JULIO
Lecturas
La vida de las mujeres
Alice Munro
Un ataque al corazón (...) ¿Se levantó de un salto, arrojó los brazos al aire, gritó? ¿Cuánto duró? ¿Cerró los ojos, sabía lo que estaba ocurriendo? (...) Quería saber. No había protección como no fuera en el saber. Quería ver la muerte sujeta y aislada detrás de una pared de hechos y circunstancias particulares, y no flotando libremente alrededor, ignorada pero poderosa, lista para colarse en cualquier parte.
...y sentí remordimiento, esa clase de remordimiento tierno que tiene como reverso una brutal y absoluta satisfacción.
Pero hacia media tarde esas ilusiones menguaban, y alguna incluso había sido satisfecha, lo cual siempre deja un vacío.
Se movían en un grupo cerrado, proyectando luz como una linterna nocturna, sin ver el resto del mundo.
Me sentía contenta. Ya no era responsable de nada. Estoy borracha, pensé.
Mi madre valoraba en la gente la mundología , el contacto con cualquier cultura o vida que implicara aprendizaje, y cualquier indicio de que su presencia era recibida con recelo en Jubilee.
Mientras entraba en Jubilee volví a tomar posesión del mundo. Los árboles, las casas, las vallas. Las calles regresaron a mí, en sus formas sobrias y familiares. Desconectado de la vida del amor, no coloreado por él, el mundo recobra su propia importancia, natural y cruel. Esto es de entrada un golpe y luego un extraño consuelo. Y yo ya sentía cómo mi antiguo ser -mi antiguo ser aislado, irónico, taimado- empezaba a respirar de nuevo, a extenderse y a asentarse, aunque alrededor de él mi cuerpo colgara roto y desconcertado con el estúpido dolor de la pérdida.
No me gustó cómo lo dijo. Su brusquedad y su celo me parecieron falsos y ramplones. No me fiaba de ella. Siempre que la gente te dice que tendrás que afrontar algo algún día y te empuja con toda naturalidad hacia el dolor, la obscenidad o la revelación indeseada que te acecha, en sus voces hay una nota de traición, un frío y mal disimulado júbilo, algo ávido de tu dolor. Sí, en los padres también; en los padres sobre todo.
Yo nunca había tenido una amiga. Interfería en mi libertad y hacía que me sintiera en cierto modo falsa, pero al mismo tiempo ampliaba y daba resonancia a la vida. Gritar, soltar palabrotas y arrojarte sobre la nieve no era algo que pudieras hacer sola.
Hacía un par de años que contemplaba los árboles, los campos, el paisaje, con una euforia profunda y secreta. En ciertos estados anímicos, algunos días era capaz de sentir por un matojo de hierba, una cerca de madera o un montón de piedras una emoción tan pura e ilimitada como la que solía presentir o esperar de Dios. No podía sentirlo cuando estaba con alguien, como era lógico...
Todo lo que las mujeres han tenido hasta ahora ha sido su relación con los hombres. Eso es todo. No hemos tenido más vida propia, en realidad, que un animal doméstico. "Él te abrazará, cuando su pasión haya agotado su fuerza original, un poco más fuerte que a su perro, con un poco más de cariño que a su caballo", escribió Tennyson. Y es cierto. Era cierto. Pero tú querrás tener hijos. (...)
- Pues espero que...utilices la cabeza. Utiliza la cabeza y no te distraigas. Una vez que cometes el error de distraerte pegándote a un hombre, tu vida ya no vuelve a pertenecerte. Tendrás que hacerte cargo de todo, a la mujer siempre le pasa.
- Hoy día hay métodos anticonceptivos -le recordé (...).
- No basta, aunque es una gran ayuda, por supuesto (...) Es de amor propio de lo que te estoy hablando. De amor propio.
Acusar a un hombre de no cumplir sus promesas es degradante para las mujeres.
Entré de nuevo en el salón para mirar en el oscuro espejo mi cara mojada y crispada. Sin que menguara el dolor la escudriñé: me maravillaba que la persona que sufría fuera yo, porque no era yo; yo estaba observando. Observaba, sufría.
Después de esas sesiones junto al río volvía a casa y no podía conciliar el sueño, a veces hasta el amanecer, no por la tensión no liberada, como cabría esperar, sino porque tenía que revivir, no podía soltar, los grandes dones que había recibido, esas maravillosas gratificaciones:labios en las muñecas, en el interior del codo, los hombros, los pechos, manos en la barriga, en los muslos, entre las piernas. Regalos. Muchos y variados besos, roces de la lengua, ruidos suplicantes y agradecidos. Audacia y revelación (...) El sexo me parecía rendición, no de la mujer al hombre, sino de la persona al cuerpo, un acto de fe pura, de libertad en la humildad.
