimiento sí importa. ¡Quiero vivir! Es inevitable que confunda mi vida con la del universo. La vida es una mirilla, un mero agujerito que da a una inmensidad. ¿Cómo no voy a pensar en esta perspectiva tan breve y apretujada que tengo de las cosas? ¡Si esta mirilla es lo único que tengo!").
...caía en un profundo sopor. No me resultaba difícil teniendo en cuenta el estado de letargo avanzado que ya llevaba encima. Pero el trapo de los sueños daba una calidad especial al sopor. Supongo que se debía a que me limitaba el paso de aire. Me venían unos sueños, trances, visiones, pensamientos, sensaciones y recuerdos extraordinarios. Y el tiempo pasaba mucho más deprisa. Cuando me sorprendía un tic o un grito ahogado y el trapo se caía, recobraba el sentido por completo, encantado de que hubiesen transcurrido tantas horas. La prueba era que el trapo ya estaba seco. Pero más que eso, notaba que el momento actual era diferente al momento actual anterior.
En los momentos de asombro, es fácil evitar los pensamientos nimios y ponderar los pensamientos que abarcan el universo entero, que captan tanto los truenos como los tintineos, lo grueso y lo delgado, lo cercano y lo lejano.