SEPTIEMBRE
Trastorno.
Thomas Bernhard.
Tenía que proceder con franqueza y, por lo tanto, sin escrúpulos.
En realidad, mi padre se reunía cada vez más con otras personas para estar cada vez más solo.
...odiaba las observaciones que son sólo un pretexto para la compasión y dijo: "Estoy exagerando, todo es muy distinto en el fondo. Todo es siempre muy distinto. Hacerse comprender es imposible".
La ropa no se esconde ya; no se esconde el sufrimiento y se ha embotado el olfato; no hay razón para ocultar las lacras cuando se vive solo con ellas.
Todavía en la universidad, dijo mi padre, en los cursos clínicos obligatorios, habían hablado mucho de investigar y luchar por una sociedad básicamente enferma, de descubrimientos y esfuerzos supremos de sus cerebros y de un radicalismo intelectual despiadado en su propio perjuicio, por amor a la medicina y a una humanidad miserable, pero ahora sólo quedaban uno viajantes de comercio bien trajeados, dedicados a la estafa curativa, que se saludaban apresuradamente al encontrarse y se informaban de las afecciones de sus esposas e hijos, de las casas que se construían y de sus obsesiones automovilísticas.
Mi padre dijo que la idea del suicidio le había sido siempre muy familiar. Ya de niño había buscado en esos pensamientos refugio de otros. Se le había ocurrido de cuando en cuando, sólo como algo necesario para la vida, y los había cultivado como algo en lo que poder descansar, pero nunca como algo inmanente.
De la misma forma, tengo que verlo siempre todo en relación con todo lo posible; tengo que hacerlo así (...) Sin embargo, probablemente todo lo que pienso es muy distinto de como yo lo pienso...
Sin embargo, después de haber dicho "libremente", pensé que nadie hacía nada libremente, que el libre albedrío era un absurdo (...) y el mundo me pareció realmente algo siniestro; nunca me había parecido tan siniestro como entonces.
La Naturaleza, cuanto más pura e imperturbada está -como aquí en el barranco- tanto más siniestra resulta.
Y pienso qué ocurriría si se permitiera que toda ocurrencia repentina se transformase en idea... Digo: Huber, no hay que pensar... Pienso en la estupidez de todas las expresiones, doctor, en la estupidez, en la estupidez en que el hombre vive y piensa, piensa y vive, en la estupidez... Me permito vivir mi vida, ¡absurdo! Vivo, ¡absurdo! Todos viven, ¡absurdo! La estupidez de confiar en el idioma, mi querido doctor, ¡absurdo!, pienso; y no sólo en el idioma, pero sobre todo en él. La estupidez resultante del idioma, pienso... La estupidez de un mundo compuesto de ventajas y desventajas y de nada más... Filosofar, ¡no!
Precisamente en la medida en que creía poder apartarse del mundo, se entregaba a él, dijo el príncipe Sarau: "Pensamos fantasías y nos fatigamos", dijo.
Mientras profundizaba en la materia, investigaba el grado de dificultad de mi pensamiento en relación con el grado de dificultad del pensamiento de mis oyentes.
Hablar con personas a las que se acaba de conocer lo deja a uno pensativo y resulta cansado. Burlarse de esas personas no está bien; tomarlas en serio, tampoco. Es siempre la vieja cuestión de saber hasta qué punto hay que establecer contacto, de si hay que establecer contacto en absoluto doctor, ¿no cree?... Contactos", dijo el príncipe, "...como dice usted siempre, doctor, sólo existo en la medida en que establezco contactos, etc., pero eso despierta siempre en mí el elemento irónico de mi carácter... La ironía que suaviza lo insoportable...El detenerse en la periferia de la neurastenia... Pienso: "¿he sido con Huber demasiado cordial o he sido demasiado poco cordial con Huber? ¿Y cómo he sido con Zehetmeyer? Porque la idea de que he sido demasiado amable o demasiado poco amable se me ocurre siempre de pronto cuando alguien se va.
...como la calma es completa en Hochgobernitz, está ahí efectivamente, ya no hay calma... sencillamente ya no hay calma en Hochgobernitz.
...en esa atmósfera helada del amanecer en que los sentimientos pueden convertirse libremente en ideas y las ideas libremente en sentimientos y ésa es la magia ideal: estar juntos de pronto en la soportabilidad.
...y clarifico lo aclarado, porque todo lo aclarado debe ser también clarificado -se trata de un viejísimo proceso natural-.
Lo que me rodea (...) es de una incapacidad de percepción, de registro, de recepción... que casi paraliza la vida. Ese hecho es para mí mortal, eso es un hecho mortal para mí; el que en ese hecho esté solo, el que esté solo en ese hecho! (...)
El darme cuenta de que todo lo que me rodea (...) me tiene que parecer en el fondo totalmente falto de perceptividad hace que, desde hace mucho, todo me cause el mayor sufrimiento y, al mismo tiempo, el mayor placer.
Ese paseo", dijo el príncipe, "fue, una vez más, uno de esos paseos en silencio que me gustan. En esos paseos -no hace falta decirlo, querido doctor- no se debe decir palabra. A quien no observa esa regla -la de no decir palabra en los paseos- lo excluyo para siempre de esos paseos sin palabras".
Cuando veo hombres, veo hombres desgraciados", dijo el príncipe. "Son personas que arrastran por las calles su sufrimiento y convierten así el mundo en una comedia que, naturalmente, hace reír. En esa comedia todos padecen úlceras de naturaleza mental y física, y sienten placer por su enfermedad mortal. Cuando oyen su nombre (...) se asustan, pero intentan no mostrar su sobresalto. La verdadera comedia la ocultan todas esas personas en esa otra comedia que es el mundo. Cuando se creen inobservados, huyen siempre de sí mismos hacia sí mismos. Grotesco.
