AGOSTO 2015
Reflexiones
Insistiendo en la vía mesolímbica
Planteamiento de vicios y adicciones. De la lucha, de la contrariedad, de la debilidad. No tengo muchos vicios "graves", pero los poquitos que tengo son demoledores y muy apreciados (como todos los vicios).
Tampoco es que les esté pegando duro últimamente. Están bastante "under control", pero cuando me llaman, me llaman. Aunque sepa que después me arrepiento, aunque sepa que arrasa con mi cuerpo, aunque sepa que destroza mi autoestima. (momentáneamente, tampoco vamos ahora a ponernos tremendos que en esto soy como mi padre y "lo meo pronto" (expresión de mi madre)).
Y tampoco soy de aniquilarme y sentirme una mierda durante mucho tiempo. Ni soy una de estas obsesionadas que hay por ahí, que van contando los días y cuando tienen una tonta recaída empiezan de cero. Esa técnica más que ayudar, mina la voluntad de cualquiera. Si llevas 244 días sin mimar tus afectos, haciendo oídos sordos, volviendo la cara, ignorando los nerviosos impulsos de tu sistema mesolímbico que busca su recompensa: ¡felicidades!, pero no te sientas mejor porque proporcional a ese estado de superioridad será la hostia que te pegues cuando caigas. Cada día que cuentes será otra punta de látigo con el que te atizarás cuando sucumbas a la debilidad.
Tengo una debilidad, tú lo sabes muy bien, lo llevo en la mirada
Tengo una debilidad, hay que calamidad, mi vida es un disgusto
Tengo una debilidad, no sé que pasara, Si no me doy el gusto....
Menos mal que mis vicios no tienen afecto acumulativo. O por lo menos en mi caso. No tengo más ganas hoy que el mes pasado por llevar estos 30 días extra a dos velas. Las ganas son las mismas: algunas veces y no demasiado a menudo.
Pero de vez en cuando aprietan. Me cosquillean, me taladran, me provocan. Mi cerebro jugándomela con sus necesidades dopamínicas.
Y aquí es cuando viene la pregunta ¿hasta cuándo voy a sentir estos impulsos? ¿de por vida? ¿No llegará un momento en el que dejen de molestarme? Porque el cerebro me manda endorfínicas imágenes asociadas a ese estado. El puñetero sólo me manda un conjunto de momentos cuidadosamente seleccionados que hacen que una descarga cosquilleante se agite en la zona del ombligo. Y hace que me plantee que hoy puede ser un buen día, y hace que me cabree al comprobar que no, no lo es. Hoy puede ser un buen día pero aquí hay que tener en cuenta si mañana también lo es, de hecho, es más importante mañana que hoy.
Y no pasa nada, desde luego que no, pero algo con vida propia en mi interior y alejado de los dominios de la lógica se cabrea y se frustra. Aunque la razón venga a poner orden y decir que no hay motivo de cabreo y que el día después será ella la que tenga mucha tarea en medio de sentimientos desordenados y desbordados de culpa, arrepentimiento y reproches.
La lógica intentando aplacar la corrosiva y despiadada, la inútil y paralizante culpabilidad.
Esta culpa que no sirve para nada y que tiene vestigios de la niñez, de ese afán por ser perfecta, por no decepcionar, por no molestar, por no cabrear a mi padre.
Claro que luego le di la vuelta a la tortilla y me lancé de lleno a una invisible provocación por todos estos años, dedicándome a cultivar, llámalo comportamientos/actitudes/tendencias que estaban en el lado opuesto a tanta castrante y agotadora perfección.
"No eres perfecta ni tienes por qué serlo, eres humana", dijo la psicoanalista.
O saqué yo en conclusión de mis charlas con ella.
Pero sigo buscando de puertas afuera ese espejismo de perfección, mientras hago un corte de mangas con risa conspiradora, siendo pasto, de vez en cuando, de mis demonios cuidadosamente elegidos y tenazmente cuidados con dedicación y constancia durante años.
¿A quién le quiero demostrar que no soy una mosquita muerta? ¿A quién quiero impresionar? Que soy capaz de ser crítica, la más graciosa, ingeniosa, interesante, divertida, etc.
Pero me gusta porque también sale una persona que hay dentro de mí reprimida.
Aunque me diga a mí misma lo contrario, que en realidad soy así y me gusta ser así.
Sólo yo sé cuánto me gusta Mistress Hyde, eso no puedo negármelo, hasta que se desquicia. Es graciosa, ingeniosa, elocuente, rápida, deslenguada, rápida, irónica, subversiva, incansable, interesante, extravagante.
Con Mistrees Hyde no hay filtros, no hay presencia aleccionadora que censure cada idea que pasa por mi cerebro antes de atravesar la boca.
Mistress Hyde es divertida y charlatana, inteligente y despreocupada.
A Mistress Hyde no le preocupa lo que piensen los demás.
No sólo eso, además les provoca.
Lo que me atrae de Mistress Hyde es su tremenda seguridad en sí misma.
Hasta que a Mistress Hyde se le va la mano y también desaparece.
Pero eso es otra historia.
Convertirme en Mistress Hyde es lo que me tiene enganchada. Mistress Hyde es irresistible, incluso para mí.
Sobre todo para mí.
El Doctor Jekyll es callado, sombrío, tímido.
Sólo observa, de vez en cuando sonríe, rara vez interviene.
Dr Jekyll es un puto aburrido que se aburre hasta a sí mismo y termina dejando la conversación.
¿Hasta cuándo echaré de menos a Mistress Hyde? ¿Acaso tengo que destruir al Dr Jekyll? ¿Imitando a Mistress?
Tal vez no es tan terrible. Ni siquiera es para tanto. No soy de las que cuentan los días, no me mido por eso. Estar tan pendiente de esta tendencia, y de lo reprobable que es, es la opinión de este sargento que vela por la perfección. Déjalo estar, abre la mano. ¿Qué pasa? ¿Qué pensabas? ¿Que tú serías la única en el planeta sin vicios, sin debilidades, sin lucha interna?
O has buscado esta "tara" y la has denominado así para sentirte integrada, que "perteneces", la palabra del siglo.
Deja de buscarte entretenimientos dialécticos. Deja de girar en la línea recta.
A ti no te preocupa.
¿Para qué le das importancia ?¿para hacerte la importante?
Pero en realidad a ti no te importa nada , sólo lo que opinen los demás, lo que tú crees que opinan. Creas grandes dramas con frases, comentarios, sonrisitas que te inventas. Lo que estarán comentando de ti el día después.
Fantasías, y además, ¿qué?
Antes completo que perfecto. Cita que alguien atribuyó a Pessoa, aunque no encuentro que sea así, pero ahí queda.
Tampoco es que les esté pegando duro últimamente. Están bastante "under control", pero cuando me llaman, me llaman. Aunque sepa que después me arrepiento, aunque sepa que arrasa con mi cuerpo, aunque sepa que destroza mi autoestima. (momentáneamente, tampoco vamos ahora a ponernos tremendos que en esto soy como mi padre y "lo meo pronto" (expresión de mi madre)).
