SEPTIEMBRE
Reflexiones varias
¡Qué ansiedad, chico! Después de mi editorial, no tengo mucho más que añadir al respecto. Pero está toda esa gente que, por defecto, el mejor momento del año es cuando llega el calor. Qué afirman categóricamente y sin titubear que adoran el verano, que es su estación favorita y que ojalá fuera verano todo el rato. Y están los que se decantan por la primavera (los románticos y delicados), por otoño (los melancólicos pero enérgicos) o por el invierno (los melancólicos que quieren ir de raritos y especiales). Mientras que los que se decantan por el verano son aquellos que se reconocencomo personas enérgicas, positivas y divertidas. Ahí es nada. Para mí es imposible decidirme. Depende de la circunstancias, del momento que esté viviendo en cada una. Primavera por el clima... No, siempre hace frío aunque vas ligera de ropa porque se supone que tiene que empezar el calor; verano, demasiado calor; otoño podría ser si no fuera por la sombra del largo invierno que vislumbramos en él; invierno... se hace pesado con los días tan cortos (¡qué contradicción!) y la sensación constante de frío.
¿Pero qué más da? Cualquier estación es maravillosa e inolvidable dependiendo de las circunstancias, de con quien la compartas. Un otoño lluvioso puede ser una maravilla acurrucada con tu pareja, yendo a restaurantes a comer fondue al calor de una chimenea y volviendo a casa para ver películas. Y el verano un espanto y aburridísimo sin planes, con todo el mundo haciendo viajecitos por ahí y tú teniendo que quedarte, o echando de menos a alguien y por mucha terraza y muchos días interminables, pueden ser insoportables.
Así que, como siempre, sé lo que no me gusta, pero soy incapaz de decantarme por lo que me gusta. Porque me gusta todo. Porque no tengo nada claro. Porque siempre veo tal despliegue en la gama de grises que no puedo decidirme por algo. Como si fuera el deseo del mago de la lámpara y una vez formulado ya no puedes echarte atrás.
Pero, ¿es que hay que tener una estación favorita? ¿Hay que tener un grupo de música, una comida y un color? Yo no tengo ni número de la suerte ni preferido, según el día será uno u otro. Ni siquiera distingo entre pares o impares. Y cualquier opinión establecida es muy susceptible de ser desbancada si es necesario.
¿Pero qué más da? Cualquier estación es maravillosa e inolvidable dependiendo de las circunstancias, de con quien la compartas. Un otoño lluvioso puede ser una maravilla acurrucada con tu pareja, yendo a restaurantes a comer fondue al calor de una chimenea y volviendo a casa para ver películas. Y el verano un espanto y aburridísimo sin planes, con todo el mundo haciendo viajecitos por ahí y tú teniendo que quedarte, o echando de menos a alguien y por mucha terraza y muchos días interminables, pueden ser insoportables.
Así que, como siempre, sé lo que no me gusta, pero soy incapaz de decantarme por lo que me gusta. Porque me gusta todo. Porque no tengo nada claro. Porque siempre veo tal despliegue en la gama de grises que no puedo decidirme por algo. Como si fuera el deseo del mago de la lámpara y una vez formulado ya no puedes echarte atrás.
Pero, ¿es que hay que tener una estación favorita? ¿Hay que tener un grupo de música, una comida y un color? Yo no tengo ni número de la suerte ni preferido, según el día será uno u otro. Ni siquiera distingo entre pares o impares. Y cualquier opinión establecida es muy susceptible de ser desbancada si es necesario.
Ese momento post-vacacional...
Uno de los trámites más coñazo, hablando en plata, al volver de las vacaciones, es pasar ese trance que algunos de nuestros amigos y familiares se empeñan en hacernos vivir. A saber: quedar para vernos después de las vacaciones y de paso contarnos qué tal... Eso, así propuesto, suena muy bien. Ya te ves en una terracilla relajada tomando una cerveza y compartiendo experiencias. Al final, pocas, porque hay poco que contar, aparte de los marujeos del viaje, porque la inmensidad y la sensación de cercanía a Dios cuando llegaste a no sé qué cumbre u observaste cierto monolito pues no se suele compartir. O sí, depende de lo místicos que sean tus allegados. Y finalmente se cuenta poco porque lo que importa es el aquí y ahora, qué novedades amorosas hay en tu vida y qué plan tenemos a la vista este fin de semana.