Él no soportaba la gente que utilizaba palabras rimbonbantes (...) No soportaba a la gente que trataba de relacionar cosas. Puesto que ese había sido un gran pasatiempo para mí ¿por qué no me odiaba? Tal vez yo lograba ocultarle cómo era. O, lo más probable, él me reinventó, tomando de mí lo sólo lo que necesitaba, lo que le convenía. Eso era lo que hacía yo con él. Me gustaba su lado oscuro, su lado extraño, el que no conocía (...) Prestaba atención a la vida de sus instinto, nunca a sus ideas (...) Nada que pudiéramos decir nos acercaría; las palabras eran nuestros enemigos. Lo que averigüáramos el uno del otro sólo nos confundiría. Eso era lo que se conocía como "sólo sexo" o "atracción física". Me sorprendía, cuando pensaba en ello -sigue sorprendiéndome- el tono ligero, incluso displicente, que se adopta, como si fuera algo que se encuentra fácilmente todos los días.
La persona que podía estudiar ya se había perdido en realidad, se había quedado fuera. Con Garnett en la habitación, no habría entendido nada de ningún libro, ni puesto una palabra detrás de otra. Era todo lo que podía hacer cuando leía las palabras de una valla publicitaria desde el coche.
(...) me quedé asombrada, no porque estuviera peleando con Garnett, sino porque alguien hubiera cometido el error de creer que tenía verdadero poder sobre mí. Estaba demasiado asombrada para enfadarme, me olvidé de tener miedo, me parecía imposible que no entendiera que todos los poderes que le había concedido estaban en juego, que él mismo lo estaba...
No lo haría. Si hubiéramos sido mayores seguramente habríamos aguantado, habríamos regateado el precio de la reconciliación, habríamos explicado, justificado y tal vez perdonado lo ocurrido, y habríamos afrontado el futuro con ello a cuestas, pero la niñez nos quedaba lo bastante cerca para creer en la absoluta seriedad y carácter definitivo de una pelea, en los imperdonables que eran unos golpes. Habíamos visto el uno en el otro lo que no podíamos soportar, y no teníamos ni idea de que la gente lo ve y continúa, y odia, pelea y trata de matarse de varias maneras, y luego se quiere un poco más.
Además, tenía la sensación de que estas palabras no eran tan diferentes de todos los demás consejos que se daban a las mujeres, a los niños, consejos que partían de la base de que ser mujer te hacía vulnerable, que era necesario cierto grado de cautela, seria quietud y autoprotección, mientras que se suponía que los hombres podían salir y vivir toda clase de experiencias, desechar lo que no querían y volver orgullosos. Sin pensarlo siquiera, yo había decidido hacer lo mismo.
...y sentí remordimiento, esa clase de remordimiento tierno que tiene como reverso una brutal y absoluta satisfacción.
Pero hacia media tarde esas ilusiones menguaban, y alguna incluso había sido satisfecha, lo cual siempre deja un vacío.
Se movían en un grupo cerrado, proyectando luz como una linterna nocturna, sin ver el resto del mundo.
Me sentía contenta. Ya no era responsable de nada. Estoy borracha, pensé.
Mi madre valoraba en la gente la mundología , el contacto con cualquier cultura o vida que implicara aprendizaje, y cualquier indicio de que su presencia era recibida con recelo en Jubilee.
Mientras entraba en Jubilee volví a tomar posesión del mundo. Los árboles, las casas, las vallas. Las calles regresaron a mí, en sus formas sobrias y familiares. Desconectado de la vida del amor, no coloreado por él, el mundo recobra su propia importancia, natural y cruel. Esto es de entrada un golpe y luego un extraño consuelo. Y yo ya sentía cómo mi antiguo ser -mi antiguo ser aislado, irónico, taimado- empezaba a respirar de nuevo, a extenderse y a asentarse, aunque alrededor de él mi cuerpo colgara roto y desconcertado con el estúpido dolor de la pérdida.
No me gustó cómo lo dijo. Su brusquedad y su celo me parecieron falsos y ramplones. No me fiaba de ella. Siempre que la gente te dice que tendrás que afrontar algo algún día y te empuja con toda naturalidad hacia el dolor, la obscenidad o la revelación indeseada que te acecha, en sus voces hay una nota de traición, un frío y mal disimulado júbilo, algo ávido de tu dolor. Sí, en los padres también; en los padres sobre todo.
Yo nunca había tenido una amiga. Interfería en mi libertad y hacía que me sintiera en cierto modo falsa, pero al mismo tiempo ampliaba y daba resonancia a la vida. Gritar, soltar palabrotas y arrojarte sobre la nieve no era algo que pudieras hacer sola.