Y tampoco soy de aniquilarme y sentirme una mierda durante mucho tiempo. Ni soy una de estas obsesionadas que hay por ahí, que van contando los días y cuando tienen una tonta recaída empiezan de cero. Esa técnica más que ayudar, mina la voluntad de cualquiera. Si llevas 244 días sin mimar tus afectos, haciendo oídos sordos, volviendo la cara, ignorando los nerviosos impulsos de tu sistema mesolímbico que busca su recompensa: ¡felicidades!, pero no te sientas mejor porque proporcional a ese estado de superioridad será la hostia que te pegues cuando caigas. Cada día que cuentes será otra punta de látigo con el que te atizarás cuando sucumbas a la debilidad.
Tengo una debilidad, tú lo sabes muy bien, lo llevo en la mirada
Tengo una debilidad, hay que calamidad, mi vida es un disgusto
Tengo una debilidad, no sé que pasara, Si no me doy el gusto....
Menos mal que mis vicios no tienen afecto acumulativo. O por lo menos en mi caso. No tengo más ganas hoy que el mes pasado por llevar estos 30 días extra a dos velas. Las ganas son las mismas: algunas veces y no demasiado a menudo.
Pero de vez en cuando aprietan. Me cosquillean, me taladran, me provocan. Mi cerebro jugándomela con sus necesidades dopamínicas.
Y aquí es cuando viene la pregunta ¿hasta cuándo voy a sentir estos impulsos? ¿de por vida? ¿No llegará un momento en el que dejen de molestarme? Porque el cerebro me manda endorfínicas imágenes asociadas a ese estado. El puñetero sólo me manda un conjunto de momentos cuidadosamente seleccionados que hacen que una descarga cosquilleante se agite en la zona del ombligo. Y hace que me plantee que hoy puede ser un buen día, y hace que me cabree al comprobar que no, no lo es. Hoy puede ser un buen día pero aquí hay que tener en cuenta si mañana también lo es, de hecho, es más importante mañana que hoy.
Y no pasa nada, desde luego que no, pero algo con vida propia en mi interior y alejado de los dominios de la lógica se cabrea y se frustra. Aunque la razón venga a poner orden y decir que no hay motivo de cabreo y que el día después será ella la que tenga mucha tarea en medio de sentimientos desordenados y desbordados de culpa, arrepentimiento y reproches.
La lógica intentando aplacar la corrosiva y despiadada, la inútil y paralizante culpabilidad.
Esta culpa que no sirve para nada y que tiene vestigios de la niñez, de ese afán por ser perfecta, por no decepcionar, por no molestar, por no cabrear a mi padre.
Claro que luego le di la vuelta a la tortilla y me lancé de lleno a una invisible provocación por todos estos años, dedicándome a cultivar, llámalo comportamientos/actitudes/tendencias que estaban en el lado opuesto a tanta castrante y agotadora perfección.
"No eres perfecta ni tienes por qué serlo, eres humana", dijo la psicoanalista.
O saqué yo en conclusión de mis charlas con ella.
Pero sigo buscando de puertas afuera ese espejismo de perfección, mientras hago un corte de mangas con risa conspiradora, siendo pasto, de vez en cuando, de mis demonios cuidadosamente elegidos y tenazmente cuidados con dedicación y constancia durante años.
¿A quién le quiero demostrar que no soy una mosquita muerta? ¿A quién quiero impresionar? Que soy capaz de ser crítica, la más graciosa, ingeniosa, interesante, divertida, etc.
Pero me gusta porque también sale una persona que hay dentro de mí reprimida.
Aunque me diga a mí misma lo contrario, que en realidad soy así y me gusta ser así.
Sólo yo sé cuánto me gusta Mistress Hyde, eso no puedo negármelo, hasta que se desquicia. Es graciosa, ingeniosa, elocuente, rápida, deslenguada, rápida, irónica, subversiva, incansable, interesante, extravagante.
Con Mistrees Hyde no hay filtros, no hay presencia aleccionadora que censure cada idea que pasa por mi cerebro antes de atravesar la boca.
Mistress Hyde es divertida y charlatana, inteligente y despreocupada.
A Mistress Hyde no le preocupa lo que piensen los demás.
No sólo eso, además les provoca.
Lo que me atrae de Mistress Hyde es su tremenda seguridad en sí misma.
Hasta que a Mistress Hyde se le va la mano y también desaparece.
Pero eso es otra historia.
Convertirme en Mistress Hyde es lo que me tiene enganchada. Mistress Hyde es irresistible, incluso para mí.
Sobre todo para mí.
El Doctor Jekyll es callado, sombrío, tímido.
Sólo observa, de vez en cuando sonríe, rara vez interviene.
Dr Jekyll es un puto aburrido que se aburre hasta a sí mismo y termina dejando la conversación.
¿Hasta cuándo echaré de menos a Mistress Hyde? ¿Acaso tengo que destruir al Dr Jekyll? ¿Imitando a Mistress?
Tal vez no es tan terrible. Ni siquiera es para tanto. No soy de las que cuentan los días, no me mido por eso. Estar tan pendiente de esta tendencia, y de lo reprobable que es, es la opinión de este sargento que vela por la perfección. Déjalo estar, abre la mano. ¿Qué pasa? ¿Qué pensabas? ¿Que tú serías la única en el planeta sin vicios, sin debilidades, sin lucha interna?
O has buscado esta "tara" y la has denominado así para sentirte integrada, que "perteneces", la palabra del siglo.
Deja de buscarte entretenimientos dialécticos. Deja de girar en la línea recta.
A ti no te preocupa.
¿Para qué le das importancia ?¿para hacerte la importante?
Pero en realidad a ti no te importa nada , sólo lo que opinen los demás, lo que tú crees que opinan. Creas grandes dramas con frases, comentarios, sonrisitas que te inventas. Lo que estarán comentando de ti el día después.
Fantasías, y además, ¿qué?
Antes completo que perfecto. Cita que alguien atribuyó a Pessoa, aunque no encuentro que sea así, pero ahí queda.
Un psicoanalista junguiano me habló de una técnica que consistía en establecer un día de la semana para dedicarte a esos vicios que quieres erradicar: chocolate, copas, tabaco, programas absurdos de la tele, videojuegos, comida basura... ¿algo más hardcore? Pues dale.
Eso sí, si se te pasa ese día, no puedes "recuperar" al día siguiente, ya debes esperar a la próxima semana.
Será que no reporta nada bueno reprimirse.
Decía mi profesora de yoga que cuando sacas al dictador que llevas dentro y te obligas a llevar una rutina: hacer yoga todas las mañanas, o todos los días, o no comer jamás esto o aquello, etc. Al tiempo que obedeces a esa voz con látigo, se va engendrando a su sombra un niño pequeño hambriento y desvalido, aquel al que niegas sus apetencias a base de voluntad, de mano dura. Pero este niño va creciendo y creciendo, y cada vez tiene más hambre. Y llega un momento en el que "da un golpe de cerebro" y toma el control de la situación. Que pega un empujón al del látigo y ocupa su trono. Ahí es cuando se acabó toda la disciplina y entras en esas etapas de abandonar todo lo que te habías impuesto. Hay que tener mucho cuidado con lo que nos prohibimos/obligamos de manera tan radical.
Y escribo sobre esto, días después de haber levantado la mano. Días después de haber superado tres días con sus noches de profundo arrepentimiento y culpa. De autoflagelación mental a base de miedos, reproches y comentarios desmoralizadores.