Pero hay otro tipo de personas más generosas e implicadas que quieren hacerte partícipes de sus vacaciones hasta el mínimo detalle. Y esto siempre viene acompañado de una buena galería de fotos. Gracias a Dios, por todos es reconocido que supone una tortura tragarte las fotos de las vacaciones ajenas, así que es raro que alguien proponga este suplicio. Pero algunas personas no se dan por enteradas y proponen este acto bastante egoísta pues sólo disfruta el que las enseña, recordando y contando anécdotas sobre tal sitio, los compañeros de viaje que seguramente no conozcamos por lo que difícilmente disfrutaremos con las anécdotas. También es un alma de doble filo. Si no respondes con un entusiasta "sí" a la propuesta del visionado, el fotógrafo en cuestión se ofende porque en el fondo sabe que está pidiendo un auténtico favor. Por tanto, procura que tu excusa sea delicada y creíble. Otro tema es que tienes que aguantar hasta la última instantánea porque la gente lleva muy mal que les insinúen que sus fotos son un auténtico coñazo y que ya está bien de tanto viajecito, paisaje y ver desconocidos en el restaurante de turno.
Por eso los álbumes de facebook están muy bien. Uno ve las fotos de los viajes ajenos cuando le apetece, es decir, el lunes a las 4 de la tarde con un sueño horrible en la oficina o por el placer de marujear con quién estuvimos, qué comentarios hay, etc.
Y profundizando en los tipos de fotos de viajes, (como se puede observar, me he tragado algún que otro visionado vacacional), considero que hay que hacer una distinción fundamental entre aquellos que tienen necesariamente que hacerse una foto muy sonrientes delante del edificio que han ido a visitar, como testimonio de que estuvieron muy contentos visitándolo, y aquellos que ni de broma se hacen una foto enfrente de esa joya arquitectónica.
Yo no entienda al primer grupo, y lo digo desde la más inocente ignorancia, lejos de toda crítica. Yo no las hago, principalmente porque no entiendo su utilidad. Y no es que sea yo la persona más pragmática sobre la tierra, pero a la hora de almacenar cosas, puede que sí lo sea. Sinceramente, ¿qué haces luego con esa foto? ¿La pones en un marco y la colocas en tu despacho, en una mesa de fotos, la mesita de noche o sobre la tele? ¿La cuelgas en Facebook? ¿Como recuerdo de que estuviste en ese sitio? ¿No es suficiente la memoria? A día de hoy no he repasado jamás los álbumes de fotos que haya hecho alguna vez, y cuando han caído en mis manos por pura casualidad me han aburrido o entristecido, sigo sin ver la utilidad de almacenar instantáneas sin ton ni son.
No entiendo esta gente que tiene fotos de sus familiares en el despacho. ¿Con qué fin? Ver constantemente la misma imagen de tu marido, sonriente y encantador o alelado e hipócrita (depende de en qué punto esteis) no sé si es muy acertado. Y ¿por qué? ¿Piensas que vas a olvidar su cara? ¿Te da tal vez sensación de seguridad, de posesión o pertenencia? Pues menuda fantasía... Seguramente es un afán por personalizar tu espacio de trabajo, establecer que es tuyo, que tú "vives" ahí. Jamás he entendido tampoco a la gente que llega a un despacho nuevo y se pone una maceta, las fotos, sus cuatro objetos de decoración sobre la mesa o adornando la pantalla, algún póster incluso... ¿Para qué? ¿Necesitas sentirte en casa?, ¿marcar tu territorio? En fin...
Otra cosa que jamás comprenderé es la locura de ciertas personas por sacar la foto perfecta, con el ángulo ideal, de un monumento. ¡Si ya la tienes en la guía de viajes, en Internet! ¿Para qué? ¿Por el placer de que la has hecho tú? Son las típicas que se almacenan en el ordenador, que nos aburre verlas hasta a nosotros mismos (no te digo a los demás). Siempre hacen más gracia cuando salimos alguno de nosotros, y con el tiempo se revalorizan: qué pintas, qué careto, madre mía fulanito, los 90 no perdonan...
Así que puestos a fotografiar un sitio emblemático, si es que es realmente necesario, pues que sea con nuestros cuerpos delante, porque no nos engañemos, ¿a quién no le gusta verse en las fotos, cómo ha salido? Y con el tiempo ganan en hilaridad, hasta que llegue el momento en el que vernos o ver a otros que nos acompañaban nos llene de melancolía... Pero no vivamos ese momento antes de que llegue, disfrutemos de las fotos ahora, y cuando nos den pena, pues a la basura con ellas. Hay varios "yo" dentro de nosotros en el momento presente, así que no te digo a lo largo de nuestra vida. Pues en cada momento, lidiemos con el que toque.