Escuche, doctor: durante toda mi vida no he visto más que enfermos y locos. A dondequiera que mire, sólo veo moribundos, seres a la deriva que miran hacia atrás.
Cada hombre que veo y cada hombre del que oigo algo, lo que sea, me prueban la absoluta inconsciencia de toda la especie, y que esa especie y la Naturaleza entera son un engaño. Comedia. Como se ha dicho tantas veces, el mundo es realmente un escenario sobre el que continuamente se ensaya. Dondequiera que miremos, vemos un continuo aprender a hablar y aprender a leer y aprender a pensar y aprender de memoria, aprender a engañar, aprender a morir y aprender a estar muerto que ocupan todo nuestro tiempo. Los hombres no son más que actores que nos representan algo que conocemos. Personas que aprenden un papel", dijo el Príncipe, "Cada uno de nosotros aprende continuamente un (su) papel, o varios papeles o todos los papeles imaginables sin saber para qué (o para quién) los aprende. Ese escenario teatral es un tormento y nadie considera como un placer lo que pasa en él. No obstante, todo sucede en ese escenario de forma natural. Continuamente, sin embargo, se busca un director de escena. Cuando el telón se levanta, todo ha terminado". La vida era una escuela, dijo, en la que se aprendía a morir. Millones y millones de alumnos y profesores la poblaban. El mundo era la escuela de la muerte.
En cada cabeza humana se halla la catástrofe humana que corresponde a esa cabeza, dijo el príncipe. No hacía falta abrir las cabezas, dijo, para saber que en ellas no había más que una catástrofe. "Sin su catástrofe humana el hombre ni siquiera existe", dijo el príncipe. El hombre, dijo, amaba su desgracia y, si estaba un segundo sin ella, hacía lo que fuera por recuperarla. "Siempre que miramos a los hombres, los vemos sumidos en su desgracia o buscando su desgracia. Ho hay hombre sin desgracia humana", dijo.
Todos se limitan a monologar, dijo el príncipe: "Estamos en una época de monólogos. El arte del monólogo es un arte muy superior al del diálogo", dijo. "Pero los monólogos son tan absurdos como los diálogos" (...) Había que estar preparado, dijo, a que siempre, cuando se hablaba con alguien -"cuando se entabla un diálogo con alguien (¡consigo mismo!), porque de pronto se tiene miedo de ahogarse-", ese alguien hiciera cuanto pudiese para difamarle a uno. "Eso puede ocurrir de la forma más refinada, de la más difícil, pero también de la más vil. Siempre, cuando los hombres dialogan, se difaman. El arte del diálogo es el arte de la difamación...
La mayoría de los hombres, dijo, le agotaban en sus dos cualidades principales: comprar y consumir. Mirándolo bien, los hombres, en muchos milenios, "como vemos hoy", dijo el príncipe Sarau, "sólo han desarrollado esos dos instintos: el de asumir y el de consumir. Podemos comprobarlo estremecidos", dijo el príncipe Sarau, " y sentirnos espantados por ese estremecimiento".
Da igual de qué hablo o con quién hablo", dijo el príncipe: "siempre, por el hecho de que hablo con alguien, me siento agotado".
"Los hombres andan juntos y hablan juntos y duermen juntos, y no se conocen. Si se conocieran, no irían juntos, hablarían juntos ni dormirían juntos. ¿Te conoces?, me pregunto a menudo", dijo el príncipe Sarau.
Todo el mundo, dijo, hablaba siempre un lenguaje que él mismo no entendía pero que, de vez en cuando, era entendido. Gracias a eso se podía existir y también, por lo menos, ser malentendido. Si hubiera un lenguaje que se entendiera, dijo el Príncipe Sarau, todo estaría de más. "Siempre hemos encontrado refugio en un problema", dijo.
Ha desaparecido. Se ha ido. ¿Adónde se ha ido? Naturalmente sigue existiendo, porque ahora estoy hablando de ella. La tragedia, querido doctor, es que nada está nunca realmente muerto.
Los hombres", dijo el príncipe, "se ponen de pronto una ocupación, como si fuera un traje de abrigo, que llevan luego durante toda la vida, hasta que es sólo un harapo raído; remiendan ese traje raído durante decenios, lo forran, lo ensanchan, lo estrechan, voluntariamente o por la fuerza, pero sigue siendo el mismo harapo raído. Puede verse a pueblos enteros vestidos con harapos ridículos. Totalmente raídos. Toda Europa anda con harapos raídos. Todos se ponen una ocupación como se ponen un traje, y ponerse unos estudios es lo mismo que ponerse una ocupación o ponerse un traje. La mayoría de los que se ponen una ocupación intelectual sólo llevan en definitiva harapos ridículos. Todos llevamos únicamente harapos ridículos.
Incluso cuando mi hijo calla tengo constantemente la sensación de que tengo que defenderme... Cuando estoy con mi hijo se ponen de manifiesto todas aquellas de mis cualidades que (como a mí) le son repulsivas. Esas cualidades insoportables sólo se manifiestan cuando estoy con mi hijo; otras, cuando estoy con otras personas, etc... Me pregunto: ¿tiene también mi hijo cualidades insoportables sólo en mi presencia?
Todos tenemos largos periodos en que no existimos; sólo parecemos existir. A veces, la existencia real y la aparente de un hombre se mezclan de una forma que le resulta mortal.
En la música oímos lo que sentimos.