¿Conseguiré erradicar la necesidad de esos desmadres? Analizándome me doy cuenta que me pasa con cierto tipo de gente a la que quiero ¿qué? Fascinar, gustar, sorprender. Al día siguiente me veo ridícula y totalmente absurda. Hasta utilizada. Pero soy yo la que se expone a esos escarnios. Y seguramente no es para tanto, pero mi mente me plantea los peores escenarios que uno pueda imaginar. Con el pasar de los días, voy haciendo acopio de entereza, saco orgullo, me desentiendo, desprecio... tiro de mis recursos para recuperarme, para superar esto y no hundirme. Al final observas que la mente tiene vida propia y te ves como una simple marioneta. Considera que ya has sido bastante castigada y que con tanta recriminación lo único que puede conseguir es que te hundas en profundidades insondables. Y ¿qué es la vida sin esta lucha y sin estos tropiezos a cada poco?
Sé que no es un argumento pero....también tengo que pasar página ¿no? ¿Me servirá escribir y exteriorizar lo que siento para si no enderezarme, ver las cosas desde otra perspectiva más amable, indiferente?
En realidad nuestra única libertad, nuestra capacidad de elegir, es la actitud con la que te tomas las cosas. No pienses que tienes capacidad de decidir.
"La película está filmada".
Busca ser resiliente. No tener miedo, ver todo lo que te ocurra como una oportunidad.
Y disfrutar de los errores y aprender. Aunque este error yo lo veo como una rueda en la que giro como un hámster, no llego a ningún sitio. Parece que estoy mejorando, pero en el fondo de mi alma sé que recaeré. Y me veo en situaciones idílicas recayendo.
Tal vez la solución esté en no verlo como algo tan espantoso y dejar de darle importancia. Soy yo la que hace de esto un gran "issue", la que le dedica muchas vueltas de cabeza (en la rueda de la jaula), la que lo sobre-estima, sobre-desprecia. Tal vez debería de verdad aceptarlo y no hacer mucho caso. Al final es otro niño pequeño buscando llamar la atención, que le regañen, le hagan caso.
¿Es un niño al que estoy reprimiendo? ¿No puedo mirarlo con amor, como una parte de mí misma, débil, que de vez en cuando aflora?
Los laberintos del inconsciente. Seguiré intentando profundizar en ellos... Así, a pelo y en plan autodidacta. Con pocos progresos, con mucho palo de ciego, recaídas y momentos de plena oscuridad. Con los ojos vendados en medio de ráfagas de voces, flashes mentales, imágenes, roces en la piel, susurros, hilos que parecen llevarme a hacia algún lado que al final no es más que una puerta cerrada. O un breve chispazo de comprensión de algo más grande, ramificado, extenso. Te das cuenta de que estás solo en medio de un jardín lleno de malas hierbas que van creciendo entre las cuidadas flores que has ido plantando con esfuerzo y dedicación. Te paras al azar ante uno de los hierbajos, el que parece débil y reciente. Intentas tirar de él cogiendo de la base para arrancarlo de raíz y te sorprendes al ver como se levanta una polvorienta y alargada ramita que se extendía por la superficie. Con avidez tiras de la zona donde se sumerge en la tierra, y notas con asombro y cierta aversión, como ante un recién descubierto nido de cucarachas, que es profunda y dura, gruesa y resistente. Que por mucho que cojas del tallo, se parte, y queda ahora un cabo muy pequeño del que tirar y que la inmensidad poderosa que se esconde y ramifica bajo la superficie es imposible sacarla a la luz. Tú que querías tirar de la planta y sacar una raíz blanca que poder arrojar satisfecha a la cubeta de la basura. ¿Qué hay ahí abajo, qué oscuros laberintos llenos de insectos que se alimentan de este sustrato que has ido acumulando durante años?
Sigue buscando, sigue tirando de pequeños cabos, hilos, que te lleven a pequeños descubrimientos que te hagan la vida más liviana.
La solución, el mapa completo, "the big picture" jamás estará a tu disposición. A ti te han metido en medio de un mogollón de cables enredados de los que algunos encontrarás el cabo pero de la mayoría no. Dalo por hecho. Siempre te empeñas en los mismos, los que parece que puedes deshacer, y al final hay más y más y más, y un gran nudo de cadenitas muy finas de las que te desesperas en deshacer sin poder tirar muy fuerte porque se rompen. Ya no tendrás acceso y además no se trata de romper sino de jugar y entretenerte sin darle más importancia de la que tiene a estos laberintos, infinitos y profundos, de la mente.
Eso sí, si se te pasa ese día, no puedes "recuperar" al día siguiente, ya debes esperar a la próxima semana.
Será que no reporta nada bueno reprimirse.
Decía mi profesora de yoga que cuando sacas al dictador que llevas dentro y te obligas a llevar una rutina: hacer yoga todas las mañanas, o todos los días, o no comer jamás esto o aquello, etc. Al tiempo que obedeces a esa voz con látigo, se va engendrando a su sombra un niño pequeño hambriento y desvalido, aquel al que niegas sus apetencias a base de voluntad, de mano dura. Pero este niño va creciendo y creciendo, y cada vez tiene más hambre. Y llega un momento en el que "da un golpe de cerebro" y toma el control de la situación. Que pega un empujón al del látigo y ocupa su trono. Ahí es cuando se acabó toda la disciplina y entras en esas etapas de abandonar todo lo que te habías impuesto. Hay que tener mucho cuidado con lo que nos prohibimos/obligamos de manera tan radical.
Y escribo sobre esto, días después de haber levantado la mano. Días después de haber superado tres días con sus noches de profundo arrepentimiento y culpa. De autoflagelación mental a base de miedos, reproches y comentarios desmoralizadores.
¿Conseguiré erradicar la necesidad de esos desmadres? Analizándome me doy cuenta que me pasa con cierto tipo de gente a la que quiero ¿qué? Fascinar, gustar, sorprender. Al día siguiente me veo ridícula y totalmente absurda. Hasta utilizada. Pero soy yo la que se expone a esos escarnios. Y seguramente no es para tanto, pero mi mente me plantea los peores escenarios que uno pueda imaginar. Con el pasar de los días, voy haciendo acopio de entereza, saco orgullo, me desentiendo, desprecio... tiro de mis recursos para recuperarme, para superar esto y no hundirme. Al final observas que la mente tiene vida propia y te ves como una simple marioneta. Considera que ya has sido bastante castigada y que con tanta recriminación lo único que puede conseguir es que te hundas en profundidades insondables. Y ¿qué es la vida sin esta lucha y sin estos tropiezos a cada poco?
Sé que no es un argumento pero....también tengo que pasar página ¿no? ¿Me servirá escribir y exteriorizar lo que siento para si no enderezarme, ver las cosas desde otra perspectiva más amable, indiferente?
En realidad nuestra única libertad, nuestra capacidad de elegir, es la actitud con la que te tomas las cosas. No pienses que tienes capacidad de decidir.
"La película está filmada".
Busca ser resiliente. No tener miedo, ver todo lo que te ocurra como una oportunidad.
Y disfrutar de los errores y aprender. Aunque este error yo lo veo como una rueda en la que giro como un hámster, no llego a ningún sitio. Parece que estoy mejorando, pero en el fondo de mi alma sé que recaeré. Y me veo en situaciones idílicas recayendo.