Como punto final y buscando unos motivos al afán de hacer fotos como locos, me imagino que es por el ansia de que ese momento perdure, por apresarlo en el tiempo y dotarlo de eternidad. Para mí es suficiente mi memoria, lo cual dice bastante poco porque es pésima, pero no le veo el chiste a tener 100 fotos (mínimo) por cada viaje que haga. Como bien se dice aquí, relájate, olvídate de buscar la mejor vista y simplemente disfruta con lo que se halla ante tus ojos, detente en los detalles, la luz, el olor, los sonidos, con quién estás, el momento.
De todas formas siempre hay algo de meta en esto de ir a visitar sitios turísticos. Subes una peña, recorres un camino, te trasladas en autobús, etc. y cuando llegas al sitio en cuestión es como que te obligas a pararte unos minutos para verlo bien, para aprehenderlo, para disfrutarlo... pero como no sabes, pues te dedicas a hacer fotos y se da el sitio por visitado y disfrutado. El momento, pospuesto: ya veré bien la foto en casa, viviré dos veces el viaje.
No, esto no es así. Una vez que llegas miras a tu alrededor, sueltas un par de comentarios sobre la belleza del lugar y ya te entran las ganas de volver, descansar tomar una merecida cervecita (hecha la labor cultural del día, y porque está muy feo eso de tirarse al bar desde las 11 de la mañana y la verdad es que después de una caminata y a la 1 de la tarde, sienta mejor). Física y mentalmente, si no , sentimos como que no hemos hecho los deberes, que hemos viajado para nada, que estamos perdiendo el tiempo, que no podemos haber estado en cierta ciudad y no haber visto su monumento estrella. Pero ya me metería en el tema ya comentado en otra ocasión de hacer lo que a uno realmente le gusta sin avergonzarse. Si el arte no es lo tuyo, sino el deporte, vete a los destinos que te interesen. No tienes porqué hacer rutas culturales sin parar.
A mí desde luego no es lo que más me interesa, aunque tengo a Pepito Grillo que me obliga a ir a ver las zonas emblemáticas de cierto país, es una cosa de conciencia. Aunque lo que más me interesa sin duda es visitar gente, casas, gastronomía, vivir y meterme en el espíritu de la ciudad, vivir sus calles. Como decía mi prima: ya iremos a ver monumentos cuando seamos viejas y aburridas.
Pero hay otro tipo de personas más generosas e implicadas que quieren hacerte partícipes de sus vacaciones hasta el mínimo detalle. Y esto siempre viene acompañado de una buena galería de fotos. Gracias a Dios, por todos es reconocido que supone una tortura tragarte las fotos de las vacaciones ajenas, así que es raro que alguien proponga este suplicio. Pero algunas personas no se dan por enteradas y proponen este acto bastante egoísta pues sólo disfruta el que las enseña, recordando y contando anécdotas sobre tal sitio, los compañeros de viaje que seguramente no conozcamos por lo que difícilmente disfrutaremos con las anécdotas. También es un alma de doble filo. Si no respondes con un entusiasta "sí" a la propuesta del visionado, el fotógrafo en cuestión se ofende porque en el fondo sabe que está pidiendo un auténtico favor. Por tanto, procura que tu excusa sea delicada y creíble. Otro tema es que tienes que aguantar hasta la última instantánea porque la gente lleva muy mal que les insinúen que sus fotos son un auténtico coñazo y que ya está bien de tanto viajecito, paisaje y ver desconocidos en el restaurante de turno.
Por eso los álbumes de facebook están muy bien. Uno ve las fotos de los viajes ajenos cuando le apetece, es decir, el lunes a las 4 de la tarde con un sueño horrible en la oficina o por el placer de marujear con quién estuvimos, qué comentarios hay, etc.
Y profundizando en los tipos de fotos de viajes, (como se puede observar, me he tragado algún que otro visionado vacacional), considero que hay que hacer una distinción fundamental entre aquellos que tienen necesariamente que hacerse una foto muy sonrientes delante del edificio que han ido a visitar, como testimonio de que estuvieron muy contentos visitándolo, y aquellos que ni de broma se hacen una foto enfrente de esa joya arquitectónica.
Yo no entienda al primer grupo, y lo digo desde la más inocente ignorancia, lejos de toda crítica. Yo no las hago, principalmente porque no entiendo su utilidad. Y no es que sea yo la persona más pragmática sobre la tierra, pero a la hora de almacenar cosas, puede que sí lo sea. Sinceramente, ¿qué haces luego con esa foto? ¿La pones en un marco y la colocas en tu despacho, en una mesa de fotos, la mesita de noche o sobre la tele? ¿La cuelgas en Facebook? ¿Como recuerdo de que estuviste en ese sitio? ¿No es suficiente la memoria? A día de hoy no he repasado jamás los álbumes de fotos que haya hecho alguna vez, y cuando han caído en mis manos por pura casualidad me han aburrido o entristecido, sigo sin ver la utilidad de almacenar instantáneas sin ton ni son.