En la conversación", dijo el príncipe, "la gente se siente siempre como si se columpiase sobre una maroma, y tiene miedo continuamente de caer al bajo nivel que le corresponde. También yo siento ese miedo", dijo el príncipe Sarau. "Por eso, todas las conversaciones son conversaciones sostenidas por gentes que se columpian en una maroma y tienen miedo siempre de caer a su bajo nivel, de ser arrojados a su bajo nivel.
Cuando, por ejemplo, voy solo por el monte alto, tengo siempre un acompañante que va conmigo, alguien que responde a la temática que me preocupa, que responde a las circunstancias. No se le ve, pero es mi fiel oyente. Nunca he tenido mejor interlocutor que yo mismo.
Hay horas, me dijo, en que no tienes más que tu desesperación y tienes que contentarte con ella; cada día le pintas una cara distinta, me dijo, y le sacas la lengua para hacerla reír.
Máquinas de calcular; nada más son los hombres. Siempre calculamos, pensamos comparativamente en cifras. Nacemos dentro de un sistema numérico y un día nos arrojan de él al universo, a la nada. Si hablamos durante un cierto tiempo con un hombre", dijo el príncipe, "nos asustamos porque comprobamos que hablamos con una calculadora. Cada vez más, el mundo se convierte sólo en un ordenador. De nada nos sirve ser indiferentes: siempre estamos encerrados en todo y ya no podemos salir.
La admiración que sentimos dentro de nosotros por un ser humano y que ese ser que admiramos destruye de la forma más horrible, cuando se convierte de repente ante nuestros ojos y, simultáneamente, dentro de nosotros, de modo consecuente, en lo que en realidad es.
El intelecto, dijo, es dictatorial; no hay un intelecto republicano.
Al que escucha", dijo el príncipe Saurau, "se le dice siempre lo que sabe pero no comprende. No obstante, comprendemos mucho de lo que no sabemos", dijo.
Lo literal lo destruye siempre todo. Pero no se puede dejar de nacer en lo literal. Si abrimos la boca cometemos un asesinato moral un asesinato moral y un suicidio al mismo tiempo. pero si no abrimos la boca pronto nos volvemos locos, dementes, no existimos. En el diálogo, en el monólogo, lo sacamos, lo extraemos todo -cada vez con más esfuerzo- de las tinieblas y lo utilizamos como prueba; no existimos más que en esas pruebas y las perdemos otra vez en las tinieblas. sin embargo, sólo a veces notamos la verdadera crudeza de la vida en el diálogo. En el diálogo damos vida a los muertos y muerte a los vivos. Usamos de ese teatro mientras todavía estamos en el teatro.
La libertad gravita sobre mi ánimo como una coraza", dijo el príncipe, "La plena libertad de que gozo me ahoga. Estoy construido totalmente en contra de la realidad. La mayor parte del tiempo mi consuelo lo encuentro, puede reírse, doctor, únicamente en el desconsuelo. Cuando estoy solo tengo ganas de estar acompañado; cuando estoy acompañado tengo ganas de estar solo. Me esfuerzo al máximo", dijo, "por comprender a otras cabezas diferentes de la mía, pero no comprendo a las otras cabezas. En el fondo, carezco de medios.
Si estoy en plena Naturaleza", dijo, "pienso que es mejor no estar en plena Naturaleza; si no estoy en plena Naturaleza, pienso que debería estar en plena Naturaleza. En esas especulaciones envejezco, me hundo.
Vivimos gracias a la hipótesis de que los problemas son insolubles de noche y solubles de día. Por eso es posible filosofar. Y cuando empezamos a pensar cómo somos, nos desintegramos en el plazo más breve.
Todo objeto -cualquiera que sea ese objeto- tiene para nosotros la forma del mundo, reducido a su historia. También los conceptos que nos permiten comprender tienen para nosotros la forma del mundo: la forma interna y externa del mundo. Todavía no hemos superado el mundo en nuestro pensamiento. Sólo podemos avanzar cuando hemos dejado al mundo totalmente atrás en nuestro pensamiento. Debe sernos posible siempre disolver todos los conceptos.
Cuando cobramos consciencia plena del mecanismo de nuestro cuerpo, no podemos respirar.
"Toda situación", dijo, "es siempre, momentáneamente, una fatalidad totalmente política. Mi conciencia es siempre momentáneamente, totalmente categórica, hipotética y disyuntiva. Es muy posible que realmente vuelen tiburones por el aire, sobre los bosques, porque no hay nada fantástico...
Poco a poco las estrellas, los cuerpos celestes en general (que no veíamos), dijo el príncipe, "se convierten en los símbolos que siempre hemos visto en ellos. De esa forma nos engañamos imaginando un creador. La inteligencia, querido doctor, es ilógica.
Siempre nos informamos mutuamente en las cartas de lo que nos parece importante; a menudo, de particularidades sólo, a fin de describir los detalles del camino que nuestra persona va recorriendo hacia su fin, confiando en otra persona que recorre el mismo camino. A determinados personajes que nos resultan desagradables no los dejamos actuar en el teatro que representamos; si se abren paso a la fuerza, los echamos.
El pensamiento se representa siempre como una construcción en la que se puede habitar más o menos tiempo; todo el mundo habla de construcciones mentales en las que todos, filósofos y sus seguidores, entran y salen más o menos excitados. Sin embargo, no es posible representar el pensamiento. Para mí el pensamiento son velocidades que no puedo ver.