Tal vez la solución esté en no verlo como algo tan espantoso y dejar de darle importancia. Soy yo la que hace de esto un gran "issue", la que le dedica muchas vueltas de cabeza (en la rueda de la jaula), la que lo sobre-estima, sobre-desprecia. Tal vez debería de verdad aceptarlo y no hacer mucho caso. Al final es otro niño pequeño buscando llamar la atención, que le regañen, le hagan caso.
¿Es un niño al que estoy reprimiendo? ¿No puedo mirarlo con amor, como una parte de mí misma, débil, que de vez en cuando aflora?
Los laberintos del inconsciente. Seguiré intentando profundizar en ellos... Así, a pelo y en plan autodidacta. Con pocos progresos, con mucho palo de ciego, recaídas y momentos de plena oscuridad. Con los ojos vendados en medio de ráfagas de voces, flashes mentales, imágenes, roces en la piel, susurros, hilos que parecen llevarme a hacia algún lado que al final no es más que una puerta cerrada. O un breve chispazo de comprensión de algo más grande, ramificado, extenso. Te das cuenta de que estás solo en medio de un jardín lleno de malas hierbas que van creciendo entre las cuidadas flores que has ido plantando con esfuerzo y dedicación. Te paras al azar ante uno de los hierbajos, el que parece débil y reciente. Intentas tirar de él cogiendo de la base para arrancarlo de raíz y te sorprendes al ver como se levanta una polvorienta y alargada ramita que se extendía por la superficie. Con avidez tiras de la zona donde se sumerge en la tierra, y notas con asombro y cierta aversión, como ante un recién descubierto nido de cucarachas, que es profunda y dura, gruesa y resistente. Que por mucho que cojas del tallo, se parte, y queda ahora un cabo muy pequeño del que tirar y que la inmensidad poderosa que se esconde y ramifica bajo la superficie es imposible sacarla a la luz. Tú que querías tirar de la planta y sacar una raíz blanca que poder arrojar satisfecha a la cubeta de la basura. ¿Qué hay ahí abajo, qué oscuros laberintos llenos de insectos que se alimentan de este sustrato que has ido acumulando durante años?
Sigue buscando, sigue tirando de pequeños cabos, hilos, que te lleven a pequeños descubrimientos que te hagan la vida más liviana.
La solución, el mapa completo, "the big picture" jamás estará a tu disposición. A ti te han metido en medio de un mogollón de cables enredados de los que algunos encontrarás el cabo pero de la mayoría no. Dalo por hecho. Siempre te empeñas en los mismos, los que parece que puedes deshacer, y al final hay más y más y más, y un gran nudo de cadenitas muy finas de las que te desesperas en deshacer sin poder tirar muy fuerte porque se rompen. Ya no tendrás acceso y además no se trata de romper sino de jugar y entretenerte sin darle más importancia de la que tiene a estos laberintos, infinitos y profundos, de la mente.
Cosas aprendidas//Cosas constatadas
Pues claro que sacas aprendizajes y lecciones de estas experiencias. No sé si de esas que recordarás de por vida, pero al menos sorprendentes y curiosas durante este tramo del viaje.
Contexto / Situación: Un retiro de meditación de 10 días en los que no puedes hablar con nadie, ni siquiera contacto visual, mucho menos gestos, ni sonrisas.
Hay varias cosas que me han abierto los ojos (aunque tuviera que tenerlos la mayor parte del tiempo cerrados) y aquí las comparto antes de que se me olviden, si es que está de Dios que no sean de las que marcan, que eso nunca se sabe hasta que pasa el tiempo.
- No tengo que aguantar hasta el final. No y no. Te comparas con todo el mundo, te dices "si ellas pueden yo también, ¿soy la única que quiere salir corriendo? ¿que lo está pasando mal?, ¿a mí me cuesta más que al resto? Soy una floja, soy una caprichosa, soy débil", etc., etc.
Vale, pues no hace falta. Ni yo soy como las demás, no estamos en el mismo proceso, ni estamos viviendo lo mismo. Aunque estemos haciendo lo mismo, en el mismo momento. Pero tu pasado hace. Y tu presente también. Y además tú te conoces. Yo si me esfuerzo demasiado y me cuelo de rosca aguantando, obligándome, resulta que consigo terminar, sí, pero odiando la experiencia. Y no se diluye la mala sensación con el tiempo. No. Queda clasificada como algo horrible que no quiero volver a repetir por nada del mundo. Como algo vivido que me da un pequeño revolcón en el fondo del estómago cada vez que lo recuerdo, aunque sea de pasada.
Al final terminas en el día acordado, ves el panorama, y dices que perfectamente te podías haber marchado. Que no te has perdido nada, que qué necesidad había de estar pasándolo mal. Yo aprendo a mi propio ritmo, muchas veces rápido (otras no tanto) pero normalmente, y a estas alturas de la película, si considero que ya está todo aprendido, puedo creer tranquilamente en mi intuición.
Pero, eso sí, luego no te vuelvas loca rebuscando en Internet, elucubrando fantásticamente sobre lo que te has perdido y buscando por redes, libros y opiniones ajenas unas sólidas razones que justifiquen tu arrepentimiento y posterior flagelación mental con pinceladas de autodesprecio y cupabilidad.
No lo acabaste y punto. ¿Qué más da? Ten confianza en ti misma. No eres menos buena, ni peor, por haber abandonado. No te hacía falta, era suficiente para ti. Sobretodo porque la verdad es que yo noy una floja, no soy de esas que abandonan a la primera que ve una dificultad, así que si digo que es enough, es enough.
- Hay que aguantar hasta el final. Porque muchas veces me emparanoio con chorradas a las que no debo hacer caso y porque es verdad que la satisfacción que te da una cosa terminada no tiene precio. No tienes dudas sobre si deberías haberte quedado, qué pasó, qué habrías aprendido. Y la verdad, y aunque suene pueril, te da cierta satisfacción haber aguantado la puta odisea. Y porque si no te ha matado pues seguro que sales fortalecido... O trastornado. ¡Pero vivo! Fuera de bromas, no se trata de traumatizarse, claro que ¿quién sabe dónde está la línea entre la flojera y el dolor? Metafóricamente hablando, obviamente. Pero sí es cierto que depende esta percepción de nuestro nivel de exigencia. Como cuando estás haciendo deporte y decides esforzarte un poquito más. Quieres que sirva de algo, darlo todo esta vez, hacerlo bien... Y de repente... lesión. Obviamente no te estabas dado cuenta, no eras consciente de que tal vez estabas pasándote, sólo te esforzabas algo más de lo habitual. Sólo querías mejorar, estar contenta después con tu nivel de exigencia. Evolucionar en tu práctica, no estar corriendo 2 km diarios durante 3 años. Ir un poco más allá. Y poder al día siguiente seguir con ese listón más alto. Sin imaginarte que mañana tendrás que bajarlo. Claro que esto también hace que recuperes la comunicación con tu cuerpo, que no eres invencible, que si no lo tratas bien, duele, y vas a tener que reposar inmóvil...bastante tiempo.
Que es orgánico, no una máquina que funcione o se tenga que adecuar según tus subidones de ego. Si lo tratas como algo ajeno, te tratará como a un invasor, un extranjero y te hará sentir incómodo en su territorio, recordándote tu falta a cada movimiento que hagas.
Así que, como siempre, aprendemos a golpes, aunque sean autoinfligidos. ¡Sobre todo los autoinfligidos! Pero que te sirva para prender, bichi....