No entiendo esta gente que tiene fotos de sus familiares en el despacho. ¿Con qué fin? Ver constantemente la misma imagen de tu marido, sonriente y encantador o alelado e hipócrita (depende de en qué punto esteis) no sé si es muy acertado. Y ¿por qué? ¿Piensas que vas a olvidar su cara? ¿Te da tal vez sensación de seguridad, de posesión o pertenencia? Pues menuda fantasía... Seguramente es un afán por personalizar tu espacio de trabajo, establecer que es tuyo, que tú "vives" ahí. Jamás he entendido tampoco a la gente que llega a un despacho nuevo y se pone una maceta, las fotos, sus cuatro objetos de decoración sobre la mesa o adornando la pantalla, algún póster incluso... ¿Para qué? ¿Necesitas sentirte en casa?, ¿marcar tu territorio? En fin...
Otra cosa que jamás comprenderé es la locura de ciertas personas por sacar la foto perfecta, con el ángulo ideal, de un monumento. ¡Si ya la tienes en la guía de viajes, en Internet! ¿Para qué? ¿Por el placer de que la has hecho tú? Son las típicas que se almacenan en el ordenador, que nos aburre verlas hasta a nosotros mismos (no te digo a los demás). Siempre hacen más gracia cuando salimos alguno de nosotros, y con el tiempo se revalorizan: qué pintas, qué careto, madre mía fulanito, los 90 no perdonan...
Así que puestos a fotografiar un sitio emblemático, si es que es realmente necesario, pues que sea con nuestros cuerpos delante, porque no nos engañemos, ¿a quién no le gusta verse en las fotos, cómo ha salido? Y con el tiempo ganan en hilaridad, hasta que llegue el momento en el que vernos o ver a otros que nos acompañaban nos llene de melancolía... Pero no vivamos ese momento antes de que llegue, disfrutemos de las fotos ahora, y cuando nos den pena, pues a la basura con ellas. Hay varios "yo" dentro de nosotros en el momento presente, así que no te digo a lo largo de nuestra vida. Pues en cada momento, lidiemos con el que toque.
Como punto final y buscando unos motivos al afán de hacer fotos como locos, me imagino que es por el ansia de que ese momento perdure, por apresarlo en el tiempo y dotarlo de eternidad. Para mí es suficiente mi memoria, lo cual dice bastante poco porque es pésima, pero no le veo el chiste a tener 100 fotos (mínimo) por cada viaje que haga. Como bien se dice aquí, relájate, olvídate de buscar la mejor vista y simplemente disfruta con lo que se halla ante tus ojos, detente en los detalles, la luz, el olor, los sonidos, con quién estás, el momento.
De todas formas siempre hay algo de meta en esto de ir a visitar sitios turísticos. Subes una peña, recorres un camino, te trasladas en autobús, etc. y cuando llegas al sitio en cuestión es como que te obligas a pararte unos minutos para verlo bien, para aprehenderlo, para disfrutarlo... pero como no sabes, pues te dedicas a hacer fotos y se da el sitio por visitado y disfrutado. El momento, pospuesto: ya veré bien la foto en casa, viviré dos veces el viaje.
No, esto no es así. Una vez que llegas miras a tu alrededor, sueltas un par de comentarios sobre la belleza del lugar y ya te entran las ganas de volver, descansar tomar una merecida cervecita (hecha la labor cultural del día, y porque está muy feo eso de tirarse al bar desde las 11 de la mañana y la verdad es que después de una caminata y a la 1 de la tarde, sienta mejor). Física y mentalmente, si no , sentimos como que no hemos hecho los deberes, que hemos viajado para nada, que estamos perdiendo el tiempo, que no podemos haber estado en cierta ciudad y no haber visto su monumento estrella. Pero ya me metería en el tema ya comentado en otra ocasión de hacer lo que a uno realmente le gusta sin avergonzarse. Si el arte no es lo tuyo, sino el deporte, vete a los destinos que te interesen. No tienes porqué hacer rutas culturales sin parar.
A mí desde luego no es lo que más me interesa, aunque tengo a Pepito Grillo que me obliga a ir a ver las zonas emblemáticas de cierto país, es una cosa de conciencia. Aunque lo que más me interesa sin duda es visitar gente, casas, gastronomía, vivir y meterme en el espíritu de la ciudad, vivir sus calles. Como decía mi prima: ya iremos a ver monumentos cuando seamos viejas y aburridas.