Al principio se viene a la ciudad para ver muchas personas", dijo: "unas son conocidas, otras desconocidas; se piensa que hay que visitarlas porque para eso se ha venido a la ciudad; uno intenta extenderse por todas las ciudades -y, en definitiva, por todo el mundo- mediante contactos humanos o contactos con los hombres. Luego", dijo, "se viene a la ciudad para no ver a nadie, para esconderse mejor, para poder concentrarse mejor en uno mismo; se entra en las ciudades, en las masas, se desvanece uno. En esas ciudades, en las que puedo desvanecerme, desaparecer, me imagino con frecuencia a mí mismo exuberante", dijo el príncipe, "y por ello mismo extinguiéndome".
En los momentos más afortunados, hablas un idioma", dijo el príncipe, "que todo el mundo comprende, pero nadie te comprende".
La vida es tan larga como hace falta para preparar la muerte.
Los hombres, cada uno por sí solo, pueden concebirse muy bien como folletines que diariamente continúan, impresos en la Naturaleza. En la redacción, sin embargo, reina una espantosa arbitrariedad a la que, como puede verse, el mundo da cotidianamente la mayor importancia. Y los poetas", dijo el Príncipe, "utilizan la verdad que no pueden utilizar los filósofos".
Una vez", dijo el Príncipe, "atrasé poco a poco todos los relojes de Hochgobernitz una hora diaria, hasta que de pronto tuvimos un retraso de tres días. Hubiera podido muy bien retrasar los relojes de Hochgobernitz varios días, semanas y años. Me divirtió hacerlo. El que cada día vive algo más, aunque sólo sea unos segundos, consigue al final toda una vida".
¿Qué es la tradición sino una comedia perfectamente representada, pero insoportable, que, porque se ha hecho incomprensible, congela en el aire nuestra risa, nos congela? Aquí se representa una comedia, aquí está todo congelado, etc. En esa comedia reinan estados de ánimo, fantasías, filosofemas, idiotismos congelados, una locura enmascarada, inmovilizada en su apogeo.
Siempre he aprendido en los libros lo desgraciado que soy, lo despiadado, lo irresponsable, lo vulnerable, lo inútil.
Siempre queremos", dijo el príncipe, "oír algo aún peor de lo que hay en nosotros. Ésa es la única razón de que escuchemos, de que nos sintamos impulsados a conversar.
Sin embargo, mi debilidad ha sido siempre mi fuerza, yo vengo de mi debilidad.
Los contextos, doctor, se perciben en los nervios, con lo cual se produce el caos total.
Y yo tengo miedo de que alguna vez se descubran mis sentimientos. Mi vida se compone de esfuerzos para no ser descubierto. ¿Me han descubierto? ¿han comprendido lo que pienso?, pienso a menudo. ¿Cuál de ellos me ha descubierto, ha comprendido lo que pienso?
Intentar hacer caso omiso de sí mismo en la lectura", dijo el Príncipe, "La identidad perpetua como consuelo. Un imaginar -al principio melancólico pero luego doloroso- influye siempre en nosotros.
¿Has aprovechado bien tu cuerpo?, pienso. ¿Tu inteligencia? ¿Has aprovechado la vida? Cuando empiezas a preocuparte de ello es ya demasiado tarde.
Cuanto mayor es la capacidad de juzgar, tanto mayor es la desconfianza. Nuestra desconfianza invade lentamente todo.
No hay nada más fácil que refugiarse en la vida cotidiana.
Siempre me digo que sé que todo es mortal, pero actúo al revés.
La curiosidad, que tanto dinero cuesta.
Digo algo", dijo el príncipe, "e inmediatamente veo en mí lo contrario".
Podemos persuadirnos de que con un libro no estamos solos, lo mismo que podemos persuadirnos de que no estamos solos con un ser humano.
El querer cambiarlo todo es siempre en mí una necesidad constante, un placer perverso que conduce a las desavenencias más desagradables. El desastre comienza cuando uno se levanta de la cama. Por el hecho de que todo se sitúa sobre una base filosófica, de que uno adopta un papel. La oscuridad es fría cuando la cabeza no actúa.
Sin embargo, toda educación es siempre totalmente equivocada.
Únicamente la oscuridad permite que andemos ahora por donde andamos.
La razón abandona a menudo al ojo y el ojo a la razón.
Las enfermedades llevan a los hombres a sí mismos por el camino más rápido.
Dije que desde hacía tiempo me consideraba un organismo al que, con fuerza de voluntad, podía obligar a obedecer cada vez más a menudo. Naturalmente, tenía retrocesos temporales que, sin embargo, no me desesperaban. Valía la pena esforzarse al máximo, dije, para vencer la tendencia a la desesperación. Era mejor estar espantosamente tenso que profundamente desesperado.
Había momentos en que podía comprender sin esfuerzo la labor creadora, que no era más que una formidable labor procreadora. "Momentos", dije.
Cada día me construía totalmente y volvía a destruirme por completo.
Dominarse era el placer de convertirse, gracias al cerebro, en un mecanismo al que podía mandarse y que obedecía.
Dije que sólo mediante ese dominio podía ser feliz el hombre y conocer su propia naturaleza. Pero eran muy pocos los que llegaban a conocer nunca su naturaleza. El dejarse ofuscar por los sentimientos, el no hacer nada contra el oscurecimiento -normalmente continuo- del espíritu llevaba a los hombres a la desesperación. Donde la razón manda la desesperación es imposible, dije. "Cuando caigo en ese estado de total incomprensión todo es desesperación en mí". Sin embargo en ese estado sólo caía ahora raras veces. La vida era siempre fatigosa mientras no se lograba salir de él, y el placer consistía en soportar ese estado racionalmente, dije. La mayoría de los hombres eran hombres de corazón y no de cerebro, y por eso la mayoría se entregaban a la desesperación y no a la razón. "Pero la razón a que me refiero", dije, "es totalmente acientífica".