A nivel psicológico es igual
Aguantas situaciones que crees que puedes soportar más, hay otras que ni siquiera sabes que estás jugando con tu límite, tan embebida estás con ciertos aspectos o empeñada en alargar algunos estados pensando que son lo mejor para ti, pero algo por dentro se está tensando como una goma y en cualquier momento se romperá y te latigueará en la cara.
El tiempo no es una cosa tan mala después de todo. Usándolo correctamente, se puede estirar cualquier cosa, como si fuera una goma, hasta que se rompe por algún sitio, y te encuentras con toda la tragedia o la desesperación reducidas a dos bultitos entre el índice y el pulgar de cada mano. (Santuario. Faulkner).
Hablo, claro está, de relaciones. De cualquier tipo. Amigos, novios, socios. Todas esas en las que idolatras un aspecto (tal vez incluso imaginario) y haces oídos sordos y ojos ciegos a todo lo demás hasta lo que te chirría o escama. A tomar por culo la intuición. Claro que es tan difícil discernir qué es intuición y qué es deseo o intención disfrazados de sensación...
Al final, por h o por b, la historia acaba. Hay veces que hasta tú misma le pones fin. Y con el tiempo, poco a poco, te vas dando cuenta de hasta qué punto te has dejado avasallar, arrastrar, pisotear y embaucar.
Cuánto has aguantado, soportado. Hasta qué punto te has ignorado. Y pasa con las relaciones pero también con los hábitos. Has seguido haciendo esto por tales motivos, todos los días, sin falta, una y otra vez, ni siquiera piensas que es negativo, es algo que haces probablemente porque te gusta. ¿Por qué te gusta? Y además lo hace mucha gente. Ni te planteas que pueda estar formando una herida en tu interior. Que te estés lastimando de alguna manera. Realmente somos frágiles. Pero tampoco podemos estar en una burbuja. Todos nos empeñamos en historias, actitudes, personas, relaciones, vicios y virtudes. Todos les tomamos cariño y los sentimos nuestros. Parte de nuestra personalidad, ¡de nosotros mismos! ¡Es que yo soy así! Cosas que te gustan, que te definen, para ser alguien, ¡alguien! Para ocupar tu espacio. tener, poseer tu huequecito. En la familia, los amigos, los colegas, los vecinos, la sociedad... Ubicarte en un grupo y sentirte cobijado y seguro. Aplicarte las cualidades de ese grupo: exitoso, peligroso, adinerado, educado, rebelde, agresivo, culto, delicado...
Siempre buscando ser especial. Siempre buscando ser diferente, y una vez que has conseguido ser igual al grupo elegido y estás lo suficientemente cómoda, les "escandalizas" con irreverencias y "salidas de tono". Siempre dentro de la gama del tono elegido, claro.
Tal vez tienes que revisitar tu pertenencia a estos grupos. Te "hacen" elegir cosas que tal vez no quieras, aguantar con sesiones de gente, hobbies, actitudes que están dejando mella en ti. Al tiempo cambias de "vida" (muchas veces esto viene adosado a cambiar de pareja) y constatas que hacías cosas que odiabas.
¿O las odias porque te recuerdan a cierta persona? ¿O se trata de un mero proceso de evolución a lo largo de la vida?
Allá cada uno con su análisis.
Yo como sé que soy de las que por cabezonería aguanta odiseas. Como soy de las que se entusiama con aspectos sesgados y arrampla con todos los aspectos adjuntos aunque sean de salir corriendo, debo fiarme de cuando "ya no puedo más" (por favor dígase esta frase al modo materno, es decir, acompañado de negaciones de cabeza y pronunciando cuidadosamente cada sílaba). Ha sido una frase mítica de mi madre, tal vez deba pronunciarla (y seguirla) más a menudo.
Total... ¿qué hacer? Imagino que lo que debes es comparar donde tendrás más experiencias (sin traumatizarte, claro), dónde puedes aprender algo aunque el medio de conseguirlo no sea el más agradable y terminar con los días que te has empeñado (sí, y además poniéndote muy pesada) en cumplir.
- Otra conclusión muy vinculada a la anterior: NO HUYAS. He comprobado que mi patrón de comportamiento cuando algo no me gusta o no está saliendo como yo espero (exactamente) que salga: Apago y me voy. No, no, no, no hay ninguna oportunidad ni medias tintas. Huyo.
Sí. Cuando la cosa no me gusta, me asusta, no se adecua a mis expectativas: salgo corriendo. No dejo que nadie rectifique, no permito réplicas, no doy segundas oportunidades (seguramente ya he dado muchísimas antes de decidir que me voy), no hay marcha atrás. Digo una ultima palabra acelerada y me voy. En los momentos de crisis, de tensión, monto un gran pollo y tacho a todos los implicados de por vida.
No espero, no me quedo tranquilamente observándolo todo en un segundo plano esperando a dar un paso con más calma. Actúo de escopetilla.
Por un lado está bien, pero por otro hay que calmarse. No hay nada que requiera esos sprints. Las cosas se pueden hacer más despacio, una vez serena. Pero yo actúo de arrebato, eso sí, cuando la gota insistente ha colmado un vaso lleno desde hace tiempo. Pero no es justificación. Espera, mira cómo rebasa el vaso, cómo se dosborda, cómo lo moja todo, pero no te dejes arrastrar por su corriente. Espera a que esas aguas se hayan calmado y observa qué posición toma todo alrededor: las personas, los objetos, los tempos.
Busco la venganza inmediata, el castigo, quiero ser la que tome la decisión, la primera en tomarla. Algo me altera violentamente y corto radicalmente con lo que sea. Comprueba que no es tan doloroso como supones y no pasa nada si esperas un tiempo, si das unos minutos, un margen. Escucha, observa, decide. No hay prisa.
Quédate en medio de la tormenta y obsérvala, déjala que te pase por encima, vívela y no te inmutes, ya harás recuento cuando haya pasado, y tal vez te sorprendas de lo que te encuentres después.
“Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella”“Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella”
Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior".
(Kafka en la orilla. Haruki Murakami).
- Cómo de todo hacemos un microcosmos. De repente estás en un círculo de personas y rápidamente distribuyes todos los papeles en la obra y empiezas a desencadenar la película: La odiosa, la enemiga, la amiga, la temible, el apoyo, la interesante, la insoportable, la deseada, el obstáculo, etc.Y les dedicas todos tus desvelos (normalmente pocos) y tu energía mental.
Genoma: nuestra propia tragicomedia con cuatro únicos personajes, ácidos. El genoma es el teatro que cada uno de nosotros representa y ensaya en una eternidad de ¡bis! Las infinitas funciones de cada una de nuestras células crea el teatro genético de nuestro yo. El ADN es el micro-ordenador de nuestro macro-cerebro infra-utilizado por ser super-desconocido. En este escenario encerramos el Gran Teatro del Mundo y el de nuestra existencia.
FERNANDO ARRABAL
Luego sales de ese círculo y te hace gracia, sí, visto desde la distancia. pero también da miedo, un poco de vértigo.
¿Cómo he dado tanta importancia a esta gente durante estos días y sólo han pasado unas horas y me parecen de otro planeta, totalmente insignificantes?
Hay que relativizar.
Y que te sirva para extrapolarlo a tu día a día actual.
En el trabajo, en el círculo de amigos, en tu vecindario, familia...