Hacía un par de años que contemplaba los árboles, los campos, el paisaje, con una euforia profunda y secreta. En ciertos estados anímicos, algunos días era capaz de sentir por un matojo de hierba, una cerca de madera o un montón de piedras una emoción tan pura e ilimitada como la que solía presentir o esperar de Dios. No podía sentirlo cuando estaba con alguien, como era lógico...
Todo lo que las mujeres han tenido hasta ahora ha sido su relación con los hombres. Eso es todo. No hemos tenido más vida propia, en realidad, que un animal doméstico. "Él te abrazará, cuando su pasión haya agotado su fuerza original, un poco más fuerte que a su perro, con un poco más de cariño que a su caballo", escribió Tennyson. Y es cierto. Era cierto. Pero tú querrás tener hijos. (...)
- Pues espero que...utilices la cabeza. Utiliza la cabeza y no te distraigas. Una vez que cometes el error de distraerte pegándote a un hombre, tu vida ya no vuelve a pertenecerte. Tendrás que hacerte cargo de todo, a la mujer siempre le pasa.
- Hoy día hay métodos anticonceptivos -le recordé (...).
- No basta, aunque es una gran ayuda, por supuesto (...) Es de amor propio de lo que te estoy hablando. De amor propio.
Acusar a un hombre de no cumplir sus promesas es degradante para las mujeres.
Entré de nuevo en el salón para mirar en el oscuro espejo mi cara mojada y crispada. Sin que menguara el dolor la escudriñé: me maravillaba que la persona que sufría fuera yo, porque no era yo; yo estaba observando. Observaba, sufría.
Después de esas sesiones junto al río volvía a casa y no podía conciliar el sueño, a veces hasta el amanecer, no por la tensión no liberada, como cabría esperar, sino porque tenía que revivir, no podía soltar, los grandes dones que había recibido, esas maravillosas gratificaciones:labios en las muñecas, en el interior del codo, los hombros, los pechos, manos en la barriga, en los muslos, entre las piernas. Regalos. Muchos y variados besos, roces de la lengua, ruidos suplicantes y agradecidos. Audacia y revelación (...) El sexo me parecía rendición, no de la mujer al hombre, sino de la persona al cuerpo, un acto de fe pura, de libertad en la humildad.
Él no soportaba la gente que utilizaba palabras rimbonbantes (...) No soportaba a la gente que trataba de relacionar cosas. Puesto que ese había sido un gran pasatiempo para mí ¿por qué no me odiaba? Tal vez yo lograba ocultarle cómo era. O, lo más probable, él me reinventó, tomando de mí lo sólo lo que necesitaba, lo que le convenía. Eso era lo que hacía yo con él. Me gustaba su lado oscuro, su lado extraño, el que no conocía (...) Prestaba atención a la vida de sus instinto, nunca a sus ideas (...) Nada que pudiéramos decir nos acercaría; las palabras eran nuestros enemigos. Lo que averigüáramos el uno del otro sólo nos confundiría. Eso era lo que se conocía como "sólo sexo" o "atracción física". Me sorprendía, cuando pensaba en ello -sigue sorprendiéndome- el tono ligero, incluso displicente, que se adopta, como si fuera algo que se encuentra fácilmente todos los días.
La persona que podía estudiar ya se había perdido en realidad, se había quedado fuera. Con Garnett en la habitación, no habría entendido nada de ningún libro, ni puesto una palabra detrás de otra. Era todo lo que podía hacer cuando leía las palabras de una valla publicitaria desde el coche.
(...) me quedé asombrada, no porque estuviera peleando con Garnett, sino porque alguien hubiera cometido el error de creer que tenía verdadero poder sobre mí. Estaba demasiado asombrada para enfadarme, me olvidé de tener miedo, me parecía imposible que no entendiera que todos los poderes que le había concedido estaban en juego, que él mismo lo estaba...
No lo haría. Si hubiéramos sido mayores seguramente habríamos aguantado, habríamos regateado el precio de la reconciliación, habríamos explicado, justificado y tal vez perdonado lo ocurrido, y habríamos afrontado el futuro con ello a cuestas, pero la niñez nos quedaba lo bastante cerca para creer en la absoluta seriedad y carácter definitivo de una pelea, en los imperdonables que eran unos golpes. Habíamos visto el uno en el otro lo que no podíamos soportar, y no teníamos ni idea de que la gente lo ve y continúa, y odia, pelea y trata de matarse de varias maneras, y luego se quiere un poco más.
Además, tenía la sensación de que estas palabras no eran tan diferentes de todos los demás consejos que se daban a las mujeres, a los niños, consejos que partían de la base de que ser mujer te hacía vulnerable, que era necesario cierto grado de cautela, seria quietud y autoprotección, mientras que se suponía que los hombres podían salir y vivir toda clase de experiencias, desechar lo que no querían y volver orgullosos. Sin pensarlo siquiera, yo había decidido hacer lo mismo.