En realidad, mi padre se reunía cada vez más con otras personas para estar cada vez más solo.
...odiaba las observaciones que son sólo un pretexto para la compasión y dijo: "Estoy exagerando, todo es muy distinto en el fondo. Todo es siempre muy distinto. Hacerse comprender es imposible".
La ropa no se esconde ya; no se esconde el sufrimiento y se ha embotado el olfato; no hay razón para ocultar las lacras cuando se vive solo con ellas.
Todavía en la universidad, dijo mi padre, en los cursos clínicos obligatorios, habían hablado mucho de investigar y luchar por una sociedad básicamente enferma, de descubrimientos y esfuerzos supremos de sus cerebros y de un radicalismo intelectual despiadado en su propio perjuicio, por amor a la medicina y a una humanidad miserable, pero ahora sólo quedaban uno viajantes de comercio bien trajeados, dedicados a la estafa curativa, que se saludaban apresuradamente al encontrarse y se informaban de las afecciones de sus esposas e hijos, de las casas que se construían y de sus obsesiones automovilísticas.
Mi padre dijo que la idea del suicidio le había sido siempre muy familiar. Ya de niño había buscado en esos pensamientos refugio de otros. Se le había ocurrido de cuando en cuando, sólo como algo necesario para la vida, y los había cultivado como algo en lo que poder descansar, pero nunca como algo inmanente.
De la misma forma, tengo que verlo siempre todo en relación con todo lo posible; tengo que hacerlo así (...) Sin embargo, probablemente todo lo que pienso es muy distinto de como yo lo pienso...
Sin embargo, después de haber dicho "libremente", pensé que nadie hacía nada libremente, que el libre albedrío era un absurdo (...) y el mundo me pareció realmente algo siniestro; nunca me había parecido tan siniestro como entonces.
La Naturaleza, cuanto más pura e imperturbada está -como aquí en el barranco- tanto más siniestra resulta.
Y pienso qué ocurriría si se permitiera que toda ocurrencia repentina se transformase en idea... Digo: Huber, no hay que pensar... Pienso en la estupidez de todas las expresiones, doctor, en la estupidez, en la estupidez en que el hombre vive y piensa, piensa y vive, en la estupidez... Me permito vivir mi vida, ¡absurdo! Vivo, ¡absurdo! Todos viven, ¡absurdo! La estupidez de confiar en el idioma, mi querido doctor, ¡absurdo!, pienso; y no sólo en el idioma, pero sobre todo en él. La estupidez resultante del idioma, pienso... La estupidez de un mundo compuesto de ventajas y desventajas y de nada más... Filosofar, ¡no!
Precisamente en la medida en que creía poder apartarse del mundo, se entregaba a él, dijo el príncipe Sarau: "Pensamos fantasías y nos fatigamos", dijo.
Mientras profundizaba en la materia, investigaba el grado de dificultad de mi pensamiento en relación con el grado de dificultad del pensamiento de mis oyentes.
Hablar con personas a las que se acaba de conocer lo deja a uno pensativo y resulta cansado. Burlarse de esas personas no está bien; tomarlas en serio, tampoco. Es siempre la vieja cuestión de saber hasta qué punto hay que establecer contacto, de si hay que establecer contacto en absoluto doctor, ¿no cree?... Contactos", dijo el príncipe, "...como dice usted siempre, doctor, sólo existo en la medida en que establezco contactos, etc., pero eso despierta siempre en mí el elemento irónico de mi carácter... La ironía que suaviza lo insoportable...El detenerse en la periferia de la neurastenia... Pienso: "¿he sido con Huber demasiado cordial o he sido demasiado poco cordial con Huber? ¿Y cómo he sido con Zehetmeyer? Porque la idea de que he sido demasiado amable o demasiado poco amable se me ocurre siempre de pronto cuando alguien se va.
...como la calma es completa en Hochgobernitz, está ahí efectivamente, ya no hay calma... sencillamente ya no hay calma en Hochgobernitz.
...en esa atmósfera helada del amanecer en que los sentimientos pueden convertirse libremente en ideas y las ideas libremente en sentimientos y ésa es la magia ideal: estar juntos de pronto en la soportabilidad.
...y clarifico lo aclarado, porque todo lo aclarado debe ser también clarificado -se trata de un viejísimo proceso natural-.
Lo que me rodea (...) es de una incapacidad de percepción, de registro, de recepción... que casi paraliza la vida. Ese hecho es para mí mortal, eso es un hecho mortal para mí; el que en ese hecho esté solo, el que esté solo en ese hecho! (...)
El darme cuenta de que todo lo que me rodea (...) me tiene que parecer en el fondo totalmente falto de perceptividad hace que, desde hace mucho, todo me cause el mayor sufrimiento y, al mismo tiempo, el mayor placer.
Ese paseo", dijo el príncipe, "fue, una vez más, uno de esos paseos en silencio que me gustan. En esos paseos -no hace falta decirlo, querido doctor- no se debe decir palabra. A quien no observa esa regla -la de no decir palabra en los paseos- lo excluyo para siempre de esos paseos sin palabras".
Cuando veo hombres, veo hombres desgraciados", dijo el príncipe. "Son personas que arrastran por las calles su sufrimiento y convierten así el mundo en una comedia que, naturalmente, hace reír. En esa comedia todos padecen úlceras de naturaleza mental y física, y sienten placer por su enfermedad mortal. Cuando oyen su nombre (...) se asustan, pero intentan no mostrar su sobresalto. La verdadera comedia la ocultan todas esas personas en esa otra comedia que es el mundo. Cuando se creen inobservados, huyen siempre de sí mismos hacia sí mismos. Grotesco.