Situaciones que te desbordan por tener que hablar con esta o aquella persona, en aquel sitio, ¡con este público!
¡Que da lo mismo!
Que te rías y que te importe poco. Esto también pasará, como alguien dijo.
Y procura que te sacuda lo mínimo.
- Cometerás lo que critiques multiplicado por dos. Esta frase lapidaria que suena a maldición, se cumple sin excepción. En cuanto critico (y vale mentalmente) un comportamiento, al poco tiempo, de alguna u otra manera, me veo impelida a imitar ese comportamiento, con variaciones personales y de contexto pero al final, el mismo "pecado". Basta de criticar (aunque sea mentalmente) porque criticas cosas que luego cometes. Y no vale el..."ya pero es que a mí no me ha quedado más remdio porque... "
¿Porque qué? ¡caradura!
Total, que hay que ser más comprensivas. Resulta que el primer día me entran ganas de estrangular a una que me da la nochecita roncando. Haría vudú a otra que se ducha fuera de hora, desprecio a esa que repite comida y miles y miles de detalles tontos más.
Al tercer día me despierto con mi propio ronquido, aprovecho para ducharme en un momentito, también fuera de horario, decido picar alguna cosita más porque me siento desfallecer... En definitiva, y sin que sean estos los mejores ejemplos, todas las pequeñas cosas que me deberían traer al pairo y que no debería juzgar, ¡ni siquiera fijarme!, resulta que luego las cometo yo a conciencia o sin querer.
Entonces es cuando compruebas y aprendes que no eres nadie para criticar nada, que no sabes las circunstancias ajenas y que estés más a lo tuyo.
Sí, eso de lo que presumes parece que está infundado y ¡mira qué hipócrita resultas luego ante tus propios ojos, con lo cabronazo que es tu juez interior!
- Que te montas películas sobre la gente (y la gente sobre los demás y ellos mismos) que están muy lejos de la realidad. Resulta que cuando al fin puedes hablar, de ese pequeño detalle que lleva amargándote y por el que crees que eres conocida y objeto de cachondeo general, no se ha dado cuenta ni el Tato. ¿Y por qué? Pues porque cada uno estaba demasiado pendiente de su propia metedura de pata como para fijarse en la tuya. Y siempre, siempre, la propia será más horrible, vergonzante, escandalosa y PEOR que la de las demás. Yo, que soy una obsesionada del control y de no llamar la atención, resulta que hablo con gente que estaba deseando conocerme (no, no le han importado tus pintas, tu pasotismo (silencioso), tu ronquido, tu saltarte las reglas) y que estaban atormentadas y con ganas de hacer saber a los demás el mal rato que pasaron cuando: se les cayó el vaso de agua en medio del comedor, tuvieron que salir corriendo de la sala, hicieron no sé qué ruido, etc.
Es más, piensan que son conocidas como "la del agua", "la carreritas" o "la escandalosa". Pero ¡qué va!, nadie se ha coscado ni se acuerda porque están demasiado centradas en automenospreciarse y flagelarse con su particular torpeza. Poniéndose motes hipotéticos salidos de las perversas mentes que calcula que le rodean y que están hipnóticamente unidas como para coincidir en que la has cagado y como serás jocosamente conocida para la posteridad.
- A no fijarme en las caras de los demás y menos especular sobre ellas. Le caigo mal, ha pensado que pienso, habrá pensado esto, debe opinar que.... A ver, a ver, frena. La otra persona no está en tu mente, tiene sus preocupaciones e intereses (y calcula que están muy lejos de lo que tú estés haciendo o dejando de hacer), y no opina como tú. Para empezar no ve lo mismo que tú. Ni aunque tenga los ojos abiertos y esteis observando lo mismo. Las conversaciones unifican opiniones. Al ver algo, y comentarlo con una o varias personas, se termina con una resolución común. Importante o no. Si es poca comida, si está muy dulce, si el calor es insoportable, si fulana es desagradable, si esta vez se ha pasado, si se duerme mal, ¿has dormido mal? ¿no te has fijado en el ruido?, ah, pues ahora que lo dices... Y empiezas a dormir fatal y oír ruidos por todos lados.
Pero como resulta que no podéis hablar, los hechos "destacables" pasan sin pena ni gloria, no se le da importancia (ni se le dedican demasiadas frases innecesarias a hechos nimios) y no hay conclusiones unificadoras. Y leer caras es una pérdida de tiempo, la gente no es consciente de su expresión mohína, y, créeme, sus pensamientos están a años luz de aquí, de lo que acabas de hacer, de lo mucho que le disgusta tu presencia. Están en Paco, en su dolor de espalda, en el hambre que tienen, en que se les ha acabado la pasta de dientes, en que están cansadas, en que deberían irse, en que quién les mandaría a ellas y por supuesto, y como ya hemos visto... en su personal y espectacular salida de tono.
- A no pensar tanto lo que digo. ¡No son tonterías ni obviedades! No pienses en antes y después y estate aquí. Aquí, en la conversación, no en decir algo interesante ni en cómo salir corriendo. Observa la situación y no huyas, déjala. Todo natural y fluyendo. Y si no se te ocurre algo ingenioso, ¿qué? Tampoco estás en el Club de la Comedia.
Contexto / Situación: Un retiro de meditación de 10 días en los que no puedes hablar con nadie, ni siquiera contacto visual, mucho menos gestos, ni sonrisas.
Hay varias cosas que me han abierto los ojos (aunque tuviera que tenerlos la mayor parte del tiempo cerrados) y aquí las comparto antes de que se me olviden, si es que está de Dios que no sean de las que marcan, que eso nunca se sabe hasta que pasa el tiempo.
- No tengo que aguantar hasta el final. No y no. Te comparas con todo el mundo, te dices "si ellas pueden yo también, ¿soy la única que quiere salir corriendo? ¿que lo está pasando mal?, ¿a mí me cuesta más que al resto? Soy una floja, soy una caprichosa, soy débil", etc., etc.
Vale, pues no hace falta. Ni yo soy como las demás, no estamos en el mismo proceso, ni estamos viviendo lo mismo. Aunque estemos haciendo lo mismo, en el mismo momento. Pero tu pasado hace. Y tu presente también. Y además tú te conoces. Yo si me esfuerzo demasiado y me cuelo de rosca aguantando, obligándome, resulta que consigo terminar, sí, pero odiando la experiencia. Y no se diluye la mala sensación con el tiempo. No. Queda clasificada como algo horrible que no quiero volver a repetir por nada del mundo. Como algo vivido que me da un pequeño revolcón en el fondo del estómago cada vez que lo recuerdo, aunque sea de pasada.
Al final terminas en el día acordado, ves el panorama, y dices que perfectamente te podías haber marchado. Que no te has perdido nada, que qué necesidad había de estar pasándolo mal. Yo aprendo a mi propio ritmo, muchas veces rápido (otras no tanto) pero normalmente, y a estas alturas de la película, si considero que ya está todo aprendido, puedo creer tranquilamente en mi intuición.
Pero, eso sí, luego no te vuelvas loca rebuscando en Internet, elucubrando fantásticamente sobre lo que te has perdido y buscando por redes, libros y opiniones ajenas unas sólidas razones que justifiquen tu arrepentimiento y posterior flagelación mental con pinceladas de autodesprecio y cupabilidad.
