DICIEMBRE 2015
Living
¡¡Brunch!!
¡¡¡Brunch!! A mí me encantan. Oigo brunch y hacia allá que me dirijo. Es una palabra que directamente me inspira un hambre canina, más que hambre, gula, se activan mis glándulas acuíferas en la boda y sólo puedo empezar a tragar y tragar mientras imágenes llenas de bloodys marys, zumos, bellinis, huevos benedictine, yogures llenos de frutas, siropes y cereales crujientes, tortitas bañadas en sirope de arce y coronadas con frutos rojos, pasteles, fuentes de fruta cortada, pastelillos, natas, chocolates, tés variados, tablas de quesos, salmón ahumado, gofres, copitas de burbujeante champán, canastillos con bollitos calientes llenos de semillas, croissants tostados humeantes de mantequilla, jugos detox, mermeladas, bacon, bagels, porridge, embutidos, granolas, blinis, bizcochos de zanahoria, chocolate y toffee, dim sum, cremas holandesas, ensaimadas, sobrasada... ¡Todo a la vez pasa por mi mente!
Todas esas cosas (o casi) en una misma mesa. ¿Cuál es el atractivo irresistible que experimento? ¿Dónde reside? Creo que en la cantidad de gruladas que puedes probar en una misma comida. La variedad y la calidad de todo. Yo soy una auténtica fanática de un (buen) brunch y en Navidad con los horarios tan descontrolados, los trasnoches y el espíritu de entregarse a los excesos, más de una mañana espero disfrutar de un brunch. ¡Lo valgo!