Escuche, doctor: durante toda mi vida no he visto más que enfermos y locos. A dondequiera que mire, sólo veo moribundos, seres a la deriva que miran hacia atrás.
Cada hombre que veo y cada hombre del que oigo algo, lo que sea, me prueban la absoluta inconsciencia de toda la especie, y que esa especie y la Naturaleza entera son un engaño. Comedia. Como se ha dicho tantas veces, el mundo es realmente un escenario sobre el que continuamente se ensaya. Dondequiera que miremos, vemos un continuo aprender a hablar y aprender a leer y aprender a pensar y aprender de memoria, aprender a engañar, aprender a morir y aprender a estar muerto que ocupan todo nuestro tiempo. Los hombres no son más que actores que nos representan algo que conocemos. Personas que aprenden un papel", dijo el Príncipe, "Cada uno de nosotros aprende continuamente un (su) papel, o varios papeles o todos los papeles imaginables sin saber para qué (o para quién) los aprende. Ese escenario teatral es un tormento y nadie considera como un placer lo que pasa en él. No obstante, todo sucede en ese escenario de forma natural. Continuamente, sin embargo, se busca un director de escena. Cuando el telón se levanta, todo ha terminado". La vida era una escuela, dijo, en la que se aprendía a morir. Millones y millones de alumnos y profesores la poblaban. El mundo era la escuela de la muerte.
En cada cabeza humana se halla la catástrofe humana que corresponde a esa cabeza, dijo el príncipe. No hacía falta abrir las cabezas, dijo, para saber que en ellas no había más que una catástrofe. "Sin su catástrofe humana el hombre ni siquiera existe", dijo el príncipe. El hombre, dijo, amaba su desgracia y, si estaba un segundo sin ella, hacía lo que fuera por recuperarla. "Siempre que miramos a los hombres, los vemos sumidos en su desgracia o buscando su desgracia. Ho hay hombre sin desgracia humana", dijo.
Todos se limitan a monologar, dijo el príncipe: "Estamos en una época de monólogos. El arte del monólogo es un arte muy superior al del diálogo", dijo. "Pero los monólogos son tan absurdos como los diálogos" (...) Había que estar preparado, dijo, a que siempre, cuando se hablaba con alguien -"cuando se entabla un diálogo con alguien (¡consigo mismo!), porque de pronto se tiene miedo de ahogarse-", ese alguien hiciera cuanto pudiese para difamarle a uno. "Eso puede ocurrir de la forma más refinada, de la más difícil, pero también de la más vil. Siempre, cuando los hombres dialogan, se difaman. El arte del diálogo es el arte de la difamación...
La mayoría de los hombres, dijo, le agotaban en sus dos cualidades principales: comprar y consumir. Mirándolo bien, los hombres, en muchos milenios, "como vemos hoy", dijo el príncipe Sarau, "sólo han desarrollado esos dos instintos: el de asumir y el de consumir. Podemos comprobarlo estremecidos", dijo el príncipe Sarau, " y sentirnos espantados por ese estremecimiento".
Da igual de qué hablo o con quién hablo", dijo el príncipe: "siempre, por el hecho de que hablo con alguien, me siento agotado".
"Los hombres andan juntos y hablan juntos y duermen juntos, y no se conocen. Si se conocieran, no irían juntos, hablarían juntos ni dormirían juntos. ¿Te conoces?, me pregunto a menudo", dijo el príncipe Sarau.
Todo el mundo, dijo, hablaba siempre un lenguaje que él mismo no entendía pero que, de vez en cuando, era entendido. Gracias a eso se podía existir y también, por lo menos, ser malentendido. Si hubiera un lenguaje que se entendiera, dijo el Príncipe Sarau, todo estaría de más. "Siempre hemos encontrado refugio en un problema", dijo.
Ha desaparecido. Se ha ido. ¿Adónde se ha ido? Naturalmente sigue existiendo, porque ahora estoy hablando de ella. La tragedia, querido doctor, es que nada está nunca realmente muerto.
Los hombres", dijo el príncipe, "se ponen de pronto una ocupación, como si fuera un traje de abrigo, que llevan luego durante toda la vida, hasta que es sólo un harapo raído; remiendan ese traje raído durante decenios, lo forran, lo ensanchan, lo estrechan, voluntariamente o por la fuerza, pero sigue siendo el mismo harapo raído. Puede verse a pueblos enteros vestidos con harapos ridículos. Totalmente raídos. Toda Europa anda con harapos raídos. Todos se ponen una ocupación como se ponen un traje, y ponerse unos estudios es lo mismo que ponerse una ocupación o ponerse un traje. La mayoría de los que se ponen una ocupación intelectual sólo llevan en definitiva harapos ridículos. Todos llevamos únicamente harapos ridículos.
Incluso cuando mi hijo calla tengo constantemente la sensación de que tengo que defenderme... Cuando estoy con mi hijo se ponen de manifiesto todas aquellas de mis cualidades que (como a mí) le son repulsivas. Esas cualidades insoportables sólo se manifiestan cuando estoy con mi hijo; otras, cuando estoy con otras personas, etc... Me pregunto: ¿tiene también mi hijo cualidades insoportables sólo en mi presencia?
Todos tenemos largos periodos en que no existimos; sólo parecemos existir. A veces, la existencia real y la aparente de un hombre se mezclan de una forma que le resulta mortal.
En la música oímos lo que sentimos.