No lo acabaste y punto. ¿Qué más da? Ten confianza en ti misma. No eres menos buena, ni peor, por haber abandonado. No te hacía falta, era suficiente para ti. Sobretodo porque la verdad es que yo noy una floja, no soy de esas que abandonan a la primera que ve una dificultad, así que si digo que es enough, es enough.
- Hay que aguantar hasta el final. Porque muchas veces me emparanoio con chorradas a las que no debo hacer caso y porque es verdad que la satisfacción que te da una cosa terminada no tiene precio. No tienes dudas sobre si deberías haberte quedado, qué pasó, qué habrías aprendido. Y la verdad, y aunque suene pueril, te da cierta satisfacción haber aguantado la puta odisea. Y porque si no te ha matado pues seguro que sales fortalecido... O trastornado. ¡Pero vivo! Fuera de bromas, no se trata de traumatizarse, claro que ¿quién sabe dónde está la línea entre la flojera y el dolor? Metafóricamente hablando, obviamente. Pero sí es cierto que depende esta percepción de nuestro nivel de exigencia. Como cuando estás haciendo deporte y decides esforzarte un poquito más. Quieres que sirva de algo, darlo todo esta vez, hacerlo bien... Y de repente... lesión. Obviamente no te estabas dado cuenta, no eras consciente de que tal vez estabas pasándote, sólo te esforzabas algo más de lo habitual. Sólo querías mejorar, estar contenta después con tu nivel de exigencia. Evolucionar en tu práctica, no estar corriendo 2 km diarios durante 3 años. Ir un poco más allá. Y poder al día siguiente seguir con ese listón más alto. Sin imaginarte que mañana tendrás que bajarlo. Claro que esto también hace que recuperes la comunicación con tu cuerpo, que no eres invencible, que si no lo tratas bien, duele, y vas a tener que reposar inmóvil...bastante tiempo.
Que es orgánico, no una máquina que funcione o se tenga que adecuar según tus subidones de ego. Si lo tratas como algo ajeno, te tratará como a un invasor, un extranjero y te hará sentir incómodo en su territorio, recordándote tu falta a cada movimiento que hagas.
Así que, como siempre, aprendemos a golpes, aunque sean autoinfligidos. ¡Sobre todo los autoinfligidos! Pero que te sirva para prender, bichi....
A nivel psicológico es igual
Aguantas situaciones que crees que puedes soportar más, hay otras que ni siquiera sabes que estás jugando con tu límite, tan embebida estás con ciertos aspectos o empeñada en alargar algunos estados pensando que son lo mejor para ti, pero algo por dentro se está tensando como una goma y en cualquier momento se romperá y te latigueará en la cara.
El tiempo no es una cosa tan mala después de todo. Usándolo correctamente, se puede estirar cualquier cosa, como si fuera una goma, hasta que se rompe por algún sitio, y te encuentras con toda la tragedia o la desesperación reducidas a dos bultitos entre el índice y el pulgar de cada mano. (Santuario. Faulkner).
Hablo, claro está, de relaciones. De cualquier tipo. Amigos, novios, socios. Todas esas en las que idolatras un aspecto (tal vez incluso imaginario) y haces oídos sordos y ojos ciegos a todo lo demás hasta lo que te chirría o escama. A tomar por culo la intuición. Claro que es tan difícil discernir qué es intuición y qué es deseo o intención disfrazados de sensación...
Al final, por h o por b, la historia acaba. Hay veces que hasta tú misma le pones fin. Y con el tiempo, poco a poco, te vas dando cuenta de hasta qué punto te has dejado avasallar, arrastrar, pisotear y embaucar.
Cuánto has aguantado, soportado. Hasta qué punto te has ignorado. Y pasa con las relaciones pero también con los hábitos. Has seguido haciendo esto por tales motivos, todos los días, sin falta, una y otra vez, ni siquiera piensas que es negativo, es algo que haces probablemente porque te gusta. ¿Por qué te gusta? Y además lo hace mucha gente. Ni te planteas que pueda estar formando una herida en tu interior. Que te estés lastimando de alguna manera. Realmente somos frágiles. Pero tampoco podemos estar en una burbuja. Todos nos empeñamos en historias, actitudes, personas, relaciones, vicios y virtudes. Todos les tomamos cariño y los sentimos nuestros. Parte de nuestra personalidad, ¡de nosotros mismos! ¡Es que yo soy así! Cosas que te gustan, que te definen, para ser alguien, ¡alguien! Para ocupar tu espacio. tener, poseer tu huequecito. En la familia, los amigos, los colegas, los vecinos, la sociedad... Ubicarte en un grupo y sentirte cobijado y seguro. Aplicarte las cualidades de ese grupo: exitoso, peligroso, adinerado, educado, rebelde, agresivo, culto, delicado...
Siempre buscando ser especial. Siempre buscando ser diferente, y una vez que has conseguido ser igual al grupo elegido y estás lo suficientemente cómoda, les "escandalizas" con irreverencias y "salidas de tono". Siempre dentro de la gama del tono elegido, claro.
Tal vez tienes que revisitar tu pertenencia a estos grupos. Te "hacen" elegir cosas que tal vez no quieras, aguantar con sesiones de gente, hobbies, actitudes que están dejando mella en ti. Al tiempo cambias de "vida" (muchas veces esto viene adosado a cambiar de pareja) y constatas que hacías cosas que odiabas.
¿O las odias porque te recuerdan a cierta persona? ¿O se trata de un mero proceso de evolución a lo largo de la vida?
Allá cada uno con su análisis.
Yo como sé que soy de las que por cabezonería aguanta odiseas. Como soy de las que se entusiama con aspectos sesgados y arrampla con todos los aspectos adjuntos aunque sean de salir corriendo, debo fiarme de cuando "ya no puedo más" (por favor dígase esta frase al modo materno, es decir, acompañado de negaciones de cabeza y pronunciando cuidadosamente cada sílaba). Ha sido una frase mítica de mi madre, tal vez deba pronunciarla (y seguirla) más a menudo.
Total... ¿qué hacer? Imagino que lo que debes es comparar donde tendrás más experiencias (sin traumatizarte, claro), dónde puedes aprender algo aunque el medio de conseguirlo no sea el más agradable y terminar con los días que te has empeñado (sí, y además poniéndote muy pesada) en cumplir.
- Otra conclusión muy vinculada a la anterior: NO HUYAS. He comprobado que mi patrón de comportamiento cuando algo no me gusta o no está saliendo como yo espero (exactamente) que salga: Apago y me voy. No, no, no, no hay ninguna oportunidad ni medias tintas. Huyo.
Sí. Cuando la cosa no me gusta, me asusta, no se adecua a mis expectativas: salgo corriendo. No dejo que nadie rectifique, no permito réplicas, no doy segundas oportunidades (seguramente ya he dado muchísimas antes de decidir que me voy), no hay marcha atrás. Digo una ultima palabra acelerada y me voy. En los momentos de crisis, de tensión, monto un gran pollo y tacho a todos los implicados de por vida.
No espero, no me quedo tranquilamente observándolo todo en un segundo plano esperando a dar un paso con más calma. Actúo de escopetilla.
Por un lado está bien, pero por otro hay que calmarse. No hay nada que requiera esos sprints. Las cosas se pueden hacer más despacio, una vez serena. Pero yo actúo de arrebato, eso sí, cuando la gota insistente ha colmado un vaso lleno desde hace tiempo. Pero no es justificación. Espera, mira cómo rebasa el vaso, cómo se dosborda, cómo lo moja todo, pero no te dejes arrastrar por su corriente. Espera a que esas aguas se hayan calmado y observa qué posición toma todo alrededor: las personas, los objetos, los tempos.
Busco la venganza inmediata, el castigo, quiero ser la que tome la decisión, la primera en tomarla. Algo me altera violentamente y corto radicalmente con lo que sea. Comprueba que no es tan doloroso como supones y no pasa nada si esperas un tiempo, si das unos minutos, un margen. Escucha, observa, decide. No hay prisa.
Quédate en medio de la tormenta y obsérvala, déjala que te pase por encima, vívela y no te inmutes, ya harás recuento cuando haya pasado, y tal vez te sorprendas de lo que te encuentres después.
“Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella”“Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella”
Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior".
(Kafka en la orilla. Haruki Murakami).
- Cómo de todo hacemos un microcosmos. De repente estás en un círculo de personas y rápidamente distribuyes todos los papeles en la obra y empiezas a desencadenar la película: La odiosa, la enemiga, la amiga, la temible, el apoyo, la interesante, la insoportable, la deseada, el obstáculo, etc.Y les dedicas todos tus desvelos (normalmente pocos) y tu energía mental.
Genoma: nuestra propia tragicomedia con cuatro únicos personajes, ácidos. El genoma es el teatro que cada uno de nosotros representa y ensaya en una eternidad de ¡bis! Las infinitas funciones de cada una de nuestras células crea el teatro genético de nuestro yo. El ADN es el micro-ordenador de nuestro macro-cerebro infra-utilizado por ser super-desconocido. En este escenario encerramos el Gran Teatro del Mundo y el de nuestra existencia.
FERNANDO ARRABAL
Luego sales de ese círculo y te hace gracia, sí, visto desde la distancia. pero también da miedo, un poco de vértigo.
¿Cómo he dado tanta importancia a esta gente durante estos días y sólo han pasado unas horas y me parecen de otro planeta, totalmente insignificantes?
Hay que relativizar.
Y que te sirva para extrapolarlo a tu día a día actual.
En el trabajo, en el círculo de amigos, en tu vecindario, familia...
Situaciones que te desbordan por tener que hablar con esta o aquella persona, en aquel sitio, ¡con este público!
¡Que da lo mismo!
Que te rías y que te importe poco. Esto también pasará, como alguien dijo.
Y procura que te sacuda lo mínimo.
- Cometerás lo que critiques multiplicado por dos. Esta frase lapidaria que suena a maldición, se cumple sin excepción. En cuanto critico (y vale mentalmente) un comportamiento, al poco tiempo, de alguna u otra manera, me veo impelida a imitar ese comportamiento, con variaciones personales y de contexto pero al final, el mismo "pecado". Basta de criticar (aunque sea mentalmente) porque criticas cosas que luego cometes. Y no vale el..."ya pero es que a mí no me ha quedado más remdio porque... "
¿Porque qué? ¡caradura!
Total, que hay que ser más comprensivas. Resulta que el primer día me entran ganas de estrangular a una que me da la nochecita roncando. Haría vudú a otra que se ducha fuera de hora, desprecio a esa que repite comida y miles y miles de detalles tontos más.
Al tercer día me despierto con mi propio ronquido, aprovecho para ducharme en un momentito, también fuera de horario, decido picar alguna cosita más porque me siento desfallecer... En definitiva, y sin que sean estos los mejores ejemplos, todas las pequeñas cosas que me deberían traer al pairo y que no debería juzgar, ¡ni siquiera fijarme!, resulta que luego las cometo yo a conciencia o sin querer.
Entonces es cuando compruebas y aprendes que no eres nadie para criticar nada, que no sabes las circunstancias ajenas y que estés más a lo tuyo.
Sí, eso de lo que presumes parece que está infundado y ¡mira qué hipócrita resultas luego ante tus propios ojos, con lo cabronazo que es tu juez interior!
- Que te montas películas sobre la gente (y la gente sobre los demás y ellos mismos) que están muy lejos de la realidad. Resulta que cuando al fin puedes hablar, de ese pequeño detalle que lleva amargándote y por el que crees que eres conocida y objeto de cachondeo general, no se ha dado cuenta ni el Tato. ¿Y por qué? Pues porque cada uno estaba demasiado pendiente de su propia metedura de pata como para fijarse en la tuya. Y siempre, siempre, la propia será más horrible, vergonzante, escandalosa y PEOR que la de las demás. Yo, que soy una obsesionada del control y de no llamar la atención, resulta que hablo con gente que estaba deseando conocerme (no, no le han importado tus pintas, tu pasotismo (silencioso), tu ronquido, tu saltarte las reglas) y que estaban atormentadas y con ganas de hacer saber a los demás el mal rato que pasaron cuando: se les cayó el vaso de agua en medio del comedor, tuvieron que salir corriendo de la sala, hicieron no sé qué ruido, etc.
Es más, piensan que son conocidas como "la del agua", "la carreritas" o "la escandalosa". Pero ¡qué va!, nadie se ha coscado ni se acuerda porque están demasiado centradas en automenospreciarse y flagelarse con su particular torpeza. Poniéndose motes hipotéticos salidos de las perversas mentes que calcula que le rodean y que están hipnóticamente unidas como para coincidir en que la has cagado y como serás jocosamente conocida para la posteridad.
- A no fijarme en las caras de los demás y menos especular sobre ellas. Le caigo mal, ha pensado que pienso, habrá pensado esto, debe opinar que.... A ver, a ver, frena. La otra persona no está en tu mente, tiene sus preocupaciones e intereses (y calcula que están muy lejos de lo que tú estés haciendo o dejando de hacer), y no opina como tú. Para empezar no ve lo mismo que tú. Ni aunque tenga los ojos abiertos y esteis observando lo mismo. Las conversaciones unifican opiniones. Al ver algo, y comentarlo con una o varias personas, se termina con una resolución común. Importante o no. Si es poca comida, si está muy dulce, si el calor es insoportable, si fulana es desagradable, si esta vez se ha pasado, si se duerme mal, ¿has dormido mal? ¿no te has fijado en el ruido?, ah, pues ahora que lo dices... Y empiezas a dormir fatal y oír ruidos por todos lados.
Pero como resulta que no podéis hablar, los hechos "destacables" pasan sin pena ni gloria, no se le da importancia (ni se le dedican demasiadas frases innecesarias a hechos nimios) y no hay conclusiones unificadoras. Y leer caras es una pérdida de tiempo, la gente no es consciente de su expresión mohína, y, créeme, sus pensamientos están a años luz de aquí, de lo que acabas de hacer, de lo mucho que le disgusta tu presencia. Están en Paco, en su dolor de espalda, en el hambre que tienen, en que se les ha acabado la pasta de dientes, en que están cansadas, en que deberían irse, en que quién les mandaría a ellas y por supuesto, y como ya hemos visto... en su personal y espectacular salida de tono.
- A no pensar tanto lo que digo. ¡No son tonterías ni obviedades! No pienses en antes y después y estate aquí. Aquí, en la conversación, no en decir algo interesante ni en cómo salir corriendo. Observa la situación y no huyas, déjala. Todo natural y fluyendo. Y si no se te ocurre algo ingenioso, ¿qué? Tampoco estás en el Club de la Comedia.