En la conversación", dijo el príncipe, "la gente se siente siempre como si se columpiase sobre una maroma, y tiene miedo continuamente de caer al bajo nivel que le corresponde. También yo siento ese miedo", dijo el príncipe Sarau. "Por eso, todas las conversaciones son conversaciones sostenidas por gentes que se columpian en una maroma y tienen miedo siempre de caer a su bajo nivel, de ser arrojados a su bajo nivel.
Cuando, por ejemplo, voy solo por el monte alto, tengo siempre un acompañante que va conmigo, alguien que responde a la temática que me preocupa, que responde a las circunstancias. No se le ve, pero es mi fiel oyente. Nunca he tenido mejor interlocutor que yo mismo.
Hay horas, me dijo, en que no tienes más que tu desesperación y tienes que contentarte con ella; cada día le pintas una cara distinta, me dijo, y le sacas la lengua para hacerla reír.
Máquinas de calcular; nada más son los hombres. Siempre calculamos, pensamos comparativamente en cifras. Nacemos dentro de un sistema numérico y un día nos arrojan de él al universo, a la nada. Si hablamos durante un cierto tiempo con un hombre", dijo el príncipe, "nos asustamos porque comprobamos que hablamos con una calculadora. Cada vez más, el mundo se convierte sólo en un ordenador. De nada nos sirve ser indiferentes: siempre estamos encerrados en todo y ya no podemos salir.
La admiración que sentimos dentro de nosotros por un ser humano y que ese ser que admiramos destruye de la forma más horrible, cuando se convierte de repente ante nuestros ojos y, simultáneamente, dentro de nosotros, de modo consecuente, en lo que en realidad es.
El intelecto, dijo, es dictatorial; no hay un intelecto republicano.
Al que escucha", dijo el príncipe Saurau, "se le dice siempre lo que sabe pero no comprende. No obstante, comprendemos mucho de lo que no sabemos", dijo.
Lo literal lo destruye siempre todo. Pero no se puede dejar de nacer en lo literal. Si abrimos la boca cometemos un asesinato moral un asesinato moral y un suicidio al mismo tiempo. pero si no abrimos la boca pronto nos volvemos locos, dementes, no existimos. En el diálogo, en el monólogo, lo sacamos, lo extraemos todo -cada vez con más esfuerzo- de las tinieblas y lo utilizamos como prueba; no existimos más que en esas pruebas y las perdemos otra vez en las tinieblas. sin embargo, sólo a veces notamos la verdadera crudeza de la vida en el diálogo. En el diálogo damos vida a los muertos y muerte a los vivos. Usamos de ese teatro mientras todavía estamos en el teatro.
La libertad gravita sobre mi ánimo como una coraza", dijo el príncipe, "La plena libertad de que gozo me ahoga. Estoy construido totalmente en contra de la realidad. La mayor parte del tiempo mi consuelo lo encuentro, puede reírse, doctor, únicamente en el desconsuelo. Cuando estoy solo tengo ganas de estar acompañado; cuando estoy acompañado tengo ganas de estar solo. Me esfuerzo al máximo", dijo, "por comprender a otras cabezas diferentes de la mía, pero no comprendo a las otras cabezas. En el fondo, carezco de medios.
Si estoy en plena Naturaleza", dijo, "pienso que es mejor no estar en plena Naturaleza; si no estoy en plena Naturaleza, pienso que debería estar en plena Naturaleza. En esas especulaciones envejezco, me hundo.
Vivimos gracias a la hipótesis de que los problemas son insolubles de noche y solubles de día. Por eso es posible filosofar. Y cuando empezamos a pensar cómo somos, nos desintegramos en el plazo más breve.
Todo objeto -cualquiera que sea ese objeto- tiene para nosotros la forma del mundo, reducido a su historia. También los conceptos que nos permiten comprender tienen para nosotros la forma del mundo: la forma interna y externa del mundo. Todavía no hemos superado el mundo en nuestro pensamiento. Sólo podemos avanzar cuando hemos dejado al mundo totalmente atrás en nuestro pensamiento. Debe sernos posible siempre disolver todos los conceptos.
Cuando cobramos consciencia plena del mecanismo de nuestro cuerpo, no podemos respirar.
"Toda situación", dijo, "es siempre, momentáneamente, una fatalidad totalmente política. Mi conciencia es siempre momentáneamente, totalmente categórica, hipotética y disyuntiva. Es muy posible que realmente vuelen tiburones por el aire, sobre los bosques, porque no hay nada fantástico...
Poco a poco las estrellas, los cuerpos celestes en general (que no veíamos), dijo el príncipe, "se convierten en los símbolos que siempre hemos visto en ellos. De esa forma nos engañamos imaginando un creador. La inteligencia, querido doctor, es ilógica.
Siempre nos informamos mutuamente en las cartas de lo que nos parece importante; a menudo, de particularidades sólo, a fin de describir los detalles del camino que nuestra persona va recorriendo hacia su fin, confiando en otra persona que recorre el mismo camino. A determinados personajes que nos resultan desagradables no los dejamos actuar en el teatro que representamos; si se abren paso a la fuerza, los echamos.
El pensamiento se representa siempre como una construcción en la que se puede habitar más o menos tiempo; todo el mundo habla de construcciones mentales en las que todos, filósofos y sus seguidores, entran y salen más o menos excitados. Sin embargo, no es posible representar el pensamiento. Para mí el pensamiento son velocidades que no puedo ver.
Al principio se viene a la ciudad para ver muchas personas", dijo: "unas son conocidas, otras desconocidas; se piensa que hay que visitarlas porque para eso se ha venido a la ciudad; uno intenta extenderse por todas las ciudades -y, en definitiva, por todo el mundo- mediante contactos humanos o contactos con los hombres. Luego", dijo, "se viene a la ciudad para no ver a nadie, para esconderse mejor, para poder concentrarse mejor en uno mismo; se entra en las ciudades, en las masas, se desvanece uno. En esas ciudades, en las que puedo desvanecerme, desaparecer, me imagino con frecuencia a mí mismo exuberante", dijo el príncipe, "y por ello mismo extinguiéndome".
En los momentos más afortunados, hablas un idioma", dijo el príncipe, "que todo el mundo comprende, pero nadie te comprende".
La vida es tan larga como hace falta para preparar la muerte.
Los hombres, cada uno por sí solo, pueden concebirse muy bien como folletines que diariamente continúan, impresos en la Naturaleza. En la redacción, sin embargo, reina una espantosa arbitrariedad a la que, como puede verse, el mundo da cotidianamente la mayor importancia. Y los poetas", dijo el Príncipe, "utilizan la verdad que no pueden utilizar los filósofos".
Una vez", dijo el Príncipe, "atrasé poco a poco todos los relojes de Hochgobernitz una hora diaria, hasta que de pronto tuvimos un retraso de tres días. Hubiera podido muy bien retrasar los relojes de Hochgobernitz varios días, semanas y años. Me divirtió hacerlo. El que cada día vive algo más, aunque sólo sea unos segundos, consigue al final toda una vida".
¿Qué es la tradición sino una comedia perfectamente representada, pero insoportable, que, porque se ha hecho incomprensible, congela en el aire nuestra risa, nos congela? Aquí se representa una comedia, aquí está todo congelado, etc. En esa comedia reinan estados de ánimo, fantasías, filosofemas, idiotismos congelados, una locura enmascarada, inmovilizada en su apogeo.
Siempre he aprendido en los libros lo desgraciado que soy, lo despiadado, lo irresponsable, lo vulnerable, lo inútil.
Siempre queremos", dijo el príncipe, "oír algo aún peor de lo que hay en nosotros. Ésa es la única razón de que escuchemos, de que nos sintamos impulsados a conversar.
Sin embargo, mi debilidad ha sido siempre mi fuerza, yo vengo de mi debilidad.
Los contextos, doctor, se perciben en los nervios, con lo cual se produce el caos total.
Y yo tengo miedo de que alguna vez se descubran mis sentimientos. Mi vida se compone de esfuerzos para no ser descubierto. ¿Me han descubierto? ¿han comprendido lo que pienso?, pienso a menudo. ¿Cuál de ellos me ha descubierto, ha comprendido lo que pienso?
Intentar hacer caso omiso de sí mismo en la lectura", dijo el Príncipe, "La identidad perpetua como consuelo. Un imaginar -al principio melancólico pero luego doloroso- influye siempre en nosotros.
¿Has aprovechado bien tu cuerpo?, pienso. ¿Tu inteligencia? ¿Has aprovechado la vida? Cuando empiezas a preocuparte de ello es ya demasiado tarde.
Cuanto mayor es la capacidad de juzgar, tanto mayor es la desconfianza. Nuestra desconfianza invade lentamente todo.
No hay nada más fácil que refugiarse en la vida cotidiana.
Siempre me digo que sé que todo es mortal, pero actúo al revés.
La curiosidad, que tanto dinero cuesta.
Digo algo", dijo el príncipe, "e inmediatamente veo en mí lo contrario".
Podemos persuadirnos de que con un libro no estamos solos, lo mismo que podemos persuadirnos de que no estamos solos con un ser humano.
El querer cambiarlo todo es siempre en mí una necesidad constante, un placer perverso que conduce a las desavenencias más desagradables. El desastre comienza cuando uno se levanta de la cama. Por el hecho de que todo se sitúa sobre una base filosófica, de que uno adopta un papel. La oscuridad es fría cuando la cabeza no actúa.
Sin embargo, toda educación es siempre totalmente equivocada.
Únicamente la oscuridad permite que andemos ahora por donde andamos.
La razón abandona a menudo al ojo y el ojo a la razón.
Las enfermedades llevan a los hombres a sí mismos por el camino más rápido.
Dije que desde hacía tiempo me consideraba un organismo al que, con fuerza de voluntad, podía obligar a obedecer cada vez más a menudo. Naturalmente, tenía retrocesos temporales que, sin embargo, no me desesperaban. Valía la pena esforzarse al máximo, dije, para vencer la tendencia a la desesperación. Era mejor estar espantosamente tenso que profundamente desesperado.
Había momentos en que podía comprender sin esfuerzo la labor creadora, que no era más que una formidable labor procreadora. "Momentos", dije.
Cada día me construía totalmente y volvía a destruirme por completo.
Dominarse era el placer de convertirse, gracias al cerebro, en un mecanismo al que podía mandarse y que obedecía.
Dije que sólo mediante ese dominio podía ser feliz el hombre y conocer su propia naturaleza. Pero eran muy pocos los que llegaban a conocer nunca su naturaleza. El dejarse ofuscar por los sentimientos, el no hacer nada contra el oscurecimiento -normalmente continuo- del espíritu llevaba a los hombres a la desesperación. Donde la razón manda la desesperación es imposible, dije. "Cuando caigo en ese estado de total incomprensión todo es desesperación en mí". Sin embargo en ese estado sólo caía ahora raras veces. La vida era siempre fatigosa mientras no se lograba salir de él, y el placer consistía en soportar ese estado racionalmente, dije. La mayoría de los hombres eran hombres de corazón y no de cerebro, y por eso la mayoría se entregaban a la desesperación y no a la razón. "Pero la razón a que me refiero", dije, "es totalmente acientífica".